SANTIAGO LEFEVRE.
En los primeros años del siglo XVI,
entre los muchos doctores que ilustraban a la capital francesa, se distinguía
un hombre de corta estatura y de origen plebeyo que, por su saber y elocuencia,
ejercía un gran poder de atracción. Se llamaba Santiago Lefevre. Había nacido
el año 1455 en Etaples, pequeño puerto cercano a Boulogne sur Mer. A su vasta
erudición unía una profunda piedad y un carácter altamente noble. Había viajado
mucho relacionándose, por este medio, con muchos hombres y centros
intelectuales de Europa. En 1493 ya actuaba en la Sorbona y era a los ojos de
Erasmo una de las primeras figuras de aquella Universidad. Aunque fuertemente
ligado a las prácticas religiosas del romanismo, se empeñaba en dar una nueva y
más espiritual orientación a los estudios, estableciendo principalmente el de
la Biblia y el de las lenguas originales en que fue escrita. Su seriedad en la
cátedra no le impedía ser un hombre jovial y sin afectaciones; Cántela, jugaba,
discutía, y a menudo con los alumnos se reía de la locura da este mundo. Un
gran número de discípulos, venidos de toda la nación, le rodéala y escáchala
con cariño e interés. Era un pozo de sabiduría y nadie podía escucharle sin sacar
provecho y ser edificado.
Entre sus alumnos se encontraba
Guillermo Farel, el futuro y atrevido reformador. Ambos estaban entregados por
completo a la mariolatría y se les veía juntos adornando con flores el altar de
la imagen de una virgen. Pero algunos rayos de luz empezaban a brillar en el
alma del venerado profesor; presentía la llegada de días mejores para la
cristiandad, y tomando la mano de Farel le decía: "Querido Guillermo, Dios
renovará el mundo, y tú lo verás".
Lefevre había empezado a escribir la
vida de todos los santos que figuran en el calendario. Ya había escrito sobre
los que figuran en los dos primeros meses, cuando tanta leyenda y puerilidad le
llenó de disgusto. ¡Qué contraste entre este pobre material y la sublimidad de
los Evangelios! Comprendiendo que su penoso y largo trabajo sólo serviría para
fomentar la idolatría y superstición de los lectores, lo abandonó resueltamente
y se volvió a las Sagradas Escrituras. Ese día nació la Reforma en Francia.
En 1512 apareció la primera parle de su
"Comentario sobre las Epístolas de San Pablo" que se conserva en la
Biblioteca Nacional de París, y que hizo decir a Richard Simón que
"Santiago Lefevre debe ser colocado entre los comentadores más hábiles de
su siglo".
Estudiando y comentando esos libros
llegó necesariamente a la doctrina de la justificación por la fe. Los
estudiantes de la Sorbona oían por primera vez este lenguaje extraño y esta
doctrina tan diferente a la que enseñaban los teólogos romanistas: "Es Dios
únicamente que por gracia, por la fe, justifica para vida eterna. Hay una
justicia de obras y otra de gracia; una viene del hombre, la otra viene de
Dios; una es terrestre y pasajera, la otra es divina y eterna; una es la sombra
y señal, la otra es la luz y la verdad; una hace conocer el pecado para huir de
la muerte, la otra hace conocer la gracia para conseguir la vida".
La salvación por gracia, mediante la fe
en Cristo, sin las obras, llegó a ser el tema diario en la Universidad. Pronto
se oyeron las objeciones que siempre se hacen a esta verdad por parte de los
que no la entienden o no la quieren reconocer. "Si somos salvos por la fe
decían no tenemos necesidad de hacer buenas obras; Santiago dice que la fe sin
obras es muerta; esta enseñanza conduce al abandono, a la negligencia, a la
esterilidad".
Lefevre contesta: "¿No dice
Santiago (cap. I.) que toda gracia y todo don perfecto viene de lo alto? Ahora
bien; ¿quién puede negar que la justificación sea el don perfecto, la gracia
por excelencia? Si vemos que un hombre se mueve, la respiración que en él
notamos es para nosotros la señal de que tiene vida. Así las obras son
necesarias como señales de una fe viva que acompañan a la justificación".
Lejos de que la justificación por la fe
conduzca al descuido de las buenas obras, es ella la que las produce y por eso
dice: "¡Oh si los hombres pudiesen comprender este privilegio! ¡Cuan
puros, santos y castos se mantendrían y cuan ignominiosa les resultaría la
gloria del mundo comparada con la gloria interior, que está oculta a los ojos
carnales!"
Lefevre de Etaples ha sido llamado con
justicia el padre de la Reforma. Los protestantes franceses hacen notar con
orgullo y satisfacción que la Reforma no es en los países latinos un producto
importado del extranjero; nació en Francia, germinó en París, tuvo sus raíces
en la misma Sorbona. Lefevre enseñaba en sus aulas la doctrina básica del
protestantismo en el año cuando Lutero iba a Roma por un asunto de frailes y
Zwínglio no había todavía empezado a estudiar las Escrituras.
La persecución no se hizo esperar mucho
tiempo. Actuaba entonces como síndico de la Sorbona Noel Bedier, llamado
comúnmente Beda; hombre que se alimentaba de las sentencias áridas de la
escolástica y que ponía al servicio de la autoridad de la iglesia romana todas
las tesis y antítesis que hervían en su cerebro; andaba siempre en busca de
algún pleito o de algún hombre n quien atacar; todos le temían porque cuando
menos pensaban se hallaban comprometidos en alguna intriga por él fraguada, con
el fin de ejercer una dominación despótica en aquel centro de estudios. Hacía
tiempo buscaba algún pretexto para destruir la influencia moral de Lefevre, y
siendo incapaz de afrontar una lucha sobre una doctrina importante, consiguió
librarla sobre un punto baladí. Lefevre había afirmado que María, la hermana de
Lázaro de Betania; María Magdalena, mujer enferma curada por Jesús: y la
pecadora que aparece1 en el capítulo séptimo de San Lucas, eran tres personas
distintas. Los padres griegos las habían distinguido, pero los latinos lucieron
de las tras una sola. Esta herejía de las tres Marías puso en movimiento a Beda
y a todo su ejército; Fisher, obispo de Roenesfer, uno de los prelados más
eruditos del siglo, escribió contra Lafevre sosteniendo la tesis de María
única; y todos los doctores se declararon contra una opinión que hoy sostienen
los mejores exégetas romanistas, incluso el padre Felipe Scio en sus notas a la
traducción de la Biblia castellana. Lefevre fue condenado y sólo la
intervención del rey Francisco I, que quería humillar a la Sorbona, pudo
librarlo de las garras de sus perseguidores.
Pero Beda y los suyos no se dieron por
vencidos y siguieron conspirando contra Lefevre, y al ver que la leña aun
estaba verde para encender la hoguera procuraron hacerle la vida insoportable.
En este tiempo la Sorbona se pronunció
contra Lutero, de modo que los que se adherían a la doctrina de la gracia eran
severamente vigilados y estaban en constante peligro de ser denunciados y
finalmente condenados.
Entre los amigos de la Reforma se
contaba el obispo Brigonnet, de la ciudad de Meaux, quien no cesaba de
manifestar su gran admiración por Lefevre y las doctrinas que había sacado a
luz. Éste le ofreció un asilo en la sede de su diócesis, y así para disfrutar
de calina y seguridad dejó la capital y se estableció en la ciudad que estaba
destinada a ser teatro de una gran actividad evangélica y refugio de muchos
cristianos perseguidos.
Lefevre en su nuevo campo de acción
exponía las Escrituras con más libertad que en París: "Es necesario decía
que los reyes, los príncipes, los grandes, los pueblos, todas las naciones, no
piensen sino en Jesucristo. Es menester que cada sacerdote se asemeje al ángel
que Juan vio en el Apocalipsis volando por en medio del cielo, teniendo en su
mano el evangelio eterno, para llevarlo a todo pueblo, tribu y nación.
¡Naciones, despertaos a la luz del evangelio y respirad la vida eterna! ¡La
Palabra de Dios es suficiente!"
"¡La Palabra de Dios es
suficiente!" Esta vino a ser la divisa de la Reforma. "Conocer a
Cristo y su Palabra decía Lefevre esa es la teología viva, única y universal.
El que conoce eso conoce todo".
La buena nueva de salvación se predicaba
libremente en Meaux y muchos se gozaban al haber encontrado la perla de gran
precio. En muchas casas de familia se formaban asambleas para estudiar las
Sagradas Escrituras y oír la predicación de los que Dios levantaba para ese
ministerio. En no pocas iglesias la predicación era puramente apostólica. El
obispo se regocijaba al ver cómo la verdad empezaba a desalojar la,
superstición, y alentaba con su palabra y con su ejemplo a los que tomaban
parte en este extraordinario movimiento espiritual.
Lefevre comprendió que la gran necesidad
del momento era poner la Biblia al alcance de todos mediante una traducción en
lengua vulgar. El 30 de octubre de 1522 publicaba los cuatro Evangelios; al mes
siguiente los demás libros del Nuevo Testamento; más tarde aparecieron los
Salmos.
Estas porciones de la Biblia eran
recibidas con verdadero entusiasmo y su lectura derramaba luz a torrentes en
los corazones de la gente ya cansada de las áridas tradiciones del papismo; en
Francia, como en todas partes, penetraban como espada de dos filos hasta partir
el alma y poner de manifiesto las intenciones del corazón.
Los franciscanos empezaron entonces a
hacer una guerra sin cuartel a los amantes de la Palabra de Dios. Saliendo de
sus claustros se introducían en las casas para prevenir a todos, contra las
nuevas ideas que se estaban propagando, y producían alarma diciendo:
"Estos maestros son herejes; atacan las prácticas más santas y niegan los
más sagrados misterios". Los que ya conocían el evangelio y eran lectores
del Nuevo Testamento sabían cómo contestar, pero los demás no, y quedaban bajo
la impresión de que un grave mal les amenazaba.
Llevan su acometida hasta la misma casa
episcopal y apostrofan atrevidamente a Briconnet: "Aplastad esta herejía
le dicen o la peste que ya infecta la ciudad de Meaux correrá por todo el
reino". El obispo los despide varonilmente, pero ellos no se acobardan;
van a París y uniéndose a Beda denuncian al Parlamento quo la mala doctrina se
propaga desde él mismo obispado. La Iglesia, el Gobierno y la Universidad se
unen para extirpar lo que ellos llaman herejía, y aquí es triste ver al obispo
ceder ante la presión de estas fuerzas conjuradas y ponerse en contra de la
obra que había favorecido. Le faltó el valor necesario para pelear la buena
pelea de la fe, y no solamente depone las armas sino que las emplea contra los
soldados de la verdad. El 15 de octubre de 1523 promulgó tres decretos; el
primero recomendando las oraciones por los muertos y la invocación de la
virgen; el segundo prohibiendo prestar, comprar, leer o poseer los libros de
Lulero; el tercero estableciendo la doctrina del purgatorio.
Pero los papistas no estaban satisfechos
con todo esto y lo acusaban de no haber roto completamente con Lefevre y aun de
sostenerlo secretamente, de modo que dos años después volvieron de nuevo sobre
él y le arrancaron una retractación formal que él mismo confirmó proclamando un
ayuno general, acompañado de pomposas ceremonias y la convocación de un Sínodo
que condenó las obras de Lutero.
La caída de Briconnet fue un golpe
terrible para los amigos del Evangelio. Roma triunfaba. Lefevre estaba reducido
al silencio y sus compañeros más atrevidos habían tenido que huir al
extranjero.
Cuando Lefevre ya no podía contar con el
apoyo de sus poderosos amigos, entre los cuales se hallaba el mismo rey
Francisco Iº, ahora prisionero en España, Beda creyó que el momento era
oportuno para hacerlo morir en la hoguera y consiguió que el Parlamento, el 28
de agosto de 1525, condenase nueve proposiciones extraídas de sus obras.
Lefevre comprendió que la hora era crítica y huyó de Meaux para Estrasburgo,
donde se unió a los amigos de la Reforma que con toda libertad estaban
predicando el Evangelio. En esta ciudad tuvo el gran gozo de encontrar a su
discípulo Guillermo Farel que tres años antes había huido de Meaux. El viejo
doctor de la Sorbona encontraba al joven soldado de Jesucristo en la plenitud
de su vigor y lleno de energía espiritual. "¡Oh hijo mío le dijo el
anciano continúa predicando con coraje el santo Evangelio de Jesucristo".
Margarita de Orleans, hermana del rey
Francisco Iº, quien por medio de Lefevre había conocido la verdad del
Evangelio, era a la sazón reina de Navarra. Viendo ella que la vida del ya
viejo y venerado doctor volvía a estar en peligro, dio los pasos necesarios
para que le fuese permitido ir a residir en Nerac, donde ella tenía su modesta
corte. Al lado de esta discípula que había convertido su pequeño Estado en un
asilo de cristianos perseguidos, podía descansar de sus trabajos en los últimos
años de su carrera terrenal.
En 1534 lo visitó el joven Juan Calvino,
quien más tarde daría a la Reforma tan poderoso impulso.
Noticias consternadoras llegaban de
París. En enero de 1535 eran quemados seis creyentes en las plazas principales,
y el rey con sus tres hijos, seguido de gran cortejo, asistía a estas
ejecuciones. Muchos otros sufrían idénticos suplicios, pues el rey ya se había
dejado dominar por los clérigos desoyendo los consejos de su ilustre y piadosa
hermana Margarita.
