CAPÍTULO SÉPTIMO: LOS ANABAPTISTAS.

LOS CALUMNIADOS DE LA HISTORIA

El siglo XVI presenció el extraordinario movimiento anabaptista que se desarrolló en todos los países europeos donde surgió la Reforma, y era una consecuencia lógica de la misma. Lulero, Zwinglio y los demás reformadores proclamaron vigorosamente la suprema y única autoridad de la Palabra de Dios en materia religiosa, y los que quisieron ser fieles a este principio sostuvieron que la Reforma tenía que ser mucho más radical y completa que lo que estaba resultando en los países donde triunfaba. Había que volver al cristianismo primitivo, desprendiéndose de todo aquello que no tuviese apoyo en las Sagradas Escrituras.
La iglesia no podía ser confundida ni identificada con el Estado; tenía que estar compuesta por personas convertidas, con experiencia religiosa y vida espiritual personal, y no por todos los habitantes de un país, región o comarca. Debía entrarse a la iglesia no por nacimiento, sino por renacimiento, y sus componentes debían hacer profesión de fe en Cristo y recibir el bautismo, como señal exterior de esta identificación con el pueblo de Dios. En consecuencia, negaban la validez del bautismo recibido en la infancia y lo administraban a los adultos creyentes. Como para el público esto era un segundo bautismo se les dio la denominación de anabaptistas, que significa rebautizadores.
Fueron los primeros que en los tiempos modernos supieron hacer distinción entre el orden civil y el religioso, y por eso fueron los valientes abogados de la separación de la iglesia y el Estado. Los reformadores, movidos más bien por las circunstancias que por principios, entregaron el gobierno y dirección de la iglesia a la potestad civil. Llegaron a sostener que el pueblo tenía que seguir la religión que profesase el príncipe que los gobernaba, aun cuando esta monstruosidad estaba en contra del principio del libre examen, que sostenían teóricamente y practicaban para sí. Creían que los tiempos no estaban suficientemente maduros para la aplicación inmediata y completa de un cristianismo del todo neotestamentario. Los anabaptistas rechazaban este oportunismo y se desvinculaban de la iglesia oficial afrontando todas las consecuencias de esta actitud.
Exigían de los miembros de la iglesia una vida santa, apartada de las costumbres corrompidas del mundo. Eran sumamente modestos en el vestir, honestos y trabajadores; creían que el sermón del monte debía entenderse literalmente y que sus preceptos eran la norma de la vida cristiana. Por eso se negaban a prestar juramento, a tomar las armas y a realizar cualquier acto de violencia o resistencia.
Llegaron muchos de ellos a enseñar que las funciones públicas son incompatibles con la profesión de fe cristiana, y es fácilmente comprensible que tuviesen esta creencia en días cuando la principal, misión del Estado parece haber sido la de dar muerte a los cristianos fieles y defender a una iglesia que ellos identificaban con la ramera apocalíptica embriagada con la sangre de los santos.
En algunas partes practicaban la comunidad de bienes en forma amplia y obligatoria, pero en otras limitadamente y sin que fuese impuesta como una regla indispensable para militar en la iglesia.
Hubo en aquel tiempo muchos de ellos que cayeron en el fanatismo y exaltación mística, así como otros que abandonaron su credo pacifista para convertirse en revolucionarios, pero es del todo injusto juzgar el movimiento anabaptista por estos lamentables extravíos, que casi siempre han acompañado a los despertamientos espirituales.
El conocimiento que el mundo tiene de ellos es del todo deficiente por estar basado en las afirmaciones apasionadas de sus numerosos enemigos. Los historiadores hasta años muy recientes no disponían de más documentos que aquellos en que los anabaptistas aparecen en su aspecto menos favorable. Pero el profesor J. Loserth, en diferentes e importantes trabajos que ha publicado, tuvo la virtud de desenterrar valiosos documentos que presentan las cosas en su aspecto verdaderamente histórico.
Eran muy fervientes y activísimos en la propaganda, y lograron extenderse por toda Europa, aunque sus núcleos más1 importantes estaban en Suiza, Alemania, Moravia, Tyrol y Holanda. De la magnitud del movimiento dan fe los numerosos edictos de persecución que se sucedían uno a otro, y la imposibilidad en que los gobernantes y prelados se vieron de impedirlo. Uno solo de los pastores de Holanda, Leonardo Bouwers, que murió en 1578, dejó una lista de más de diez mil personas bautizadas por él.

