CUARTO PERIODO GENERAL: LA IGLESIA MEDIEVAL: (DESDE LA CAÍDA DE ROMA HASTA LA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA (476 – 1453)

PROCESO DEL PODER PAPAL

En este período de casi mil años, nuestro interés se dirigirá a la iglesia occidental o latina. Su sede de autoridad estaba en Roma, que aún era la ciudad imperial, aunque su poder político ya no existía. Poca atención se le dará a la iglesia griega, gobernada desde Constantinopla, excepto cuando sus asuntos se relacionen a la historia del cristianismo europeo. No referimos los hechos en su orden cronológico, sino que examinamos grandes movimientos, a menudo paralelos. El hecho más notable en los diez siglos de la Edad Media es el desarrollo del poder papal. Ya hemos visto cómo el papa de Roma afirmaba ser "obispo universal" y cabeza de la iglesia. Ahora afirma ser gobernador sobre las naciones, los reyes y emperadores. Este desarrollo tuvo tres períodos: crecimiento, culminación y decadencia.
El período de crecimiento del poder papal empezó con el pontificado de Gregorio I, "el Grande", y llegó a su apogeo bajo Gregorio VII, mejor conocido como Hildebrando. Debe notarse que desde los tiempos primitivos cada papa al asumir su oficio cambiaba de nombre y Gregorio VII es el único papa cuyo nombre de familia se destaca en la historia después de su ascensión a la silla papal. Gregorio I fue el eclesiástico del que se cuenta la conocida historia de que al ver algunos cautivos en Roma de cabello claro y de ojos azules, y al preguntar quiénes eran, se le contestó que eran "angli" (ingleses). A esto respondió: "Non angli, sed angeli" ("no anglos, sino ángeles"). Después, cuando llegó a ser papa, envió misioneros a Inglaterra para cristianizar al pueblo. Extendió el reino de su iglesia animado de un interés activo en la conversión de las naciones europeas que aún permanecían paganas y trayendo a la fe ortodoxa a los arrianos visigodos en España. Gregorio resistió con éxito las pretensiones del patriarca de Constantinopla al título de obispo universal. Convirtió a la iglesia en virtual gobernante en la provincia alrededor de Roma. De esta manera preparó el poder temporal o político.
También desarrolló ciertas doctrinas de la iglesia romana, sobre todo la adoración de las imágenes, el purgatorio y la transubstanciación, o la creencia de que en la misa o comunión el pan y el vino se transforman milagrosamente en el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo. Fue un gran defensor de la vida monástica, habiendo sido monje él mismo. Gregorio I fue uno de los administradores más capaces en la historia de la iglesia romana y bien merecía su título "el Grande". Bajo una serie de papas y durante cientos de años la autoridad del pontificado romano aumentó y se reconoció en sentido general. Se pueden nombrar ciertas causas para este creciente poder del papado. Una razón de por qué tantos aceptaban el gobierno de la sede romana se debía a que en las primeras épocas de este período, la influencia de los papas estaba sobre todo en su poder para ejercer la justicia.
La iglesia estaba colocada entre los príncipes y sus súbditos para reprimir la tiranía e injusticia, para proteger a los débiles y para demandar los derechos del pueblo. En los palacios se persuadió a más de un gobernante a recibir de nuevo una esposa repudiada injustamente y a observar cuando menos la forma exterior de la decencia. Hubo muchas excepciones, pues se sabe de papas que adulaban a príncipes impíos, pero el espíritu general del papado al principio de la Edad Media era en favor del buen gobierno. Las rivalidades e incertidumbres del gobierno secular estaban en marcado contraste con la firmeza y uniformidad del gobierno de la iglesia. Durante casi todos estos siglos Europa estuvo en condición de-cadente, pues sus gobernantes se levantaban y caían, un castillo luchaba contra otro y no existía autoridad plena y duradera. El antiguo imperio cayó en el siglo quinto y Europa estuvo casi en un caos hasta el siglo noveno, cuando el imperio de Carlomagno se estableció. Casi todos sus sucesores inmediatos fueron hombres débiles, muchos de ellos buscaron la ayuda de Roma y estuvieron dispuestos a hacer concesiones de poder para obtenerla. Una vez que la iglesia obtenía el poder a expensas del estado, lo retenía con firmeza.
Mientras que el gobierno de los estados cambiaba, por otro lado estaba el imperio constante de la iglesia. Durante todos estos siglos de condiciones variables e inestables, la iglesia permanecía fuerte, la única institución firme y oficial. El clero era el que casi invariablemente sostenía las exigencias de dominio de Roma, desde el arzobispo hasta el sacerdote más humilde. Durante la Edad Media, como veremos más tarde, hubo un enorme crecimiento del monacato y monjes y abades se plegaban a los sacerdotes y obispos en cada disputa relativa al poder. La iglesia tenía sus fuertes aliados por todas partes y nunca fallaban en la promoción de sus intereses. Aunque el hecho nos parezca extraño, en la Edad Media se presentó un número de "fraudes píos" para sostener la autoridad de Roma. En una época científica e inteligente los fraudes se hubieran investigado, desaprobado y desacreditado. Sin embargo, la erudición de la Edad Media no era dada a la crítica. Nadie dudaba de la verdad de los documentos. Circulaban ampliamente, se aceptaban en todas partes y por medio de ellos las afirmaciones de Roma se afianzaban con fuerza.
Por varios siglos antes de que se sugiriera que estos documentos se basaban en la falsedad y no en la verdad. Uno de estos documentos fraudulentos fue la "Donación de Constantino". Mucho después de la caída del Imperio Romano en Europa se puso en circulación un documento con el propósito de demostrar que Constantino, el primer emperador cristiano, había dado al obispo de Roma, Silvestre I (314-335 d.C.), autoridad suprema sobre todas las provincias europeas del imperio y proclamó al obispo de Roma como gobernante aun sobre los emperadores. El documento explicaba que el traslado de la capital de Roma a Constantinopla se debió a que el emperador no permitiría a ningún potentado permanecer en Roma como rival del papa. De mucha más influencia fue otro fraude, o serie de fraudes, las "Decretales Seudo-isidorianas" que se publicaron alrededor de 830 d.C. Profesaban ser decisiones adoptadas por los obispos primitivos de Roma, desde los apóstoles en escala descendente, presentando las más elevadas reclamaciones, tales como: supremacía absoluta del papa de Roma sobre la iglesia universal; independencia de la iglesia del estado; inviolabilidad del clero en todos sus rangos hasta el punto de que no estaba obligado a darse cuenta al estado, ni siquiera ningún tribunal secular podía juzgar en asuntos del clero o la iglesia.