Un día, a principios del año 1536,
Lefevre se sentaba a la mesa de la reina junto con otros invitados. Todos
notaron en él un semblante triste. La reina le preguntó la causa de este
abatimiento y él contestó: "Es muy natural que cuando tantas personas
mueren confesando el Evangelio que yo les he enseñado, me aflija por no haber
sabido merecer la misma suerte".
Después de la comida se acostó para no
volver a levantarse más. Pasó los últimos momentos de su vida mirando con gozo
la ciudad celestial a la cual se dirigía. El pastor Roussel, otro exilado,
estaba a su lado y escuchó las últimas palabras que salieron de los labios de
este hombre de Dios, que pasó sus años enseñando la verdad con amor. Fueron
también estas últimas palabras, palabras de fe y esperanza, lamentando tan sólo
morir sobre un lecho rodeado de amigos, pues creía que su vida debía haberla
terminado como sus discípulos, muriendo en la hoguera.
Fue sepultado en la iglesia de Nerac,
cubierto con una piedra de mármol que la reina Margarita había hecho preparar
para su propia sepultura.
JUAN LECLERC
Entre los cristianos evangélicos de
Meaux actuaba destacadamente un cardador de lana llamado Juan Leclerc a quien
todos reconocieron como el verdadero pastor del rebaño cuando los doctores
habían tenido que huir o guardar silencio. Su padre permanecía adicto a la
causa romanista, pero su madre, en cambio, le acompañaba en la fe, lo mismo que
un hermano llamado Pedro.
La doctrina del sacerdocio universal de
los creyentes no era letra muerta entre los reformados, así que entre ellos
llegó a ser muy natural que un hombre de humilde profesión, sin instrucción
académica, se levantase para predicar, enseñar las Escrituras y pastorear a la
iglesia perseguida. Leclerc era uno de éstos, que sin revestir el carácter
ministerial formal, se dedicaba a impartir a sus hermanos el conocimiento de la
verdad que él había adquirido mediante la lectura de la Biblia y de tratados de
controversia y edificación que circulaban en aquellos días de gran agitación
religiosa. Tenía gran facilidad para exponer las Escrituras, y el fervor
espiritual que le animaba se comunicaba pronto a cuantos le oían. Su palabra
iba siempre acompañada de poder y obraba milagros, produciendo conversiones
instantáneas seguidas de frutos dignos de arrepentimiento.
El trabajo con que se ganaba el pan no
le impedía encontrar tiempo para andar de casa en casa fortificando la fe de
los discípulos y consolando a los muchos afligidos que había entonces entre los
que seguían el Evangelio.
Más de una vez sentía impaciencia al
saber que en Francia la Palabra de Dios no se recibía con tanto fervor como en
los países vecinos. Hubiera querido ver el edificio papal derrumbarse en un
instante para que de sus escombros se levantase el verdadero templo del Señor.
Su impetuosidad era parecida a la de Carlstadt en Wittemberg. Escribió una
proclama contra el Anticristo de Roma anunciando que el Señor no tardaría en
destruirlo con el soplo de su boca y la claridad de su venida, y la colocó en
las puertas de la catedral. Toda la ciudad fue conmovida y los frailes
irritados exclamaban: ¡Un cardador de lana, lanzarse así contra el papa! ¡Esto
es intolerable! ¡Un castigo ejemplar se impone! Leclerc fue arrestado.
El proceso terminó en menos de una
semana, en el que fue condenado a ser azotado tres días consecutivos por las
calles de la ciudad y al tercer día marcado en la frente con un hierro
candente. Pronto empezó este triste espectáculo. Con las manos atadas a la
cintura y las espaldas desnudas, era paseado por las calles, y los verdugos le
seguían dejando caer los golpes que tenía que recibir. Una multitud seguía el
cortejo, y la sangre que corría de las espaldas del mártir iba dejando señales
en la ruta. Muchos lanzaban improperios maldiciendo al hereje, mientras otros
con el silencio expresaban su conmiseración. Una mujer iba a su lado
alentándolo con sus signos, sus, palabras, sus miradas: era su madre, mujer
heroica y piadosa que lo secundaba en sus tareas de pastor.
El tercer día, después que había
terminado la sangrienta y cruel procesión hicieron detener a Leclerc en la
plaza donde se efectuaban las ejecuciones. El verdugo encendió el fuego y
calentó el hierro con el que tenía que marcar al siervo de Jesucristo.
Acercándose le puso en la frente la marca de los herejes. Se oyó un gemido,
pero no fue Leclerc quien lo lanzó; era su madre que presente al espectáculo,
despedazada de dolor, sentía en ella librarse un combate; era el entusiasmo de
la fe que luchaba con el amor de madre. Al fin la fe triunfó y con una voz que
hizo temblar á los verdugos dio gloria a Cristo su Salvador. Esa audacia
hubiera sido castigada por los esbirros de la tiranía papal, pero el heroísmo
de esta madre cristiana había helado la sangre de soldados y sacerdotes. La
multitud respetuosa no se movió y la heroína de la fe volvió a su casa sin ser
molestada. "Ninguno de sus enemigos dice Teodoro de Beze se atrevió a
poner sobre ella la mano".
Después que Leclerc fue puesto en
libertad se retiró a una población cercana y en 1523 se estableció en Metz,
Lorena, donde nuevas y más dolorosas pruebas le esperaban.
Trabajando siempre de su oficio se
ocupaba activamente en la evangelización, consiguiendo la conversión de muchos
que fueron las primicias de una iglesia que llegó a ser célebre en los anales
del protestantismo francés.
Metz se había convertido en un foco de
luz espiritual y mucha gente de distinción había abrazado abiertamente la fe,
cuando el celo imprudente de Leclerc detuvo bruscamente la marcha lenta pero
segura de la naciente iglesia, precipitándola en una tempestad destructora.
El espíritu de Leclerc, como el de san
Pablo en Atenas, se deshacía en él, viendo la ciudad entregada a la idolatría.
El día de una gran fiesta religiosa se acercaba. Cerca de la ciudad había una
vieja capilla que guardaba las imágenes "milagrosas" de muchos santos
y vírgenes, las que eran visitadas anualmente por una numerosa peregrinación.
Leclerc se acordó de estas palabras del Éxodo: "No te inclinarás a sus
dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del
todo, y quebrarás enteramente sus estatuas". 23:24. Olvidándose que el
espíritu del Antiguo Testamento es distinto del espíritu del Nuevo, y que una
cosa es Israel y otra la iglesia, creyó leer en estas palabras una orden de
Dios que él debía ejecutar. Sin consultar a sus hermanos, la víspera de la
peregrinación, a la noche, se dirigió a la capilla, sacó las imágenes de sus
altares, las hizo pedazos y las esparció por el suelo. Consumado el hecho
regresó a la ciudad antes de salir el sol.
Pocas horas después todo Metz estaba en
movimiento organizando la peregrinación, la que con gran pompa se puso en
marcha encabezada por los canónigos y frailes, llevando cruces, banderas, velas
y estandartes. Después de una hora de marcha se hallaron frente al venerado
santuario, pero al penetrar comprueban el hecho inaudito. ¡Las imágenes
"milagrosas" despedazadas! Retroceden espantados y pronto se oye un
grito que sale de la boca de cada uno: "¡Muerte, muerte al
sacrílego!" Vuelven a Metz en desorden resueltos a encontrar al autor de
aquella acción.
Leclerc era conocido de todos por el
testimonio que constantemente daba y por la marca que llevaba en su frente.
Muchas veces le habían oído decir que las imágenes son ídolos y que su culto
está prohibido en las Sagradas Escrituras. Todas las sospechas caen sobre él.
Algunos, además, aseguraban haberlo visto regresar por la ruta de la capilla al
amanecer. Lo prenden. Confiesa el hecho y exhorta a todos a adorar a Dios en
espíritu y en verdad y a dejar una adoración que Dios condena.
Ante los jueces se manifiesta heroico y
sereno. Fue condenado a ser quemado vivo y pronto lo conducen al lugar de la
ejecución.
Ahí le esperaba una escena horrorosa.
Los verdugos se ingeniaron para que la crueldad del suplicio fuese
espantosamente horrible. Junto a la hoguera calentaron muchas tenazas que
servirían para la operación. El mártir con su mirada puesta en lo alto
escuchaba sin inmutarse el clamor de la turba enfurecida. Con las tenazas
enrojecidas empezaron a arrancarle partes de la cara y músculos de los brazos,
de las piernas y del tronco, pero él sostenido por un poder sobrehumano repetía
estas palabras del salmista:
"Sus ídolos son plata y oro, obra
de manos de hombres. Tienen boca mas no hablarán; orejas tienen mas no oirán;
Tienen narices mas no olerán. Manos tienen mas no palparán; tienen pies mas no
andarán; no hablarán con su garganta. Como ellos son los que los hacen;
cualquiera que en ellos confía. Oh Israel confía en Jehová: Él es su ayuda y su
escudo". Salmo 115:4-9.
Los adversarios viendo tanta constancia
estaban asombrados. Los creyentes se sentían robustecidos. El pueblo que había
mostrado tanta ira estaba conmovido. Después de las torturas Leclerc fue
quemado a fuego lento. Tal fue la muerte del primer mártir del Evangelio en
Francia en el siglo de la Reforma.
LUIS DE BERQUIN.
Una hoguera ya había sido encendida,
pero el Moloc de la intolerancia exigía nuevas víctimas. El primero en ser
sacrificado había sido un modesto cardador de lana. Ahora buscaban a otro pero
que fuese de más elevado rango social, para acobardar a las personas ilustradas
e influyentes que se mostraban inclinadas a los principios de la Reforma.
Brigonnet ya se había sometido, Lefevre había huido y estaba fuera del alcance
de los perseguidores; éstos dirigieron sus miradas a un caballero de la corte
llamado Luis de Berquin, a quien se consideraba el hombre más bueno y más sabio
entre los miembros de la nobleza.
Este hombre era amado y respetado en la
corte de Francisco I por sus excelentes virtudes personales, costumbres puras,
amor a la ciencia, trato amable, y, sobre todo, por la caridad no fingida que
tenía para con la gente de baja suerte.
En religión se distinguía como adicto
ferviente a la iglesia romana y por el horror que tenía a todo lo que
significase profesar ideas que no tuviesen la sanción de la misma. Era muy raro
encontrar en la corte un hombre de tan buenas costumbres y que tomase la
religión tan en serio. Parecía imposible que un hombre tal algún día pudiese
hallarse inclinado a un movimiento religioso que Roma condenaba sin consideración
ninguna, pero algunos rasgos de su carácter contribuyeron poderosamente a
emanciparle de las cadenas que le ligaban: era enemigo de toda simulación e
intriga, de modo que al ver a Beda y su cohorte empeñados en perjudicar a
otros, les declaró la guerra, y desde la corte donde su influencia era grande,
se puso a favorecer a los que eran víctimas de la persecución. Se despertó así
en él un vivo deseo de conocer las Sagradas Escrituras que daban origen a esa
lucha, y no bien se puso a leerlas, la luz penetró en su mente y corazón.
Busco, además, la amistad de Lefevre para tener con él conversaciones
espirituales y estudiar los temas que tanto se discutían en aquellos días, los
cuales tuvieron por resultado su conversión a la fe evangélica. Se apoderó de
él un celo realmente apostólico y se puso a escribir, traducir y propagar
muchos libros y folletos, figurándose que todos recibirían la verdad con la
misma prontitud y sinceridad con que él lo había hecho. Su prodigiosa
actividad, su amor sincero a la verdad, y sus brillantes talentos hicieron
decir a Teodoro de Beze, que Berquin hubiera sido para Francia lo que Lutero
fue para Alemania, si hubiera encontrado la protección de un Elector de Sajonia
en lugar de la oposición de un Francisco I.
El coraje de Berquin aumentaba frente a
la oposición y dirigió sus ataques a la Sorbona acusando de impiedad a sus
doctores. Beda entonces se puso en acecho y no tardó en descubrir en los
escritos del caballero del rey suficientes herejías como para hacerlo morir.
"¡Pretende dijo que no se debe invocar a la virgen María ten; lugar del
Espíritu Santo, ni llamarla fuente de toda gracia! ¡Se levanta contra la
costumbre de llamarla nuestra esperanza, nuestra vida, y dice! que esos títulos
corresponden solamente al Hijo de Dios. La gran verdad cristiana de que Cristo es
el único Salvador, único Mediador, único Sacerdote, y que a su divino nombre no
puede acoplarse ningún nombre humano, ni angélico, era para los secuaces de
Roma una horrible herejía que tenía que ser severamente castigada.
Había otra cosa que alarmaba a los
papistas; era que la casa de Berquin estaba convertida en un arsenal repleto de
armas para combatir a la iglesia. ¿No será de ella que salen todos esos libros
que inundan a París y a la Francia entera? ¡Hay que detener el torrente secando
la fuente de donde mana!
Un día cuando el piadoso Berquin estaba
entregado a la meditación y estudio, sepultado entre pilas de libros, la
policía armada rodeó su casa y golpeó fuertemente la puerta. Eran los agentes
de la Universidad, que provistos de la autorización del Parlamento venían a
hacer una requisa. Beda, el temible síndico estaba a la cabeza y jamás
inquisidor alguno cumplió mejor su detestable oficio. Entró con sus satélites
en la biblioteca de Berquin y comenzó el examen de los libros. Ni un solo
ejemplar se escapó, tomando de todos ellos un completo inventario. ¿Qué
hallaba? Aquí un tratado de Melanthon; allí uno de Carlstadt; más allá ¡libros
de Lutero!; y junto con todo este material ¡manuscritos heréticos salidos de la
pluma de Berquin! Beda salió triunfante de la casa llevando el botín, el cuerpo
del delito para acusar y hacer morir al caballero del rey.