LOS ANABAPTISTAS DE SUIZA

Zwinglio había conseguido implantar la Reforma en Zurich. Animado de un vivo celo republicano dio al movimiento un carácter más popular y democrático que el que le dio Lulero en Alemania. No podía ser de otro modo dado el genio característico del pueblo suizo, acostumbrado a resolver todos sus problemas en asambleas donde la discusión era libre para todos los ciudadanos. Los problemas religiosos se resolvían en la misma forma que los políticos y económicos. Después que la opinión ya estaba formada, como resultado de las libres deliberaciones, el Consejo supremo del cantón daba la sanción oficial. Zwinglio arrojó la semilla de la libertad y provocó actitudes individuales a veces mucho más avanzadas que la suya.
La ruptura con el papismo no fue obra de teólogos y mandatarios sino obra del pueblo mismo que tenía ansias de libertad espiritual. Pero entre los partidarios de la Reforma no tardaron en manifestarse dos tendencias que tuvieron sus primeros choques cuando la separación de Roma era discutida ante el Consejo: unos abogaban por una Reforma sancionada por el Estado, y otros más radicales y evangélicos, sostenían la completa autonomía de la iglesia y el deber individual de obedecer a Dios prescindiendo de lo que el .Estado resolviese. Los que así pensaban tenían necesariamente que llegar al anabaptismo, si es que ya no habían llegado.
Zwinglio quiso contener el avance de esta tendencia y se colocó bajo el patronato del Consejo, y dio así a su obra un sabor político que le trajo funestas consecuencias.
Formaban parte del partido avanzado, Guillermo Reublin, uno de los primeros en romper con el celibato clerical y dar el ejemplo de un párroco casado; Simón Stumpf, quien se rebeló contra sus superiores eclesiásticos y seculares emancipando a los pobres campesinos de la carga pesada de los diezmos; Luis Hetzer, que ponía de manifiesto el carácter idolátrico del culto de las imágenes; Juan Broedli, que al ser expulsado de su parroquia continuó predicando el Evangelio, ganándose la vida con el trabajo de sus manos; Félix, Mantz, ciudadano distinguido de Zurich, hombre muy versado en hebreo y otras lenguas orientales. Todos éstos eran secundados por el cura Baltazar Hubmaier, más tarde insigne apóstol y mártir de la causa.
Al frente de estos radicales se encontraba Conrado Grebel, hijo de uno de los hombres más distinguidos de la ciudad, quien no se avergonzó del origen humilde de la mayoría de los componentes de su partido. Grebel en 1515 estaba estudiando en Viena, donde recibía una pensión del emperador Maximiliano I, y en 1518 regresó a su patria, de donde no tardó en ausentarse para seguir estudios superiores en París. Se dedicó al estudio de los clásicos revelando condiciones nada comunes para el cultivo de las letras. Pero la gran capital tuvo para él una influencia funesta, haciéndole apartar de las costumbres sanas de su familia. Tenía recursos abundantes y cedió fácilmente a las tentaciones que le llevaron a una vida licenciosa que más tarde sus contrarios no dejaron de reprocharle. Su padre al enterarse de que no vivía dignamente le retiró su ayuda y empezaron para él nuevas y duras experiencias con sus correspondientes lecciones.
Regresó a Zurich y entabló relaciones muy cordiales con Zwinglio, con quien ya había estado en correspondencia desde] Viena. En Basilea estuvo algunos meses ocupado en asuntos literarios, tratando al mismo tiempo de temas bíblicos con los reformadores. Volvió otra vez a Zurich donde contrajo enlace, siendo esto un nuevo disgusto a sus padres. Abrazó la Reforma con verdadero entusiasmo y dio pruebas de un cambio de vida que contrastaba con su conducta anterior. Zwinglio lo tenía en gran estima y se alegraba de contar con su cooperación en la lucha contra el papado, porque su viva inteligencia, sus profundos conocimientos filológicos y la clarividencia de su espíritu lo hacía uno de los hombres mejor preparados de su siglo. El historiador Cornelius ha dicho que Grebel hubiera llagado a ser el Melanthon de Zwinglio, si en Zwinglio hubiera encontrado un Lutero.
