PROCESO DEL PODER PAPAL
En este período de casi mil años,
nuestro interés se dirigirá a la iglesia occidental o latina. Su sede de
autoridad estaba en Roma, que aún era la ciudad imperial, aunque su poder
político ya no existía. Poca atención se le dará a la iglesia griega, gobernada
desde Constantinopla, excepto cuando sus asuntos se relacionen a la historia
del cristianismo europeo. No referimos los hechos en su orden cronológico, sino
que examinamos grandes movimientos, a menudo paralelos. El hecho más notable en
los diez siglos de la Edad Media es el desarrollo del poder papal. Ya hemos
visto cómo el papa de Roma afirmaba ser "obispo universal" y cabeza
de la iglesia. Ahora afirma ser gobernador sobre las naciones, los reyes y
emperadores. Este desarrollo tuvo tres períodos: crecimiento, culminación y
decadencia.
El período de crecimiento del poder
papal empezó con el pontificado de Gregorio I, "el Grande", y llegó a
su apogeo bajo Gregorio VII, mejor conocido como Hildebrando. Debe notarse que
desde los tiempos primitivos cada papa al asumir su oficio cambiaba de nombre y
Gregorio VII es el único papa cuyo nombre de familia se destaca en la historia
después de su ascensión a la silla papal. Gregorio I fue el eclesiástico del
que se cuenta la conocida historia de que al ver algunos cautivos en Roma de
cabello claro y de ojos azules, y al preguntar quiénes eran, se le contestó que
eran "angli" (ingleses). A esto respondió: "Non angli, sed
angeli" ("no anglos, sino ángeles"). Después, cuando llegó a ser
papa, envió misioneros a Inglaterra para cristianizar al pueblo. Extendió el
reino de su iglesia animado de un interés activo en la conversión de las naciones
europeas que aún permanecían paganas y trayendo a la fe ortodoxa a los arrianos
visigodos en España. Gregorio resistió con éxito las pretensiones del patriarca
de Constantinopla al título de obispo universal. Convirtió a la iglesia en
virtual gobernante en la provincia alrededor de Roma. De esta manera preparó el
poder temporal o político.
También desarrolló ciertas doctrinas de
la iglesia romana, sobre todo la adoración de las imágenes, el purgatorio y la
transubstanciación, o la creencia de que en la misa o comunión el pan y el vino
se transforman milagrosamente en el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo. Fue
un gran defensor de la vida monástica, habiendo sido monje él mismo. Gregorio I
fue uno de los administradores más capaces en la historia de la iglesia romana
y bien merecía su título "el Grande". Bajo una serie de papas y
durante cientos de años la autoridad del pontificado romano aumentó y se
reconoció en sentido general. Se pueden nombrar ciertas causas para este
creciente poder del papado. Una razón de por qué tantos aceptaban el gobierno
de la sede romana se debía a que en las primeras épocas de este período, la
influencia de los papas estaba sobre todo en su poder para ejercer la justicia.
La iglesia estaba colocada entre los
príncipes y sus súbditos para reprimir la tiranía e injusticia, para proteger a
los débiles y para demandar los derechos del pueblo. En los palacios se
persuadió a más de un gobernante a recibir de nuevo una esposa repudiada
injustamente y a observar cuando menos la forma exterior de la decencia. Hubo
muchas excepciones, pues se sabe de papas que adulaban a príncipes impíos, pero
el espíritu general del papado al principio de la Edad Media era en favor del buen
gobierno. Las rivalidades e incertidumbres del gobierno secular estaban en
marcado contraste con la firmeza y uniformidad del gobierno de la iglesia.
Durante casi todos estos siglos Europa estuvo en condición de-cadente, pues sus
gobernantes se levantaban y caían, un castillo luchaba contra otro y no existía
autoridad plena y duradera. El antiguo imperio cayó en el siglo quinto y Europa
estuvo casi en un caos hasta el siglo noveno, cuando el imperio de Carlomagno
se estableció. Casi todos sus sucesores inmediatos fueron hombres débiles,
muchos de ellos buscaron la ayuda de Roma y estuvieron dispuestos a hacer
concesiones de poder para obtenerla. Una vez que la iglesia obtenía el poder a
expensas del estado, lo retenía con firmeza.
Mientras que el gobierno de los estados
cambiaba, por otro lado estaba el imperio constante de la iglesia. Durante
todos estos siglos de condiciones variables e inestables, la iglesia permanecía
fuerte, la única institución firme y oficial. El clero era el que casi
invariablemente sostenía las exigencias de dominio de Roma, desde el arzobispo
hasta el sacerdote más humilde. Durante la Edad Media, como veremos más tarde,
hubo un enorme crecimiento del monacato y monjes y abades se plegaban a los
sacerdotes y obispos en cada disputa relativa al poder. La iglesia tenía sus
fuertes aliados por todas partes y nunca fallaban en la promoción de sus
intereses. Aunque el hecho nos parezca extraño, en la Edad Media se presentó un
número de "fraudes píos" para sostener la autoridad de Roma. En una
época científica e inteligente los fraudes se hubieran investigado, desaprobado
y desacreditado. Sin embargo, la erudición de la Edad Media no era dada a la
crítica. Nadie dudaba de la verdad de los documentos. Circulaban ampliamente,
se aceptaban en todas partes y por medio de ellos las afirmaciones de Roma se
afianzaban con fuerza.
Por varios siglos antes de que se
sugiriera que estos documentos se basaban en la falsedad y no en la verdad. Uno
de estos documentos fraudulentos fue la "Donación de Constantino".
Mucho después de la caída del Imperio Romano en Europa se puso en circulación
un documento con el propósito de demostrar que Constantino, el primer emperador
cristiano, había dado al obispo de Roma, Silvestre I (314-335 d.C.), autoridad suprema
sobre todas las provincias europeas del imperio y proclamó al obispo de Roma
como gobernante aun sobre los emperadores. El documento explicaba que el
traslado de la capital de Roma a Constantinopla se debió a que el emperador no
permitiría a ningún potentado permanecer en Roma como rival del papa. De mucha
más influencia fue otro fraude, o serie de fraudes, las "Decretales Seudo-isidorianas"
que se publicaron alrededor de 830 d.C. Profesaban ser decisiones adoptadas por
los obispos primitivos de Roma, desde los apóstoles en escala descendente,
presentando las más elevadas reclamaciones, tales como: supremacía absoluta del
papa de Roma sobre la iglesia universal; independencia de la iglesia del
estado; inviolabilidad del clero en todos sus rangos hasta el punto de que no
estaba obligado a darse cuenta al estado, ni siquiera ningún tribunal secular
podía juzgar en asuntos del clero o la iglesia.
En las épocas de ignorancia y de falta
de crítica estos documentos se aceptaban sin vacilar. Por cientos de años formaron
un baluarte para las reclamaciones romanas. Nadie dudó de su autenticidad hasta
el siglo doce, cuando la iglesia ya estaba anclada en el poder. Solo en los
albores de la Reforma en el siglo dieciséis se examinaron estas reclamaciones y
se comprobó que carecían de fundamento. Algunas de las evidencias en su contra
fueron las siguientes: Su lenguaje no era el latín primitivo de los siglos
primero y segundo, sino el lenguaje corrupto y mixto de los siglos octavo y
noveno. Los títulos y las condiciones históricas a que se referían no eran los
del imperio, sino los de la Edad Media, muy diferentes. Las frecuentes citas de
la Escritura eran de la versión Vulgata (Latina), que no se tradujo sino hasta
el año 400 d.C. Se ofrecía una carta que se decía haber sido escrita por
Víctor, obispo de Roma 220 d.C., a Teófilo, obispo de Alejandría, quien vivió
en 400 d.C. ¿Qué pensaríamos en nuestra época acerca de la autenticidad de una
carta que se dijera que la envió la reina Elizabeth II a George Washington? El
desarrollo del poder papal aunque siempre ascendente, no era constante. Hubo
príncipes fuertes que lo resistieron, así como príncipes débiles que se
sometían a él.