En las épocas de ignorancia y de falta de crítica estos documentos se aceptaban sin vacilar. Por cientos de años formaron un baluarte para las reclamaciones romanas. Nadie dudó de su autenticidad hasta el siglo doce, cuando la iglesia ya estaba anclada en el poder. Solo en los albores de la Reforma en el siglo dieciséis se examinaron estas reclamaciones y se comprobó que carecían de fundamento. Algunas de las evidencias en su contra fueron las siguientes: Su lenguaje no era el latín primitivo de los siglos primero y segundo, sino el lenguaje corrupto y mixto de los siglos octavo y noveno. Los títulos y las condiciones históricas a que se referían no eran los del imperio, sino los de la Edad Media, muy diferentes. Las frecuentes citas de la Escritura eran de la versión Vulgata (Latina), que no se tradujo sino hasta el año 400 d.C. Se ofrecía una carta que se decía haber sido escrita por Víctor, obispo de Roma 220 d.C., a Teófilo, obispo de Alejandría, quien vivió en 400 d.C. ¿Qué pensaríamos en nuestra época acerca de la autenticidad de una carta que se dijera que la envió la reina Elizabeth II a George Washington? El desarrollo del poder papal aunque siempre ascendente, no era constante. Hubo príncipes fuertes que lo resistieron, así como príncipes débiles que se sometían a él.
Algunos de los papas eran débiles y otros eran malvados, sobre todo entre 850 y 1050 d. C. Estos desacreditaban su puesto, aun en el tiempo de su más elevado grado de supremacía. El período de culminación fue entre 1073 y 1216 d.C., alrededor de ciento cincuenta años, en que el papado tuvo un poder casi absoluto, no solo sobre la iglesia, sino sobre las naciones de Europa. Esta elevada posición se alcanzó durante el gobierno de Hildebrando, el único papa más conocido por su nombre de familia que por el nombre asumido como papa, Gregorio VII. Durante veinte años, Hildebrando gobernó realmente a la iglesia como el poder tras el trono antes de emplear la triple corona. Asimismo, durante su papado y hasta su muerte acaecida en 1085 d.C. Hildebrando reformó el clero que se había corrompido Y quebrantó, aunque solo por un tiempo, la simonía o la compra de puestos en la iglesia. Levantó las normas de moralidad en todo el clero e impuso el celibato del sacerdocio, que aunque se exigía no fue obligatorio hasta su día.
Libertó a la iglesia de la dominación del estado al poner fin al nombramiento de los papas y los obispos por reyes y emperadores. Requirió que todas las acusaciones en contra de los sacerdotes y las relacionadas con la iglesia se juzgasen en cortes eclesiásticas. La costumbre había sido que el obispo recibiese cetro y anillo de su soberano y que este le prometiera fidelidad feudal como su señor secular. Esto equivalía a que el gobernante nombrara a los obispos. Hildebrando prohibió la presentación y la promesa. Hizo que la iglesia fuese suprema sobre el estado. El emperador, Enrique IV, habiéndose ofendido con el papa Gregorio, convocó un sínodo de obispos alemanes y los indujo a votar por la deposición del papa. Gregorio se vengó con una excomunión, absolviendo a todos los súbditos de Enrique IV de su lealtad hacia este último. Enrique se vio absolutamente impotente bajo la excomunión papal. En enero de 1077, el emperador, "habiendo puesto a un lado todas las posesiones reales, con los pies descalzos y vestido de lana, permaneció por tres días de pie ante la puerta del castillo", (Estas son las palabras del papa Gregorio VII al informar el hecho. De aquí viene la expresión "ir a Canosa", que significa sumisión al papa o a la iglesia) en Canosa al norte de Italia, donde estaba el papa, a fin de someterse y recibir perdón. Debe agregarse, sin embargo, que tan pronto como Enrique recuperó el poder, le hizo guerra al papa y lo sacó de Roma. Hildebrando murió poco después, dejando este testimonio: "He amado la justicia y aborrecido la iniquidad. Por lo tanto, muero en el exilio." Sin embargo, el registro del triunfo del papa influyó más que el de su derrota más tarde. Gregorio VII no aspiraba a abolir el gobierno del estado, sino a subordinarlo al gobierno de la iglesia. Deseaba el poder secular para gobernar al pueblo, pero bajo la más elevada jurisdicción del reino espiritual, como él lo consideraba.
Otro papa cuyo reino demostró su alto grado de poder fue Inocencio III (1198-1216). En su discurso de inauguración declaró: "El sucesor de San Pedro ocupa una posición intermedia entre Dios y el hombre. Es inferior a Dios más superior al hombre. Es el juez de todos, mas nadie lo juzga." En una de sus cartas oficiales escribió que al papa "no solo se le encomendó la iglesia, sino todo el mundo", con "el derecho de disponer finalmente de la corona imperial y de todas las demás coronas". Elegido para ocupar el cargo a los treinta y seis años, a través de su reinado sostuvo con éxito estas altas pretensiones.
Eligió para desempeñar las funciones de emperador a Otón IV de Brunswick, quien reconoció en público que tenía la corona "por la gracia de Dios y la sede apostólica". Más tarde, debido a la insubordinación de Otón, lo depuso e hizo que se eligiera a otro emperador. Asumió el gobierno de la ciudad de Roma decretando leyes para sus funcionarios siendo él mismo señor supremo. En realidad estableció de este modo un estado bajo el gobierno directo del papado, gobierno que fue el precursor de los "Estados de la Iglesia". Obligó al licencioso Felipe Augusto, rey de Francia, a que recibiese de nuevo a su esposa de quien se había divorciado injustamente. Excomulgó al rey Juan sin Tierra (inglés), le obligó a rendir su corona allegado papal y a recibirla de nuevo como súbdito del papa. Inocencio III puede considerarse como el mayor de los papas en poder autocrático. Sin embargo, no hubiera llegado a tal grado de autoridad si Hildebrando no hubiese alcanzado la grandeza antes que él.
Mientras Europa salía del crepúsculo de la Edad Media y la lealtad nacional se levantaba para competir con la eclesiástica, la decadencia del poder papal empezó con Bonifacio VIII en 1303. Tenía pretensiones tan elevadas como cualquiera de sus predecesores, pero se pasaban por alto. Bonifacio prohibió a Eduardo I de Inglaterra que decretase impuestos a la propiedad de la iglesia y a las entradas o tesoros sacerdotales. Sin embargo, se vio obligado a ceder al rey, aunque en forma de arreglo por el cual los sacerdotes y obispos daban parte de sus entradas para las necesidades del reino. Riñó con Felipe el Hermoso de Francia, quien le hizo guerra, se apoderó del papa y le encarceló. Aunque lo liberaron, murió de tristeza poco después. Desde 1305, durante más de setenta años, los papas se eligieron bajo las órdenes de los reyes de Francia y estaban subordinados a su voluntad. Al período de 1305 a 1378 se le conoce como la Cautividad Babilónica. Por orden del rey francés, la sede del papado se trasladó de Roma a Aviñón, al sur de Francia. Los papas se convirtieron en jefes nominales sin verdadera influencia o poder bajo el gobierno francés. Otros aspirantes al papado surgieron en Roma y por doquier, en diferentes países, papas y antipapas. Las órdenes papales se desobedecían libremente. Las excomuniones se obviaban. Por ejemplo, Eduardo III de Inglaterra ordenó allegado papal que saliera de su reino.
En 1378 el papa reinante, Gregorio XI, volvió a Roma y en 1414 se celebró el Concilio de Constanza para decidir entre las reclamaciones de cuatro papas. Todos se depusieron y se escogió uno nuevo. Desde 1378, los papas han continuado morando en Roma. Como siempre, alentando pretensiones muy elevadas, pero incapaces de ponerlas en vigor.