El número de los que en varios cantones alemanes se adherían al movimiento fue haciéndose cada día más numeroso. Por todas partes celebraban sus asambleas en las que se predicaba la palabra de Dios, se celebraba la santa cena y: se administraba el bautismo a los creyentes. Insistían en la necesidad de la regeneración, y rompimiento con toda costumbre que no fuese completamente santa.
El anti-pedobaptismo llegó a ser un tema discutido en todos los círculos. Zwinglio quiso poner fin al movimiento publicando un tratado contra "los que provocaban el desorden y la sedición", pero este escrito no produjo mucho efecto y provocó una discusión pública que tuvo lugar el 17 de enero de 1525. Los principales anti-pedobaptistas que estuvieron presentes fueron Qrebel, Mantz y Reublin. Asistió también Jorge Jacobs, quien hacía poco se había unido a ellos y que era conocido bajo el nombre de Blaurock, a causa del traje azul que vestía, y quien llegó a ser un verdadero apóstol del movimiento.
Arabos partidos expusieron los argumentos que hasta nuestros días se dan ya en favor, ya en contra del bautismo de los párvulos, pero nadie cambió de parecer. Al día siguiente el Consejo ordenó que todos los niños fuesen bautizados en el término de ocho días, y que quien no quisiese respetar esa ordenanza debía salir de la ciudad y de las tierras de los señores que ocupaban, con su mujer, sus hijos y sus bienes, sin perjuicio de que se tomasen medidas ulteriores. Estas medidas ulteriores fueron la cárcel, el destierro y la muerte, penas que muchos de los hermanos tuvieron que sufrir. A Grebel y a Mantz se les ordenó que guardasen silencio sobre el tema del bautismo, y a los otros que no eran ciudadanos del Cantón se les pidió que abandonasen el territorio.
Las leyes que condenaban la herejía implantadas bajo el sistema papal no habían sido abolidas, en primer lugar porque la Reforma no podía llegar en dos o tres años de existencia a tener conceptos de libertad religiosa que muchos pueblos no los tienen después de varios siglos; de modo que se aplicaban duramente contra los disidentes, y Zurich escribió páginas negras y dolorosas de persecución.
El primero que tuvo que dar su vida por la causa fue Félix Mantz. Al regresar a la ciudad, después de una jira de evangelización y trabajo pastoral visitando a los hermanos esparcidos, fue arrestado. En enero de 1526 fue sentenciado a ser ahogado. Desde la prisión dirigió una ferviente exhortación a los hermanos para que permaneciesen fieles en medio de las pruebas, en la que bendice a Dios por el conocimiento que le dio y al cual quiere permanecer fiel.
Al ser conducido al lugar donde tenía que cumplirse la sentencia iba alabando al Señor, seguido por su heroica madre y un hermano que no cesaban de alentarlo a que permaneciese fiel hasta el fin.
Ligado de pies y manos fue arrojado a la corriente.
"La muerte de Félix Mantz dice C. A. Ramseyer hombre de tan profunda piedad y de tanta ciencia, fue un golpe funesto para el anabaptismo de Suiza. Los mensajeros llevaron la triste nueva de villa en villa y de aldea en aldea hasta los valles más apartados de las montañas. Por todas partes los "hermanos" fueron consternados porque después de la muerte de Grebel y del destierro de Hubmaier, él había llegado a ser su jefe. El testimonio de la muerte de Mantz y el heroísmo con que afrontó el martirio produjeron una profunda impresión sobre todos los corazones que se inflamaron del deseo de imitar tan noble ejemplo".
La persecución trajo la dispersión, pero lejos de conseguir que el movimiento fuese sofocado, sólo lograba hacerlo reaparecer con nuevos bríos en otras regiones, porque los que huían de un lugar a otro iban dando testimonio de su fe y ganando nuevas almas para Cristo. Todos los Estados de lengua alemana se llenaron de anabaptistas, quienes afrontando la cárcel y la muerte se levantaban a predicar en las plazas y los mercados llamando las almas al arrepentimiento porque, decían, ya habían llegado los últimos tiempos y la puerta de la gracia sería pronto cerrada para siempre.
