TERCER PERIODO GENERAL: LA IGLESIA IMPERIAL (DESDE EL EDICTO DE CONSTANTINO HASTA LA CAÍDA DE ROMA (313 – 476)

VICTORIA DEL CRISTIANISMO

En el período que comenzamos ahora el hecho más notable y también el más poderoso, para bien y para mal, fue la victoria del cristianismo. En 305 d. C, cuando Diocleciano abdicó el trono imperial, la religión cristiana estaba terminantemente prohibida. Su profesión se castigaba con tortura y muerte, y todo el poder del estado se ejercía en contra de la misma. Menos de veinte años después, en 324 d. C, se reconoció al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano y un emperador cristiano ejercía autoridad suprema con una Corte de cristianos profesantes a su derredor. En un instante, los cristianos pasaron del anfiteatro romano, donde tenían que enfrentarse con los leones, a ocupar un sitio de honor en el trono que regía al mundo.
Poco después de la abdicación de Diocleciano, en 305 d. C, cuatro aspirantes a la corona imperial estaban en guerra. Los dos rivales más poderosos eran Maxencio y Constantino, cuyos ejércitos se enfrentaron en el Puente Milvian, sobre el Tíber, a dieciséis kilómetros de Roma, 312 d. C Maxencio representaba al elemento pagano perseguidor. Constantino era amistoso con los cristianos aunque en ese tiempo no profesaba ser creyente. Afirmaba haber visto en el cielo una cruz luminosa con el lema: "Hoc Signo Vinces": "Por esta señal conquistarás", que más tarde adoptó como insignia de su ejército. La victoria fue de Constantino y Maxencio se ahogó en el río. Poco después, en 313 d.C., Constantino promulgó su famoso Edicto de Tolerancia que oficialmente puso fin a las persecuciones. No fue sino hasta 323 d.C. que Constantino llegó a ser supremo emperador y que se entronizó al cristianismo. El carácter de Constantino no era perfecto.
Aunque por lo general era justo, a veces era cruel y tirano. Se ha dicho que "la realidad de su cristianismo era mejor que su calidad". Retrasó su bautismo hasta poco antes de su muerte con la idea que prevalecía en su tiempo de que el bautismo lavaba todos los pecados cometidos previamente. Si no fue un gran cristiano, sin duda fue un político sabio, pues tuvo la percepción de unirse con el movimiento que tenía el futuro de su imperio. De este repentino cambio de relaciones entre el imperio y la iglesia se obtuvieron resultados mundiales y de vasto alcance. Algunos de ellos buenos, otros malos, tanto para la iglesia como para el estado. Podemos ver de inmediato que la nueva actitud del gobierno benefició la causa del cristianismo. De una vez y para siempre cesó toda persecución de cristianos. Durante más de doscientos años, los cristianos nunca se vieron libres de acusación y muerte. Incluso en muchos períodos, como hemos visto, todos habían estado en peligro inminente. Sin embargo, desde la promulgación del Edicto de Constantino en 313 d.C., hasta que terminó el Imperio Romano, la espada de la persecución no solo se envainó, sino que se sepultó. En todas partes se restauraban y reabrían los edificios de las iglesias. En el período apostólico las reuniones se celebraban en casas particulares y en salones alquilados. Después, durante el tiempo del cese de las persecuciones, empezaron a levantarse edificios para las iglesias.
En la última persecución, durante Diocleciano, las autoridades destruyeron muchos de estos edificios y otros los confiscaron. Ahora, todos los que aún estaban en pie se restauraron y las ciudades pagaron a las sociedades por los que derribaron. A partir de este momento, los cristianos tuvieron libertad para construir templos. De ahí que se empezaron a levantar edificios por doquier. En su diseño seguían la forma y tomaban el nombre de la basílica romana o salón de la corte: un rectángulo dividido en pasillos por hileras de pilares, teniendo en un extremo una plataforma semicircular con asientos para los clérigos. Constantino dio el ejemplo de construir grandes templos en Jerusalén, Belén y en su nueva capital, Constantinopla. Dos generaciones después de Constantino fue que empezaron a aparecer las imágenes en las iglesias. Los cristianos primitivos se horrorizaban con todo lo que pudiese conducir a la idolatría.
Aunque todavía se toleraba la adoración pagana, los sacrificios oficiales cesaron. El hecho de que un cambio tan radical de las costumbres generales, entretejidas con toda celebración social y cívica, pudiese haberse efectuado con tanta rapidez demuestra que las observancias paganas fueron por mucho tiempo un simple formalismo y ya no expresaban la creencia de gente inteligente.
En muchos lugares los templos se consagraron como iglesias. Esto sucedía especialmente en las ciudades; mientras que en los remotos lugares rurales las creencias y la adoración pagana perduraron por generaciones. La palabra "pagano" originalmente significaba "morador del campo". Sin embargo, llegó a significar, y aún significa, un idólatra, uno que no conoce la verdadera adoración. Por todo el imperio los templos de los dioses se sostuvieron principalmente por el tesoro público. Ahora estas donaciones se concedían a las iglesias y al clero. De forma gradual al principio, pero muy pronto en una forma general y más liberal, los fondos públicos fueron enriqueciendo a la iglesia. Los obispos, ministros y otros funcionarios del culto cristiano recibían su sostén del estado. Una donación bien recibida por la iglesia, pero al final de dudoso beneficio. Al clero se le otorgaron muchos privilegios, no todos por ley imperial, sino por costumbre que pronto llegó a ser ley. Ya no se les exigía el cumplimiento de los deberes públicos que eran obligatorios para todos los ciudadanos, pues los eximieron del pago de contribuciones. Todas las acusaciones en su contra se juzgaban ante cortes eclesiásticas.