SURGIMIENTO DEL PODER MUSULMÁN

El movimiento que enseguida reclama nuestra atención es la religión y el imperio que Mahoma fundó al principio del sexto siglo y que arrebató provincia tras provincia de los emperadores griegos de Constantinopla, hasta su extinción final. Esto trajo a la iglesia oriental a una sujeción que rayaba en la esclavitud. Incluso, amenazaba con la conquista de Europa.
Después de trece siglos la fe mahometana aún domina a más de doscientos millones de personas y en el continente de África sigue creciendo. Su fundador fue Mahoma, nacido en La Meca, Arabia, en 570 d.C. A los cuarenta años de edad, en 610, empezó su carrera como profeta y reformador. Al principio ganó discípulos lentamente, pero su causa creció lo suficiente para encontrar persecución. Huyó de La Meca en 622 d.C. y su fuga, la hégira, proporciona la fecha por la que se rige el calendario mahometano. Tuvo éxito en poner bajo su religión y autoridad a las tribus árabes esparcidas y regresó a La Meca como conquistador. Al morir, en 632 d.C., era el profeta y gobernante aceptado por toda Arabia. A su religión se le denomina islamismo, "sumisión", esto es, obediencia a la voluntad de Dios. A sus seguidores se les llaman musulmanes, pues nunca usan el nombre "mahometano". Los artículos de fe, como los exponen, son: Hay un solo Dios, al que llaman Alá (siendo la palabra de origen común con la similar hebrea "Elohim"). Todos los hechos buenos o malos Dios los ha preestablecido, por lo tanto, en cada acto se lleva a cabo la voluntad de Dios.
Hay multitudes de ángeles invisibles, buenos y malos, que se relacionan constantemente con los hombres. Dios entregó su revelación en el Corán, una serie de mensajes comunicados a Mahoma por medio del ángel Gabriel, aunque no se compilaron sino hasta después de la muerte del profeta. Dios envió profetas inspirados a los hombres, de ellos los más grandes fueron Adán, Moisés, Jesús y, sobre todos los demás, Mahoma. Los profetas bíblicos, apóstoles cristianos y santos que vivieron antes de Mahoma se reconocen y adoptan como suyos. En el más allá habrá una resurrección final, el juicio y el cielo o el infierno para cada hombre.
Al principio, Mahoma dependía de las influencias morales al predicar su evangelio. Pero pronto cambió sus métodos y se hizo guerrero, conduciendo a sus unidos y feroces árabes a la conquista de los in-crédulos. Presentó a todo país o tribu la alternativa entre el islamismo, el tributo o la muerte para los que resistían sus armas. En poco tiempo, conquistaron Palestina y Siria y los lugares santos del cristianismo cayeron bajo el poder del islamismo. Conquistaron una provincia tras otra del Imperio Grecorromano. Pronto todo lo que quedó fue la ciudad de Constantinopla, de modo que los países del cristianismo primitivo se convirtieron en súbditos. Donde los cristianos se sometían, su adoración se les permitía bajo algunas restricciones.
Hacia el Oriente, el imperio de los califas se extendió más allá de Persia hasta la India. Su capital estaba en Bagdad, en las márgenes del Tigris. Hacia el Occidente, sus conquistas incluían Egipto, todo el norte de África y la mayor parte de España. Casi todo este vasto imperio se conquistó durante los cien años después de la muerte de Mahoma. Sin embargo, en Europa occidental Carlos Martel contuvo su progreso al sur de Francia. Este unió a las tribus discordantes bajo la dirección de los francos y obtuvo una victoria decisiva en Tours, en 732 d.C. A no haber sido por la batalla de Tours, es probable que toda Europa se hubiera convertido en un continente mahometano y la media luna hubiera ocupado el lugar de la cruz. He aquí una pregunta interesante: ¿Por qué triunfaron la religión y las armas mahometanas sobre el mundo oriental?
Daremos algunas de las causas. Los creyentes primitivos en Mahoma eran los fieros guerreros árabes, jamás conquistados por ningún enemigo extranjero y que seguían a su profeta con una sincera e intensa fe que todo lo conquistaba. Creían ejecutar la voluntad de Dios y que su destino era triunfar. Todo aquel que caía en la batalla con los incrédulos estaba destinado a entrar de inmediato a un cielo o deleite sensual. Contrario a este espíritu invencible, viril y conquistador, estaba la naturaleza sumisa y débil de los griegos asiáticos. Desde siglos remotos estas tierras se sometieron mansamente a los conquistadores. Su gente perdió el vigor, preferían rendirse que tomar la espada y pagar tributo en lugar de defender su libertad. Gran parte de la población del Imperio Griego eran monjes y eclesiásticos, listos para orar pero no para pelear.
El islamismo fue muy superior al paganismo al cual desplazó en Arabia y en tierras al este de esa península. Además, debe admitirse que era más fuerte que el tipo de cristianismo que encontró y venció. Desde mucho antes, la iglesia oriental, no así la occidental, había cesa-do en sus esfuerzos misioneros, había perdido su energía y se inclinaba a la especulación en vez de al esfuerzo moral o espiritual. En su grado más elevado, en la religión de Mahoma se encontraban, y aún se encuentran, algunos aspectos favorables, elementos de valor para el mundo. Uno era su sencillez de doctrina. Creía en un Dios al que cada hombre debía obedecer incondicionalmente. No tenía un sistema de teología intrincado y misterioso que diera lugar a controversias interminables e inútiles. No hacía falta erudición para entender los artículos de la fe mahometana. Otro rasgo del islamismo era su oposición a la adoración de las imágenes. Por todo el mundo cristiano las estatuas de los dioses antiguos de Grecia simplemente habían dado el lugar a las imágenes y cuadros de la virgen María y de los santos, adorados en todos los templos. Los musulmanes los lanzaron fuera y destruyeron y denunciaron como idolatría toda adoración de imágenes, ya fuesen esculpidas o pintadas.
Los mahometanos también rechazaban la mediación sacerdotal y de los santos. La iglesia hacía que la salvación dependiese, no de la fe sencilla en Cristo y la obediencia a él como Señor, sino en ritos sacerdotales e intercesión de los santos que habían partido. Los mahometanos quitaron todo eso y en su doctrina procuraban llevar a toda alma directamente a Dios. En todo el mundo musulmán se encuentra la regla de abstinencia de bebidas embriagantes. La primera "sociedad de temperancia" en la historia del mundo fue la de los nazareos de Israel. Y sus sucesores en mayor escala, los de la religión de Mahoma, que prohibía a sus fieles tomar vino o licor embriagante. Esto todavía se tiene como un principio, pero no se pone en práctica universalmente cuando los mahometanos viven en contacto con los europeos.
En el período primitivo, bajo califas, tanto la literatura como la ciencia adelantaron. Los árabes nos dieron la numeración arábiga (1, 2, 3,4, etc.) que fue un gran adelanto con respecto al sistema romano de numeración mediante letras (I, V, X, etc.). En el campo de la astronomía dieron a conocer una de las primeras clasificaciones de las estrellas. Las cortes de los califas de Bagdad eran un centro literario. La España mahometana estaba más adelantada en cultura y civilización que los reinos cristianos de ese período en la península. Pero todo el progreso intelectual cesó cuando los turcos bárbaros sucedieron a los ilustres sarracenos como jefes en el movimiento islámico.
Para no hacer nuestro cuadro del islamismo más favorable de lo que la verdad pueda apoyar, debemos fijamos por otra parte en aquello en que el islamismo ha fallado, sus errores y sus males. Su primer mal a la humanidad, su método de esfuerzo misionero mediante la espada, promoviendo entre los hombres el odio en lugar del amor. Dondequiera que una ciudad resistía su conquista, morían sus hombres, llevaban las mujeres a los harenes de los victoriosos y educaban los niños en la fe islámica. Durante muchos siglos los turcos tuvieron la costumbre de tomar miles de niños cristianos, arrebatarlos de sus padres y criarlos en provincias distantes como musulmanes fanáticos. En el antiguo concepto islámico el estado y la iglesia eran absoluta-mente uno. Se esperaba que el gobierno emplease su poder hasta donde fuera posible para el adelanto de la verdadera religión y supresión de la falsa. Antes de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, el sultán de Turquía era también el califa ("sucesor de Mahoma"). Cuando Turquía se convirtió en república, destronaron al sultán y abolieron el califato. Con la modernización de Turquía, se efectuaron otros cambios.
Un hecho significativo fue la traducción del Corán al idioma vernáculo. En Estambul, en 1932, el Corán se leyó en la mezquita de Santa Sofía por primera vez en el idioma turco. El concepto mahometano de Dios se basa más bien en el Antiguo Testamento que en el Nuevo Testamento. Para la mentalidad árabe, Dios es un déspota oriental, implacable y terrible, sin amor para la humanidad fuera de los seguidores del Profeta. El islamismo prácticamente deja a Cristo fuera de su sistema. En el concepto mahometano no es el Señor del reino celestial, ni el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Lo reducen al rango de un profeta judío, inferior en todo respecto a Mahoma.
Su concepto del cielo, la morada de los bienaventurados en la vida venidera, está falto por completo de espiritualidad y es del todo sensual.
Una de las características más indigna de la religión mahometana era la degradación de la mujer. Las mujeres se consideraban como simples esclavas o juguetes del hombre. La Turquía moderna ha remediado esta condición y en 1930 se les dio el derecho al voto y a nominarse en las elecciones municipales. Pero fuera de Turquía el mundo mahometano tiene a la mujer en poca estima. En el terreno de la historia y la política, quizás el más marcado fracaso del estado mahometano ha sido en el aspecto de la administración nacional. En sus conquistas, los mahometanos eran maravillosos, casi milagrosos. Barrían en irresistible torrente a través de continentes, desde China hasta España. Sin embargo, no demostraron fuerza para establecer un gobierno sabio y justo en los imperios que fundaban. Los países islámicos eran los que peor se gobernaban en el mundo. Pongamos en contraste la historia de los turcos en este sentido con la de los antiguos romanos, que demostraron que no solo podían conquistar un gran imperio, sino también gobernarlo con sabiduría, trayendo prosperidad a cada país que conquistaban.