"Empezaban escribe el historiador Cornelius llamando al arrepentimiento y proclamando la venida del Señor para juzgar al mundo y castigar a los impíos. Cuando el día del Señor caiga sobre este mundo, como la red sobre los pájaros decían ninguno escapará, sino los que han salido de Egipto y Babilonia. A los que quieren huir de la ira venidera y quieren realmente convertirse, renunciando al mundo de pecado, obedeciendo a Dios, el Señor les manda bautizarse, no como en el caso de los niños, sino como una señal distintiva de los creyentes elegidos. Es el sello de que hablaron los profetas y del que deben estar sellados todos los que gimen a causa de las abominaciones que se cometen en Jerusalén. El mundo odiará, perseguirá y matará a los señalados, pero Dios les dará la victoria sobre el mundo y los salvará en la vida eterna".
"Los hermanos que llevaban este mensaje se presentaban sencillamente, sin aparatosidad ni lujo; pobres como los apóstoles y modestos en su porte. Se dirigían preferentemente a los pobres y humildes porque es a ellos que Dios los enviaba. Entraban en las chozas con la salutación de paz, hablaban del amor y de la corrupción del mundo y leían y explicaban las Sagradas Escrituras. Sus discursos eran sencillos y sin arte. Dios, decían, ha revelado a los niños los misterios que escondió a los sabios y entendidos. Pero estos predicadores eran confesores y mártires y el fuego que los consumía se comunicaba a sus oyentes. Perseguidos y errantes, no estando seguros ni de la vida, ni de los alimentos, confirmaban por su conducta, sus predicaciones llenas de sustancia bíblica. Ganaban y edificaban almas sacudiendo sus conciencias".
"A veces bastaban unas cuantas horas para echar los cimientos de una iglesia. Un día un desconocido entra en la casa de Francisco Striegel. Era Juan Hout. Saca un libro de su bolsillo, lee la Palabra de Dios, predica la doctrina evangélica con gran poder y el dueño de la casa se hace bautizar y con él ocho personas más. Partió la misma noche y estos nuevos bautizados no volvieron a verlo".
El bautismo generalmente se practicaba por efusión, pero un suizo de San Gall llamado Wolfgang Schorant, más conocido bajo el nombre de Ullirnann, empezó a enseñar que debía ser por inmersión. Su enseñanza fue recibida por muchos y en las aguas del Rhin fueron millares los que confesaron su fe mediante el bautismo celebrado en esa forma.

FIELES HASTA LA MUERTE

El avance del anabaptismo produjo verdadera alarma en las esferas oficiales, a tal punto que príncipes y prelados se conjuraron para extirparlo de la tierra. Las primeras medidas rigurosas fueron tomadas por los gobiernos católicos en virtud del edicto de Worms que declaró al anabaptismo un crimen capital. Estas medidas fueron estimuladas por un edicto imperial del 4 de enero de 1528, que recordaba las leyes civiles y eclesiásticas que establecían la pena de muerte para los culpables de herejía. Iglesias enteras eran llevadas a la cárcel y mediante juicios muy sumarios centenares eran condenados a la muerte. Kirchmayer eleva a un millar las ejecuciones que tuvieron lugar en el Tyrol durante el año 1531. En la ciudad austríaca de Ensisheim, según Sebastián Frank, el número llegó a seiscientos, y en Linz sesenta personas sufrieron la muerte en seis semanas. El cruel duque Guillermo de Baviera, promulgó este horrible decreto: "El que se retracte será decapitado; los que no se retracten serán quemados vivos".
La persecución se extendió como un torrente avasallador sobre la mayor parte de la* Alta Alemania. Las tropas recorrían la campaña y sin ninguna forma de proceso daban muerte a todo anabaptista que hallaban.
En Rothenbourg, el 21 de mayo de 1527, Miguel Sattler fue horriblemente martirizado y después ejecutado. A su esposa la hicieron morir ahogada. La iglesia que él pastoreaba fue sometida a dura prueba y muchos de los miembros que la componían fueron decapitados.