Berquin comprendió que una tempestad se
había desencadenado, pero no perdió el coraje. El 13 de mayo de 1523 el
Parlamento ordenaba que los libros requisados fuesen examinados por la Facultad
de Teología, y pocos días después se ordenaba quemarlos y hacer comparecer a su
dueño. El acusado no ignoraba que una hoguera estaba preparada, pero mostró
ante sus jueces la firmeza de un Lutero ante la dieta de Worms. El parlamento
ordenó su detención y lo entregó al obispo de París para que le formase un
proceso; y desde entonces tuvo que andar de tribunal en tribunal y de prisión
en prisión.
Los nobles se sintieron ofendidos al ver
que un caballero de la corte era tratado de ese modo por los frailes y
consiguieron salvarlo, siendo puesto en libertad por orden del rey.
Berquin se imaginó que esta derrota de
sus enemigos era el principio del triunfo del Evangelio en Francia y en este
sentido escribió a Erasmo, pero este hombre tímido, que decía no haber nacido
para ser mártir, le contestó desanimándolo y encargándole que no fuese a
mezclarlo imprudentemente en una cuestión peligrosa.
Berquin comprendió que no podía esperar
nada de los hombres y se echó en las manos de Dios.
El evangelio progresaba en Francia, y
eran tantos los cristianos contra quienes se llevaba a cabo la persecución, que
por un tiempo los frailes se olvidaron de Berquin, quien continuaba sembrando a
manos llenas la simiente de la verdad.
Pero esta calma no duraría mucho tiempo.
En enero de 1526 se le formó un nuevo proceso en el cual se le declaró hereje.
Margarita de Orleans, hermana del rey, lo animaba con sus poesías espirituales
y seguramente intercedió en su favor porque fue puesto en libertad.
Beda y los suyos no se daban, sin
embargo, por vencidos y estaban en acecho para proceder contra él en la primera
oportunidad; y en marzo de 1529 fue arrestado y el 17 de abril fue condenado a
ser estrangulado y quemado en la hoguera, y esta vez para no dar tiempo a que
sus amigos consiguiesen librarlo, resolvieron ejecutar la sentencia el mismo
día. Sereno marchó al lugar del suplicio y un testigo de su martirio dice que
"murió con tanta calma como cuando estudiaba en su gabinete o meditaba en
el templo sobre las cosas del Señor."
MARGARITA DE ORLEANS
Margarita de Orleans, llamada también de
Valois, hermana única del rey Francisco I y más tarde reina de Navarra, nació
el 11 de abril de 1492. Todo se combinaba para hacer de esta princesa una
persona dedicada a la vida frívola y mundana, y el gran mérito que hay que
reconocer en ella es el de haber sabido substraerse a tantas malas influencias,
hasta a la de su propia madre, para consagrarse a todo lo que era bueno, santo
y beneficioso a los que la rodeaban. No hay duda que esto se debió a que desde
muy joven tuvo quien dirigiese sus pensamientos a Jesucristo y su Evangelio.
Su temperamento serio y jovial a la vez,
su sólida educación, su gracia y su belleza, se unían para hacer de ella una de
las mujeres más acabadas de que se tenga conocimiento, según lo han puesto de
manifiesto muchos autores que de ella se han ocupado y con especialidad
Brantome en su Vida de Damas ilustres.
Además de su propio idioma hablaba el italiano
y el español, y leía con facilidad el latín, el griego y el hebreo. Estudiaba a
fondo la filosofía y la religión y cultivaba con esmero las bellas artes. Era
poetisa y buena escritora en prosa, pero no dejaba de ser una mujer práctica y
capaz para afrontar los más serios problemas de la vida. Administró con
sabiduría los asuntos del Estado, fue fiel a sus amistades, pura en medio de
una corte mundana, fiel consejera e inspiradora de su hermano rey, y tolerante
en un siglo de enconos y persecuciones.
Fue la primera persona de la
aristocracia francesa que .se adhirió a las ideas de la Reforma, llegando a ser
un instrumento en las manos de la Providencia para detener la persecución y
librar a muchos cristianos de una muerte segura. Moderada en su temperamento no
estuvo de acuerdo con los que llevaban su celo hasta convertirse en
iconoclastas, pero sentía repugnancia por las groseras supersticiones que se
unen al culto de las imágenes y luchó valientemente contra frailes fanáticos y
doctores de la Sorbona, que cerraban la puerta del reino de Dios y ni ellos
entraban y a los que entraban se lo impedían.
Fue durante muchos años el ángel tutelar
de su hermano a quien por todos los medios procuró conducirlo a la vida
cristiana; pero fue combatida por las pasiones que dominaban al rey y a la
reina madre, de modo que no pudo impedir que al fin éste se viese envuelto en
una historia de crueles persecuciones.
Cuando ella contaba diecisiete años.
Luís XII sacrificándola a los intereses de la política, la casó con el duque de
Alencon, hombre muy inferior a ella, a quien nunca se sintió ligada por el
vínculo del amor. Brantone dice: "Dio a Dios su corazón que no pudo dar a
su marido, y tomó por divisa una flor de caléndula mirando al sol, con esta
divisa: non inferior secutus (no busco las cosas de la tierra), en señal de que
ella dirigía todas sus acciones, deseos y afectos a ese gran Sol que es Dios; y
por eso la sospecharon de la religión de Lutero."
Su cultura espiritual empezó en 1521
cuando tomó por maestro a Lefevre d'Etaples, a quien solicitó pronto una
traducción francesa de las Sagradas Escrituras. Los libros protestantes que
llegaban a sus manos le hablaban en cada página de la iglesia primitiva, de la
Palabra de Dios, de la libertad cristiana, y le decían que Dios había
disimulado los tiempos de esta ignorancia, pero que ahora mandaba a todos los
hombres en todos los lugares que se arrepintiesen, que se diesen vuelta de los
caminos torcidos, abandonando los dogmas anti-bíblicos y las prácticas
idolátricas.
Margarita, autora de poesías de positivo
mérito literario, puso en verso los combates espirituales que libró su alma.
Cuando llega a ver la gravedad de su pecado exclama: "¡No hay en el abismo
un castigo suficiente para la décima parte de mis pecados!" Pero pronto
aparta su mirada de ella misma para fijarla en Cristo y echándose a sus pies
logra el perdón que la tranquiliza. En uno de sus versos expresa la confianza
que ha depositado en Cristo diciendo: "Jesús el Verbo divino, el único
Hijo del eterno autor, es el primero, el último, obispo y rey, potente
vencedor, y de la muerte por la muerte libertador. El hombre por la fe es hecho
hijo del Creador, por la fe justificado, santificado, restaurado a la
inocencia; por fe tengo a Cristo y en él todo en abundancia".
No tardó en saber que todo aquel que
quiere vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerá persecución. Se habló en la
corte de las nuevas ideas religiosas de Margarita y un coro de fariseos
exclamó: ¡La hermana del rey mezclada con esos herejes! ¡Amiga de Lefevre, y en
correspondencia con los corifeos de la Reforma! Se creyó que toda había
terminado para ella pero no fue así. Su hermano no permitió que la tocasen.
Dios la había destinado para ser manto de protección a muchos creyentes
perseguidos y por eso la libró de la ira de sus adversarios.
A raíz de la batalla de Pavía, que tuvo
lugar el 24 de febrero de 1525, Francisco I fue hecho prisionero y conducido a
España y Margarita, impulsada por el gran amor que le profesaba, exponiéndose a
serios peligros cruzó la frontera para tramitar su libertad y llevarle algún
alivio en su aflicción. Douen nos dice que "aun en España, aun en viajes
que exigían el continuo cambio de domicilio de la corte, Margarita no olvidó a
los reformadores de Meaux refugiados en Estras-burgo y proveyó a su
mantenimiento".
Cuando no pudo ya impedir que la
persecución se desencadenase y tuvo que ver a su hermano idolatrado dando
brillo con su presencia a los autos de fe que tenían lugar en París, escribió
algunas poesías sentimentales en las que llama a Dios en socorro de los suyos y
dice: "Despierta, Señor, socorre; ven a vengar la muerte de los tuyos. Tú
quieres que tu Evangelio sea predicado por los tuyos en castillos, ciudades y
aldeas. Da a tus siervos corazones firmes y fuertes. Que ardiendo en amor
afronten la muerte".
La dispersión de los evangélicos con
quienes se había relacionada la dejó en un estado de dolorosa soledad, pero no
perdió el contacto con ellos y por medio de una constante y buena
correspondencia continuó alimentando su alma e instruyéndose en las Sagradas
Escrituras.
Siendo reina de Navarra realizó muchas
obras de progreso, introdujo reformas para mejorar las costumbres de sus
habitantes e hizo factible el cultivo de las tierras a fin de conseguir el
bienestar general.
No rompió oficialmente con el
catolicismo pero implantó prácticas que los obispos miraron como demasiado
avanzadas, y bajo su influencia él ducado de Alencon abrazó el protestantismo,
siendo llamado la pequeña Alemania.
Siguiendo el ejemplo del buen samaritano
se consagró a la cristiana tarea de aliviar a los pobres, visitando a los
enfermos personalmente. Tomaba las medidas necesarias para que no les faltasen
alimentos ni asistencia médica. Fundó en Pau un hospital como había fundado uno
en París.
En su estado las multas que se cobraban
a los delincuentes se empleaban para aliviar las necesidades de las familias de
los mismos.
Ella misma se imponía muchas privaciones
a fin de poder aliviar a los necesitados y socorrer a los cristianos
perseguidos, lo mismo que a los amigos de las artes y1 de las letras, quienes
le formaban ya en Pau, ya en Nerac, una corte no menos brillante que la de
algunos monarcas poderosos.
Procuró en vano ser un puente que uniese
a católicos y protestantes. Ella, como muchos otros, no llegó a comprender que
la ruptura con Roma tenía que ser absoluta y radical, para que fuese posible
seguir la fe cristiana de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras. Por eso
no siempre agradó a los protestantes; y los católicos, por su parte, la miraban
como persona peligrosa, infectada de herejía. Escondió a Calvino cuando este
reformador tuvo que huir de su patria perseguido por la Sorbona, pero no se
atrevió a ir tan lejos como él al pronunciarse contra las creencias
tradicionales.
Las matanzas de protestantes en
Cabrieres y Merindol en 1545 y las hogueras encendidas en Meaux en 1546 fueron
para ella golpes que la acercaron a la sepultura. Falleció en octubre de 1549.
GUILLERMO FAREL
En el sur de Francia, a tres leguas de
la ciudad de Gap, en una pequeña aldea llamada Farel, nació el año 1490 un niño
al cual pusieron el nombre de Guillermo. Sus padres, personas que disfrutaban
de bienestar en la comarca y que se1 distinguían por su sincera adhesión al
catolicismo, educaron al niño con esmero y de acuerdo con una severa
disciplina. Guillermo demostró desde muy pequeño cualidades muy raras; espíritu
penetrante, viva imaginación, sinceridad, rectitud, y un atrevimiento tal que
le llevaba a desafiar todos los obstáculos.
Tenía sólo diez años cuando sus padres
lo llevaron en peregrinación a un lugar llamado Tallard, donde se adoraba una
cruz que según la superstición popular estaba hecha con madera de la cruz en
que murió el Salvador en el Calvario, la cual tenía, además, algunas piezas de
metal hechas con parte del lebrillo que usó al lavar los pies a sus discípulos.
Del todo entregado a las prácticas
religiosas de su ambiente se acostumbró a venerar las imágenes y reliquias
espúreas, rindiéndoles un culto que más tarde le horrorizaba el sólo recordarlo.
Las hermosuras de la naturaleza que le
rodeaban le hablaban de la grandeza de un Creador. La cadena magnífica de los
Alpes, sus cimas cubiertas de nieve, los picos agudos de las rocas que llegaban
a los cielos, y tantas otras obras portentosas despertaban su imaginación y
elevaban su espíritu.
Una vez que terminó los estudios que se
podían hacer en el terruño natal manifestó a sus padres el deseo de seguir
estudiando para dedicarse a las letras. Su padre había pensado en verlo
sobresalir en la carrera de las armas, de modo que puso un poco de resistencia
a la vocación que manifestaba. Este niño estaba destinado por Dios para ser
soldado, pero soldado de la mejor de las milicias: la de Cristo. Llegó el
momento cuando necesitaba un nuevo horizonte y París con todo su esplendor le
atraía. ¿No estaba en esa ciudad la famosa Universidad llamada madre de todas
las ciencias y lumbrera de la iglesia? ¿No eran sus fallos doctrinales
considerados casi infalibles; no enseñaban en ella los mejores hombres del
siglo? En 1510 se realizaron sus deseos y poco tiempo después se hallaba
sentado a los pies de Lefevre, el doctor ilustre que al comentar las Epístolas
de San Pablo en las aulas, lograría encender una luz evangélica en medio de las
tenebrosidades del escolasticismo: un pequeño fuego que no tardaría en convertirse
en gran incendio.