EL SANTO IMPERIO ROMANO

Desde el siglo noveno hasta el decimonoveno existió en Europa una entidad política singular que demostró poseer distintas características en diferentes generaciones. El nombre oficial era el Santo Imperio Romano, aunque en forma común pero incorrecta se le denominaba el Imperio Germano. Hasta su aparición, la Europa situada al oeste del mar Adriático estaba en desorden, gobernada por tribus guerreras en lugar de que la gobernaran estados. Sin embargo, en medio de toda la confusión, el antiguo concepto romano de unidad y orden permaneció. La aspiración de un imperio a ocupar el lugar de aquel que, aunque caído, aún se tenía en veneración tradicional.
A finales del siglo octavo se levantó uno de los hombres más gran-des de todos los tiempos: Carlos I el Grande (742-814 d.C.). Los germanos lo aclamaron como Carlos el Grande y los franceses como Carlomagno. Era nieto de Carlos Martel, el vencedor en Tours (732 d.C.), y rey de los francos, que era una tribu germana que dominaba una gran parte de Francia. Carlos se constituyó a sí mismo en amo de casi todos los países en la Europa occidental, el norte de España, Francia, Alemania, los Países Bajos, Austria e Italia; un imperio en verdad. Al visitar a Roma en la Navidad de 800 d.C., el papa León III lo coronó como Carlos Augusto, emperador de Roma. Constantino y los antiguos emperadores romanos lo consideraron sucesor de Augusto. Reinó en su vasto dominio con poder y sabiduría. Fue un conquistador, reformador, legislador, protector de la educación y de la iglesia.
En teoría, su imperio duró mil años, pero solo por un corto tiempo su autoridad sobre Europa fue real. La debilidad e incapacidad de los descendientes de Carlomagno, el desarrollo variado de los diferentes estados e idiomas y los conflictos de intereses nacionales hicieron que la autoridad del Santo Imperio Romano o Germano se limitase principalmente al oeste del Rin. Aun en Alemania los estados menores llegaron a ser prácticamente independientes, guerreaban entre sí y la mayor parte del tiempo estaba solo nominalmente bajo el dominio del emperador. A este se le reconocía como jefe titular del cristianismo europeo y en Francia, Inglaterra y los estados escandinavos se le honraban, pero no lo obedecían. Debido a que su autoridad, tal como era, se limitaba a Alemania y en pequeña escala a Italia, su reino se le ha llamado casi siempre el "Imperio Germano".
Después que los decadentes sucesores de Carlomagno perdieron el trono, al emperador lo elegía un electorado compuesto por siete príncipes. De los cincuenta y cuatro emperadores solo podemos mencionar unos cuantos de los más grandes después del tiempo de Carlomagno. Enrique I (el Pajarero), 919-936, empezó la restauración del imperio que había decaído. Sin embargo, a su hijo Otón I (el Grande), aun cuando no lo coronaron emperador hasta 951, se le considera como el verdadero fundador del Imperio Germano, distinto al romano.
El reinado de Otón I se extendió hasta 978. Federico "Barbirroja" fue uno de los más poderosos en la sucesión de emperadores. Participó en la tercera cruzada, pero se ahogó en Asia Menor y su muerte condujo al fracaso la expedición. A Federico II, nieto de Barbarroja, se le ha llamado "la maravilla y enigma de la historia, ilustre y progresista, el hombre más liberal de su época", debido a sus ideas de gobierno y religión. El papa lo excomulgó dos veces, pero en la quinta cruzada se autoproclamó rey de Jerusalén. Rodolfo I de Habsburgo, fundador de la Casa de Austria, recibió la corona imperial en 1273, cuando no significaba mucho más que un título sin valor. Sin embargo, obligó a los príncipes y barones a someterse a su autoridad. Desde su época, Austria fue el estado más poderoso en la confederación germana y casi todos los emperadores descendían de él, los archiduques de ese país. Carlos V, emperador al principio de la Reforma (1519-1556), gobernó también por herencia Austria, España y los Países Bajos. Hizo lo mejor que pudo, pero sin éxito, para sostener los países que estaban bajo su dominio en la religión antigua. En 1556 abdicó voluntariamente y pasó los últimos dos años de su vida en retiro. Por muchos siglos, al principio de la historia del imperio, hubo fuerte rivalidad y algunas veces guerra entre los emperadores y los papas. Los emperadores lucharon por gobernar la iglesia, los papas lucharon por dominar el imperio. Hemos visto cómo el papa Gregorio VII (Hildebrando) en una época exigió la sumisión del emperador, y cómo Inocente m ponía y quitaba emperadores y reyes.
Sin embargo, la lucha fue menos intensa y cesó después de la Reforma cuando las líneas divisorias entre la iglesia y el estado al fin se fijaron. Cuando el reino de Austria se hizo más importante, los emperadores se ocuparon mucho más de sus dominios hereditarios. Los muchos estados del imperio llegaron a ser prácticamente independientes, hasta que el título de emperador era poco más que un honor sin significado. En el siglo dieciocho, el ingenioso Voltaire dijo que "el Santo Imperio Romano no era ni santo, ni romano y menos un imperio". La sucesión de emperadores terminó en 1806, cuando Napoleón estaba en la cumbre de su poder. En ese año obligaron a Francisco II a renunciar al título de "emperador del Santo Imperio Romano", y en su lugar asumió el de "emperador de Austria".