En la misma ciudad, al año siguiente, sufrió el martirio Leonardo Schoener, fraile convertido que había abandonado el convento y se ganaba la vida trabajando de sastre, lo que no le impedía viajar por toda Baviera predicando el Evangelio y bautizando a los que se convertían.
En Munich causó gran impresión el martirio de Jorge Wagner, uno de los hombres más ilustres de la ciudad, altamente respetado y considerado un modelo de virtudes. Cuando se convirtió y se identificó con la iglesia despreciada, el Elector de Baviera lo visitó y lo exhortó en vano a que renunciase a lo que él llamaba una ilusión impía. Fue arrestado cuando se perdieron las esperanzas de viejo apostatar. El príncipe y muchos de sus amigos lo visitaron frecuentemente en la cárcel y todos quedaron sorprendidos de la firmeza de sus convicciones. Cuando todos se convencieron de que no había ninguna esperanza de hacerlo volver al seno del romanismo, el príncipe que había sido tan amigo suyo, impulsado por su ardiente fanatismo, resolvió que lo hiciesen morir para escarmiento de otros que se podían sentir inclinados a recibir el Evangelio.
El día señalado para la ejecución tuvo que soportar una de las pruebas más duras a que fueron sometidos muchos mártires; la de ver a su mujer e hijos arrodillados a sus pies implorando que abjurase para salvar su cuerpo y su alma. Grande era el dolor de su corazón al ver que los suyos no comprendían la verdad que él había recibido con tanto fervor y sinceridad.
Llegando al lugar del suplicio levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre santo, tú me eres más querido que mi mujer e hijos, y que la misma vida. No permitas que los horribles sufrimientos que me esperan me aparten de ti. De ti yo tengo el ser, te lo entrego, contento de no vivir ni morir sino para ti".
"Mientras pueda abrir los labios había dicho a los amigos que le acompañaron hasta el pie de la hoguera pronunciaré el nombre de Jesús". Las llamas pronto envolvieron el cuerpo del ilustre mártir, quien entregó su alma a Dios pronunciando estas palabras: ¡Jesús! ¡Jesús!
Fernando, rey de Hungría y Bohemia, promulgó en 1527, un edicto estableciendo en todos sus dominios la pena de muerte para los anabaptistas, edicto que los curas tenían que leer desde los pulpitos cada tres meses durante diez años.
La dieta de Espira en 1529 se pronunció contra los anabaptistas cíe un modo inclemente, ordenando "quitar la vida a todo rebautizador o rebautizado, hombre o mujer, mayor o menor, y ejecutarlo según la naturaleza del caso y de la persona, por fuego, por espada o por otro medio, en cualquier parte donde fueren hallados".
Por grandes razones de Estado estos edictos, contra la herejía en general, no pudieron aplicarse contra los luteranos, pero estas "razones" no existían para con los anabaptistas y así pronto "nueve hermanos y tres hermanas" que se hallaban encerrados en la prisión de Alzey, fueron conducidos al suplicio, siendo decapitados los hombres y ahogadas las mujeres. Por haber penetrado en la prisión y haber exhortado a los cautivos a perseverar en la fe de Jesucristo y a despreciar el sufrimiento que les esperaba, otra hermana fue denunciada, arrestada y quemada en la hoguera.
En 1539 la policía austríaca sorprendió a una numerosa congregación que estaba celebrando culto en Steinborn. Los hermanos fueron rodeados por una poderosa caballería y conducidos en masa a la fortaleza de Falkenstein. Ahí los tuvieron encerrados unas cinco semanas, mientras numerosos y muy hábiles sacerdotes hacían grandes esfuerzos para que volviesen al romanismo. Cuando en vista de la firmeza demostrada por los cautivos, se dieron cuenta de que nada conseguirían, les notificaron que las mujeres y los niños serían puestos en libertad y los hombres condenados a remar en las galeras. Los más jóvenes y algunos enfermos fueron condenados a la esclavitud y entregados a los terratenientes para que los hiciesen trabajar en sus posesiones. Noventa hombres encadenados de dos en dos, fueron conducidos a pie hasta Trieste, ciudad que distaba unas ochenta leguas de la fortaleza.