Cuando Farel llegó a París estaba
completamente sumergido en el espíritu idolátrico del papismo. "Yo creo
decía en la cruz, en las peregrinaciones, en las imágenes, en las promesas, en
los votos, en las reliquias. Eso que el cura tiene en la mano, que guarda, que encierra,
que come, que da a comer, es mi solo Dios verdadero, y para mí no hay otro, ni
en el cielo ni en la tierra,"
La lectura de la Biblia le libraría de
esta abominable idolatría. La voz de Dios que en sus páginas oía y la voz de la
iglesia estaban en desacuerdo, pero acostumbrado a la sumisión ciega, a
doblegarse ante el dogma de la autoridad decía: "¡Ah! yo no entiendo bien
estas cosas; tengo que dar a las Escrituras otro sentido del que parecen tener,
debo sujetarme a la mente de la iglesia y a las ideas del papa."
Un día cuando estaba leyendo la Biblia
se le acercó un doctor y lo reprendió duramente diciendo: "Nadie debe leer
este libro antes de haber estudiado filosofía y haber terminado su curso de
artes." Era una preparación en la que los apóstoles no habían pensado,
pero Farel se sometió y abandonó el libro por el cual ya sentía mucho cariño.
Como él dijo más tarde, "ese día cerró los ojos para no ver."
Recrudeció entonces en Farel el fervor
papista. Recordando este período sombrío de su carrera escribió más tarde:
"Día y noche yo me ocupaba en servir al diablo, según el hombre de pecado,
el papa. Tenía un panteón en mi corazón, y tantos abogados, tantos salvadores,
tantos dioses, que podía considerarlo un registro papal."
En este tiempo Lefevre empezó a enseñar
que el hombre es impotente para salvarse por medio de sus obras y que la
justificación del pecador depende de la obra de Cristo en la cruz. Farel
escuchaba aquella doctrina con sorpresa y temor, al mismo tiempo que con algo
de satisfacción. Si era cierta, ya sabía dónde encontrar la solución a los
terribles problemas del corazón. En Cristo hallaría lo que en vano andaba
buscando en los santos, en la virgen, en los ritos, en los sacramentos. La luz
resplandeció en las tinieblas. "Lefevre me dijo sacó de la falsa opinión
de los méritos y me enseñó que todo dependía de la gracia; la que creí al
oírla." La conversión de Farel fue instantánea. Alumbrado por una luz
superior vio que todo estaba hecho ya y que a él sólo le tocaba aceptar lo que
un Salvador amante le estaba ofreciendo gratuitamente. El edificio papista en
el cual se había cobijado se derrumbó tan prontamente como aquel en el que se
había cobijado el fariseo Saulo de Tarso.
Anclada su alma en el puerto seguro
donde estaba libre de las tempestades que la habían azotado, pudo decir:
"Ahora todo se me presenta bajo un nuevo aspecto. La Escritura es clara;
los profetas están abiertos; los apóstoles derraman una gran luz en mi alma.
Una voz hasta ahora desconocida, la voz de Cristo, mi pastor, mi maestro, mi
doctor, me habla con poder."
Ahora lo que quería era prepararse lo
mejor posible para trabajar eficazmente en la viña del Señor. Se puso a
estudiar con entusiasmo el griego y el hebreo para poder leer en sus lenguas
originales las Escrituras que predicaría a su pueblo.
Ya no necesitaba más de las tradiciones
humanas; nada le importaba de lo que decían los papas y concilios; nada le
importaba tampoco la fuerza de la costumbre. Su guía, su autoridad era la de
Dios que le hablaba en su santa Palabra. Oigamos cómo se expresaba: "Tu
solo eres Dios; tú solo eres sabio; tú solo eres bueno. Nada hay que quitar a
tu ley santa; nada hay que añadirle; porque tú eres el único Señor, y tú solo
tienes autoridad."
Cuando la persecución obligó a Lefevre a
dejar París ésta alcanzó también a su discípulo y ambos encontraron un refugio
en Meaux donde el obispo Brigonnet favorecía la Reforma.
Su celo apostólico le empujó al sur del
país donde se puso a evangelizar a los suyos. Se sentía deudor a ellos. Quería
contar cuan grandes cosas había hecho el Señor a su alma.
Las noticias de lo que pasaba en el
norte donde el testimonio del Evangelio era sellado con la muerte de los
confesores, inspiró cierto espanto a sus hermanos y parientes. ¿No está
exponiéndose a una muerte cruenta? ¿Veremos también aquí esas escenas de horror
y esas luchas religiosas que conmueven al mundo? El único que nada teme es
Farel y habla resueltamente a todos logrando ganar algunas personas a la fe;
entre otras a tres de sus hermanos, quienes no manifestaron entonces su cambio
de creencias, pero quienes cuando vino la persecución sacrificaron
valientemente sus bienes, sus amigos, todo, para seguir a Jesucristo.
"Nueva y extraña herejía decían
unos según la cual no valen nada todas nuestras prácticas piadosas".
"No es ni cura ni fraile decían otros no le es lícito predicar".
¿Cómo predicaba Farel? Oigamos al
respecto la palabra de D'Aubigne: "Su voz de trueno hacía temblar a sus
oyentes. El vigor de sus convicciones creaba fe en las almas, el fervor de sus
¡oraciones los elevaba hasta el cielo. Él lo demolía todo y construía con igual
energía. Nunca atacó un punto de difícil acceso que no lo tomara".
En Gap había una capilla dedicada a
Santa Colomba y Farel se atrevió a "profanarla", como dice una vieja
crónica capuchina. Cuando las autoridades supieron que él estaba predicando en
ella concurrieron armadas para disolver la reunión. Las puertas estaban
cerradas y doblemente trancadas. Los oficiales golpean ordenando que se abran,
pero nadie responde. Quebraron las puertas y entraron. Una enorme concurrencia
llenaba todo el edificio; pero ni uno solo volvió la cabeza, todos estaban
bebiendo con ansiedad las elocuentes palabras del intrépido predicador. Los
oficiales subieron al pulpito, se apoderaron violentamente de», él y lo
condujeron a la prisión.
Puesto en libertad, debido a la
influencia de sus parientes, se dirigió a la campaña donde el terreno se
prestaba mejor para sus operaciones. Los bosques, y las montañas llenas de
grutas y rocas escarpadas le proporcionaban escondite cuando las autoridades lo
buscaban. Muchos de los campesinos recibieron con gozo la palabra y un
caballero llamado Anrenond de Coct no sólo se convirtió sino que se puso a la
par de Farel a predicar con entusiasmo, sorprendiendo a la gente que pensaba
que esta misión sólo podían desempeñarla personas dedicadas a la carrera
eclesiástica. El trabajo de estos dos laicos fue vigorizado cuando el cura de
Grenoble, Pedro Sebville, atraído a la fe se puso a predicar el Evangelio
"claramente, puramente, santamente." Y aunque la oposición empezó a
hacerse violenta, el despertamiento que corría por todas partes era
incontenible.
Los enemigos pedían la prisión y muerte
del hereje perturbador de la tranquilidad de aquellas comarcas. Jesús había
dicho que no había venido a traer paz en la tierra sino espada, y esta palabra
tenía cumplimiento en el sur de Francia donde las opiniones estaban divididas.
Llegó el momento cuando tuvo que pensar con dolor en abandonar el suelo nativo.
Por caminos tortuosos y escondiéndose en los bosques pudo escapar de la
persecución y llegar a Suiza donde Dios le reservaba grandes triunfos y
abundantes frutos espirituales. Era a principios de 1524.
Ya había en Basilea una iglesia
compuesta por refugiados franceses escapados a la hoguera. Todos conocían de
nombre al heroico compatriota y se alegraron de verlo salvo en su seno. Lo
presentaron a Oecolampade, jefe de la Reforma en esa ciudad, y éste lo recibió
en su casa proporcionándole una habitación y haciéndole participar de su frugal
mesa.
La ciencia, la piedad y el coraje del
joven francés contribuyeron a que ganase el corazón de todos. Farel había
llegado en, días cuando Oecolampade estaba muy desanimado al ver poco fruto en
la obra. "Entre los turcos decía tal vez tendría más resultado." Pero
la llegada de Farel despertó en él nuevas esperanzas. "¡Oh querido Farel,
le decía, espero que el Señor haga nuestra amistad inmortal! Y si no podemos
estar unidos aquí en la tierra nuestro gozo será mayor cuando estemos reunidos
junto a Cristo en el cielo."
Un día el consejo de la ciudad anunció
que un cristiano llamado Guillermo Farel iba a sostener una serie de artículos
que había redactado e invitaba a los ciudadanos, curas y doctores a comparecer
a la discusión. Las proposiciones encerraban los dos grandes principios de la
Reforma: suficiencia de las Escrituras para conocer la voluntad de Dios y
suficiencia de Cristo para salvar al pecador. Oigamos algunas de ellas:
"Cristo nos ha dado una regla
perfecta de vida: nadie tiene derecho de quitar ni añadir nada."
"Guiarse por preceptos que no sean
los de Cristo, conduce a la impiedad."
"El que espera ser justificado por
su propia justicia y sus propios méritos, y no por la fe, se constituye a sí
mismo en un Dios".
Llegó el día cuando debía celebrarse el
debate. Toda la ciudad esperaba oír la respuesta de los defensores de la
doctrina romanista. Farel habló con tal elocuencia, tanto en palabra como en
argumentación, que nadie se atrevió a replicarle. "Es bastante fuerte,
decían, para confundir a toda la Sorbona."
Visitó luego varias ciudades de la Suiza
y en todas partes era recibido entusiastamente, pero Erasmo y otros que no lo
apreciaban debido a su intrepidez, minaron de tal manera su reputación que
cuando volvió a Basilea se encontró con la orden de salir de la ciudad. Fue con
dolor que Ocolampade lo despidió. Muñido de cartas para los reformados de
Estrasburgo en las que se recomendaba a "Guillermo que ha trabajado tanto
en la obra de Dios", emprendió de nuevo su peregrinación por este mundo
donde el cristiano no tiene ciudad permanente.
En julio de 1524 llegaba a Montbeliard,
nuevo campo que parecía ya listo para la siembra. En efecto, no bien fue
sembrada la semilla produjo una abundante cosecha. Pero algunos empezaron a
temer que las tormentas que la Reforma levantaba en todas partes, llegasen
también a ellos. El clero se puso a trabajar para contrarrestar el avance del
Evangelio. Un domingo cuando Farel había empezado a predicar fue interrumpido
por un franciscano que lo insultó llamándolo hereje y embustero. Se levantó a
raíz de esto un gran tumulto que sólo pudo ser apaciguado por el duque,
obligando al fraile a probar lo que había dicho o a retractarse públicamente.
Esto último le pareció más fácil y así lo hizo.
Farel era un hombre que no conocía los
términos medios y los ataques de que era objeto le llevaban fácilmente a
declarar a Roma una guerra sin cuartel. Ecolampade que había dicho que prefería
el temperamento agresivo de Farel a la prudencia de los cobardes, tuvo que
amonestarle fraternalmente por carta en la que le decía: "Tú has sido
enviado para traer suavemente a los hombres a la verdad y no para arrastrarlos
con violencia; para evangelizar, no para maldecir. Los médicos no apelan a las
amputaciones sino cuando las aplicaciones no dan resultado. Pórtate como médico
y no como verdugo. No me basta que seas suave con los amigos de la Palabra;
tienes que ganar a los adversarios. Si los lobos son arrojados del aprisco, que
las ovejas, por lo menos, oigan la voz del pastor. Derrama aceite y vino en las
heridas y pórtate como evangelista y no como juez y tirano."
A pesar del alto aprecio que tenía para
quien le daba estos sabios consejos, no le era fácil ponerlos en práctica. Un
día cuando se celebraba la fiesta de San Antonio, iba Farel caminando por la
orilla de un río y al llegar a un puente se encontró con una procesión que iba
en pos de la imagen de un santo que llevaban en andas. No había buscado aquel
encuentro. Un fuerte combate se libró en su alma. ¿Hasta cuándo estos
sacerdotes mantendrán al pueblo en la ignorancia e idolatría? No pudo
contenerse y abriéndose paso entre el gentío, tomó al santo y lo arrojó a las
aguas del río, exclamando: ¡Pobres idólatras! ¡Abandonad un culto que Dios
condena!
Todos quedaron consternados ante aquel
acto de arrojo, pero cuando oyeron una voz que gritaba con lamentos: ¡El santo
se ahoga! ¡El santo se ahoga!, el gentío se lanzó furioso contra el sacrílego,
que no obstante, tuvo la suerte de escapar de sus manos y ponerse en salvo.
Pero tuvo que salir de la ciudad y abandonar la obra que había empezado con
tanta bendición.
Aparece entonces por primera vez en la
ciudad que le considera el héroe del culto que profesa: Neuchatel. Se puso a
predicar en las calles con poder extraordinario y la misma gente lo llevó a la
iglesia del Hospital para que hablase desde la tribuna. ¿Por qué dejar que la
"Colegial", la iglesia medieval más importante del cantón estuviese
en poder de los papistas? El gentío organiza una gran columna y penetra en la
iglesia para que Farel predique. Sube al pulpito y predica como nunca.
Inflamados por su predicación elocuente derribaron los altares e hicieron
pedazos las imágenes colocando en las paredes esta inscripción: "El 23 de octubre
de 1530 fue abatida y quitada, de este lugar, la idolatría por los
ciudadanos."
Nuevos triunfos y derrotas le esperaban
en Ginebra, la bella ciudad situada al borde del lago Leman, la cual estaba
destinada a desempeñar un rol tan célebre en los anales del protestantismo de
lengua francesa. Cuando Farel llegó, el evangelio contaba con un crecido número
de simpatizantes quienes bajo la influencia del nuevo predicador se propusieron
efectuar una reforma radical rompiendo por completo sus vínculos con el
romanismo. El pueblo encabezado por Farel invadió el convento de Rive y éste
predicó a más de cinco mil personas que se habían congregado.