SEPARACIÓN DE LAS IGLESIAS LATINAS Y GRIEGAS

La separación de las iglesias latina y griega se hizo formalmente en el siglo once, aunque en la práctica se efectuó mucho antes. Durante cien años, la relación normal entre papas y patriarcas se caracterizó por la lucha. Al final, en 1054 d.C., el mensajero del papa puso sobre el altar de Santa Sofía, en Constantinopla, el decreto de excomunión. En base a esto, el patriarca en turno expidió su decreto de excomunión a Roma y a las iglesias que se sometían al papa. Desde ese tiempo las iglesias latina y griega se mantuvieron separadas, no reconociendo ninguna la existencia eclesiástica de la otra. La mayoría de las cuestiones de discusión que formaron las causas conducentes a la separación parecen casi triviales en nuestros días. Sin embargo, durante siglos fueron temas de violenta controversia y a veces de cruel persecución. Doctrinalmente, la principal diferencia estaba en la doctrina conocida como "la procedencia del Espíritu Santo". Los latinos repetían: "El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo" (filioque en latín).
Los griegos decían que procedía "del Padre", dejando fuera la palabra filioque. Sobre esa sola palabra se realizaron muchos debates, se escribieron innumerables libros y aun se derramó sangre en amarga lucha. En las ceremonias de la iglesia, diferentes usos llegaron a ser costumbre en Oriente y Occidente, y estas costumbres se formularon en leyes. En la iglesia occidental se prohibió el matrimonio de los sacer-dotes, pero se sancionó en la oriental. Actualmente, en toda la iglesia griega, cada sacerdote de pueblo (que lleva el título de "papa", equivalente a "padre" entre los católico-romanos) debe ser casado. En las iglesias occidentales la adoración de imágenes se ha puesto en práctica durante mil años, mientras que en las iglesias griegas uno no ve estatuas, sino solo cuadros. Sin embargo, los cuadros están en relieve, como imágenes en bajo relieve, y se les estima con la reverencia más profunda. En el servicio de la misa, las iglesias romanas usan el pan sin levadura (la hostia), mientras que en la comunión griega se distribuye pan común. Como protesta contra la observancia judía del séptimo día, surgió la práctica de ayuno en sábado en Occidente, pero nunca se observó en Oriente. Más tarde, el día de ayuno católico-romano se cambió al viernes, el día de crucifixión de nuestro Señor.
Más profunda que estas diferencias de ceremonias para causar la separación de las iglesias latina y griega fue la causa política de la independencia de Europa del trono de Constantinopla, en el establecimiento del Santo Imperio Romano (800 d.C.). Aun después de la caída del antiguo Imperio de Roma en 476 d.C., la idea imperial todavía tenía fuerza. Los nuevos reinos bárbaros: godos, francos y otras razas, de una manera vaga se consideraban teóricamente como bajo el emperador de Constantinopla. Sin embargo, cuando Carlomagno estableció el Santo Imperio Romano, ocupó el lugar del antiguo imperio en forma separada e independiente de los emperadores de Constantinopla. Un estado independiente necesitaba una iglesia independiente. Sin embargo, el factor más poderoso que condujo a la separación fueron las continuas reclamaciones de Roma de ser la iglesia dominante y su papa de ser el "obispo universal". En Roma, la iglesia do-minó poco a poco al estado. En Constantinopla, la iglesia estaba su-misa al estado. De manera que era inevitable el cisma entre ambas secciones con conceptos opuestos. La separación final de las dos gran-des divisiones de la iglesia vino, como ya vimos, en 1054 d.C.