El momento de la separación de los esposos, hijos, hermanos, fue desgarrador. Sólo por la gracia de Dios podían soportar una prueba tan dura. Los mismos soldados de la guardia estaban bañados en lágrimas y conmovidos por el llanto y los gemidos de los que se abrazaban sin esperanza de volverse a ver más en este mundo.
Emprendieron la marcha y a través de ciudades, aldeas y campiñas, rodeados por los gendarmes imperiales, iban cantando himnos y predicando el Evangelio. Las oraciones de las madres, esposas e hijos que habían quedado en el mayor desamparo, seguían a estos fieles testigos de la verdad y mártires de quienes el mundo no era digno.
Los sufrimientos del trayecto fueron indescriptibles, pero en medio de esta prueba tuvieron el consuelo de ver ablandarse los corazones de los soldados, quienes les permitieron celebrar cultos de mañana y de noche y ocuparse libremente de las cosas espirituales. Los soldados daban de ellos el mejor testimonio y al llegar a las poblaciones les pedían que cantasen y predicasen a la gente, oportunidad que nunca desperdiciaron. Por este medio algunas personas fueron ganadas a la fe y llevaron el conocimiento de la verdad hasta Italia, donde los anabaptistas llegaron a ser numerosos.
Durante los quince días que estuvieron en Trieste, la mayor parte de ellos consiguió evadirse, y finalmente llegar a los suyos.
Sería interminable referir los innumerables casos de martirio de que se conserva fiel memoria y están documentados. Y mayor es el número de aquellos que dieron su vida por amor a la verdad y en testimonio de su fe en Cristo, de los cuales se ha .perdido todo rastro.
Dos jóvenes que habían sido bautizadas en Bamberg, fueron arrestadas y sometidas a crueles torturas; finalmente fueron condenadas a muerte. Al ser conducidas al suplicio, para hacer escarnio de ellas les pusieron coronas de paja. ''Cristo llevó por nosotras dijeron corona de espinas; ¿por qué no llevaremos en su honor una de paja? Nuestro Dios es fiel y la reemplazará por una de oro y por guirnaldas de gloria". ¡Y rebosando de alegría soportaron la muerte!
Hacía veinte años que Juan Bear languidecía en una prisión cuando escribió esta carta sentimental:
"Queridos hermanos, recibí el escrito, el informe sobre nuestro culto, nuestra fe y doctrina, también seis velas y algunas plumas, pero la Biblia no me llegó aunque encabezaba la lista de las cosas que pedí. Deseo que si tenéis una Biblia, me la enviéis, porque es lo que más deseo poseer, si es la voluntad de Dios. Sufro mucho por verme privado de ella y ya van muchos años que estoy padeciendo hambre y sed de la Palabra de Dios. Ruego esto a Dios y a su iglesia porque dentro de ocho semanas hará veinte años que empezó mi triste cautiverio. "Yo, Juan Baer Lichtenfels, el más miserable y olvidado de todos los hombres, prisionero de Jesucristo, nuestro Señor, presento mi ruego a Dios, a sus ángeles, a sus siervos y a sus asambleas. Oh queridos hermanos y hermanas amados en el Señor, rogad por mí, para que me libre de este peligro y de esta tribulación indescriptible, Dios lo sabe, lo mismo que mi pobre alma, y vosotros conmigo. Os encomiendo a Dios. Escrita en Bamberg, en la sombría caverna, en 1548".
Tres años después murió en la prisión.
En Italia el anabaptismo tuvo también sus confesores y mártires: Julio Klampferer, ex cura romanista, fue ahogado en Venecia en 1561. Algunos años más tarde, después de larga prisión, sufrieron la misma pena los italianos Francisco della Sega, Julio Gherlandi y Antonio Rizzetto, de quienes en otro trabajo nos ocupamos extensamente.

EXALTACIÓN Y FANATISMO

No faltó en el organismo anabaptista un elemento morboso, que produjo graves trastornos y le trajo mucho descrédito. Los escritores de la época y posteriores magnificaron estos excesos de tal modo que para muchos anabaptismo y fanatismo llegaron a ser términos de la misma significación. Nada más injusto que juzgar a todo el movimiento por los errores de algunos de sus componentes.