Algunos de los papas eran débiles y
otros eran malvados, sobre todo entre 850 y 1050 d. C. Estos desacreditaban su
puesto, aun en el tiempo de su más elevado grado de supremacía. El período de
culminación fue entre 1073 y 1216 d.C., alrededor de ciento cincuenta años, en
que el papado tuvo un poder casi absoluto, no solo sobre la iglesia, sino sobre
las naciones de Europa. Esta elevada posición se alcanzó durante el gobierno de
Hildebrando, el único papa más conocido por su nombre de familia que por el
nombre asumido como papa, Gregorio VII. Durante veinte años, Hildebrando
gobernó realmente a la iglesia como el poder tras el trono antes de emplear la
triple corona. Asimismo, durante su papado y hasta su muerte acaecida en 1085
d.C. Hildebrando reformó el clero que se había corrompido Y quebrantó, aunque
solo por un tiempo, la simonía o la compra de puestos en la iglesia. Levantó
las normas de moralidad en todo el clero e impuso el celibato del sacerdocio,
que aunque se exigía no fue obligatorio hasta su día.
Libertó a la iglesia de la dominación
del estado al poner fin al nombramiento de los papas y los obispos por reyes y
emperadores. Requirió que todas las acusaciones en contra de los sacerdotes y
las relacionadas con la iglesia se juzgasen en cortes eclesiásticas. La
costumbre había sido que el obispo recibiese cetro y anillo de su soberano y
que este le prometiera fidelidad feudal como su señor secular. Esto equivalía a
que el gobernante nombrara a los obispos. Hildebrando prohibió la presentación
y la promesa. Hizo que la iglesia fuese suprema sobre el estado. El emperador,
Enrique IV, habiéndose ofendido con el papa Gregorio, convocó un sínodo de
obispos alemanes y los indujo a votar por la deposición del papa. Gregorio se
vengó con una excomunión, absolviendo a todos los súbditos de Enrique IV de su
lealtad hacia este último. Enrique se vio absolutamente impotente bajo la
excomunión papal. En enero de 1077, el emperador, "habiendo puesto a un
lado todas las posesiones reales, con los pies descalzos y vestido de lana,
permaneció por tres días de pie ante la puerta del castillo", (Estas son
las palabras del papa Gregorio VII al informar el hecho. De aquí viene la
expresión "ir a Canosa", que significa sumisión al papa o a la
iglesia) en Canosa al norte de Italia, donde estaba el papa, a fin de someterse
y recibir perdón. Debe agregarse, sin embargo, que tan pronto como Enrique
recuperó el poder, le hizo guerra al papa y lo sacó de Roma. Hildebrando murió
poco después, dejando este testimonio: "He amado la justicia y aborrecido
la iniquidad. Por lo tanto, muero en el exilio." Sin embargo, el registro
del triunfo del papa influyó más que el de su derrota más tarde. Gregorio VII
no aspiraba a abolir el gobierno del estado, sino a subordinarlo al gobierno de
la iglesia. Deseaba el poder secular para gobernar al pueblo, pero bajo la más
elevada jurisdicción del reino espiritual, como él lo consideraba.
Otro papa cuyo reino demostró su alto
grado de poder fue Inocencio III (1198-1216). En su discurso de inauguración
declaró: "El sucesor de San Pedro ocupa una posición intermedia entre Dios
y el hombre. Es inferior a Dios más superior al hombre. Es el juez de todos,
mas nadie lo juzga." En una de sus cartas oficiales escribió que al papa
"no solo se le encomendó la iglesia, sino todo el mundo", con
"el derecho de disponer finalmente de la corona imperial y de todas las
demás coronas". Elegido para ocupar el cargo a los treinta y seis años, a
través de su reinado sostuvo con éxito estas altas pretensiones.
Eligió para desempeñar las funciones de
emperador a Otón IV de Brunswick, quien reconoció en público que tenía la
corona "por la gracia de Dios y la sede apostólica". Más tarde,
debido a la insubordinación de Otón, lo depuso e hizo que se eligiera a otro
emperador. Asumió el gobierno de la ciudad de Roma decretando leyes para sus
funcionarios siendo él mismo señor supremo. En realidad estableció de este modo
un estado bajo el gobierno directo del papado, gobierno que fue el precursor de
los "Estados de la Iglesia". Obligó al licencioso Felipe Augusto, rey
de Francia, a que recibiese de nuevo a su esposa de quien se había divorciado
injustamente. Excomulgó al rey Juan sin Tierra (inglés), le obligó a rendir su
corona allegado papal y a recibirla de nuevo como súbdito del papa. Inocencio
III puede considerarse como el mayor de los papas en poder autocrático. Sin embargo,
no hubiera llegado a tal grado de autoridad si Hildebrando no hubiese alcanzado
la grandeza antes que él.
Mientras Europa salía del crepúsculo de
la Edad Media y la lealtad nacional se levantaba para competir con la
eclesiástica, la decadencia del poder papal empezó con Bonifacio VIII en 1303.
Tenía pretensiones tan elevadas como cualquiera de sus predecesores, pero se
pasaban por alto. Bonifacio prohibió a Eduardo I de Inglaterra que decretase
impuestos a la propiedad de la iglesia y a las entradas o tesoros sacerdotales.
Sin embargo, se vio obligado a ceder al rey, aunque en forma de arreglo por el
cual los sacerdotes y obispos daban parte de sus entradas para las necesidades
del reino. Riñó con Felipe el Hermoso de Francia, quien le hizo guerra, se apoderó
del papa y le encarceló. Aunque lo liberaron, murió de tristeza poco después.
Desde 1305, durante más de setenta años, los papas se eligieron bajo las
órdenes de los reyes de Francia y estaban subordinados a su voluntad. Al
período de 1305 a 1378 se le conoce como la Cautividad Babilónica. Por orden
del rey francés, la sede del papado se trasladó de Roma a Aviñón, al sur de
Francia. Los papas se convirtieron en jefes nominales sin verdadera influencia
o poder bajo el gobierno francés. Otros aspirantes al papado surgieron en Roma
y por doquier, en diferentes países, papas y antipapas. Las órdenes papales se
desobedecían libremente. Las excomuniones se obviaban. Por ejemplo, Eduardo III
de Inglaterra ordenó allegado papal que saliera de su reino.
En 1378 el papa reinante, Gregorio XI,
volvió a Roma y en 1414 se celebró el Concilio de Constanza para decidir entre
las reclamaciones de cuatro papas. Todos se depusieron y se escogió uno nuevo.
Desde 1378, los papas han continuado morando en Roma. Como siempre, alentando
pretensiones muy elevadas, pero incapaces de ponerlas en vigor.
SURGIMIENTO DEL PODER
MUSULMÁN
El movimiento que enseguida reclama
nuestra atención es la religión y el imperio que Mahoma fundó al principio del
sexto siglo y que arrebató provincia tras provincia de los emperadores griegos
de Constantinopla, hasta su extinción final. Esto trajo a la iglesia oriental a
una sujeción que rayaba en la esclavitud. Incluso, amenazaba con la conquista
de Europa.
Después de trece siglos la fe mahometana
aún domina a más de doscientos millones de personas y en el continente de
África sigue creciendo. Su fundador fue Mahoma, nacido en La Meca, Arabia, en
570 d.C. A los cuarenta años de edad, en 610, empezó su carrera como profeta y
reformador. Al principio ganó discípulos lentamente, pero su causa creció lo
suficiente para encontrar persecución. Huyó de La Meca en 622 d.C. y su fuga,
la hégira, proporciona la fecha por la que se rige el calendario mahometano.