Los ministros de la iglesia pronto llegaron a formar una clase privilegiada en cuanto a la ley del país. Esto también, aunque fue un beneficio inmediato, desencadenó un mal para el estado y para la iglesia. El primer día de la semana se proclamó como día de descanso y de adoración. Su observancia pronto llegó a generalizarse en todo el imperio. En 321 d.C., Constantino prohibió que las cortes se abriesen los domingos, excepto con el propósito de libertar esclavos. También en ese día los soldados tenían la orden de no hacer sus ejercicios militares diarios. Sin embargo, los juegos públicos continuaron el domingo, con la tendencia de hacer de ese día uno de fiesta en vez de santo. Del reconocimiento del cristianismo como la religión predilecta surgieron algunos buenos resultados para el pueblo y la iglesia. El espíritu de la nueva religión se inculcó en muchas de las ordenanzas que Constantino y sus sucesores inmediatos decretaron.
La crucifixión se abolió. Esta era una forma común de ejecutar los criminales, excepto a los ciudadanos romanos que eran los únicos con derecho a ser decapitados cuando los condenaban a muerte. Sin embargo, pronto Constantino adoptó la cruz, emblema sagrado para los cristianos, como la insignia de su ejército y la prohibió como instrumento de muerte. El infanticidio se frenó y reprimió. En toda la historia anterior de Roma y sus provincias, cualquier niño que su padre no deseaba, se asfixiaba o "abandonaba" a fin de que muriera. Algunas personas hacían un negocio de recoger niños abandonados, los criaban y luego los vendían como esclavos.
La influencia del cristianismo impartió un carácter sagrado a la vida humana, aun en la de los niños más pequeños, e hizo que el mal del infanticidio desapareciera de todo el imperio. A través de toda la historia de la república romana y del imperio, hasta que el cristianismo llegó a dominar, más de la mitad de la población era esclava sin la más mínima protección de la ley. Si así lo deseaba, un hombre podía matar a sus esclavos. Durante el dominio de uno de los primeros emperadores, un ciudadano romano rico fue asesinado por uno de sus esclavos y, por ley, los trescientos esclavos de su casa murieron. No tomaron en cuenta su sexo, edad, culpa o inocencia. Pero con la influencia del cristianismo, el trato a los esclavos llegó de inmediato a ser más humano. Se les otorgaron derechos legales que nunca antes tuvieron. Podían acusar a sus amos de trato cruel. La emancipación se aprobó y fomentó. Así, la condición de los esclavos mejoró y la esclavitud poco a poco se abolió.
Los juegos de gladiadores se prohibieron. Esta ley se puso en vigor en la nueva capital de Constantino, donde el Hipódromo nunca se contaminó con hombres que se matasen entre sí para placer de los espectadores. No obstante, los combates siguieron en el anfiteatro romano hasta 404 d.C., cuando el monje Telémaco saltó a la arena y procuró apartar a los gladiadores. Al monje lo asesinaron, pero desde entonces cesó la matanza de los hombres para placer de los espectadores. Aunque el resultado del triunfo del cristianismo fue muy bueno, inevitablemente la alianza del estado y la iglesia también trajo en su curso muchos males. El cese de la persecución fue una bendición, pero el establecimiento del cristianismo como religión del estado llegó a ser una maldición.
Todos procuraban ser miembros de la iglesia y a casi todos los recibían. Tanto los buenos como los malos, los que sinceramente buscaban a Dios y los hipócritas que procuraban ganancia personal, se apresuraban a ingresar en la comunión. Hombres mundanos, ambiciosos, sin escrúpulos, buscaban puestos en la iglesia para obtener influencia social y política. El tono moral del cristianismo en el poder era mucho más bajo que el que había distinguido a la misma gente bajo el tiempo de la persecución. Los servicios de adoración aumentaron en esplendor, pero eran menos espirituales y sinceros que los de tiempos anteriores.
Las formas y ceremonias del paganismo gradualmente se fueron infiltrando en la adoración. Algunas de las antiguas fiestas paganas llegaron a ser fiestas de la iglesia con cambio de nombre y de adoración. Alrededor de 405 d.C., en los templos comenzaron a aparecer, adorarse y rendirse culto a las imágenes de santos y mártires. La adoración de la virgen María sustituyó a la adoración de Venus y Diana. La Cena del Señor llegó a ser un sacrificio en lugar de un acto recordatorio. El "anciano" evolucionó de predicador a sacerdote. Debido al poder ejercido por la iglesia, no vemos al cristianismo que transforma al mundo a su ideal, sino al mundo que domina a la iglesia.
A la humildad y la santidad de la época primitiva le sucedieron ambición, orgullo y arrogancia entre los miembros de la iglesia. Había aun muchos cristianos de espíritu puro, como Mónica, la madre de Agustín, y ministros fieles tales como Jerónimo y Juan Crisóstomo. Sin embargo, la ola de mundanalidad avanzó indómita sobre muchos de los que profesaban ser discípulos de su humilde Señor. Si se le hubiese permitido al cristianismo desarrollarse normalmente sin tener el poder del estado, y si este hubiese continuado libre del dictado de la iglesia, ambos hubieran sido mejores estando separados. Sin embargo, la iglesia y el estado llegaron a ser una sola cosa cuando el imperio adoptó al cristianismo como la religión oficial. De esta unión forzada surgieron dos males: uno en las provincias orientales y otros en las occidentales. En Oriente el estado dominaba de tal modo a la iglesia que esta perdió toda su energía y vida. En Occidente, como veremos, la iglesia usurpó poco a poco el poder al estado. Como resultado, no había cristianismo, sino una jerarquía más o menos corrupta que dominaba las naciones europeas y que convirtieron fundamentalmente a la iglesia en una maquinaria política.