El 8 de agosto de 1535 el pueblo llevó a
Farel a la catedral de San Pedro porque deseaba oírle predicar en la sede del
episcopado que se derrumbaba. Tronó la voz del gran soldado de la verdad y al
día siguiente fueron derribadas las imágenes no sólo de la catedral sino de
todas las iglesias de la ciudad. Entre las reliquias, se halló un supuesto
cráneo de San Pedro que resultó ser un pedazo de piedra pómez. Pocos días
después fue abolida la misa y establecido el culto protestante.
En 1538, habiendo triunfado la reacción,
fue expulsado juntamente con Calvino. Se estableció entonces en Neuchatel donde
trabajó durante el resto de su vida.
A fines de 1561 tuvo el gozo de ser
invitado a predicar en, su tierra nativa, donde la fe evangélica había sido
abrazada por casi todos los habitantes. En Grenoble y en Gap, lugares donde
treinta años atrás había tenido que andar huyendo, fue recibido por grandes
multitudes. Muchos recordaban los sermones de aquellos días y referían
anécdotas relacionadas con sus luchas y huidas apresuradas a los escondites de
la campaña.
En 1565, a pesar de sus 76 años, hizo
una visita a la heroica iglesia de Metz. El 13 de septiembre del mismo año
terminó su carrera terrenal rodeado del aprecio y veneración de toda la ciudad.
JUAN CALVINO
En Noyon, ciudad situada en el norte de
Francia, existe una casa que conocen todos los habitantes y que visitan todos los
extranjeros que a ella llegan: Es la casa donde nació Juan Calvino, el 10 de
julio de 1509.
Su padre llamado Gerardo y su madre
llamada Juana Lefranc eran personas que gozaban de cierto bienestar, ejerciendo
él la profesión de escribano público.
Cuando terminó los estudios que podían
hacerse en Noyon, fue enviado a París, y en el Colegio La Marche tuvo por
maestro a Maturino Cordier, buen pedagogo a quien más tarde su discípulo llamó
a Ginebra para desarrollar la instrucción. Pasó después el joven Calvino al
Colegio de Montaigu donde puso de manifiesto el extraordinario talento que
poseía. Contrariamente a lo que muchos han escrito, sabía reírse y ser jovial
con sus condiscípulos, aunque debido a la severidad que mostraba cuando veía
algo injusto o malo parece que solían llamarle el acusativo.
Su padre le había conseguido, cuando
sólo tenía ocho años, un Beneficio eclesiástico, y a los doce años fue nombrado
capellán de una iglesia situada en un paraje denominado La Genise.
Designaciones arbitrarias de esta clase no eran raras en aquel tiempo, a tal
punto que varios concilios habían protestado contra la costumbre. Recordemos
estos casos: En Francia, Odet de Chatillon, fue nombrado cardenal cuando sólo
tenía dieciséis años; en Portugal hubo uno de ocho años; y el papa León X había
sido nombrado arzobispo de Aix a los cinco años.
El joven Calvino se encontraba
estudiando en París cuando oyó por primera vez hablar de los despreciados
luteranos, contra quienes se tomaban medidas de mucho rigor y quizá presenció
el suplicio de Jacobo Pavanne, el primer mártir de la Reforma en París.
Había sido la idea de la familia que se
consagrase a la carrera eclesiástica, pero tanto el padre como el hijo optaron
más tarde por la de derecho; el primero, dice Teodoro de Beze, porque la
consideraba más lucrativa, y el segundo porque debido a su trato con Olivetan
(el traductor de la Biblia al francés) se había iniciado en el estudio de las
Sagradas Escrituras y quería romper con las supersticiones del papismo.
Inició su nueva carrera en Orleans,
donde era tenido más bien como profesor que como alumno, y ahí obtuvo el título
de doctor, sin gasto alguno, en virtud de los servicios que prestaba a la
Academia.
En Bourgues perfeccionó sus estudios,
dedicándose principalmente al griego, idioma que aprendió bajo la dirección de
un sabio helenista luterano, llamado Melchor Wolmar, a quien dedicó su
comentario a la segunda Epístola de San Pablo a los Corintios, en el que le
recuerda la gratitud que le tiene por los beneficios de él recibidos, sobre
todo por haberle iniciado en el estudio de la lengua griega "de la cual le
dice era usted en aquel tiempo el más ilustre profesor".
Después de la muerte de su padre hizo un
viaje a Noyon, de donde regresó a París para estudiar en el Colegio Fortet.
"Tal vez dice Lefranc. Calvino se sentó más de una vez en el mismo banco
que Ignacio de Loyola, su antiguo condiscípulo de Montaigu". Parece que
también estaban entre los estudiantes Rabelais y Francisco Javier.
En 1532 escribió su excelente comentario
a la obra de Séneca De Clemencia, en el que hace consideraciones valiosas sobre
la misericordia. Fue éste el primer libro de los muchos que escribió en su
vida.
En este tiempo, debido a la influencia
de un negociante llamada Esteban Forge, quien llegó a ser mártir de la fe, se
afirmó en las doctrinas de las cuales llegaría a ser tan ilustre campeón y
apóstol.
Calvino resolvió entonces consagrarse a
la predicación del Evangelio "con gran deleite dice Beze de los piadosos
que entonces estaban celebrando reuniones secretas en París".
El día de todos los santos el rector de
la Universidad de París Nicolás de Cop tenía que pronunciar un discurso,
siguiendo una vieja práctica en aquel centro de estudios, y hay muchos motivos
para creer que fue Calvino quien lo compuso, en el cual trata de la religión
con más claridad y pureza de lo que estaban dispuestos a tolerar. Los oyentes
adictos al papismo pronto descubrieron los puntos tenidos por heréticos en
aquel discurso y Cop fue citado ante el Parlamento, pero advertido por sus
amigos prefirió huir del país sabiendo que no escaparía de la hoguera. Muchos
amigos de la Reforma fueron encarcelados a raíz de aquel incidente. Se allanó
la casa de Calvino y fueron secuestrados sus papeles. Pero esta tempestad fue
apaciguada por la reina de Navarra, quien ofreció en su corte un asilo seguro a
Calvino y se regocijó oyéndole con gran respeto.
En Nerac visitó a Lefevre de Etaples, a
quien cobijaba Margarita, la reina de Navarra, y este noble anciano predijo que
el joven Calvino llegaría a ser un valioso instrumento en las manos del Señor
para la restauración de su reino.
En 1534 Calvino se hallaba secretamente
en París. Eran días muy angustiosos para los creyentes. Éstos llevados por un
celo imprudente habían circulado algunos escritos contra la misa y fijado uno
en la puerta del dormitorio del rey, quien se indignó y quiso mostrar su
adhesión al papado fijando un día de ayuno y desagravio. Asistió a la iglesia
con la cabeza descubierta, junto con sus tres hijos, llevando una vela
encendida en la mano, y ordenó que fuesen quemados treinta y dos luteranos,
ocho en cada una de las principales plazas de la capital.
Calvino tuvo que huir y después de
esconderse en varias ciudades francesas llegó a Italia, encontrando refugio en
el castillo de la duquesa de Ferrara, pero no estando seguro tampoco allí se
dirigía a Estrasburgo, y teniendo que pasar por Ginebra fue a visitar a Farel,
quien lo invitó a quedarse para ayudarle en la obra que se estaba desarrollando
en Suiza. Como no se sentía inclinado a aceptar la invitación, el fogoso Farel
le habló de esta manera: "Tú estás siguiendo tu propia voluntad, y te
declaro en el nombre de Dios Omnipotente, que si no nos ayudas en esta obra del
Señor, él te castigará por buscar tu propio interés y no los suyos". Ante
estas palabras Calvino se sometió y el Consejo de la ciudad lo nombró
predicador y profesor de literatura sagrada.
La relajación moral era en Ginebra
extraordinaria. El obispo y el clero habían dado ejemplos detestables. Muchos
habían roto sus vínculos con Roma sin estar animados de un verdadero espíritu
de piedad. Calvino lleno de ideas teocráticas, contaba con muy mal elemento
para realizar sus planes de una ciudad santa. Apeló al brazo secular y exigía
de las autoridades medidas enérgicas contra las malas costumbres. Se levantó
entonces un partido, que fue llamado de los libertinos, que en nombre de la
libertad de conciencia se oponía a tales medidas. Calvino y Farel se negaron a
administrar la santa cena a estos elementos y como tenían influencia en el
Consejo lograron que fuesen expulsados de la ciudad. Calvino se estableció en
Estrasburgo, donde pastoreó a una iglesia de habla francesa y se dedicó a otras
actividades intelectuales.
Fue en esta ciudad donde se casó con la
virtuosa Idelette, Viuda de un anabaptista, con la cual compartió nueve años de
felicidad doméstica. "La única hermosura que me impresiona dijo es la
dulzura, la modestia, el cuidado de la casa, la paciencia, la consagración al
marido". Cuando ella falleció escribió a Viret: "He perdido la
excelente compañera de mi vida, la que nunca me dejó ni en el destierro ni en
la miseria, ni en la muerte". Los que han dicho que Calvino no poseía
sentimientos de ternura se han equivocado. Beze, que lo conoció íntimamente,
dice todo lo contrario.
En este tiempo el cardenal Sadolet,
viendo que los ginebrinos estaban muy divididos, creyó que era momento oportuno
para hacerlos volver al redil papista, y dirigió una Epístola al Senado, al
Consejo y al pueblo de Ginebra en la que no omite ningún argumento que pueda
contribuir a su fin.
¿Quién era capaz de contestar? Las
miradas de todos se fijaron en Calvino y éste olvidando las injurias recibidas,
tomó; la pluma y escribió una respuesta magistral, que por la solidez de su
argumentación es una de las mejores refutaciones del sistema papista que se
escribieron en aquel siglo.
Estalló en Ginebra una revolución
interna y los partidarios de un puritanismo severo se encontraron en el poder.
El Consejo se puso entonces a gestionar el regreso de Calvino y el 13 de
septiembre de 1541 estaba de nuevo en Ginebra. Tenía entonces treinta y dos
años de edad y aunque enfermizo se entregó a la obra de reforma con un
entusiasmo y abnegación nunca sobrepasados.
Su influencia en la ciudad fue grande y
consiguió que el Consejo sancionase ordenanzas que aunque han sido juzgadas
como muy severas, fueron altamente beneficiosas. Toda la vida pública y privada
de los ciudadanos debía acomodarse al espíritu cristiano. Se prohibieron todas
aquellas diversiones que, como el baile y los naipes, podían degenerar en
costumbres impías, y las penas que se aplicaban por la violación de estas
ordenanzas eran muy severas.
Hubo años en que los encarcelamientos y
sentencias de muerte alcanzaron proporciones pavorosas, pero sería injusto
culpar a Calvino de aquel estado de cosas, por muy grande que haya sido su
influencia.
En 1559 fundó la Academia a la cual con
la colaboración de Beza y otros maestros le daría tanto realce. Algunos años
tuvo en el curso de teología más de mil alumnos, que venían de todas partes y
salían luego a todas partes para trabajar en la viña del Señor.
Durante la vida de Calvino se fundaron
más de dos mil iglesias en el suelo francés. Sobre el ardor de los jóvenes
pastores que iban a dirigirlas escribía a Bullinger: "Se disputan los
puestos, como si el reino de Jesucristo estuviese apaciblemente establecido en
Francia. Muchas veces procuro retenerlos. Les muestro el atroz edicto que manda
destruir toda casa donde se haya celebrado un culto. Les recuerdo que en más de
veinte ciudades los fieles han sido masacrados por el populacho. Pero nada
puede detenerlos".
La persecución religiosa arrojaba a
Ginebra miles de creyentes de todas las naciones de Europa, que organizaban
iglesias para celebrar cultos en sus respectivos idiomas. Estos traducían los
libros de Calvino y se ingeniaban para hacerlos llegar a sus compatriotas.
Una de las grandes tareas de Calvino fue
la de escribir su obra inmortal: Institución de la Religión Cristiana. En
francés y en latín en que fue escrita por su autor, tuvo numerosas ediciones y
fue traducida a muchas lenguas Europeas: inglés, alemán, holandés, italiano,
español, húngaro, griego y árabe.
Fue movido a publicar esta obra a causa
de las crueles persecuciones que los cristianos estaban sufriendo en Francia.
La dirigió al rey Francisco I, acompañada de un prefacio elocuente en el que
demostraba que aquellos a quienes hacía morir en la hoguera, no eran herejes ni
revolucionarios sino seguidores de Cristo y creyentes en sus enseñanzas. Esta
circunstancia hizo que la Institución, llamada la obra maestra de la teología
protestante, no fuese un trabajo árido y de pesada lectura sino que asumiese
toda la grandiosidad y vigor de una cálida y monumental apología.
Originalmente fue una obra de cortas
dimensiones, un tratado elemental de enseñanza cristiana, pero a medida que
iban apareciendo nuevas ediciones era ampliada y robustecida en su
argumentación.
La edición final apareció en 1559
dividida en cuatro libros de los que dice Cipriano de Valera en el prefacio de
su versión castellana: "El primer libro trata del conocimiento de Dios en
cuanto es Creador y gobernador supremo de todo el mundo. El segundo trata del
conocimiento de Dios redentor en Cristo, el cual conocimiento ha sido manifestado
primeramente a los Padres debajo la Ley, y a nosotros después en el Evangelio.