Tuvo éxito en poner bajo su religión y autoridad a las tribus árabes esparcidas
y regresó a La Meca como conquistador. Al morir, en 632 d.C., era el profeta y
gobernante aceptado por toda Arabia. A su religión se le denomina islamismo,
"sumisión", esto es, obediencia a la voluntad de Dios. A sus
seguidores se les llaman musulmanes, pues nunca usan el nombre
"mahometano". Los artículos de fe, como los exponen, son: Hay un solo
Dios, al que llaman Alá (siendo la palabra de origen común con la similar
hebrea "Elohim"). Todos los hechos buenos o malos Dios los ha
preestablecido, por lo tanto, en cada acto se lleva a cabo la voluntad de Dios.
Hay multitudes de ángeles invisibles,
buenos y malos, que se relacionan constantemente con los hombres. Dios entregó
su revelación en el Corán, una serie de mensajes comunicados a Mahoma por medio
del ángel Gabriel, aunque no se compilaron sino hasta después de la muerte del
profeta. Dios envió profetas inspirados a los hombres, de ellos los más grandes
fueron Adán, Moisés, Jesús y, sobre todos los demás, Mahoma. Los profetas
bíblicos, apóstoles cristianos y santos que vivieron antes de Mahoma se
reconocen y adoptan como suyos. En el más allá habrá una resurrección final, el
juicio y el cielo o el infierno para cada hombre.
Al principio, Mahoma dependía de las
influencias morales al predicar su evangelio. Pero pronto cambió sus métodos y
se hizo guerrero, conduciendo a sus unidos y feroces árabes a la conquista de
los in-crédulos. Presentó a todo país o tribu la alternativa entre el
islamismo, el tributo o la muerte para los que resistían sus armas. En poco
tiempo, conquistaron Palestina y Siria y los lugares santos del cristianismo
cayeron bajo el poder del islamismo. Conquistaron una provincia tras otra del
Imperio Grecorromano. Pronto todo lo que quedó fue la ciudad de Constantinopla,
de modo que los países del cristianismo primitivo se convirtieron en súbditos.
Donde los cristianos se sometían, su adoración se les permitía bajo algunas
restricciones.
Hacia el Oriente, el imperio de los
califas se extendió más allá de Persia hasta la India. Su capital estaba en
Bagdad, en las márgenes del Tigris. Hacia el Occidente, sus conquistas incluían
Egipto, todo el norte de África y la mayor parte de España. Casi todo este
vasto imperio se conquistó durante los cien años después de la muerte de
Mahoma. Sin embargo, en Europa occidental Carlos Martel contuvo su progreso al
sur de Francia. Este unió a las tribus discordantes bajo la dirección de los
francos y obtuvo una victoria decisiva en Tours, en 732 d.C. A no haber sido
por la batalla de Tours, es probable que toda Europa se hubiera convertido en
un continente mahometano y la media luna hubiera ocupado el lugar de la cruz.
He aquí una pregunta interesante: ¿Por qué triunfaron la religión y las armas
mahometanas sobre el mundo oriental?
Daremos algunas de las causas. Los
creyentes primitivos en Mahoma eran los fieros guerreros árabes, jamás
conquistados por ningún enemigo extranjero y que seguían a su profeta con una
sincera e intensa fe que todo lo conquistaba. Creían ejecutar la voluntad de
Dios y que su destino era triunfar. Todo aquel que caía en la batalla con los
incrédulos estaba destinado a entrar de inmediato a un cielo o deleite sensual.
Contrario a este espíritu invencible, viril y conquistador, estaba la
naturaleza sumisa y débil de los griegos asiáticos. Desde siglos remotos estas
tierras se sometieron mansamente a los conquistadores. Su gente perdió el
vigor, preferían rendirse que tomar la espada y pagar tributo en lugar de
defender su libertad. Gran parte de la población del Imperio Griego eran monjes
y eclesiásticos, listos para orar pero no para pelear.
El islamismo fue muy superior al
paganismo al cual desplazó en Arabia y en tierras al este de esa península.
Además, debe admitirse que era más fuerte que el tipo de cristianismo que
encontró y venció. Desde mucho antes, la iglesia oriental, no así la
occidental, había cesa-do en sus esfuerzos misioneros, había perdido su energía
y se inclinaba a la especulación en vez de al esfuerzo moral o espiritual. En
su grado más elevado, en la religión de Mahoma se encontraban, y aún se
encuentran, algunos aspectos favorables, elementos de valor para el mundo. Uno
era su sencillez de doctrina. Creía en un Dios al que cada hombre debía
obedecer incondicionalmente. No tenía un sistema de teología intrincado y
misterioso que diera lugar a controversias interminables e inútiles. No hacía falta
erudición para entender los artículos de la fe mahometana. Otro rasgo del
islamismo era su oposición a la adoración de las imágenes. Por todo el mundo
cristiano las estatuas de los dioses antiguos de Grecia simplemente habían dado
el lugar a las imágenes y cuadros de la virgen María y de los santos, adorados
en todos los templos. Los musulmanes los lanzaron fuera y destruyeron y
denunciaron como idolatría toda adoración de imágenes, ya fuesen esculpidas o
pintadas.
Los mahometanos también rechazaban la
mediación sacerdotal y de los santos. La iglesia hacía que la salvación
dependiese, no de la fe sencilla en Cristo y la obediencia a él como Señor,
sino en ritos sacerdotales e intercesión de los santos que habían partido. Los
mahometanos quitaron todo eso y en su doctrina procuraban llevar a toda alma
directamente a Dios. En todo el mundo musulmán se encuentra la regla de
abstinencia de bebidas embriagantes. La primera "sociedad de
temperancia" en la historia del mundo fue la de los nazareos de Israel. Y
sus sucesores en mayor escala, los de la religión de Mahoma, que prohibía a sus
fieles tomar vino o licor embriagante. Esto todavía se tiene como un principio,
pero no se pone en práctica universalmente cuando los mahometanos viven en
contacto con los europeos.
En el período primitivo, bajo califas,
tanto la literatura como la ciencia adelantaron. Los árabes nos dieron la
numeración arábiga (1, 2, 3,4, etc.) que fue un gran adelanto con respecto al
sistema romano de numeración mediante letras (I, V, X, etc.). En el campo de la
astronomía dieron a conocer una de las primeras clasificaciones de las
estrellas. Las cortes de los califas de Bagdad eran un centro literario. La
España mahometana estaba más adelantada en cultura y civilización que los
reinos cristianos de ese período en la península. Pero todo el progreso
intelectual cesó cuando los turcos bárbaros sucedieron a los ilustres
sarracenos como jefes en el movimiento islámico.
Para no hacer nuestro cuadro del
islamismo más favorable de lo que la verdad pueda apoyar, debemos fijamos por
otra parte en aquello en que el islamismo ha fallado, sus errores y sus males.
Su primer mal a la humanidad, su método de esfuerzo misionero mediante la
espada, promoviendo entre los hombres el odio en lugar del amor. Dondequiera
que una ciudad resistía su conquista, morían sus hombres, llevaban las mujeres
a los harenes de los victoriosos y educaban los niños en la fe islámica.
Durante muchos siglos los turcos tuvieron la costumbre de tomar miles de niños
cristianos, arrebatarlos de sus padres y criarlos en provincias distantes como
musulmanes fanáticos. En el antiguo concepto islámico el estado y la iglesia
eran absoluta-mente uno. Se esperaba que el gobierno emplease su poder hasta
donde fuera posible para el adelanto de la verdadera religión y supresión de la
falsa. Antes de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, el sultán de Turquía era
también el califa ("sucesor de Mahoma"). Cuando Turquía se convirtió
en república, destronaron al sultán y abolieron el califato. Con la
modernización de Turquía, se efectuaron otros cambios.
Un hecho significativo fue la traducción
del Corán al idioma vernáculo. En Estambul, en 1932, el Corán se leyó en la
mezquita de Santa Sofía por primera vez en el idioma turco. El concepto
mahometano de Dios se basa más bien en el Antiguo Testamento que en el Nuevo
Testamento. Para la mentalidad árabe, Dios es un déspota oriental, implacable y
terrible, sin amor para la humanidad fuera de los seguidores del Profeta. El
islamismo prácticamente deja a Cristo fuera de su sistema. En el concepto
mahometano no es el Señor del reino celestial, ni el Hijo de Dios, el Salvador
del mundo. Lo reducen al rango de un profeta judío, inferior en todo respecto a
Mahoma.