FUNDACIÓN DE CONSTANTINOPLA

Al poco tiempo del reconocimiento del cristianismo como religión del Imperio Romano, una nueva capital se escogió, construyó y estableció como la sede de autoridad. Este acontecimiento trajo resultados importantes para la iglesia y el estado. Constantino comprendió que Roma estaba íntimamente asociada con la adoración pagana, llena de templos y estatuas, inclinada fuertemente a la adoración antigua, una ciudad dominada por tradiciones paganas. Además, su posición geográfica en medio de una gran llanura la exponía al ataque de los enemigos.
En los primeros tiempos de la república, enemigos extranjeros sitiaron la ciudad más de una vez. Posteriormente, en su historia, los ejércitos de las provincias varias veces destronaron y entronaron emperadores. En el sistema de gobierno, organizado por Diocleciano y continuado por Constantino, no había lugar ni siquiera para una sombra de autoridad de parte del senado romano. Los emperadores poseían ahora un poder ilimitado y Constantino deseaba una capital sin las trabas de las tradiciones, en especial bajo los auspicios de la nueva religión. Constan tino demostró gran sabiduría en la elección de su nueva capital. Escogió la ciudad griega de Bizancio, que había existido por mil años, situada en el punto de contacto entre Europa y Asia. Aquí los continentes están separados por dos estrechos, Bósforo al norte y Helesponto (ahora Dardanelos) al sur. Juntos comprenden noventa y seis mil quinientos sesenta y un kilómetros de longitud. Por lo general, menos de un kilómetro de ancho y en ninguna parte más de seis kilómetros de ancho. La ubicación de la ciudad está muy fortificada por la naturaleza. En toda su historia de más de veinticinco siglos, rara vez la han tomado los enemigos, mientras que a su rival, Roma, la han vencido y saqueado muchas veces. Aquí Constantino fijó su capital y planeó la gran ciudad conocida universalmente por muchos años como Constantinopla, "la ciudad de Constantino", pero ahora llamada oficialmente Estambul. En la nueva capital el emperador y el patriarca (que fue el título que recibió más tarde el obispo de Constantinopla) vivían en armonía. Se honraba y reverenciaba a la iglesia, pero la autoridad del trono la eclipsaba. Por un lado, debido a la presencia y poder del emperador. Por otro lado, debido a la naturaleza sumisa y dócil de su gente, la iglesia en el Imperio Oriental vino a ser fundamentalmente sierva del estado, aunque a veces patriarcas como Juan Crisóstomo afirmaron su independencia.
En la nueva capital no había templos para los ídolos, pero pronto se levantaron muchos. Al mayor de estos se le llamó Santa Sofía, "Sagrada Sabiduría". Su construcción se debió a Constantino, pero después de su destrucción por incendio lo reconstruyó el emperador Justiniano (537 d.C.) de un modo tan magnífico, que superó cualquier otro templo de su época. Permaneció siendo la principal catedral del cristianismo durante once siglos, hasta 1453 d.C., cuando los turcos tomaron la ciudad. Luego en un día la convirtieron en una mezquita y así ha permanecido hasta la actualidad.

DIVISIÓN DEL IMPERIO

Después de fundada la nueva capital, vino la división del imperio. Las fronteras eran tan extensas y el peligro de invasión bárbara era tan inminente, que un solo emperador ya no podía proteger sus vastos dominios. Diocleciano comenzó la división de autoridad en 305 d.C. Constantino también nombró emperadores asociados y en 375 d.C. Teodosio completó la separación. Desde el tiempo de Teodosio el mundo romano se dividió en Oriental y Occidental, separados por el mar Adriático. Al Imperio Oriental se le denominaba griego y al Occidental latino debido al idioma que prevalecía en cada uno de ellos. La división del imperio fue un presagio de la futura división de la iglesia. Uno de los hechos más notables de la historia fue la rápida transformación de un vasto imperio de la religión pagana a la cristiana. Exteriormente, al principio del siglo cuarto, los antiguos dioses estaban atrincherados en la reverencia del mundo romano. Sin embargo, antes de comenzar el siglo quinto dejaron que los templos se arruinaran o transformaran en iglesias cristianas. Los sacrificios y las libaciones cesaron y, de profesión, el Imperio Romano se hizo cristiano. Veamos ahora cómo el paganismo cayó de su elevado sitial.