El tercero declara qué manera haya para participar de la gracia de Jesucristo,
y qué provechos nos vengan de aquí, y los efectos que se sigan. El cuarto trata
de los medios externos, por los cuales Dios nos convida a la comunión de Cristo,
y nos retiene en ella. De manera que en estos cuatro libros son muy
cristianamente declarados todos los principales artículos de la religión
Cristiana y verdaderamente católica y apostólica. Así que todo lo que cada fiel
debe saber y entender de la fe, de las buenas obras, de la oración, y de las
marcas externas de la iglesia, es amplia y sinceramente explicado en esta
Institución".
La traducción a nuestro idioma fue hecha
por el insigne evangélico español Cipriano de; Valera y publicada en 1597 en un
tomo en cuarto de más de mil páginas de compacta lectura. Costeó la publicación
de esta obra un comerciante español establecido en Amberes llamado Marcos
Pérez. Su esposa Úrsula López era también española y había otros de esta
nacionalidad que seguían el Evangelio.
Los motivos que tuvo Valera para hacer
esta traducción los expone él mismo en el prefacio: "Yo dedico este mi
trabajo dice a todos los fieles de la nación española, sea que aun giman so el
yugo de la inquisición, o que sean esparcidos y desterrados por tierras ajenas.
Las causas que han movido a esto han sido tres principales. La primera es la
gratitud que debo a mi Dios y Padre celestial, al que le plugo por su infinita
misericordia sacarme de la potestad de las tinieblas y traspasarme en el reino
de su amado Hijo nuestro Señor, el cual nos manda que siendo convertidos,
confirmemos a nuestros hermanos. La segunda causa es el grande y encendido
deseo que tengo de adelantar por todos los medios que puedo, la conversión, el
conforto y la salud de mi nación: la cual a la verdad tiene celo de Dios, mas
no conforme a la voluntad y palabra de Dios. Porque ellos ignorando la justicia
de Dios y procurando de establecer la suya por sus propias obras, méritos y
satisfacciones humanas, no son sujetos a la justicia de Dios y no entienden que
Cristo sea el fin de la Ley para justicia a cualquiera que cree. La tercera
causa que me ha movido es la gran falta, carestía, y necesidad que nuestra
campaña tiene de libros que contengan la sana doctrina, por los cuales los
hombres pueden ser instruidos en la doctrina de la piedad para que desenredados
de las redes y lazos del demonio sean salvos. Tanta ha sido la astucia y
malicia de los adversarios, que sabiendo muy bien que por medio de buenos
libros sus idolatrías, supersticiones y engaños serían descubiertos, han puesto
(como Antiocos) toda diligencia para destruir y quemar los buenos libros para
que el mísero pueblo fuese todavía detenido en el cautiverio de ignorancia, la
cual ellos sin vergüenza ninguna, han llamado madre de devoción. En lo cual
directamente contradicen a Jesucristo, que enseña muy expresamente en el
Evangelio la ignorancia ser causa y madre de errores, diciendo a los saduceos:
Erráis ignorando las Escrituras y potencia de Dios".
La edición hecha en este tiempo debe
haber sido numerosa, pues los enemigos de la verdad escribían desde los Países
Bajos a España avisando que revisasen bien los buques procedentes de Amberes,
porque según los espías, se remitían treinta mil volúmenes de Biblias e
Instituciones de Calvino2.
Muchas otras obras salieron de la pluma
de Calvino, las cuales han sido publicadas en cincuenta y un tomos. Recordemos
algunas de ellas: Antídoto a los artículos de fe de la Facultad de Teología de
París; Necesidad de reformar la Iglesia, trabajo dirigido a la Dieta de Espira,
reunida en 1544; Observaciones a la carta del papa Pablo III al emperador
Carlos V: Inventario de Reliquias, en la cual muestra la superstición que
envuelve el culto que se tributa a los pretendidos huesos y objetos de santos;
Antídoto al Concilio de T rento, refutando los dogmas
2 Son muy raros los ejemplares de la
primera edición, que poseen solamente algunas antiguas Bibliotecas europeas y
bibliófilos particulares. En 1858 fue reimpresa por el erudito bibliófilo
español Usoz y Ríos, formando parte de su colección Reformistas antiguos españoles que esta asamblea promulgaba; y
Psichopannychia en la que refuta la creencia de que las almas duermen desde la
muerte al juicio final.
Pero sus escritos más valiosos son sus
Comentarios que abarcan casi todos los libros de la Biblia, y que lo han
colocado en la categoría de los más grandes exegetas del Cristianismo. Oigamos
lo que al respecto dice Félix Bungener: "Los Comentarios de Calvino marcan
una revolución en el estudio de la Biblia, y ocupan un lugar eminente no sólo
en la historia de la teología, sino en la del espíritu humano. Es el buen
sentido destronando la erudición escolástica; es la verdad buscada en cada versículo,
en cada palabra, por el camino más derecho y más corto. Se ha podido, sin duda,
en muchos lugares encontrar algo mejor, pero era precisamente porque se seguía
su método. La ciencia bíblica le debe, en una palabra, lo que toda ciencia debe
a un hombre que la trasporta al terreno de los hechos y le da por base la
observación y la experiencia". "Además, tratándose de Calvino no hay
que apresurarse a creer que uno ha entendido mejor que él. La exégesis moderna
ha tenido a menudo la sorpresa de descubrir que lo que ella creía nuevo ya se
encontraba en Calvino desde hace tres siglos; a menudo, también, después de
haber rechazado tal o cual de sus interpretaciones hubo que volver a ellas en
nuestros días reconociéndola la mejor. Y aun en aquellas cosas que no podía
saber, las que los viajes, la arqueología, u otras ciencias aclararon después
de sus días, su poderosa razón basta para hacerle entrever la verdad a través
de todos los errores y toda la ignorancia de su tiempo." "Nunca se
encuentran en él citas que no sean de valor positivo para apoyar o aclarar su
dicho; nunca interpretaciones examinadas por el placer de examinarlas; nunca,
sobre todo, lo que parezca un mero ejercicio del espíritu o un entretenimiento
sobre las Escrituras".
Después del triste episodio que terminó
con la ejecución de Miguel Servet, del cual nos ocuparemos más adelante, la
influencia de Calvino y del partido que lo apoyaba fue tan preponderante que
inevitablemente se prestó a lamentables abusos. Pero Calvino empleó su tiempo
trabajando desde las cinco de la mañana a las doce de la noche, enseñando,
escribiendo, predicando y guiando a los muchos que buscaban su consejo. Su voz
era escuchada como la de un oráculo. Cuando sus amigos trataban de convencerle
de que necesitaba más horas de descanso respondía: ¿Queréis que cuando venga el
Señor me encuentre ocioso?
Un día, después de una reunión del
Consistorio, se sintió enfermo. El Consejo al saber que su estado era grave fue
en corporación a verlo y después de agradecer la visita oró por ellos y por el
pueblo que gobernaban. Los pastores de la ciudad le visitaron y oyeron de sus
labios palabras serias de amonestación y también de confesión personal en las
que reconocía y lamentaba sus errores sintiéndose indigno del favor de Dios.
Farel tuvo tiempo de llegar desde Neuchatel a pesar de sus ochenta años y ver
por última vez al compañero de mil batallas.
Murió el 25 de mayo de 1564. Ese día,
dice Beze, se extinguió la luz más potente que hubo en el mundo para el bien de
la iglesia de Dios.
Una piedra en el cementerio de Ginebra
marca el lugar probable donde su cuerpo descansa. Para no contrariar su
voluntad ni la costumbre implantada en la reacción contra la idolatría y
vanidad, no hay lápida ni monumento.
La influencia que el pensamiento de Calvino
ejerció en la posteridad ha sido grande. Su sistema religioso, severo, lógico,
positivo, atrevido, consistente, tuvo la virtud de modelar el genio de muchos
pueblos y llevarlos a la grandeza. El calvinismo llegó a ser el alma del
protestantismo inglés, levantó el republicanismo en Holanda, alimentó el
presbiterianismo de Escocia, y tanto los puritanos que van al nuevo mundo como
las huestes de Cromwell que destronan monarquías carcomidas, obran bajo su
poderoso influjo. América le debe sus instituciones democráticas y los
principios de igualdad civil. Por eso dijo el historiador americano Bancroft:
"Quien no honra la memoria y la influencia de Calvino, descubre su
ignorancia acerca del origen de la libertad americana".
MIGUEL SERVET
Calvino, lo mismo que la mayoría de los
reformadores del siglo XVI, no supo hacer distinción entre el orden civil y el
religioso. Rompió con la iglesia romana pero no rompió con el dogmatismo
autoritario que en ella había aprendido. Creyó que el Estado tenía el deber del
castigar a los herejes y así Ginebra no fue menos intolerante que Roma. Muchos
fueron perseguidos por sus creencias religiosas cuando éstas no eran las mismas
que oficialmente se habían sancionado. Hagamos la historia del caso más triste
producido por esta intolerancia.
Miguel Servet nació en Tudela, de
Navarra, pero de padres aragoneses originarios de Villanueva, quienes siendo
personas de bienestar económico dieron a su hijo una esmerada educación y le
criaron en la más rígida observación del catolicismo. En 1528 fue enviado a
Tolosa, Francia, donde se puso por primera vez a leer las Sagradas Escrituras y
a formar con toda independencia un sistema propio de teología.
Cuando tenía veinte años de edad aceptó
el puesto de secretario del franciscano aragonés don Juan Quintana, confesor
del emperador e hizo con ese motivo un viaje a Italia para asistir a la
coronación del monarca, y viendo tanto oro y púrpura en la corte papal y luego
a los príncipes y magnates de todo el continente doblegarse delante del papa como
delante de un dios, empezó a dudar de la iglesia romana a la que pronto llegó a
mirar como a la Babilonia apocalíptica.
Siguió al emperador a Ausburgo en 1530 y
escuchó la lectura de la Confesión de los luteranos escrita por Melanthon.
Publicó un libro titulado De Trinitatis
Erroribus en el que ataca con inaudita audacia el dogma de la trinidad, y lo
hace en términos que se consideraban blasfemos. Este libro produjo gran
indignación tanto en el campo católico como en el protestante. Poco tiempo
después publicó sus Dos Diálogos sobre la Trinidad.
Desde entonces tuvo que andar huyendo y
escondiéndose bajo el nombre de Miguel Villanueva, tomado del pueblo de sus
padres. Trabajó en Lyon de corrector de pruebas de imprenta y más tarde estudió
medicina en París, donde publicó varios trabajos sobre ciencias naturales y
medicina que tuvieron muy buena acogida, mereciendo elogios por la sagacidad de
las observaciones y la claridad de la exposición. "Su elevada y lógica
inteligencia dice el Dr. Martín Philippson, de la Universidad de Brusellas le
hizo buscar y encontrar la unidad así en los ejemplos de la naturaleza, en los
fenómenos fisiológicos, como en la esfera de la teología. Él fue el primero que
descubrió la actividad de los pulmones y su influencia en la circulación de la
sangre, y Velasio tomó de los trabajos de Servet un descubrimiento que dio
grande e inmerecida fama a él y después a Harvey". Trata de este lema en
su libro Restitutio Christianismi en el que hace una admirable descripción del
cuerpo humano.
En Estrasburgo entró en relación con las
anabaptistas y aceptó sus creencias contrarias al bautismo de los párvulos. De
este modo ahondó más la sima que le separaba de los reformadores, quienes
mantenían la práctica del bautismo infantil. Servet escribía a Calvino:
"Si tú crees que el papa es el Anticristo debes creer también que el
pedobautismo que forma parte de la doctrina del papa, es doctrina de
demonios".
Rotas ya sus relaciones con Calvino se
dispuso a atacarlo sin miramientos, y a principios de 1553 publicó su
Restitución del Cristianismo, título que implicaba una réplica a la Institución
de Calvino. Las ideas sustentadas en esta obra eran bastante extrañas. Cristo
era un hombre en quien se había encarnado la divinidad en toda su plenitud y
esta divina esencia se transmitía al creyente. Da falta más grave de la
teología de Servet, sostiene Eugenio Secretan, es la de dar poca importancia al
mal que reina en el mundo y al pecado que está en el hombre, no dejando lugar
para la redención; fenómeno extraño porque hace de la divinidad de Cristo el
centro de su teología, sin ver un argumento, un postulado en favor del
Redentor. Disminuyendo la importancia de la fe para la salvación, volvía a caer
en la doctrina católica del mérito de las buenas obras.
Servet cayó en poder del tribunal de la
inquisición de Viena, ciudad de Francia que no hay que confundir con la capital
de Austria, y muchos han sostenido que fue Calvino quien lo denunció y remitió
a este Tribunal cartas confidenciales de Servet que revelaban que él era el
autor de la edición anónima de la Restitución. ¿Quién puede imaginar
intimidades entre un tribunal católico y Calvino? La simple suposición resulta
un absurdo. A tal acusación respondió el acusado: "¿Cómo había de haber
tal familiaridad entre mí y los satélites del papa?" ¿Puede creerse que se
cruzaran cartas confidenciales entre partes que tienen tan poco de común como
Cristo y Belial?