Su concepto del cielo, la morada de los
bienaventurados en la vida venidera, está falto por completo de espiritualidad
y es del todo sensual.
Una de las características más indigna
de la religión mahometana era la degradación de la mujer. Las mujeres se
consideraban como simples esclavas o juguetes del hombre. La Turquía moderna ha
remediado esta condición y en 1930 se les dio el derecho al voto y a nominarse
en las elecciones municipales. Pero fuera de Turquía el mundo mahometano tiene
a la mujer en poca estima. En el terreno de la historia y la política, quizás
el más marcado fracaso del estado mahometano ha sido en el aspecto de la
administración nacional. En sus conquistas, los mahometanos eran maravillosos,
casi milagrosos. Barrían en irresistible torrente a través de continentes,
desde China hasta España. Sin embargo, no demostraron fuerza para establecer un
gobierno sabio y justo en los imperios que fundaban. Los países islámicos eran
los que peor se gobernaban en el mundo. Pongamos en contraste la historia de
los turcos en este sentido con la de los antiguos romanos, que demostraron que
no solo podían conquistar un gran imperio, sino también gobernarlo con
sabiduría, trayendo prosperidad a cada país que conquistaban.
EL SANTO IMPERIO ROMANO
Desde el siglo noveno hasta el
decimonoveno existió en Europa una entidad política singular que demostró
poseer distintas características en diferentes generaciones. El nombre oficial
era el Santo Imperio Romano, aunque en forma común pero incorrecta se le denominaba
el Imperio Germano. Hasta su aparición, la Europa situada al oeste del mar
Adriático estaba en desorden, gobernada por tribus guerreras en lugar de que la
gobernaran estados. Sin embargo, en medio de toda la confusión, el antiguo
concepto romano de unidad y orden permaneció. La aspiración de un imperio a
ocupar el lugar de aquel que, aunque caído, aún se tenía en veneración
tradicional.
A finales del siglo octavo se levantó
uno de los hombres más gran-des de todos los tiempos: Carlos I el Grande
(742-814 d.C.). Los germanos lo aclamaron como Carlos el Grande y los franceses
como Carlomagno. Era nieto de Carlos Martel, el vencedor en Tours (732 d.C.), y
rey de los francos, que era una tribu germana que dominaba una gran parte de
Francia. Carlos se constituyó a sí mismo en amo de casi todos los países en la
Europa occidental, el norte de España, Francia, Alemania, los Países Bajos,
Austria e Italia; un imperio en verdad. Al visitar a Roma en la Navidad de 800
d.C., el papa León III lo coronó como Carlos Augusto, emperador de Roma.
Constantino y los antiguos emperadores romanos lo consideraron sucesor de
Augusto. Reinó en su vasto dominio con poder y sabiduría. Fue un conquistador,
reformador, legislador, protector de la educación y de la iglesia.
En teoría, su imperio duró mil años,
pero solo por un corto tiempo su autoridad sobre Europa fue real. La debilidad
e incapacidad de los descendientes de Carlomagno, el desarrollo variado de los
diferentes estados e idiomas y los conflictos de intereses nacionales hicieron
que la autoridad del Santo Imperio Romano o Germano se limitase principalmente
al oeste del Rin. Aun en Alemania los estados menores llegaron a ser
prácticamente independientes, guerreaban entre sí y la mayor parte del tiempo
estaba solo nominalmente bajo el dominio del emperador. A este se le reconocía
como jefe titular del cristianismo europeo y en Francia, Inglaterra y los
estados escandinavos se le honraban, pero no lo obedecían. Debido a que su
autoridad, tal como era, se limitaba a Alemania y en pequeña escala a Italia,
su reino se le ha llamado casi siempre el "Imperio Germano".
Después que los decadentes sucesores de
Carlomagno perdieron el trono, al emperador lo elegía un electorado compuesto
por siete príncipes. De los cincuenta y cuatro emperadores solo podemos
mencionar unos cuantos de los más grandes después del tiempo de Carlomagno.
Enrique I (el Pajarero), 919-936, empezó la restauración del imperio que había
decaído. Sin embargo, a su hijo Otón I (el Grande), aun cuando no lo coronaron
emperador hasta 951, se le considera como el verdadero fundador del Imperio
Germano, distinto al romano.
El reinado de Otón I se extendió hasta
978. Federico "Barbirroja" fue uno de los más poderosos en la
sucesión de emperadores. Participó en la tercera cruzada, pero se ahogó en Asia
Menor y su muerte condujo al fracaso la expedición. A Federico II, nieto de
Barbarroja, se le ha llamado "la maravilla y enigma de la historia,
ilustre y progresista, el hombre más liberal de su época", debido a sus
ideas de gobierno y religión. El papa lo excomulgó dos veces, pero en la quinta
cruzada se autoproclamó rey de Jerusalén. Rodolfo I de Habsburgo, fundador de
la Casa de Austria, recibió la corona imperial en 1273, cuando no significaba
mucho más que un título sin valor. Sin embargo, obligó a los príncipes y
barones a someterse a su autoridad. Desde su época, Austria fue el estado más
poderoso en la confederación germana y casi todos los emperadores descendían de
él, los archiduques de ese país. Carlos V, emperador al principio de la Reforma
(1519-1556), gobernó también por herencia Austria, España y los Países Bajos.
Hizo lo mejor que pudo, pero sin éxito, para sostener los países que estaban
bajo su dominio en la religión antigua. En 1556 abdicó voluntariamente y pasó
los últimos dos años de su vida en retiro. Por muchos siglos, al principio de
la historia del imperio, hubo fuerte rivalidad y algunas veces guerra entre los
emperadores y los papas. Los emperadores lucharon por gobernar la iglesia, los
papas lucharon por dominar el imperio. Hemos visto cómo el papa Gregorio VII
(Hildebrando) en una época exigió la sumisión del emperador, y cómo Inocente m
ponía y quitaba emperadores y reyes.
Sin embargo, la lucha fue menos intensa
y cesó después de la Reforma cuando las líneas divisorias entre la iglesia y el
estado al fin se fijaron. Cuando el reino de Austria se hizo más importante,
los emperadores se ocuparon mucho más de sus dominios hereditarios. Los muchos
estados del imperio llegaron a ser prácticamente independientes, hasta que el
título de emperador era poco más que un honor sin significado. En el siglo
dieciocho, el ingenioso Voltaire dijo que "el Santo Imperio Romano no era
ni santo, ni romano y menos un imperio". La sucesión de emperadores
terminó en 1806, cuando Napoleón estaba en la cumbre de su poder. En ese año
obligaron a Francisco II a renunciar al título de "emperador del Santo
Imperio Romano", y en su lugar asumió el de "emperador de
Austria".
SEPARACIÓN DE LAS IGLESIAS
LATINAS Y GRIEGAS
La separación de las iglesias latina y
griega se hizo formalmente en el siglo once, aunque en la práctica se efectuó
mucho antes. Durante cien años, la relación normal entre papas y patriarcas se
caracterizó por la lucha. Al final, en 1054 d.C., el mensajero del papa puso
sobre el altar de Santa Sofía, en Constantinopla, el decreto de excomunión. En
base a esto, el patriarca en turno expidió su decreto de excomunión a Roma y a
las iglesias que se sometían al papa. Desde ese tiempo las iglesias latina y
griega se mantuvieron separadas, no reconociendo ninguna la existencia
eclesiástica de la otra. La mayoría de las cuestiones de discusión que formaron
las causas conducentes a la separación parecen casi triviales en nuestros días.
Sin embargo, durante siglos fueron temas de violenta controversia y a veces de
cruel persecución. Doctrinalmente, la principal diferencia estaba en la
doctrina conocida como "la procedencia del Espíritu Santo". Los
latinos repetían: "El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo"
(filioque en latín).