SUPRESIÓN DEL PAGANISMO

Constantino era tolerante, tanto por temperamento como por motivos políticos, aunque era enérgico en su reconocimiento de la religión cristiana. No sancionaba ningún sacrificio a las imágenes que antes se adoraban y puso fin a las ofrendas a la estatua del emperador. Sin embargo, favorecía la tolerancia de toda forma de religión y buscaba la conversión gradual de sus súbditos al cristianismo mediante la evangelización y no por coacción. Retuvo algunos de los títulos paganos del emperador, como el de pontifex maximus ("sumo pontífice"), un título que desde entonces retuvieron todos los papas. También continuó el sostén de las vírgenes vestales en Roma. Sin embargo, los sucesores de Constantino en el trono fueron intolerantes. La conversión de los paganos avanzaba con bastante rapidez, aun demasiado rápido para el bienestar de la iglesia. Aun así, los primeros emperadores cristianos que sucedieron a Constantino procuraron acelerar el movimiento mediante una serie de leyes opresivas. Todas las donaciones que recibían los templos o los sacerdotes paganos, ya fueran donadas por el estado o por los adoradores mismos, se confiscaron y en casi todo lugar se transfirieron a los templos. Se prohibieron los sacrificios y ritos de adoración y su observancia constituía una ofensa punible. No mucho después del reinado de Constantino, su hijo ordenó la pena de muerte y confiscación de todas las propiedades de los adoradores de ídolos. El paganismo, una generación antes de su eliminación final, tuvo unos cuantos mártires, aunque muy pocos en contraste con el número de mártires cristianos durante doscientos años. También muchos de los templos se consagraron para la nueva fe. Y después de algunos años se ordenó que se derribaran los que aún estaban en pie, a no ser que se necesitaran para la adoración cristiana. Se decretó una ley para que nadie escribiera ni hablara en contra de la religión cristiana. De modo que todos los libros de sus opositores deberían quemarse. Un resultado de este edicto fue que prácticamente todo nuestro conocimiento de las sectas herejes o anticristianas lo obtenemos de libros escritos en contra de las mismas. La puesta en vigor de estas leyes represivas variaba mucho en las diversas partes del imperio. Sin embargo, su efecto fue que el paganismo quedó exterminado en el curso de tres o cuatro generaciones.
Cuando el largo conflicto del cristianismo con el paganismo estaba terminando en victoria, surgió una nueva lucha, una guerra civil en el campo del pensamiento, una serie de controversias dentro de la iglesia sobre sus doctrinas. Mientras que la iglesia luchaba por su propia existencia en contra de la persecución, permaneció unida, aunque se escuchaban rumores de disensión doctrinal. Pero cuando la iglesia no solo se vio libre de peligros, sino que también dominaba, se levantaron acalorados debates acerca de sus doctrinas que estremecían sus mismos cimientos. Durante este período se llevaron a cabo tres grandes controversias, además de muchas otras de menor importancia. Para decidir estas cuestiones se convocaban concilios de toda la iglesia. En estos concilios solo los obispos tenían voto. El resto de los clérigos y laicos se debían someter a sus decisiones.

CONTROVERSIAS Y CONCILIOS

La primera controversia surgió sobre la doctrina de la Trinidad, especialmente la relación del Padre y del Hijo. Arrio, un presbítero de Alejandría, alrededor de 318 d.C. expuso la doctrina de que Cristo, aunque superior a la naturaleza humana, era inferior a Dios y que no era eterno en existencia, sino que tuvo un principio. El opositor principal de esta idea fue Atanasio, también de Alejandría. Afirmaba la unidad del Hijo con el Padre, la deidad de Cristo y su existencia eterna. La controversia se extendió por toda la iglesia y, después que Constantino procuró en vano dar fin a la contienda, convocó un concilio de obispos que se reunieron en Nicea, Bitinia, en 325 d.C. Atanasio, que en ese tiempo solo era diácono, tenía voz pero no voto. A pesar de eso logró que la mayoría del concilio condenase las enseñanzas de Arrio, en el credo Niceno. Sin embargo, Arrio era políticamente poderoso. Muchos de las clases más elevadas, incluso el hijo y sucesor de Constantino, sostenían sus opiniones. Cinco veces enviaron a Atanasio al destierro y vuelto a llamar el mismo número de veces. Cuando un amigo le dijo: "Atanasio, tienes a todo el mundo en contra tuya." A lo que él contestó: "Sea así: Atanasio contra el mundo." (Athanasius contra mundum.) Sus últimos siete años los pasó en paz en Alejandría, donde murió en 373 d.C. Aunque mucho después de su muerte, sus ideas llegaron finalmente a ser supremas en toda la iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. Se establecieron de forma definitiva en el Credo de Atanasio, que en una época se creyó que lo había escrito Atanasio, mas posteriormente se descubrió lo contrario.
Después vino la controversia sobre la naturaleza de Cristo. Apolinario, obispo de Laodicea (360 d.C.), declaraba que la naturaleza divina tomó la naturaleza humana de Cristo. Además, que Jesús en la tierra no era hombre, sino Dios en forma humana. La mayoría de los obispos y teólogos sostenían que la personalidad de Jesucristo era una unión de Dios y hombre, deidad y humanidad en una naturaleza. La herejía apolinaria se condenó en el Concilio de Constantinopla, 381 d.C., y le siguió el retiro de Apolinario de la iglesia.
La única controversia extensa de este período surgida en la iglesia occidental fue sobre cuestiones relacionadas con el pecado y la salvación.  Empezó con Pelagio, monje venido de Gran Bretaña a Roma como en 410 d.C. Su doctrina se basaba en que no heredamos nuestras tendencias pecaminosas de Adán, sino que cada alma hace su propia elección, ya sea de pecado o de justicia. Que cada voluntad humana es libre y cada alma tiene la responsabilidad de sus decisiones. En contra de esta idea apareció la mayor inteligencia después de San Pablo en la historia del cristianismo, el poderoso Agustín, que sostenía que Adán representaba a toda la especie, que en el pecado de Adán todos los hombres pecaron y todo el género humano se considera culpable. Que el hombre no puede aceptar la salvación por su propia elección, sino solo por la voluntad de Dios, quien es el que escoge los que se han de salvar. El concilio de Cartago en 418 d.C., condenó la idea de Pelagio y la teología de Agustín vino a ser la regla de ortodoxia en la iglesia. No fue sino hasta en los tiempos modernos, bajo Arminio en Holanda (como en 1600) y Juan Wesley en el siglo dieciocho, que hubo un alejamiento serio del sistema agustiniano de doctrina.