Lo que hay de cierto es que un caballero
católico residente en Lyon, llamado Arneys, escribió a su amigo Guillermo Trie,
que se había hecho protestante y refugiado en Ginebra, procurando hacerlo
volver a la iglesia romana, y que Trie al contestarle hizo referencia a Servet,
diciendo que en Francia, mientras mataban a los protestantes, tenían en estima
a este hereje antitrinitario. Era una correspondencia privada entre amigos y
nunca se creyó que pudiese dar origen al tan sonado episodio.
Doumergue en su monumental obra sobre
Calvino sostiene que la afirmación de que este reformador instigó a Trie para
que denunciase a Servet no puede ser probada y da muchas razones de peso para
demostrar que carece de fundamento, siendo tan sólo una de las muchas cosas que
su enemigo Bolsee escribió para desacreditarlo.
En Viena Servet fue condenado a muerte
por la inquisición católica, pero logró escaparse de la prisión y así se libró
de la hoguera. Dirigiéndose a Nápoles pasó por Ginebra donde fue reconocido y
denunciado por Calvino, quien antes había tratado con él. La acusación más
grave contra Calvino es la de haber redactado los artículos de acusación
pidiendo al Consejo la aplicación de la pena que las leyes establecían. Se
apartó del espíritu de Aquel que dijo que había venido para salvar y no para
condenar. Ante la gravedad del caso y como medida de prudencia se consultó a las
iglesias y Consejos de Zurich, Berna, Basilea y Schaftshauses, y de todas
partes contestaron que Servet debía morir en la hoguera. De esta misma opinión
fueron muchos teólogos.
La sentencia de muerte, por hereje y
blasfemo, se confirmó y el 27 de octubre de 1553, en Champel, cerca de Ginebra,
Servet murió heroicamente, negándose a una retractación que no podía hacer en
conciencia. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Hijo del Dios eterno, ten
piedad de mí." Julio Gindraux dice: "Con sólo haber dicho "Hijo eterno
de Dios" podía haber escapado de la muerte. Prefirió ser sincero. Alabemos
esta rectitud aunque fue errónea."
Hace cuatrocientos años que se viene
enrostrando a Calvino la ejecución de Servet. ¿Y quiénes son los que más
inclementemente lo hacen? Son los romanistas y los antirreligiosos. Los
primeros olvidan el largo y siniestro capítulo de su historia; las innumerables
víctimas de la inquisición, la matanza de San Bartolomé y las crueldades
inauditas del duque de Alba en los Países Bajos. Los segundos se olvidan de las
víctimas de la revolución francesa, de Robespierre y de la legión de impíos que
le secundaban; se olvidan también de la mancha negra que están imprimiendo en
la historia de la civilización en pleno siglo XX, imponiendo el ateísmo en Rusia
y persiguiendo a la que no creen como ellos.
Es tiempo de que se callen las voces
injustas de los que ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga que está en el
suyo.
El protestantismo levantó en 1903 un
monumento a Servet en el sitio donde fue quemado. De un lado se lee una
inscripción con la fecha del nacimiento y muerte del mártir; del otro esta
inscripción:
FILS
RESPECTUEUS ET RECONNAISSANTS DE CALVIN NOTRE GRANO REFORMATEUR MAIS CONDAMNANT
UNE ERREUR QUT FUT CELLE DE SON SIECLE ET FERMEMMENT ATTACHES A LA LIBERTE DE
CONSCIENCE SELON LES VRAIS PRINCIPES DE LA REFORMATION ET DE L'EVANGILE NOUS
AVONS ELEVE CE MONUMENT EXPIATOIRE LE XXVII. OCTUBRE MCMIII.
Da traducción es ésta: "Hijos
respetuosos de Calvino, nuestro gran Reformador, pero condenando un error que
fue el de su siglo, y firmemente adheridos a la libertad de conciencia, según
los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos levantado este
monumento expiatorio el 27 de octubre de 1903."
RECRUDECIMIENTO DE LA
PERSECUCIÓN
A pesar del destierro y del martirio que
tuvieron que sufrir los primeros testigos del Evangelio en Francia, la palabra
de Dios corría y era glorificada por todas partes.
Las severas medidas que tomaba Francisco
I, instigado por el alto clero, no daban el resultado esperado y este rey
terminó su carrera ordenando una matanza general de los valdenses establecidos
en Provenza. En el año 1545 el barón Juan de Menier, por orden del Parlamento,
se puso al frente de las hordas, impulsado no solamente por el espíritu de
crueldad sino también por el de codicia, siendo su plan el de apoderarse de los
bienes de sus víctimas. En una quincena más de cuatro mil valdenses fueron
horriblemente masacrados, sus mujeres secuestradas y vendidas, doscientos
cincuenta fueron quemados en las hogueras y todos los que no lograron escaparse
entre las rocas de las montañas, fueron enviados a los trabajos forzados de las
galeras del rey. Las localidades de Merindol y Cabrieres y unas veinte aldeas
fueron convertidas en montones de escombros; destruyéndose no solamente las
casas sino las ricas plantaciones que eran fruto de siglos de paciente labor.
La persecución recrudeció durante el
reinado de Enrique II y más de cinco mil personas tuvieron que refugiarse en
Ginebra, sin hablar de las que salieron para Alemania, Holanda y otras partes
del continente. El Evangelio contaba, no obstante, con muchos seguidores aun
entre las clases aristocráticas. Cuando el rey supo que D'Andelot, de la
ilustre familia de los Chatillon, había hablado francamente de sus ideas
evangélicas lo mandó llamar a su presencia y lo recriminó severamente. Pero el
joven militar sin perturbarse le respondió: "Señor, en materia de religión
yo no puedo usar disfraz ni podría engañar a Dios, si quisiera intentarlo. Disponga
Vd. como quiera de mi vida, propiedad y honores; pero mi alma independiente de
toda soberanía, es sólo vasalla de mi Creador, de quien la he recibido y a
quien sólo es mi deber obedecer en materia de conciencia. En una palabra,
señor, más bien prefiero morir que ir a misa."
Dos miembros del Parlamento, Faur y Du
Bourg se atrevieron a acusar al cardenal de Lorena de ser el autor de las
persecuciones que dividían a la familia francesa y a pedir que se respetase el
derecho de todos los que querían adorar a Dios sin sometimiento al Vaticano.
Otros tres consejeros se manifestaron en el mismo sentido, pero como única
respuesta el rey mandó que los cinco fuesen encerrados en la Bastilla y se les
formasen procesos. Du Bourg fue condenado a ser estrangulado y quemado.
La persecución continuaba bajo el
reinado de Francisco II, quien al subir al trono tenía sólo dieciséis años de
edad. Fue en este tiempo que el duque de Guisa y el cardenal de Lorena, su
hermano, dirigían los destinos de la nación. Siendo encarnizados enemigos del
protestantismo emplearon todo su poder para destruirlo y fue tal la tiranía que
ejercieron que provocaron un levantamiento.
En Amboise en 1560 un caballero llamado
Renaudie tramó una conspiración para desalojar a los Guisa del poder, pero
habiendo abortado él plan se tomaron crueles medidas contra los conspiradores.
Mil doscientos fueron pasados por las armas y muchos otros ahogados en las
aguas del Loire. El fallecimiento repentino del rey puso fin a las crueldades
que estaban destinadas a castigar también a los miembros de la nobleza adictos
a la fe evangélica. "Cuando todo se había perdido dijo Beze he aquí el
Señor nuestro Dios despertó".
EL COLOQUIO DE POISSY
Un nuevo rey ocupa ahora el trono de
Francia bajo el nombre de Carlos IX, pero como tiene sólo once años de edad,
toma la regencia su madre Catalina de Mediéis. Bien guiada por el canciller
Miguel l'Hopital comprendió que convenía moderar a los Guisa y suspender las
crueldades contra los protestantes, quienes eran ya demasiado numerosos e influyentes
para ser sofocados. Convocada una asamblea general de los Estados, el virtuoso
canciller llamó a todos a la reconciliación y al amor; pero nada se podía
conseguir bajo el régimen de la intolerancia. L'Hopital propuso la celebración
de un coloquio en el cual católicos y protestantes presentarían sus puntos de
vista y estudiarían la manera de llegar a un acuerdo, que permitiese a la
nación vivir en paz. La idea fue muy resistida por los católicos, pero al fin
cedieron y en otoño de 1561 los representantes de ambas tendencias se reunieron
en la pequeña población de Poissy.
La delegación católica estaba presidida
por el cardenal de Lorena y la componían cinco cardenales más y cuarenta
obispos.
Teodoro de Beze presidía la delegación
protestante compuesta por treinta y cuatro pastores entre los que se
encontraban Maloratus y el italiano Pedro Mártir Vermigli.
Recordemos algunos datos biográficos de
Beze. Era francés y en su juventud tuvo por maestro a Melchor Wolmar, quien
también había sido maestro de Calvino, Estuvo siete años bajo su dirección y
fue guiado por la senda del Evangelio. "El bien mayor que me has hecho le
escribió más tarde el de haberme amamantado con el conocimiento de la piedad y
la pura palabra de Dios." Pero el Evangelio no había entrado en su
corazón. Tuvo mucho que luchar contra las pasiones nada sanas de su naturaleza
y el ambiente corrompido que le rodeaba. Fue entonces cuando escribió su
Juvenilla, poesías que tantas veces le fueron reprochadas por sus enemigos y de
las cuales tuvo que arrepentirse. Su familia no cesaba de instigarlo a
abandonar sus creencias y más de una vez estuvo a punto de ser vencido y ceder
ante las brillantes ofertas que le hacía un mundo lleno de encantos.
Una grave enfermedad lo derribó y fue
entonces cuando su alma encontró la misericordia de Dios. No bien sanó, reunió
sus pocos haberes y se fue a Ginebra donde entró en relación con Calvino y
otros reformadores. Durante diez años estuvo en Lausanne enseñando griego,
desde donde varias veces fue enviado con misiones especiales ante los príncipes
extranjeros a favor de la causa evangélica. En Ginebra actuó como pastor y
profesor. Sus lecciones sobre el Nuevo Testamento sobrepasaban a las de Calvino
desde el punto de vista filológico y gramatical. Muerto Calvino llegó a ser el
hombre de más peso entre los protestantes de lengua francesa. Sus obras
principales son: El Sacrificio de Abraham, tragedia emocionante que ha sido muy
elogiada; una traducción de los Salmos en verso que se cantaban en las
iglesias; Anotaciones, obra valiosa de exégesis bíblica; la Vida de Calvino;
los Icones, que son bosquejos biográficos de los reformadores; y una Historia
Eclesiástica.
Este es el hombre que aparece ahora en
el coloquio de Poissy, donde dejará sentir junto con su elocuencia arrebatadora
la fuerza de la verdad que sostiene.
La magna asamblea estaba presidida por
el rey acompañado de su madre Catalina de Mediéis. Les rodeaban numerosos
príncipes y princesas. Detrás, sobre gradas, estaban los cardenales, obispos y
otros eclesiásticos; alrededor los grandes señores invitados y numerosas da-mas
ostentando lujosas vestimentas.
Se abrieron las puertas para dejar
entrar a los protestantes. Un cardenal al verlos pasar se permitió decir: ¡Aquí
están los perros ginebrinos! Teodoro de Beze alcanzó a oírlo y tuvo esta
respuesta oportuna: "El rebaño del Señor necesita perros fieles para
ahuyentar a los lobos que andan alrededor."
L'Hopital abrió el debate con un
discurso conciliatorio y cedió la palabra a Teodoro de Beze, quien se arrodilló
y elevó una plegaria pidiendo a Dios que derramase su luz sobre la asamblea. En
su magistral discurso adujo numerosos e irresistibles argumentos para demostrar
que la iglesia de Roma no era la iglesia de Cristo. Expuso los puntos
principales del credo reformado, extendiéndose en contra del dogma de la
presencia real en los elementos de la eucaristía. Horrorizados por estas
afirmaciones, los partidarios del papismo prorrumpieron en vociferaciones y
clamores: ¡Está blasfemando! ¡Está blasfemando!
El cardenal Tournon viendo que Beze se
ganaba a la mayoría de los oyentes, se levantó de su asiento repentinamente y
después de afirmar que había desaprobado la celebración de ese coloquio y que
se hallaba presente sólo en deferencia a Catalina de Mediéis, se dirigió al
niño rey exhortándole a no dejarse impresionar por la palabra del orador
hugonote.
En seguida se levantó el cardenal de
Lorena y defendió al catolicismo con gran habilidad y talento retórico. Cuando
terminó, los cardenales y obispos lo rodearon para agradecerle el servicio que
había prestado a la iglesia.
El famoso jesuita Láinez defendió el
absolutismo papal, deplorando el error de haber aceptado conferenciar con los
protestantes, lo que significaba poner en duda la infalibilidad de la iglesia y
su autoridad suprema sobre las almas y conciencias.
Beze quiso contestar, pero siendo la
hora ya muy avanzada se aplazó la discusión para el día siguiente. Durante
varios días continuaron las conversaciones entre los representantes de los dos
credos, pero sin llegar a ningún resultado práctico. Lo único que quedó
demostrado es la imposibilidad de reconciliar el principio protestante del
libre examen con el dogma católico de la autoridad. Todos quedaron convencidos
de que la reconciliación era imposible.
LOS HUGONOTES
Se dio el nombre de hugonotes a los
protestantes franceses que en defensa de sus derechos civiles y religiosos se
habían levantado en armas contra sus opresores. El origen de este nombre no ha
podido ser establecido. La gente decía que en las calles de Tours donde ellos
celebraban sus reuniones andaba un fantasma llamado Hugo, y de ahí puede haber
venido el extraño nombre significando seguidores nocturnos de Hugo. Otros
suponen que es una corrupción de la palabra eigenossen que significa correligionario.