Los griegos decían que procedía
"del Padre", dejando fuera la palabra filioque. Sobre esa sola
palabra se realizaron muchos debates, se escribieron innumerables libros y aun
se derramó sangre en amarga lucha. En las ceremonias de la iglesia, diferentes
usos llegaron a ser costumbre en Oriente y Occidente, y estas costumbres se
formularon en leyes. En la iglesia occidental se prohibió el matrimonio de los
sacer-dotes, pero se sancionó en la oriental. Actualmente, en toda la iglesia
griega, cada sacerdote de pueblo (que lleva el título de "papa",
equivalente a "padre" entre los católico-romanos) debe ser casado. En
las iglesias occidentales la adoración de imágenes se ha puesto en práctica
durante mil años, mientras que en las iglesias griegas uno no ve estatuas, sino
solo cuadros. Sin embargo, los cuadros están en relieve, como imágenes en bajo
relieve, y se les estima con la reverencia más profunda. En el servicio de la
misa, las iglesias romanas usan el pan sin levadura (la hostia), mientras que
en la comunión griega se distribuye pan común. Como protesta contra la
observancia judía del séptimo día, surgió la práctica de ayuno en sábado en
Occidente, pero nunca se observó en Oriente. Más tarde, el día de ayuno
católico-romano se cambió al viernes, el día de crucifixión de nuestro Señor.
Más profunda que estas diferencias de
ceremonias para causar la separación de las iglesias latina y griega fue la
causa política de la independencia de Europa del trono de Constantinopla, en el
establecimiento del Santo Imperio Romano (800 d.C.). Aun después de la caída
del antiguo Imperio de Roma en 476 d.C., la idea imperial todavía tenía fuerza.
Los nuevos reinos bárbaros: godos, francos y otras razas, de una manera vaga se
consideraban teóricamente como bajo el emperador de Constantinopla. Sin
embargo, cuando Carlomagno estableció el Santo Imperio Romano, ocupó el lugar
del antiguo imperio en forma separada e independiente de los emperadores de
Constantinopla. Un estado independiente necesitaba una iglesia independiente.
Sin embargo, el factor más poderoso que condujo a la separación fueron las
continuas reclamaciones de Roma de ser la iglesia dominante y su papa de ser el
"obispo universal". En Roma, la iglesia do-minó poco a poco al
estado. En Constantinopla, la iglesia estaba su-misa al estado. De manera que
era inevitable el cisma entre ambas secciones con conceptos opuestos. La
separación final de las dos gran-des divisiones de la iglesia vino, como ya
vimos, en 1054 d.C.
LAS CRUZADAS
Otro gran movimiento en la Edad Media,
bajo la inspiración y bajo el mando de la iglesia, fueron las cruzadas. Estas
comenzaron a finales del siglo once y continuaron durante casi trescientos
años. Desde el siglo cuarto en adelante, incluso hasta el tiempo actual,
multitudes realizaron peregrinaciones hasta Tierra Santa. Alrededor del año
1000 d.C., el número de peregrinos aumentó de forma considerable cuando se
esperaba casi universalmente el fin del mundo y la venida de Cristo. Incluso
después, cuando esos acontecimientos no ocurrieron, las peregrinaciones
continuaron. Al principio, los gobernantes musulmanes de Palestina favorecieron
las cruzadas. Sin embargo, más tarde los peregrinos sufrieron opresión, robo y
algunas veces hasta la muerte. Al mismo tiempo, los musulmanes estaban
amenazando al debilitado Imperio Oriental y el emperador Alejo le pidió al papa
Urbano II que enviase a los guerreros de Europa en su ayuda. Por todas partes,
en Europa se despertó el espíritu de libertar Tierra Santa del dominio musulmán
y de este impulso resultaron las cruzadas.
Las cruzadas principales fueron ocho,
además de muchas otras expediciones de menor importancia a las que también se
les dio este nombre.
LA PRIMERA cruzada la proclamó el papa Urbano 11 en
1095 d.C., en el Concilio de Clermont, donde una multitud de caballeros tomaron
la cruz como insignia y se alistaron en contra de los sarracenos. Antes de que la
expedición principal se organizara del todo, un monje llamado Pedro el Ermitaño
convocó a una multitud indisciplinada, que se dice fue de cuarenta mil
personas, y la condujo al Oriente esperando ayuda milagrosa. Su desprovisto y
desorganizado populacho fracasó. A muchos de sus miembros los hicieron esclavos
y a otros mataron.' Pero la primera cruzada verdadera la emprendieron doscientos
setenta y cinco mil de los mejores guerreros de todo país de Europa, conducida
por Godofredo de Bouillon y otros jefes. Después de muchos contratiempos, sobre
todo por falta de disciplina y disensión entre los líderes, tuvieron finalmente
éxito en tomar la ciudad de Jerusalén y casi toda Palestina en 1099.
Establecieron un reino sobre principios feudales y como Godofredo rechazó el
nombre de rey, lo nombraron "barón y protector del Santo Sepulcro".
Al morir Godofredo, su hermano Balduino asumió el título de rey. El reino de
Jerusalén duró hasta 1187 d.C., aunque siempre en una condición precaria por
estar rodeado, excepto por el mar, del Imperio Sarraceno y por estar muy
distante de sus aliados naturales en Europa.
LA SEGUNDA cruzada se convocó por las noticias de
que los sarracenos estaban conquistando las provincias situadas a poca
distancia del reino de Jerusalén, amenazando la ciudad misma. Bajo la
predicación de San Bernardo de Claraval, Luis VII de Francia y Conrado III de
Alemania condujeron un gran ejército para socorrer los lugares santos.
Sufrieron muchas derrotas, pero finalmente llegaron a la ciudad. No pudieron
recuperar el territorio perdido, pero sí postergaron por una generación la
caída final del reino. En 1187 d.C., los sarracenos reconquistaron Jerusalén
bajo Saladino y el reino de Jerusalén llegó a su fin. Aunque el simple título
"rey de Jerusalén" se siguió usando por mucho tiempo después.
La caída de la ciudad despertó a Europa
a LA TERCERA cruzada (1189-1191) que condujeron tres
soberanos prominentes: Federico Barbarroja de Alemania, Felipe Augusto de
Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra. Pero, Federico, el mejor
general y estadista, se ahogó y los dos reyes restantes se disgustaron. Felipe
Augusto se fue a su patria y todo el valor de Ricardo no fue suficiente para
llevar su ejército hasta Jerusalén. No obstante, concertó un tratado con
Saladino, por medio del cual los peregrinos cristianos obtuvieron el derecho de
visitar el Santo Sepulcro sin ser molestados.
LA CUARTA cruzada (1201-1204 d.C.) fue peor que
un fracaso porque al final perjudicó mucho a la iglesia cristiana. Los cruzados
desistieron de su propósito de ganar Tierra Santa e hicieron guerra a
Constantinopla, la capturaron, saquearon y establecieron su propio gobierno
sobre el Imperio Griego que duró cincuenta años. A ese imperio lo dejaron tan
indefenso, que simplemente era un insignificante baluarte en contra del
creciente poder de los turcos. Raza guerrera, no civilizada, que siguió a los
sarracenos como el poder dominante musulmán después de la terminación del
período de las cruzadas.
LA QUINTA cruzada (1217-1222 d.C.) la realizaron
Juan de Brienne, rey de Jerusalén, y Andrés 11, rey de Hungría. Los citados
monarcas atacaron sin resultado a los sarracenos en Egipto y Siria.
EN LA SEXTA cruzada (1228-1229 d.C.) el emperador
Federico II, aunque excomulgado por el papa, condujo un ejército a Palestina y
obtuvo un tratado por el cual cedieron Jerusalén, Jafa, Belén y Nazaret a los
cristianos. Puesto que ningún eclesiástico romano lo coronaría estando bajo la
expulsión papal, Federico se coronó a sí mismo rey de Jerusalén. Debido a esto,
el título "rey de Jerusalén" lo usaron todos los emperadores germanos
y después los de Austria hasta 1835 d.C. Sin embargo, por el disgusto entre el
papa y el emperador, se perdieron los resultados de la cruzada. En 1244 d.C.,
los musulmanes tomaron de nuevo Jerusalén y desde entonces permaneció bajo su
dominio.