DESARROLLO DEL MONACATO

Mientras estas grandes controversias rugían, empezó otro gran movimiento que en la Edad Media alcanzó proporciones inmensas. Este fue el nacimiento del espíritu monástico. En la iglesia primitiva no había monjes ni monjas. Los cristianos vivían en familias y aun cuando se cuidaban de no asociarse con idólatras, eran miembros de la sociedad en general. No obstante, en el período que ahora consideramos notamos los principios y primeros progresos de un movimiento hacia la vida monástica.
Después que el cristianismo dominó el imperio, la mundanalidad entró en la iglesia y prevaleció. Muchos que anhelaban una vida más elevada estaban descontentos con lo que les rodeaba y se retiraban del mundo. Ya sea solos o en grupos, habitaban en retiro. Procuraban cultivar la vida espiritual mediante la meditación, la oración y los hábitos ascéticos. Este espíritu monástico empezó en Egipto, donde se fomentó debido al clima cálido y las pocas necesidades de la vida. En la historia cristiana primitiva se pueden encontrar casos de vida solitaria. Sin embargo, podemos considerar a Antonio como su fundador, alrededor de 320 d.C., pues su vida llamó la atención general e hizo a miles seguir su ejemplo.
Durante muchos años, vivió solo en una cueva en Egipto. Todos lo conocían y reverenciaban por la pureza y sencillez de su carácter. Multitudes siguieron su ejemplo y las cuevas del norte de Egipto se llenaron de sus discípulos. A estos se les llamaba "anacoretas", que viene de una palabra que significa "retiro". A los que formaban comunidades se les llamaban "cenobitas".
Desde Egipto este espíritu se esparció por la iglesia oriental, donde un sinnúmero de personas adoptaron la vida monástica. Una forma peculiar de ascetismo la adoptaron los santos de los pilares, el primero de ellos fue un monje sirio, Simón, apodado "del Pilar". Salió del monasterio en 423 d.C. y construyó varios pilares en sucesión, cada vez los erigía más alto hasta que el último llegó a medir sesenta pies de altura y cuatro de ancho. En estos pilares vivió durante treinta y siete años. Miles siguieron su ejemplo y Siria tuvo muchos santos de los pilares o columnas entre los siglos quinto y duodécimo. Sin embargo, esta forma de vida nunca tuvo seguidores en Europa. El movimiento monástico en Europa se esparció más despacio que en Asia y África. La vida solitaria e individual del asceta pronto trajo como resultado en Europa el establecimiento de monasterios, donde el trabajo estaba unido a la oración. La Ley de Benedicto, que fue la que más se usó para organizar y dirigir los monasterios de Occidente, se promulgó en 529 d.C. El espíritu monástico se desarrolló en la Edad Media y lo veremos de nuevo en la historia.