A pesar del fracaso del coloquio de
Poissy, en enero de 1562 apareció un edicto real autorizando la celebración de
los cultos protestantes y parecía que la tolerancia religiosa iba a quedar
definitivamente establecida, pacificando así a la nación. Pero todo se redujo a
una calma momentánea, presagio de la sangrienta guerra civil que azotó al país
durante muchos años.
En 1562 el duque de Guisa se dirigía a
París seguido por un escuadrón de doscientos hombres, y al pasar por la
población de Vassy, el día de Navidad, vio que los protestantes se dirigían a
una granja donde debían celebrar un culto. El fanático duque bajo el dominio de
un espíritu satánico lanzó gritos de furor y mandó a su gente llevar a cabo un
ataque. En la refriega una piedra vino a herirle el rostro, y enfurecido
redobló la violencia del ataque haciendo morir a más de setenta protestantes e
hiriendo a unos doscientos.
La noticia exaltó a los hugonotes ya
cansados de soportar tantos ultrajes y fue la señal de que había sonado el clarín
llamándolos al campo de batalla.
Convertidos así los hugonotes en un
partido político y militar se encontraron frente a inesperadas dificultades
para continuar la obra espiritual. Los partidarios de la Reforma entraban en
masa a engrosar las filas, pero no todos tenían experiencia cristiana y los
nobles que se ponían al frente de las tropas muchas veces dieron ejemplos
deplorables.
A pesar del mal ya señalado los
hugonotes tienen muchos méritos que es necesario reconocer. El austero, grave y
democrático espíritu del calvinismo había penetrado en sus filas. Su
organización política, militar y religiosa era admirable. Los que violaban las
prácticas de austeridad eran sometidos a disciplina. Conde, príncipe de sangre,
tuvo que humillarse ante el consistorio de la Rochelle por haberse apoderado
indebidamente de un botín de guerra, y Enrique de Navarra tuvo que pedir perdón
delante de toda la iglesia por un pecado cometido.
Todos los Sínodos se declararon
contrarios a los matrimonios con los que no pertenecían a la fe, y la vida
matrimonial estaba regulada con mucha severidad.
Este espíritu de disciplina ha sido dado
como la única explicación al hecho de que siendo una minoría tan pequeña
pudieran durante treinta años resistir con éxito á la mayoría contraria.
"Esencialmente provechosas para la
causa de los protestantes fueron la extraordinaria importancia que daban a la
instrucción y el incremento que ésta tomó entre ellos. Los nobles y señores
debían procurar que recibiesen instrucción sus servidores, y los pastores y
sínodos no debían descuidar para nada la construcción de escuelas. En todas sus
asambleas la asistencia escolar formaba uno de los principales puntos de
discusión. Crearon cinco Universidades. Esta consideración que les mereció la
ciencia produjo sus frutos: la esmerada instrucción de los principales
hugonotes y los sólidos conocimientos que la generalidad de ellos tenían, les
aseguraban en la política y en la guerra una situación dominante." Oncken,
22: 444.
Gaspar de Coligny, de la familia de los
Chatillons, vino a ser el jefe militar de los hugonotes. Como almirante se
había distinguido en la carrera de las armas y su influencia en la corte y
entre la nobleza era muy considerable. Hombre sincero y profundamente religioso
se adhirió de corazón a las doctrinas de la Reforma, y en su castillo, lo mismo
que guiando a los ejércitos en la campaña, buscaba siempre horas de quietud,
meditación y comunión con Dios. Con toda su servidumbre celebraba diariamente
el culto doméstico que consistía en la lectura de la Biblia, en la oración, que
hacían todos de rodillas, y en el canto de algunos Salmos. Su piedad no era
exaltada pero sí profunda y nacida de convicciones íntimas.
Cuando estalló la guerra tuvo momentos
de perplejidad respecto a la conducta que debía adoptar frente a esa
emergencia. Un día cuando se paseaba absorto en los pensamientos que llenaban
su mente, vio que su esposa Carlota de Laval estaba llorando. Él le preguntó
cuál era el motivo de esas lágrimas. "Lloro, contestó, al pensar en el dolor
que tendrán los nuestros cuando sepan que Coligny se retira de la causa
santa." "¿Pero sabes bien, replicó, qué consecuencias puede traernos
la participación en la guerra? ¿No sabes que puede ser la ruina de nuestra
casa, la huida, la miseria para ti y para tus hijos?" "Ya lo sé, y me
hago responsable de todo", respondió la noble dama. Al día siguiente
Coligny montaba a caballo y partía para el campo de batalla, seguido por sus
hermanos y bendecido por la compañera de su vida.
A raíz de algunos triunfos militares
alcanzados por el almirante Coligny la corte se sometió a firmar la paz de San
Germán en 1570 por la cual los hugonotes quedaban en poder de cuatro ciudades
fortalecidas y libres para celebrar sus cultos salvo algunas limitaciones que
aunque injustas aceptaron debido a las circunstancias y al deseo de establecer
la paz en el reino.
LA NOCHE DE SAN BARTOLOMÉ
El plan de una matanza general de los
protestantes venía madurando desde años atrás. Los cardenales de Lorena y de Granvelle
habían puesto de acuerdo a los reyes de Francia y España asegura el historiador
Regnier bajo la condición de que ambos emplearían todas sus fuerzas para
exterminar a los herejes sin respetar hermano, hermana, hijo, padre o amigo.
Se trató entonces de atraer a toda la
nobleza hugonote a la capital, lo cual se consiguió con motivo de las bodas de
Enrique de Navarra con la hija del rey, la cual estaba destinada a robustecer
las relaciones de ambos partidos, pero se aprovechó para consumar el mayor crimen
que registra la historia.
Coligny había sido recibido con
aparentes señales de amistad y regocijo, pero la reina madre encargó a
Maurevert de asesinarlo, lo cual intentó logrando solamente herirlo al salir
del Louvre. Fácil es imaginar la indignación que este hecho produjo en el ánimo
de todos los protestantes, quienes pedían explicaciones y justicia.
En ese momento de efervescencia se
pusieron en juego todas las influencias para ejecutar la matanza antes que los
invitados a las bodas saliesen de París.
Para conseguir el consentimiento de
Carlos IX le hicieron creer que el almirante había levantado un ejército en
Suiza y otro en Alemania, que haría estallar una nueva guerra de religión
poniendo en serio peligro la estabilidad de la corona. El débil monarca terminó
por someterse pronunciando estas palabras: "Consiento, con tal que maten a
todos los hugonotes para que no quede ni uno solo que pueda reprocharme la
acción".
La noche de San Bartolomé, 24 de agosto
de 1572, entre dos y tres de la mañana, sonó la campana mayor de la iglesia de
San Germán, que era la señal convenida para que los ejecutores del siniestro
plan se lanzaran a la obra. Llevaban una cruz blanca sobre el sombrero para
distinguirse. Todos los caminos habían sido cuidadosamente cerrados y las casas
de los hugonotes señaladas. Los asesinos rompían las puertas, penetraban en las
habitaciones y mataban a todos sin consideración de edad ni sexo. La casa donde
Coligny se alojaba fue una de las primeras en ser atacadas. El noble anciano
estaba en el lecho sin poderse mover a consecuencia de la herida que había
recibido días antes. Uno de sus criados le hizo saber lo que estaba ocurriendo.
Comprendió que había llegado su fin y dijo: "Hace mucho que estoy
preparado para morir; encomiendo mi alma a la misericordia de Dios". Al
frente de los agresores estaba un tal Besme, adicto a la casa de los Guisa,
quien por su participación en la sangrienta jornada se casaría con una hija del
cardenal de Lorena. Besme atacó al almirante y sus acompañantes terminaron la
obra. En el patio estaba el duque de Guisa y le gritaba: "Si has
concluido, arrójalo por la ventana". El asesino obedeció, y cuando el
duque vio que el cadáver que había caído era realmente el de Coligny, le dio un
fuerte pisotón en el rostro. Dieciséis años más tarde él caía asesinado delante
de Enrique III y éste lo pisoteaba de la misma manera.
La matanza duró en París desde el
domingo hasta el jueves, y católicos eminentes, como el duque de Anjou,
participaban a la par del carnicero que se jactaba de haber dado muerte a
ciento veinte personas en un solo día. Sacerdotes con el crucifijo en la mano
recorrían las calles alentando a los asesinos. Algunos barrios estaban
sembrados de cadáveres y las paredes salpicadas de sangre. El mismo rey hizo disparos
desde los dorados balcones de su palacio y vio cómo los cadáveres eran
arrojados al Sena.
En las provincias la matanza duró varias
semanas. La carnicería fue horrible en Meaux, Angers, Bourges, Orleans, Lyon,
Tolosa, Rúan y otras ciudades.
Dejemos oír una nota que demuestra que
los sentimientos humanitarios no habían muerto del todo: el vizconde de Orles,
gobernador de Bayona, cuando recibió la orden de llevar a cabo la matanza, dio
la siguiente respuesta: "He comunicado el mandato de su majestad, a los
habitantes de esta ciudad y a los soldados de la guarnición. Encuentro aquí
buenos ciudadanos y valientes soldados; pero ningún verdugo. Por esta razón
sobre este punto su majestad no debe esperar obediencia de mí."
¿A cuánto llegó el número de víctimas?
Imposible es precisarlo, pero los cálculos más moderados dicen que alcanzaron a
dos o tres mil en la capital y a unos veinte o treinta mil en todo el país. Hay
quienes calculan de sesenta a cien mil.
Para colmo de la barbarie este crimen
dio lugar a grandes manifestaciones de regocijo. El cadáver decapitado de
Coligny fue arrastrado por las calles y el rey con toda su corte se paseó en
medio del tendal de muertos.
Cuando la noticia llegó a Roma, el papa
hizo cantar un Te Deum, de acción de gracias y mandó acuñar una medalla
Conmemorativa que llevaba de un lado su efigie con esta inscripción: Gregorio
XIII. Pont. Max. (Pontífice máximo); del otro un ángel con la espada en la mano
matando hugonotes y estas palabras: Hugonottorum strages (matanza de hugonotes),
1572.
Mandó también el papa al artista Vasari
que pintase un cuadro de grandes dimensiones para ser exhibido en el Vaticano,
el cual llevaba esta inscripción: Pontifex Colignii necem probar lo que
significa: El pontífice aprueba el asesinato de Coligny.
El papa completó todas estas
demostraciones de júbilo enviando a París al cardenal Ursino para agradecer a
Carlos IX "todo lo que hace en favor de la fe cristiana contra los
herejes."
Felipe II recibió la noticia con no
menos júbilo y se dice que ese día fue el único en el que se le vio reír.
Pasados aquellos días de criminal locura
se despertó la conciencia adormecida de los culpables. Las damas dijeron haber
visto bandadas de cuervos en los atrios del palacio que presagiaban días
luctuosos para la Francia. Un estupor y espanto les seguía día y noche.
Carlos IX no pudo más dormir ni calmarse
de los espantosos remordimientos de conciencia. Durante la noche creía estar
oyendo los aullidos de los verdugos y los gemidos desesperantes de las
víctimas. Durante el día procuraba por medio de fuertes ejercicios prepararse
para un sueño reparador, pero era inútil. Salía a cazar, andaba a caballo,
jugaba a la pelota, pasaba horas enteras golpeando fuertemente sobre un yunque
con un colosal martillo, pero nada podía hacerle olvidar las escenas
sangrientas que había autorizado.
Había pedido que no quedase ningún
hugonote con vida para que le reprochase la acción, y ahora la única persona
amable que tenía a su lado era una sirvienta hugonote que buscaba consolarlo
hablándole del amor de Dios y exhortándole a buscar perdón por Jesucristo.
Soñando creía encontrarse en un mar de
sangre que salía de los poros de su piel. "No hay paz para los
malos", dijo el profeta, y esta sentencia se cumplió en el desgraciado
monarca que falleció antes que se cumpliesen los dos años del San Bartolomé, el
30 de mayo de 1574.
Los protestantes con todo lograron
levantarse nuevamente en armas para defender sus derechos ultrajados, y Enrique
III, que se había mostrado tan intolerante como sus antecesores, cuatro años
después de la San Bartolomé tuvo que aceptar condiciones de paz, permitiendo el
culto reformado en todo el territorio menos en París; y reconocería los
protestantes como aptos para el desempeño de cargos públicos.
Cuando este monarca fue asesinado por un
fanático dominicano, tenía que ocupar el trono Enrique de Navarra, pero estaba
por medio el obstáculo de que era protestante. Nunca había sido un hombre de
convicciones religiosas de modo que nada le costaba pasar de una comunión a la
otra. Protestante desde su nacimiento, aceptó ir a misa para librarse de la
muerte en los días de San Bartolomé; volvió al protestantismo cuando el peligro
pasó, y vuelve de nuevo al catolicismo para tomar la corona pronunciando una
frase que se hizo célebre: París vale bien una misa.
En 1598 promulgó el Edicto de Nantes
asegurando la tolerancia religiosa, y aunque éste fue de corta duración y no
tuvo una aplicación completa, honra a su autor y marca una nueva era en la
historia de las religiones.
Ya había transcurrido casi un siglo de
luchas y persecuciones. El protestantismo aunque aminorado salía triunfante de
la prueba, dejando en su glorioso derrotero una verdadera legión de mártires
que demuestran que las puertas del infierno nunca prevalecerán contra la
iglesia del Señor