LA SÉPTIMA cruzada (1248-1254 d.C.) se realizó al
mando de Luis IX de Francia, conocido como San Luis. Invadió por el camino de
Egipto y aunque al principio tuvo éxito, los musulmanes lo derrotaron y
apresaron. Lo rescataron por un gran precio y fue a Palestina, permaneciendo
allá hasta 1252 cuando la muerte de su madre, a quien había dejado como
regenta, le obligó a regresar a Francia.
LA OCTAVA cruzada (1270-1272) estuvo también bajo
la dirección de Luis IX, junto con el príncipe Eduardo Plantagenet de
Inglaterra, después rey Eduardo 1. La ruta escogida fue de nuevo por África.
Pero Luis murió en Túnez, su hijo hizo la paz y Eduardo regresó a Inglaterra a
ocupar el trono. De modo que, por lo general, esta se considera como la última
cruzada y fracasó completamente.
Hubo cruzadas de menor importancia, pero
ninguna merece mención especial. En efecto, desde 1270 en adelante, a cualquier
guerra emprendida en favor de la iglesia se le denominó cruzada, aun en contra
de los "herejes" en países cristianos. Las cruzadas fracasaron en
libertar Tierra Santa del dominio de los musulmanes. Si miramos en
retrospectiva ese período, pronto podremos ver las causas de su fracaso. Se
notará un hecho en la historia de cada cruzada: los reyes y príncipes que
conducían el movimiento estaban siempre en discordia.
A cada jefe le preocupaba más sus
propios intereses que la causa común. Todos se envidiaban entre sí y temían que
el éxito pudiese promover la influencia o fama de su rival. En contra del
esfuerzo dividido y a medias de las cruzadas estaba un pueblo unido, valiente.
Una raza siempre intrépida en la guerra y bajo el dominio absoluto de un
comandante, ya fuese califa o sultán. Una causa más grave del fracaso fue la
falta de un estadista entre estos jefes. No poseían una visión amplia y
trascendente. Todo lo que buscaban eran resultados inmediatos. No comprendían
que para fundar y mantener un reino en Palestina, a mil millas de sus propios
países, se requería una comunicación constante con la Europa Occidental, una
fuerte base de provisión y refuerzo continuo. La conquista de la tierra era una
intrusión, no una liberación.
La gente de Palestina estaba
prácticamente esclavizada por los cruzados. Como esclavos, se les obligaban a
construir castillos, fortalezas y palacios para sus odiados amos. Por tanto,
aceptaban el regreso de sus primeros gobernantes musulmanes porque, aunque su
yugo fue pesado, era más ligero que el de los reyes cristianos de Jerusalén.
Sin embargo, a pesar del fracaso de mantener un reino cristiano en Palestina,
Europa obtuvo ciertos buenos resultados de las cruzadas. Después de las
cruzadas, el gobierno turco protegía a los peregrinos y la persecución cesó. En
efecto, la tierra prosperó más y las ciudades de Belén, Nazaret y Jerusalén
aumentaron en población y en riqueza debido a la oleada de peregrinos que llegaban
a Palestina bajo garantías de seguridad de los gobernantes turcos.
Después de las cruzadas, las agresiones
musulmanas en Europa se reprimieron. La experiencia de esos siglos despertó a
Europa al peligro del islamismo. Los españoles se atrevieron a hacer guerra
contra los moros que tenían la mitad de la península. En 1492, bajo Fernando e
Isabel, los españoles subyugaron el reino moro y expulsaron a los musulmanes
del país. En la frontera este de Europa, Polonia y Austria estaban alerta y en
1683 hicieron retroceder la marea de invasión turca en una gran batalla ganada
cerca de la ciudad de Viena. Esta victoria marcó el principio de la decadencia
del poder del Imperio Turco. Otro resultado de las cruzadas fue un conocimiento
mejor de las naciones entre sí. No solo los gobernantes y jefes, sino los
caballeros inferiores y aun los soldados de los diferentes países empezaron a
conocerse entre sí y a reconocer los intereses comunes. Entre las naciones
surgió un mutuo respeto y se concertaron alianzas. Las cruzadas contribuyeron
grandemente al desarrollo de la Europa moderna. También las cruzadas dieron un
gran impulso al comercio.
La demanda de mercancía de toda clase
(armas, provisiones y naves) aumentó la industria y el comercio. Los cruzados
llevaron a Europa un conocimiento de las riquezas de Oriente, sus alfombras,
sedas, joyas y el comer o se desarrolló por toda la Europa occidental. Los
mercaderes se enriquecieron. Surgió una clase media entre los señores y los
vasallos. Las ciudades progresaron y acrecentaron su poder y los castillos
comenzaron a perder ascendencia que tenían sobre ellas. En los siglos
siguientes, las ciudades llegaron a ser centros de libertad y reforma, y se
liberaron del minio arbitrario de príncipes y prelados. Al principio, el poder
eclesiástico fue aumentado grandemente por las cruzadas. La iglesia convocaba
las guerras y de esta manera mostraba su dominio sobre príncipes y naciones.
Además, la iglesia compraba tierras adelantaba dinero a los cruzados, quienes
tenían que ofrecer sus tierras en garantía. Fue así que la iglesia aumentaba
considerablemente sus posesiones en toda Europa. Y en la ausencia de
gobernantes temporales, los obispos y los papas ganaban dominio. Pero al final,
la vasta riqueza, la arrogante ambición de los clérigos y el uso sin escrúpulo
que hacían del poder despertaron el descontento y ayudó a preparar el camino
para el cercano levantamiento contra la iglesia católico-romana en la Reforma.
DESARROLLO DEL MONACATO
Durante el siglo cuarto, como vimos
anteriormente, se originó la vida monástica en las cavernas del norte de
Egipto. Al principio, el movimiento se desarrolló lentamente en Europa, pero en
la Edad Media hubo un gr desarrollo del espíritu monástico, tanto entre los
hombres como las mujeres. El número de monjes y monjas aumentó de una manera
considerable, con resultados buenos y malos. En Oriente los primeros ascetas
vivían aparte, cada uno en su propia caverna o cabaña, o sobre su pilar, pero
en la Europa occidental formaban comunidades y vivían juntos. Al crecer estas
comunidades, fue necesaria alguna forma de organización y gobierno, y en el
transcurso del tiempo surgieron cuatro grandes órdenes.
La primera de estas órdenes fue la de
los benedictinos, fundada por San Benedicto en 529 d.C., en Monte Casino, a
mitad de camino entre Roma y Nápoles. Esta orden llegó a ser la mayor de las
comunidades monásticas de Europa y en su primer período promovió la
cristianización y civilización del Norte. Sus reglas requerían obediencia al
superior del monasterio, la no posesión de bienes y la castidad personal. Esta
orden era muy industriosa. Talaba bosques, secaba y saneaba pantanos, labraba
campos y enseñaba al pueblo muchas artes útiles. Muchas de las órdenes fundadas
más tarde fueron ramificaciones de la orden de los benedictinos o surgieron
como consecuencia de ella. La orden de Cister surgió en 1098, procurando
fortalecer la disciplina benedictina que se estaba corrompiendo. Su nombre
viene de Citeaux, en Francia, donde San Roberto la fundó. Pero, en 1112, San Bernardo
de Claraval la fortaleció y reorganizó. Los cistercienses prestaron gran
atención al arte, la arquitectura y, en especial, a la literatura copiando
libros antiguos y escribiendo muchos nuevos. La orden de los franciscanos la
fundó San Francisco de Asís en 1209. Este fue uno de los hombres más santo,
devoto y digno de afecto. De Italia se esparció rápidamente por toda Europa y
llegó a ser la más numerosa de todas las órdenes. Se dice que en la peste
negra, la plaga que se esparció por toda Europa en el siglo catorce, más de
ciento veinticuatro mil monjes franciscanos perecieron mientras prestaban ayuda
a moribundos y enfermos. Por el color de su hábito llegaron a conocerse como
los "frailes grises".