DESARROLLO DEL PODER EN LA IGLESIA ROMANA

Hemos visto que Constantinopla desplazó a la ciudad de Roma como la capital del mundo. Ahora veremos a Roma afirmando su derecho de ser la capital de la iglesia. A través de todo este período, la iglesia en Roma ganaba prestigio y poder. El obispo de Roma, ahora llamado papa, reclamaba el trono de autoridad sobre todo el mundo cristiano. Quería que se le reconociera como cabeza de la iglesia en toda Europa al oeste del mar Adriático. Este desarrollo aún no había alcanzado la presuntuosa demanda de poder, sobre el estado y la iglesia, que se manifestó en la Edad Media. Sin embargo, se inclinaba con fuerza hacia esa dirección. Veamos algunas de las causas que fomentaron este movimiento. La semejanza de la iglesia con el imperio como una organización fortalecía la tendencia hacia el nombramiento de un jefe.
En un estado gobernado no por autoridades elegidas sino por una autocracia, donde un emperador gobernaba con poder absoluto, era natural que la iglesia se gobernara de la misma manera: por un jefe. En todas partes los obispos gobernaban las iglesias, pero la pregunta surgía constantemente: ¿Quién gobernaría a los obispos? ¿Qué obispo debía ejercer en la iglesia la autoridad que el emperador ejercía en el imperio? Los obispos que presidían en ciertas ciudades pronto llegaron a llamarlos "metropolitanos" y después "patriarcas". Había patriarcas en Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma. El obispo de Roma se adjudicó el título de "papá, padre", después se modificó a papa. Entre estos cinco patriarcas había frecuentes disputas por la prioridad y supremacía. Sin embargo, la cuestión al final se limitó a escoger entre el patriarca de Constantinopla y el papa de Roma como cabeza de la iglesia.
Roma reclamaba para sí autoridad apostólica. Era la única iglesia que decía poder mencionar a dos apóstoles como sus fundadores y estos, los mayores de todos los apóstoles, San Pedro y San Pablo. Surgió la tradición de que Pedro fue el primer obispo de Roma. Como obispo, Pedro debería haber sido papa. Se suponía que en el primer siglo el título "obispo" significaba lo mismo que en el siglo cuarto, un gobernante sobre el clero y la iglesia. Por tanto, Pedro, como el principal de los apóstoles, debe haber poseído autoridad sobre toda la iglesia. Se citaban dos textos en los Evangelios como prueba de esta afirmación. Uno de estos puede verse ahora escrito en letras gigantescas en latín alrededor de la cúpula de la Iglesia de San Pedro en Roma: "Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi iglesia." El otro es: "Apacienta mis ovejas." Se argüía que Pedro fue la primera cabeza de la iglesia, entonces sus sucesores, los papas de Roma, deberían continuar su autoridad.
El carácter de la iglesia romana y sus primeros líderes sostenían fuertemente estas afirmaciones. Los obispos de Roma eran por lo general hombres más fuertes, sabios y que se hacían sentir por toda la iglesia. Mucha de la antigua calidad imperial que había hecho a Roma la señora del mundo moraba aun en la naturaleza romana. En esto había un notable contraste entre Roma y Constantinopla. Al principio, Roma hizo a los emperadores, pero los emperadores hicieron a Constantinopla y la poblaron de súbditos sumisos. La iglesia de Roma siempre fue conservadora en doctrina. Las sectas y herejías ejercieron poca influencia sobre ella y en aquel entonces permanecía como una columna de la enseñanza ortodoxa. Este rasgo incrementaba su influencia por toda la iglesia en general. Además, la iglesia de Roma desplegaba un cristianismo práctico. Ninguna iglesia la superaba en su cuidado por los pobres, no solo entre sus miembros, sino aun entre los paganos en tiempos de hambre y pestilencia. Dio gran ayuda a las iglesias perseguidas en otras provincias.
Cuando un funcionario pagano en Roma demandó los tesoros de la iglesia, el obispo congregó a sus miembros pobres y dijo: "Estos son nuestros tesoros." El traslado de la capital de Roma a Constantinopla, lejos de aminorar la influencia del obispo o papa romano, la aumentó considerablemente. Hemos visto que en Constantinopla el emperador y su corte dominaban a la iglesia. Por lo general, el patriarca estaba supeditado al palacio imperial. Pero en Roma no había emperador que superara ni intimidara al papa. Se trataba del potentado mayor de toda la región. Europa siempre miró a Roma con respeto. Ahora que la capital estaba lejos, y especialmente como el imperio mismo estaba en decadencia, la lealtad hacia el pontífice romano empezó a ocupar el lugar de aquel hacia el emperador romano. Así surgió que por todo el Occidente el obispo romano o papa, como cabeza de la iglesia en Roma, comenzara a considerarse como la autoridad principal en la iglesia en general. Por ejemplo, en el Concilio de Calcedonia en Asia Menor (381 d.C.), Roma ocupó el primer lugar y Constantinopla el segundo. Se preparaba el camino para pretensiones aun mayores de Roma y el papa para los siglos venideros.

CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO OCCIDENTAL

A través de este período de la Iglesia Imperial, sin embargo, otro movimiento progresaba. Era la más enorme catástrofe de toda la historia: la caída del Imperio Romano occidental. En el reinado de Constantino, al parecer el reino parecía estar muy bien protegido e inexpugnable como lo había estado en el reinado de Marco Aurelio o de Augusto. Sin embargo, estaba debilitado por la decadencia moral y política, y listo para sucumbir bajo los invasores que le rodeaban ansiosos de derrotarlo. A los veinticinco años de la muerte de Constantino, en 337 d.C., cayeron las barreras en la frontera del Imperio Occidental y las hordas de bárbaros (nombre que los romanos aplicaron a los demás pueblos, a griegos y judíos) comenzaron a entrar por todas partes en las indefensas provincias. De esta manera se posesionaron del territorio y establecieron reinos independientes.
En menos de ciento cuarenta años el Imperio Romano occidental, que existió durante mil años, y cuyos súbditos estaban contentos bajo su gobierno, quedó borrado de la existencia. No es difícil encontrar las causas de este gran derrumbe. Los vecinos bárbaros codiciaban las riquezas del imperio. De un lado de la frontera había ciudades opulentas que vivían en paz, vastos campos con cosechas, personas que poseían todas las cosas que estaban deseando las tribus pobres, no civilizadas, errantes, pero agresivas, que vivían al otro lado de la frontera. Por siglos, antes de la invasión de los bárbaros, la ocupación principal de los emperadores romanos había sido la defensa de las fronteras contra las amenazas de ataques de estos enemigos. La única razón de tener varios emperadores que reinaran a la vez era la necesidad de un gobernante investido de autoridad cerca de estos puntos de peligro, a fin de que pudiese actuar sin esperar órdenes de una capital distante.
Aun en los mejores tiempos, los romanos estaban a la par con los bárbaros, hombre por hombre. Además, a través de los siglos de paz, los romanos perdieron la costumbre de combatir. En nuestros tiempos las naciones civilizadas poseen pertrechos de guerra muy superiores a los que tenían las tribus salvajes. Sin embargo, antiguamente, ambos lados peleaban con espadas y lanzas, y la única ventaja de los romanos consistía en la formidable disciplina de sus legiones. Aunque es de notar que esa disciplina decayó mucho en los tiempos de los últimos emperadores y los bárbaros eran más fuertes físicamente, más intrépidos y aptos para la guerra. Lo que empeoraba la situación de los decadentes romanos era que ya no servían en sus ejércitos. Las legiones recibían el adiestramiento precisamente de estos mismos bárbaros, quienes a menudo pelearon en defensa de Roma y en contra de su propio pueblo. La mayoría de estos ejércitos, sus generales y aun muchos de sus emperadores procedían de razas bárbaras. Ningún pueblo que por lo general emplea extranjeros para pelear sus batallas cuando estas son necesarias, puede mantener por mucho tiempo sus libertades.
El imperio, no muy fuerte en sus recursos humanos, estaba también debilitado por las guerras civiles llevadas a cabo durante generaciones por distintos pretendientes al trono imperial. El senado no elegía a los emperadores, sino que cuando asesinaban a alguno (como lo fue la mayoría), cada ejército en las diferentes provincias presentaba su candidato y la decisión no se hacía por votos, sino con las armas. En noventa años se proclamaron ochenta jefes como emperadores y cada uno reclamaba el trono. En un tiempo dichos emperadores eran tantos, que se les llamaban "los treinta tiranos". Saqueaban las ciudades y todo el imperio empobreció por la ambición de los hombres al poder. Como resultado, se quitaron las guarniciones de las fronteras y la tierra quedó indefensa ante los invasores bárbaros. La causa inmediata de muchas invasiones se debía al movimiento de las tribus asiáticas. Cuando los bárbaros en el este de las provincias europeas se lanzaron sobre los romanos, declararon que los echaron de sus hogares una hueste irresistible de extraños guerreros, acompañados por sus familias, que cambiaron su morada del interior de Asia. Por lo general, a este pueblo se le llamaba hunos. Se desconoce por qué abandonaron sus hogares en el Asia central, pero se cree que fue por el cambio de clima pues la escasez de lluvia tornó los campos fértiles en desiertos. Más tarde estos hunos, bajo su fiero rey Atila, establecieron contacto directo con los romanos y se constituyeron en su más terrible enemigo.
Puesto que la nuestra no es una historia del Imperio Romano, sino de la iglesia cristiana, nuestro relato de estas sucesivas tribus invasoras será a grandes rasgos. Las primeras invasiones fueron de razas que estaban entre el Danubio y el mar Báltico. Dirigidos por su capitán Alarico, los visigodos (godos del occidente) se lanzaron sobre Grecia e Italia, capturaron y saquearon a Roma y establecieron un reino en el sur de Francia. Los vándalos, bajo el mando de Genserico, marcharon a través de Francia hasta España y de aquí fueron al norte de África, conquistando estos países. Los burgundos cruzaron el Rin y establecieron un reino que tenía a Estrasburgo como centro. Los francos, una tribu germana, capturaron el norte de Galia, a la cual llamaron Francia. Más tarde un rey de los francos, Clovis, se hizo cristiano y su pueblo lo siguió. Los francos ayudaron grandemente en la conversión del norte de Europa a la religión cristiana, sobre todo por la fuerza. Cuando los sajones y anglos de Dinamarca y los países del norte vieron que las legiones romanas abandonaron Gran Bretaña, realizaron invasiones, generación tras generación, y por poco extirpan al cristianismo antiguo. Esto fue así hasta que el mismo reino anglosajón se convirtió por medio de misioneros de Roma. Alrededor de 450 d.C., los terribles hunos, bajo su despiadado rey Atila, invadieron a Italia y amenazaron no solo con destruir el Imperio Romano, sino también a los reinos establecidos dentro de sus fronteras. Los godos, vándalos y francos, bajo la dirección de Roma, se unieron en contra de los hunos y una gran batalla se llevó a cabo en Chalons al norte de Francia.
Los hunos cayeron derrotados en terrible matanza y, con la muerte de Atila poco después, el poder de estos tuvo fin. La batalla de Chalons (451 d.C.) trajo como resultado que a Europa no la gobernarían los asiáticos, sino que se desarrollaría de acuerdo a su propia civilización. Por estas sucesivas invasiones y divisiones, el otrora vasto Imperio Romano quedó reducido a un pequeño territorio alrededor de la capital.
En 476 d.C. una tribu relativamente pequeña de germanos, los hérulos, bajo su rey Odoacro, tomó posesión de la ciudad y destronó al niño emperador, llamado Rómulo Augusto y apodado Augusto el Pequeño. Odoacro asumió el título de "rey de Italia" y desde ese año, 476 d.C., el Imperio Romano occidental desapareció. Desde la fundación de la ciudad y del estado (que se dice fue en 753 a. c.) hasta la caída del imperio, pasaron mil doscientos años. El Imperio Oriental, que tenía a Constantinopla por capital, duró hasta 1453 d.C. Casi todas estas tribus invasoras fueron paganas en sus respectivos países. Los godos constituyeron una excepción pues ya Arrio los había convertido al cristianismo y tenían la Biblia en su propia lengua. De esta, las porciones aún existentes forman la primitiva literatura teutónica. Casi todas estas tribus conquistadoras llegaron a ser cristianas, en parte por medio de los godos, pero aun más por medio de la gente entre la que se establecieron. Con el tiempo los arrianos llegaron a ser creyentes ortodoxos. El cristianismo de esa época decadente era aún vital y activo y conquistó a estas razas conquistadoras. Estas a su vez, por su sangre vigorosa, contribuyeron a hacer una nueva raza europea. Ya hemos visto que la decadencia y caída del poder imperial romano solo provocó que aumentara la influencia de la iglesia de Roma y sus papas a través de toda Europa. De modo que aunque el imperio cayó, la iglesia aún conservaba su posición imperial.