LAS CRUZADAS

Otro gran movimiento en la Edad Media, bajo la inspiración y bajo el mando de la iglesia, fueron las cruzadas. Estas comenzaron a finales del siglo once y continuaron durante casi trescientos años. Desde el siglo cuarto en adelante, incluso hasta el tiempo actual, multitudes realizaron peregrinaciones hasta Tierra Santa. Alrededor del año 1000 d.C., el número de peregrinos aumentó de forma considerable cuando se esperaba casi universalmente el fin del mundo y la venida de Cristo. Incluso después, cuando esos acontecimientos no ocurrieron, las peregrinaciones continuaron. Al principio, los gobernantes musulmanes de Palestina favorecieron las cruzadas. Sin embargo, más tarde los peregrinos sufrieron opresión, robo y algunas veces hasta la muerte. Al mismo tiempo, los musulmanes estaban amenazando al debilitado Imperio Oriental y el emperador Alejo le pidió al papa Urbano II que enviase a los guerreros de Europa en su ayuda. Por todas partes, en Europa se despertó el espíritu de libertar Tierra Santa del dominio musulmán y de este impulso resultaron las cruzadas.
Las cruzadas principales fueron ocho, además de muchas otras expediciones de menor importancia a las que también se les dio este nombre.
LA PRIMERA cruzada la proclamó el papa Urbano 11 en 1095 d.C., en el Concilio de Clermont, donde una multitud de caballeros tomaron la cruz como insignia y se alistaron en contra de los sarracenos. Antes de que la expedición principal se organizara del todo, un monje llamado Pedro el Ermitaño convocó a una multitud indisciplinada, que se dice fue de cuarenta mil personas, y la condujo al Oriente esperando ayuda milagrosa. Su desprovisto y desorganizado populacho fracasó. A muchos de sus miembros los hicieron esclavos y a otros mataron.' Pero la primera cruzada verdadera la emprendieron doscientos setenta y cinco mil de los mejores guerreros de todo país de Europa, conducida por Godofredo de Bouillon y otros jefes. Después de muchos contratiempos, sobre todo por falta de disciplina y disensión entre los líderes, tuvieron finalmente éxito en tomar la ciudad de Jerusalén y casi toda Palestina en 1099. Establecieron un reino sobre principios feudales y como Godofredo rechazó el nombre de rey, lo nombraron "barón y protector del Santo Sepulcro". Al morir Godofredo, su hermano Balduino asumió el título de rey. El reino de Jerusalén duró hasta 1187 d.C., aunque siempre en una condición precaria por estar rodeado, excepto por el mar, del Imperio Sarraceno y por estar muy distante de sus aliados naturales en Europa.
LA SEGUNDA cruzada se convocó por las noticias de que los sarracenos estaban conquistando las provincias situadas a poca distancia del reino de Jerusalén, amenazando la ciudad misma. Bajo la predicación de San Bernardo de Claraval, Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania condujeron un gran ejército para socorrer los lugares santos. Sufrieron muchas derrotas, pero finalmente llegaron a la ciudad. No pudieron recuperar el territorio perdido, pero sí postergaron por una generación la caída final del reino. En 1187 d.C., los sarracenos reconquistaron Jerusalén bajo Saladino y el reino de Jerusalén llegó a su fin. Aunque el simple título "rey de Jerusalén" se siguió usando por mucho tiempo después.
La caída de la ciudad despertó a Europa a LA TERCERA cruzada (1189-1191) que condujeron tres soberanos prominentes: Federico Barbarroja de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra. Pero, Federico, el mejor general y estadista, se ahogó y los dos reyes restantes se disgustaron. Felipe Augusto se fue a su patria y todo el valor de Ricardo no fue suficiente para llevar su ejército hasta Jerusalén. No obstante, concertó un tratado con Saladino, por medio del cual los peregrinos cristianos obtuvieron el derecho de visitar el Santo Sepulcro sin ser molestados.
LA CUARTA cruzada (1201-1204 d.C.) fue peor que un fracaso porque al final perjudicó mucho a la iglesia cristiana. Los cruzados desistieron de su propósito de ganar Tierra Santa e hicieron guerra a Constantinopla, la capturaron, saquearon y establecieron su propio gobierno sobre el Imperio Griego que duró cincuenta años. A ese imperio lo dejaron tan indefenso, que simplemente era un insignificante baluarte en contra del creciente poder de los turcos. Raza guerrera, no civilizada, que siguió a los sarracenos como el poder dominante musulmán después de la terminación del período de las cruzadas.
LA QUINTA cruzada (1217-1222 d.C.) la realizaron Juan de Brienne, rey de Jerusalén, y Andrés 11, rey de Hungría. Los citados monarcas atacaron sin resultado a los sarracenos en Egipto y Siria.
EN LA SEXTA cruzada (1228-1229 d.C.) el emperador Federico II, aunque excomulgado por el papa, condujo un ejército a Palestina y obtuvo un tratado por el cual cedieron Jerusalén, Jafa, Belén y Nazaret a los cristianos. Puesto que ningún eclesiástico romano lo coronaría estando bajo la expulsión papal, Federico se coronó a sí mismo rey de Jerusalén. Debido a esto, el título "rey de Jerusalén" lo usaron todos los emperadores germanos y después los de Austria hasta 1835 d.C. Sin embargo, por el disgusto entre el papa y el emperador, se perdieron los resultados de la cruzada. En 1244 d.C., los musulmanes tomaron de nuevo Jerusalén y desde entonces permaneció bajo su dominio.
LA SÉPTIMA cruzada (1248-1254 d.C.) se realizó al mando de Luis IX de Francia, conocido como San Luis. Invadió por el camino de Egipto y aunque al principio tuvo éxito, los musulmanes lo derrotaron y apresaron. Lo rescataron por un gran precio y fue a Palestina, permaneciendo allá hasta 1252 cuando la muerte de su madre, a quien había dejado como regenta, le obligó a regresar a Francia.
LA OCTAVA cruzada (1270-1272) estuvo también bajo la dirección de Luis IX, junto con el príncipe Eduardo Plantagenet de Inglaterra, después rey Eduardo 1. La ruta escogida fue de nuevo por África. Pero Luis murió en Túnez, su hijo hizo la paz y Eduardo regresó a Inglaterra a ocupar el trono. De modo que, por lo general, esta se considera como la última cruzada y fracasó completamente.
Hubo cruzadas de menor importancia, pero ninguna merece mención especial. En efecto, desde 1270 en adelante, a cualquier guerra emprendida en favor de la iglesia se le denominó cruzada, aun en contra de los "herejes" en países cristianos. Las cruzadas fracasaron en libertar Tierra Santa del dominio de los musulmanes. Si miramos en retrospectiva ese período, pronto podremos ver las causas de su fracaso. Se notará un hecho en la historia de cada cruzada: los reyes y príncipes que conducían el movimiento estaban siempre en discordia.
A cada jefe le preocupaba más sus propios intereses que la causa común. Todos se envidiaban entre sí y temían que el éxito pudiese promover la influencia o fama de su rival. En contra del esfuerzo dividido y a medias de las cruzadas estaba un pueblo unido, valiente. Una raza siempre intrépida en la guerra y bajo el dominio absoluto de un comandante, ya fuese califa o sultán. Una causa más grave del fracaso fue la falta de un estadista entre estos jefes. No poseían una visión amplia y trascendente. Todo lo que buscaban eran resultados inmediatos. No comprendían que para fundar y mantener un reino en Palestina, a mil millas de sus propios países, se requería una comunicación constante con la Europa Occidental, una fuerte base de provisión y refuerzo continuo. La conquista de la tierra era una intrusión, no una liberación.
La gente de Palestina estaba prácticamente esclavizada por los cruzados. Como esclavos, se les obligaban a construir castillos, fortalezas y palacios para sus odiados amos. Por tanto, aceptaban el regreso de sus primeros gobernantes musulmanes porque, aunque su yugo fue pesado, era más ligero que el de los reyes cristianos de Jerusalén. Sin embargo, a pesar del fracaso de mantener un reino cristiano en Palestina, Europa obtuvo ciertos buenos resultados de las cruzadas. Después de las cruzadas, el gobierno turco protegía a los peregrinos y la persecución cesó. En efecto, la tierra prosperó más y las ciudades de Belén, Nazaret y Jerusalén aumentaron en población y en riqueza debido a la oleada de peregrinos que llegaban a Palestina bajo garantías de seguridad de los gobernantes turcos.
Después de las cruzadas, las agresiones musulmanas en Europa se reprimieron. La experiencia de esos siglos despertó a Europa al peligro del islamismo. Los españoles se atrevieron a hacer guerra contra los moros que tenían la mitad de la península. En 1492, bajo Fernando e Isabel, los españoles subyugaron el reino moro y expulsaron a los musulmanes del país. En la frontera este de Europa, Polonia y Austria estaban alerta y en 1683 hicieron retroceder la marea de invasión turca en una gran batalla ganada cerca de la ciudad de Viena. Esta victoria marcó el principio de la decadencia del poder del Imperio Turco. Otro resultado de las cruzadas fue un conocimiento mejor de las naciones entre sí. No solo los gobernantes y jefes, sino los caballeros inferiores y aun los soldados de los diferentes países empezaron a conocerse entre sí y a reconocer los intereses comunes. Entre las naciones surgió un mutuo respeto y se concertaron alianzas. Las cruzadas contribuyeron grandemente al desarrollo de la Europa moderna. También las cruzadas dieron un gran impulso al comercio.
La demanda de mercancía de toda clase (armas, provisiones y naves) aumentó la industria y el comercio. Los cruzados llevaron a Europa un conocimiento de las riquezas de Oriente, sus alfombras, sedas, joyas y el comer o se desarrolló por toda la Europa occidental. Los mercaderes se enriquecieron. Surgió una clase media entre los señores y los vasallos. Las ciudades progresaron y acrecentaron su poder y los castillos comenzaron a perder ascendencia que tenían sobre ellas. En los siglos siguientes, las ciudades llegaron a ser centros de libertad y reforma, y se liberaron del minio arbitrario de príncipes y prelados. Al principio, el poder eclesiástico fue aumentado grandemente por las cruzadas. La iglesia convocaba las guerras y de esta manera mostraba su dominio sobre príncipes y naciones. Además, la iglesia compraba tierras adelantaba dinero a los cruzados, quienes tenían que ofrecer sus tierras en garantía. Fue así que la iglesia aumentaba considerablemente sus posesiones en toda Europa. Y en la ausencia de gobernantes temporales, los obispos y los papas ganaban dominio. Pero al final, la vasta riqueza, la arrogante ambición de los clérigos y el uso sin escrúpulo que hacían del poder despertaron el descontento y ayudó a preparar el camino para el cercano levantamiento contra la iglesia católico-romana en la Reforma.