Los dominicos eran una orden española
que Santo Domingo fundó en 1215 y se extendió por todos los países de Europa.
Estos se diferenciaban de las otras órdenes en que eran predicadores que iban
por dondequiera a fortalecer la fe de los creyentes y se oponían a las
tendencias "herejes", siendo más tarde los más feroces perseguidores
de los "herejes". Por su hábito, se les conocía como los
"frailes negros". A estos, junto con los franciscanos, también se les
llamaba "frailes mendicantes" porque dependían para su sostén de las
limosnas que recogían de puerta en puerta. Además de estas, había órdenes
parecidas para las mujeres. Todas estas órdenes de ascetas empezaron con los
propósitos más nobles y las fundaron hombres y mujeres que se sacrificaban a sí
mismos. Su influencia era en parte para bien y en parte para mal. Al principio,
durante el primer período de cada orden monástica, era un beneficio a la
sociedad. Reconozcamos algunos de los buenos resultados del monacato.
Durante los siglos de guerra, casi de
anarquía, había centros de paz y de quietud en los monasterios, donde muchos
que estaban en dificultad encontraban refugio. Los monasterios daban
hospitalidad a los viajeros, a los enfermos y a los pobres. Tanto el moderno
hotel como el hospital se desarrollaron del hospicio o monasterio. A menudo el
monasterio o el convento eran el refugio y la protección de los indefensos, en
especial de las mujeres y los niños. Los primeros monasterios, tanto en Gran
Bretaña como en el continente, promovieron la agricultura. Los monjes se
dedicaron al saneamiento y secado de pantanos, la canalización del agua, la
construcción de caminos y el cultivo inteligente de la tierra. En las
bibliotecas de los monasterios se preservaron muchas de las obras antiguas de
la literatura, tanto clásica como cristiana.
Los monjes copiaban libros y escribían
la vida de hombres distinguidos, crónicas de su propio tiempo e historias del
pasado. Los monasterios han dado al mundo muchas de las obras religiosas más
preciosas, tales como los cánticos de San Bernardo y la Imitación de Cristo, por
Kempis. Sin sus escritos históricos, la Edad Media hubiera sido en verdad un
vacío. Los monjes eran los principales maestros de la juventud, casi los únicos
maestros. La mayoría de las universidades y escuelas de la Edad Media surgieron
en las abadías y monasterios. En la expansión del evangelio los monjes fueron
los primeros misioneros. Encontraban al bárbaro que venían y los convertían a
su religión. De estos, San Agustín (no 1 gran teólogo) que fue de Roma a
Inglaterra (597 d.C.) y San Patricio, que empezó la evangelización de Irlanda
en 440 d.C., fuero ejemplos entre muchos misioneros monásticos.
Pero si estos buenos resultados emanaron
del sistema monástico, también hubo malos resultados. Algunos de estos males se
manifestaron aun cuando la institución estaba en su mejor época, pero se
hicieron más evidentes en los últimos períodos, cuando el monacato degeneró y
perdió su fervor primitivo, sus ideales elevados y su estricta disciplina.
Entre estos mal estaban los siguientes: El monacato presentaba la vida célibe
como la más elevada, lo cual es falso y contrario a las Escrituras. Obligaba a
la adopción de la vida monástica a incontables millares de hombres y mujeres
más nobles de su época. Los hogares y las familias no los formaban los mejores
hombres y las mejores mujeres, sino por los de ideales inferiores. Recluía
multitudes para que no solo participaran de la familia, sino también de la vida
social, cívica y nacional. Tanto en la guerra como en la paz, los hombres
capacitados que se necesitaban en el estado, estaban ociosos en los
monasterios. Se ha asegurado que Constantinopla y el Imperio Oriental pudieron
haberse defendido de los turcos si los monjes y eclesiásticos hubieran tomado
las armas y peleado por su país. El aumento de riqueza de los monasterios
condujo a la indisciplina, al lujo, a la ociosidad y a la franca inmoralidad.
Muchos conventos se convirtieron en
lugares de iniquidad. Cada nueva orden buscaba reformación, pero a la larga sus
miembros degeneraban a los más bajos niveles de conducta. En un principio, los
monasterios se sostenían por la labor de sus ocupantes. Sin embargo, en los
siglos subsiguientes su labor casi cesó por completo y monjes y monjas se
mantenían de las rentas de sus propiedades que aumentaban sin cesar y por las contribuciones
que se imponían a la fuerza a las familias ricas y pobres. Todas las
propiedades de bienes raíces de las casas monásticas estaban exentas de
contribución. De este modo, una carga que siempre aumentaba y que al final se
hizo insoportable, se colocaba sobre la sociedad fuera de los conventos. Su
rapacidad los condujo a la extinción. En el principio de la Reforma, en el
siglo dieciséis, los monasterios en todo el norte de Europa estaban tan
degradados en el concepto del pueblo, que los suprimieron universalmente.
Incluso, obligaron a trabajar para su sostén a quienes vivían dentro de sus
paredes. A este período se acostumbraba llamar "La edad oscura". Sin
embargo, esos siglos dieron al mundo algunos grandes beneficios bajo la
influencia directa de la iglesia.
EL ARTE Y LA LITERATURA
MEDIEVAL
Durante la Edad Media surgieron casi
todas las grandes universidades. En su mayoría, establecidas por eclesiásticos,
que se desarrollaron de escuelas primitivas vinculadas con catedrales y
monasterios. Entre estas puede mencionarse la Universidad de París, que en el
siglo once bajo Abelardo, tenía treinta mil estudiantes. Las universidades de
Oxford, Cambridge y Bolonia, a las que asistían estudiantes de todos los países
de Europa. Las grandes catedrales de Europa, esas maravillas de arquitectura
gótica que el mundo moderno contempla, sin poder superar ni siquiera igualar,
se trazaron y construyeron durante el período medieval. El despertar de la
literatura empezó en Italia con La divina comedia, de Dante, que se inició
alrededor de 1303. A esta le siguieron los escritos de Petrarca (1340) y
Bocacio (1360). En el mismo país y aproximadamente en la misma fecha empezó el
despertamiento del arte con Giotto, en 1298, seguido por una serie de grandes
pintores, escultores y arquitectos. Debe recordarse que casi sin excepción los
primeros pintores usaron su arte para el servicio de la iglesia. Sus obras, aun
cuando ahora están en galerías y exhibiciones, se hallaban al principio en
iglesias y monasterios.
COMIENZOS DE LA REFORMA
RELIGIOSA
Durante este período, y sobre todo en su
ocaso, hubo destellos de luz religiosa presagios de la Reforma venidera. Cinco
grandes movimientos de reforma surgieron en la iglesia, pero el mundo no estaba
listo para ellos y se reprimieron con sangrienta persecución.
Los albigenses o citaros,
"puritanos", alcanzaron prominencia en el sur de Francia alrededor de
1170. Repudiaban la autoridad de la tradición, circulaban el Nuevo Testamento y
se oponían a las doctrinas romanas del purgatorio, a la adoración de imágenes y
a las pretensiones sacerdotales, aunque tenían algunas ideas extrañas asociadas
con los antiguos maniqueos y rechazaban el Antiguo Testamento. En 1208, el papa
Inocencio III convoco una “cruzada” en su contray la secta se extirpo mediante
el asesinato de casi toda la población de la región, tanto católica como
hereje. Los valdenses surgieron más o menos en el mismo tiempo, 1170, con Pedro
Valdo, un comerciante de Lyon que leía, explicaba, predicaba y circulaba la
Escritura, a la que apelaba en contra de las costumbres y las doctrinas de los
católicos romanos. Estableció una orden de evangelistas, los "Pobres de
Lyon", que anduvieron por el centro y sur de Francia ganando adeptos. Los
persiguieron con crueldad, pero al salir de Francia encontraron albergue en los
valles del norte de Italia.