LIDERES DEL PERIODO

Debemos ahora mencionar algunos de los líderes en este período de la Iglesia Imperial. Atanasio (293-373 d.C.) fue el gran defensor de la fe en el principio del período. Hemos visto cómo se levantó a prominencia en la controversia de Arrio.
En el Concilio de Nicea, en 325 d.C., fue el líder en la discusión aunque no tenía voto. Poco tiempo después, a los treinta y tres años de edad, fue obispo de Alejandría. Cinco veces lo desterraron, pero siempre luchó por la fe. Por último, llegó al final de su vida en paz y honor.
AMBROSIO DE MILÁN (340-397 d.C.), el primero de los padres latinos, fue electo obispo mientras era laico. En esta época aún no era bautizado, sino que estaba recibiendo instrucción para ser miembro. Tanto los arrianos como los ortodoxos se unieron en su elección. Llegó a ser una figura prominente en la iglesia. Por un acto cruel, reprendió al emperador Teodosio y lo obligó a hacer confesión. Después, el emperador lo trató con alta estimación y lo eligieron para predicar durante su funeral. Escribió muchos libros, pero su mayor honor consistió en recibir en la iglesia al poderoso Agustín. Juan, apodado Crisóstomo, "la boca de oro" debido a su elocuencia sin igual, fue el más grande predicador del período. Nació en Antioquía en 345 d.C. Llegó a ser obispo o patriarca de Constantinopla en 398 d.C. y predicó a inmensas congregaciones en la Iglesia de Santa Sofía. Sin embargo, su fidelidad, independencia, celo reformador y valor, desagradaba a la corte. Lo desterraron y murió en el destierro en 407 d.C., pero lo vindicaron después de su muerte. Su cuerpo fue llevado a Constantinopla y enterrado con honores. Fue un poderoso predicador, un estadista y un expositor muy capaz de la Biblia.
JERÓNIMO (340-420 d.C.) fue el más erudito de los padres latinos. Recibió en Roma una educación en literatura y oratoria, pero renunció a los honores del mundo por una vida religiosa, fuertemente matizada de ascetismo. Estableció un monasterio en Belén y vivió allí por muchos años. De sus numerosos escritos el que tuvo una influencia más extensa fue su traducción de la Biblia a la lengua latina, una obra conocida como la Vulgata, a saber, la Biblia en lenguaje común, que aún es la Biblia autorizada de la Iglesia Católica Romana.

AGUSTÍN es el nombre más eminente de todo este período. Nació en 354 d.C. en el norte de África. Desde muy joven fue un brillante erudito, pero mundano, ambicioso y amante del placer. A los treinta y tres años llegó a ser cristiano por la influencia de su madre Mónica, la enseñanza de Ambrosio de Milán y el estudio de las epístolas de Pablo. En 395 d.C., le nombraron obispo de Hipona, en el norte de África, al empezar las invasiones de los bárbaros. Entre sus muchas obras, "La Ciudad de Dios" fue una magnífica defensa a fin de que el cristianismo ocupase el lugar del decadente imperio. Sus "CONFESIONES" son una profunda revelación de su propio corazón y vida. Sin embargo, su fama e influencia están en sus escritos sobre teología cristiana, de la cual fue el mejor exponente desde el tiempo de Pablo. Murió en 430 d.C.