DESARROLLO DEL MONACATO

Durante el siglo cuarto, como vimos anteriormente, se originó la vida monástica en las cavernas del norte de Egipto. Al principio, el movimiento se desarrolló lentamente en Europa, pero en la Edad Media hubo un gr desarrollo del espíritu monástico, tanto entre los hombres como las mujeres. El número de monjes y monjas aumentó de una manera considerable, con resultados buenos y malos. En Oriente los primeros ascetas vivían aparte, cada uno en su propia caverna o cabaña, o sobre su pilar, pero en la Europa occidental formaban comunidades y vivían juntos. Al crecer estas comunidades, fue necesaria alguna forma de organización y gobierno, y en el transcurso del tiempo surgieron cuatro grandes órdenes.
La primera de estas órdenes fue la de los benedictinos, fundada por San Benedicto en 529 d.C., en Monte Casino, a mitad de camino entre Roma y Nápoles. Esta orden llegó a ser la mayor de las comunidades monásticas de Europa y en su primer período promovió la cristianización y civilización del Norte. Sus reglas requerían obediencia al superior del monasterio, la no posesión de bienes y la castidad personal. Esta orden era muy industriosa. Talaba bosques, secaba y saneaba pantanos, labraba campos y enseñaba al pueblo muchas artes útiles. Muchas de las órdenes fundadas más tarde fueron ramificaciones de la orden de los benedictinos o surgieron como consecuencia de ella. La orden de Cister surgió en 1098, procurando fortalecer la disciplina benedictina que se estaba corrompiendo. Su nombre viene de Citeaux, en Francia, donde San Roberto la fundó. Pero, en 1112, San Bernardo de Claraval la fortaleció y reorganizó. Los cistercienses prestaron gran atención al arte, la arquitectura y, en especial, a la literatura copiando libros antiguos y escribiendo muchos nuevos. La orden de los franciscanos la fundó San Francisco de Asís en 1209. Este fue uno de los hombres más santo, devoto y digno de afecto. De Italia se esparció rápidamente por toda Europa y llegó a ser la más numerosa de todas las órdenes. Se dice que en la peste negra, la plaga que se esparció por toda Europa en el siglo catorce, más de ciento veinticuatro mil monjes franciscanos perecieron mientras prestaban ayuda a moribundos y enfermos. Por el color de su hábito llegaron a conocerse como los "frailes grises".
Los dominicos eran una orden española que Santo Domingo fundó en 1215 y se extendió por todos los países de Europa. Estos se diferenciaban de las otras órdenes en que eran predicadores que iban por dondequiera a fortalecer la fe de los creyentes y se oponían a las tendencias "herejes", siendo más tarde los más feroces perseguidores de los "herejes". Por su hábito, se les conocía como los "frailes negros". A estos, junto con los franciscanos, también se les llamaba "frailes mendicantes" porque dependían para su sostén de las limosnas que recogían de puerta en puerta. Además de estas, había órdenes parecidas para las mujeres. Todas estas órdenes de ascetas empezaron con los propósitos más nobles y las fundaron hombres y mujeres que se sacrificaban a sí mismos. Su influencia era en parte para bien y en parte para mal. Al principio, durante el primer período de cada orden monástica, era un beneficio a la sociedad. Reconozcamos algunos de los buenos resultados del monacato.
Durante los siglos de guerra, casi de anarquía, había centros de paz y de quietud en los monasterios, donde muchos que estaban en dificultad encontraban refugio. Los monasterios daban hospitalidad a los viajeros, a los enfermos y a los pobres. Tanto el moderno hotel como el hospital se desarrollaron del hospicio o monasterio. A menudo el monasterio o el convento eran el refugio y la protección de los indefensos, en especial de las mujeres y los niños. Los primeros monasterios, tanto en Gran Bretaña como en el continente, promovieron la agricultura. Los monjes se dedicaron al saneamiento y secado de pantanos, la canalización del agua, la construcción de caminos y el cultivo inteligente de la tierra. En las bibliotecas de los monasterios se preservaron muchas de las obras antiguas de la literatura, tanto clásica como cristiana.
Los monjes copiaban libros y escribían la vida de hombres distinguidos, crónicas de su propio tiempo e historias del pasado. Los monasterios han dado al mundo muchas de las obras religiosas más preciosas, tales como los cánticos de San Bernardo y la Imitación de Cristo, por Kempis. Sin sus escritos históricos, la Edad Media hubiera sido en verdad un vacío. Los monjes eran los principales maestros de la juventud, casi los únicos maestros. La mayoría de las universidades y escuelas de la Edad Media surgieron en las abadías y monasterios. En la expansión del evangelio los monjes fueron los primeros misioneros. Encontraban al bárbaro que venían y los convertían a su religión. De estos, San Agustín (no 1 gran teólogo) que fue de Roma a Inglaterra (597 d.C.) y San Patricio, que empezó la evangelización de Irlanda en 440 d.C., fuero ejemplos entre muchos misioneros monásticos.
Pero si estos buenos resultados emanaron del sistema monástico, también hubo malos resultados. Algunos de estos males se manifestaron aun cuando la institución estaba en su mejor época, pero se hicieron más evidentes en los últimos períodos, cuando el monacato degeneró y perdió su fervor primitivo, sus ideales elevados y su estricta disciplina. Entre estos mal estaban los siguientes: El monacato presentaba la vida célibe como la más elevada, lo cual es falso y contrario a las Escrituras. Obligaba a la adopción de la vida monástica a incontables millares de hombres y mujeres más nobles de su época. Los hogares y las familias no los formaban los mejores hombres y las mejores mujeres, sino por los de ideales inferiores. Recluía multitudes para que no solo participaran de la familia, sino también de la vida social, cívica y nacional. Tanto en la guerra como en la paz, los hombres capacitados que se necesitaban en el estado, estaban ociosos en los monasterios. Se ha asegurado que Constantinopla y el Imperio Oriental pudieron haberse defendido de los turcos si los monjes y eclesiásticos hubieran tomado las armas y peleado por su país. El aumento de riqueza de los monasterios condujo a la indisciplina, al lujo, a la ociosidad y a la franca inmoralidad.
Muchos conventos se convirtieron en lugares de iniquidad. Cada nueva orden buscaba reformación, pero a la larga sus miembros degeneraban a los más bajos niveles de conducta. En un principio, los monasterios se sostenían por la labor de sus ocupantes. Sin embargo, en los siglos subsiguientes su labor casi cesó por completo y monjes y monjas se mantenían de las rentas de sus propiedades que aumentaban sin cesar y por las contribuciones que se imponían a la fuerza a las familias ricas y pobres. Todas las propiedades de bienes raíces de las casas monásticas estaban exentas de contribución. De este modo, una carga que siempre aumentaba y que al final se hizo insoportable, se colocaba sobre la sociedad fuera de los conventos. Su rapacidad los condujo a la extinción. En el principio de la Reforma, en el siglo dieciséis, los monasterios en todo el norte de Europa estaban tan degradados en el concepto del pueblo, que los suprimieron universalmente. Incluso, obligaron a trabajar para su sostén a quienes vivían dentro de sus paredes. A este período se acostumbraba llamar "La edad oscura". Sin embargo, esos siglos dieron al mundo algunos grandes beneficios bajo la influencia directa de la iglesia.

EL ARTE Y LA LITERATURA MEDIEVAL

Durante la Edad Media surgieron casi todas las grandes universidades. En su mayoría, establecidas por eclesiásticos, que se desarrollaron de escuelas primitivas vinculadas con catedrales y monasterios. Entre estas puede mencionarse la Universidad de París, que en el siglo once bajo Abelardo, tenía treinta mil estudiantes. Las universidades de Oxford, Cambridge y Bolonia, a las que asistían estudiantes de todos los países de Europa. Las grandes catedrales de Europa, esas maravillas de arquitectura gótica que el mundo moderno contempla, sin poder superar ni siquiera igualar, se trazaron y construyeron durante el período medieval. El despertar de la literatura empezó en Italia con La divina comedia, de Dante, que se inició alrededor de 1303. A esta le siguieron los escritos de Petrarca (1340) y Bocacio (1360). En el mismo país y aproximadamente en la misma fecha empezó el despertamiento del arte con Giotto, en 1298, seguido por una serie de grandes pintores, escultores y arquitectos. Debe recordarse que casi sin excepción los primeros pintores usaron su arte para el servicio de la iglesia. Sus obras, aun cuando ahora están en galerías y exhibiciones, se hallaban al principio en iglesias y monasterios.