A pesar de los siglos de hostigamiento,
han permanecido y constituyen una parte del grupo relativamente pequeño de
protestantes en Italia.
JUAN WYCLIF empezó el movimiento en Inglaterra en
favor de la libertad del poder romano y de la reforma en la iglesia. Nació en
1324 y se educó en la Universidad de Oxford, donde llegó a ser doctor de
teología y líder en los consejos que se llevaban a cabo en dicha institución.
Atacaba a los frailes mendicantes y al sistema del monacato. Re-chazaba y se
oponía a la autoridad papal en Inglaterra. Escribió en contra de la doctrina de
la transubstanciación, considerando al pan y al vino como símbolos e instaba a
que el servicio de la iglesia se simplificase más, según el modelo del Nuevo
Testamento. En otros países hubiera sufrido martirio, pero en Inglaterra lo
protegía el más poderoso de los nobles. Aun cuando la universidad condenó
algunas de sus doctrinas, le permitieron retirarse a su parroquia en
Lutterworth y permanecer como sacerdote sin que lo molestasen. Su mayor obra
fue la traducción del Nuevo Testamento al inglés, terminado en 1380. El Antiguo
Testamento, en el que le ayudaron algunos amigos, apareció en 1384, el año de
la muerte de Wyclif. A sus seguidores se les llamó "lolardos", en un
tiempo numerosos, pero los persiguieron bajo los reyes Enrique IV y Enrique V y
al final los eliminaron. La predicación de Wyclif y su traducción prepararon el
camino para la Reforma.
JUAN HUS, en Bohemia (nacido en 1369 y martirizado
en 1415), fue un lector de los escritos de Wyclif y predicó sus doctrinas. En
especial, proclamó la liberación de la autoridad papal. Lo nombraron rector de
la Universidad de Praga y por un tiempo tuvo una influencia dominante por toda
Bohemia. El papa lo excomulgó y puso la ciudad de Praga bajo censura
eclesiástica mientras él permaneciera allí. Hus se retiró, pero desde su lugar
de escondite enviaba cartas reafirmando sus ideas. Después de dos años consintió
en ir ante el concilio de la Iglesia Católica Romana en Constanza, Baden, en la
frontera de Suiza, habiendo recibido un salvo conducto del emperador
Segismundo. Sin embargo, violaron el pacto sobre la base de que "la fe no
se guardaría con herejes". En 1415, condenaron y quemaron en la hoguera a
Hus, pero su suerte despertó el elemento de reforma en su tierra natal e
in-fluyó en Bohemia por todos los siglos desde su día. Jerónimo Savonarola
(nacido en 1452) fue un monje de la orden de los dominicos en Florencia,
Italia, y prior del monasterio San Marcos. Predicaba como uno de los profetas
antiguos, contra los males sociales, eclesiásticos y políticos de su tiempo.
Llenaba la gran catedral hasta rebosar con multitudes ansiosas, no tan solo de
escuchar, sino de obedecer sus enseñanzas. Por un tiempo fue el dictador
práctico de Florencia y efectuó una manifiesta reforma. Sin embargo, el papa lo
excomulgó. Lo apresaron, condenaron, colgaron y quemaron su cuerpo en la gran
plaza de Florencia. Su martirio fue en 1498, solo diecinueve años antes que Lutero
clavara sus tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg.
CAÍDA DE CONSTANTINOPLA
Los historiadores fijan la caída de
Constantinopla, en 1453, como el punto de la división entre los tiempos
medievales y modernos. El Imperio Griego nunca se recobró de la conquista de
los cruzados en 1204. Sin embargo, las fuertes defensas naturales y
artificiales protegieron por mucho tiempo a la ciudad en contra de los turcos
que sucedieron a los árabes como poder dominante musulmán. Tomaron una
provincia tras otra del gran imperio, hasta que solo quedó la ciudad de
Constantinopla. En 1453, los turcos finalmente la tomaron, bajo Mohamed II. En
solo día el templo de Santa Sofía se transformó en una mezquita y
Constantinopla fue hasta 1920 la ciudad de los sultanes y la capital Imperio
Turco. En 1923, declararon Ankara capital de Turquía. La Iglesia Griega
continúa con su patriarca, despojado de todo menos de su autoridad
eclesiástica, con residencia en Constantinopla (Estambul). Con la caída de
Constantinopla en 1453, termina el período de la iglesia medieval.
ERUDITOS Y LÍDERES
Mencionemos ahora muy brevemente algunos
de los eruditos y líderes del pensamiento en el período estudiado. Durante los
mil años de la iglesia medieval, se levantaron muchos grandes hombres, pero
solo citaremos cuatro como los líderes intelectuales de su época.
ANSELMO nació en 1033, en Piamonte, Italia. Al
principio, como tantos otros, era un erudito que vagaba por muchos países. Se
hizo monje en el monasterio de Bec, Normandía y lo nombraron abad en 1078. En
1093, Guillermo Rufus lo nombra arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia
de Inglaterra. Sin embargo, luchó contra Guillermo y su sucesor Enrique I por
la libertad y autoridad de la iglesia y por un tiempo sufrió destierro. Escribió
muchas obras teológicas y filosóficas, y le han llamado "un segundo
Agustín". Murió en 1109.
PEDRO ABELARDO (1079-1142), como filósofo y teólogo,
fue el pensador más valeroso de la Edad Media. Puede considerarse el fundador
de la Universidad de París, madre de las universidades europeas. Su fama como
profesor atrajo a estudiantes por millares de todas partes de Europa. Influyó
en muchos de los grandes hombres de la generación que le siguió. Sus intrépidas
especulaciones y opiniones independientes le pusieron más de una vez bajo la
expulsión de la iglesia. Aun más famosa que sus enseñanzas y escritos fue la
romántica historia de su asunto amoroso con la hermosa Eloísa, por quien dejó
los votos monásticos. Se casaron, pero después lo obligaron a separarse. Ambos
entraron en conventos. Abelardo murió siendo abad y Eloísa abadesa.
BERNARDO DE CLARAVAL (1091-1153) era de una noble familia
francesa. Lo educaron para la corte, pero renunció a ella por el convento. En
1115 estableció en Claraval un monasterio de la orden cisterciense y fue su
primer abad. Esta orden echó raíces en muchos países y a sus miembros se les
conocía comúnmente como bernardinos. Bernardo era una unión admirable del
pensador místico y práctico. Predicó y promovió la Segunda Cruzada en 1147.
Hombre de mente amplia y corazón bondadoso, se oponía y escribía en contra de
la persecución de los judíos. Algunos de sus himnos, como "Cristo, si gozo
al pecho da" y "Cabeza ensangrentada", se cantan en todas las
iglesias. Solo veinte años después de su muerte lo canonizaron como San
Bernardo. Lutero dijo: "Si hubo en el mundo un monje santo y temeroso de
Dios, fue San Bernardo de Claraval."
La mentalidad más grande de la Edad
Media fue la de TOMÁS
DE AQUINO (1226-1274). Se le llamó el “Doctor
universal” “Doctor Angélico" y "Príncipe de la Escolástica".
Nació en Aquino en el reino de Nápoles. En contra de la voluntad de su familia,
los condes de Aquino, entró a la orden de monjes dominicos. Cuando era un joven
estudiante era tan callado que le apodaron "el buey mudo". Sin
embargo, su maestro, Alberto Magno, decía: "Un día este buey llenará al
mundo con sus mugidos." Llegó a ser la autoridad más celebrada y elevada
de todo el período medieval en filosofía y teología. Sus obras aún las citan,
sobre todo por los eruditos católico-romanos. Murió en 1274 y lo canonizaron
como santo en 1323.