COMIENZOS DE LA REFORMA RELIGIOSA

Durante este período, y sobre todo en su ocaso, hubo destellos de luz religiosa presagios de la Reforma venidera. Cinco grandes movimientos de reforma surgieron en la iglesia, pero el mundo no estaba listo para ellos y se reprimieron con sangrienta persecución.
Los albigenses o citaros, "puritanos", alcanzaron prominencia en el sur de Francia alrededor de 1170. Repudiaban la autoridad de la tradición, circulaban el Nuevo Testamento y se oponían a las doctrinas romanas del purgatorio, a la adoración de imágenes y a las pretensiones sacerdotales, aunque tenían algunas ideas extrañas asociadas con los antiguos maniqueos y rechazaban el Antiguo Testamento. En 1208, el papa Inocencio III convoco una “cruzada” en su contray la secta se extirpo mediante el asesinato de casi toda la población de la región, tanto católica como hereje. Los valdenses surgieron más o menos en el mismo tiempo, 1170, con Pedro Valdo, un comerciante de Lyon que leía, explicaba, predicaba y circulaba la Escritura, a la que apelaba en contra de las costumbres y las doctrinas de los católicos romanos. Estableció una orden de evangelistas, los "Pobres de Lyon", que anduvieron por el centro y sur de Francia ganando adeptos. Los persiguieron con crueldad, pero al salir de Francia encontraron albergue en los valles del norte de Italia.
A pesar de los siglos de hostigamiento, han permanecido y constituyen una parte del grupo relativamente pequeño de protestantes en Italia.
JUAN WYCLIF empezó el movimiento en Inglaterra en favor de la libertad del poder romano y de la reforma en la iglesia. Nació en 1324 y se educó en la Universidad de Oxford, donde llegó a ser doctor de teología y líder en los consejos que se llevaban a cabo en dicha institución. Atacaba a los frailes mendicantes y al sistema del monacato. Re-chazaba y se oponía a la autoridad papal en Inglaterra. Escribió en contra de la doctrina de la transubstanciación, considerando al pan y al vino como símbolos e instaba a que el servicio de la iglesia se simplificase más, según el modelo del Nuevo Testamento. En otros países hubiera sufrido martirio, pero en Inglaterra lo protegía el más poderoso de los nobles. Aun cuando la universidad condenó algunas de sus doctrinas, le permitieron retirarse a su parroquia en Lutterworth y permanecer como sacerdote sin que lo molestasen. Su mayor obra fue la traducción del Nuevo Testamento al inglés, terminado en 1380. El Antiguo Testamento, en el que le ayudaron algunos amigos, apareció en 1384, el año de la muerte de Wyclif. A sus seguidores se les llamó "lolardos", en un tiempo numerosos, pero los persiguieron bajo los reyes Enrique IV y Enrique V y al final los eliminaron. La predicación de Wyclif y su traducción prepararon el camino para la Reforma.
JUAN HUS, en Bohemia (nacido en 1369 y martirizado en 1415), fue un lector de los escritos de Wyclif y predicó sus doctrinas. En especial, proclamó la liberación de la autoridad papal. Lo nombraron rector de la Universidad de Praga y por un tiempo tuvo una influencia dominante por toda Bohemia. El papa lo excomulgó y puso la ciudad de Praga bajo censura eclesiástica mientras él permaneciera allí. Hus se retiró, pero desde su lugar de escondite enviaba cartas reafirmando sus ideas. Después de dos años consintió en ir ante el concilio de la Iglesia Católica Romana en Constanza, Baden, en la frontera de Suiza, habiendo recibido un salvo conducto del emperador Segismundo. Sin embargo, violaron el pacto sobre la base de que "la fe no se guardaría con herejes". En 1415, condenaron y quemaron en la hoguera a Hus, pero su suerte despertó el elemento de reforma en su tierra natal e in-fluyó en Bohemia por todos los siglos desde su día. Jerónimo Savonarola (nacido en 1452) fue un monje de la orden de los dominicos en Florencia, Italia, y prior del monasterio San Marcos. Predicaba como uno de los profetas antiguos, contra los males sociales, eclesiásticos y políticos de su tiempo. Llenaba la gran catedral hasta rebosar con multitudes ansiosas, no tan solo de escuchar, sino de obedecer sus enseñanzas. Por un tiempo fue el dictador práctico de Florencia y efectuó una manifiesta reforma. Sin embargo, el papa lo excomulgó. Lo apresaron, condenaron, colgaron y quemaron su cuerpo en la gran plaza de Florencia. Su martirio fue en 1498, solo diecinueve años antes que Lutero clavara sus tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg.

CAÍDA DE CONSTANTINOPLA

Los historiadores fijan la caída de Constantinopla, en 1453, como el punto de la división entre los tiempos medievales y modernos. El Imperio Griego nunca se recobró de la conquista de los cruzados en 1204. Sin embargo, las fuertes defensas naturales y artificiales protegieron por mucho tiempo a la ciudad en contra de los turcos que sucedieron a los árabes como poder dominante musulmán. Tomaron una provincia tras otra del gran imperio, hasta que solo quedó la ciudad de Constantinopla. En 1453, los turcos finalmente la tomaron, bajo Mohamed II. En solo día el templo de Santa Sofía se transformó en una mezquita y Constantinopla fue hasta 1920 la ciudad de los sultanes y la capital Imperio Turco. En 1923, declararon Ankara capital de Turquía. La Iglesia Griega continúa con su patriarca, despojado de todo menos de su autoridad eclesiástica, con residencia en Constantinopla (Estambul). Con la caída de Constantinopla en 1453, termina el período de la iglesia medieval.

ERUDITOS Y LÍDERES

Mencionemos ahora muy brevemente algunos de los eruditos y líderes del pensamiento en el período estudiado. Durante los mil años de la iglesia medieval, se levantaron muchos grandes hombres, pero solo citaremos cuatro como los líderes intelectuales de su época.
ANSELMO nació en 1033, en Piamonte, Italia. Al principio, como tantos otros, era un erudito que vagaba por muchos países. Se hizo monje en el monasterio de Bec, Normandía y lo nombraron abad en 1078. En 1093, Guillermo Rufus lo nombra arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, luchó contra Guillermo y su sucesor Enrique I por la libertad y autoridad de la iglesia y por un tiempo sufrió destierro. Escribió muchas obras teológicas y filosóficas, y le han llamado "un segundo Agustín". Murió en 1109.
PEDRO ABELARDO (1079-1142), como filósofo y teólogo, fue el pensador más valeroso de la Edad Media. Puede considerarse el fundador de la Universidad de París, madre de las universidades europeas. Su fama como profesor atrajo a estudiantes por millares de todas partes de Europa. Influyó en muchos de los grandes hombres de la generación que le siguió. Sus intrépidas especulaciones y opiniones independientes le pusieron más de una vez bajo la expulsión de la iglesia. Aun más famosa que sus enseñanzas y escritos fue la romántica historia de su asunto amoroso con la hermosa Eloísa, por quien dejó los votos monásticos. Se casaron, pero después lo obligaron a separarse. Ambos entraron en conventos. Abelardo murió siendo abad y Eloísa abadesa.
BERNARDO DE CLARAVAL (1091-1153) era de una noble familia francesa. Lo educaron para la corte, pero renunció a ella por el convento. En 1115 estableció en Claraval un monasterio de la orden cisterciense y fue su primer abad. Esta orden echó raíces en muchos países y a sus miembros se les conocía comúnmente como bernardinos. Bernardo era una unión admirable del pensador místico y práctico. Predicó y promovió la Segunda Cruzada en 1147. Hombre de mente amplia y corazón bondadoso, se oponía y escribía en contra de la persecución de los judíos. Algunos de sus himnos, como "Cristo, si gozo al pecho da" y "Cabeza ensangrentada", se cantan en todas las iglesias. Solo veinte años después de su muerte lo canonizaron como San Bernardo. Lutero dijo: "Si hubo en el mundo un monje santo y temeroso de Dios, fue San Bernardo de Claraval."

La mentalidad más grande de la Edad Media fue la de TOMÁS DE AQUINO (1226-1274). Se le llamó el “Doctor universal” “Doctor Angélico" y "Príncipe de la Escolástica". Nació en Aquino en el reino de Nápoles. En contra de la voluntad de su familia, los condes de Aquino, entró a la orden de monjes dominicos. Cuando era un joven estudiante era tan callado que le apodaron "el buey mudo". Sin embargo, su maestro, Alberto Magno, decía: "Un día este buey llenará al mundo con sus mugidos." Llegó a ser la autoridad más celebrada y elevada de todo el período medieval en filosofía y teología. Sus obras aún las citan, sobre todo por los eruditos católico-romanos. Murió en 1274 y lo canonizaron como santo en 1323.