Los que entraban a las filas anabaptistas lo hacían sabiendo que se exponían a pruebas muy duras, y se disponían a soportarlas con santa resignación. El tema de que se hablaba constantemente entre ellos era el de la persecución que tienen que sufrir todos les que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús. Diariamente llegaban noticias de nuevos mártires y así el fervor religioso se intensificaba y daban tema a los sermones y a los himnos que se cantaban en los cultos. "Hasta cuándo, hasta cuándo decían cayendo de rodillas al elevar sus oraciones, esconderás de nosotros tu rostro? Señor, perdona a nuestros enemigos que no saben lo que hacen. Da valor a tus santos que están sobre la tierra, y ven pronto a llevarnos a tu presencia". Estos sufrimientos eran mirados como señales del pronto advenimiento del Señor, y ante la responsabilidad de llamar a los hombres al camino del arrepentimiento decían: "Orad, para que el Señor envíe muchos obreros a su mies, porque el tiempo de la siega está muy cercano".
Esta constante excitación en que vivían tuvo necesariamente que producir algunos desequilibrios que culminaron en actos de fanatismo, de los cuales son menos culpables los anabaptistas que sus verdugos que los provocaban.
En San Gall, después de la expulsión de los pastores, hubo pocos que permanecieron fieles a las enseñanzas sanas y altamente bíblicas de Grebel, y la mayoría se entregó a distintas extravagancias, ya por pretender dar una aplicación rigurosamente literal al Nuevo Testamento, ya por ir al otro extremo creyéndose poseedores de dones sobrenaturales. Basados en que los cristianos tienen que ser como niños, recorrían las calles golpeando las manos y se ponían a jugar en las plazas revolcándose por el suelo. Otros quemaban el Nuevo Testamento porque leían que "la letra mata y el espíritu vivifica", y se levantaban a profetizar anunciando siempre próximos y terribles juicios de Dios. Pretendían ver visiones y tener revelaciones del Espíritu.
Las cosas llegaron al colmo cuando Tomás Schucker., después de pasar dos noches enteras en éxtasis y convulsiones junto con otros fanáticos, decapitó a su hermano Leonardo creyendo que obedecía a un mandato divino.
El anabaptismo quedó completamente desacreditado y no tardó en desaparecer de San Gall, donde había tenido tan buena acogida.
Muchos de los predicadores se creían intérpretes infalibles del Apocalipsis y con gran dogmatismo y mucha exaltación anunciaban la venida de Cristo para dentro de un plazo muy corto, llegando Juan Hout a asegurar que se verificaría en el Pentecostés del año 1528. La expectativa aumentaba al aproximarse esa fecha y el fanatismo recrudecía.
Después de él, Agustín Badén, de Augsburgo, anunciaba para 1529 una revolución que debía durar tres años y medio, después de la cual vendría el Milenio, bajo el gobierno de su propio hijo.
Los elementos sanos del anabaptismo se esforzaron en corregir estos males, pero el fuego del fanatismo era difícilmente contenido. En 1527 celebraron un Sínodo en la población de Schleitheim con el fin de consolidar el movimiento colocándolo sobre bases sólida y librarlo de la tendencia extra mística que amenazaba destruirlo. Fueron condenadas todas las extravagancias y la vida carnal en la que habían caído algunos que, abusando de los principios de libertad cristiana, se creían estar por encima de las reglas y costumbres que rigen la convivencia humana.
En Nikolsbourg, Moravia, donde Hout había ganado muchos adeptos a su credo eswatológico, fue Baltazar Hubmaier, quien logró encarrilar a muchos que se habían extraviado.
Que los anabaptistas no deben ser juzgados por los excesos de algunos de sus elementos, lo demuestra el hecho de que aún sus más encarnizados adversarios se vieron forzados a dar de ellos buen testimonio. Bullinger, en un libro que escribió para refutar sus doctrinas, dice: "Manifiestan vida espiritual, tienen carácter excelente, suspiran mucho, no mienten; graves y serios, hablan con dignidad y autoridad, de modo que ganan la admiración, el aprecio y la consideración de las almas simples y piadosas. Porque dicen: Dígase lo que se quiera de los anabaptistas, no vemos en ellos sino cosas buenas y honestas, exhortaciones a no jurar, a no hacer mal, a vivir piadosa y santamente y hacer lo justo".
Y Erasmo, que los observaba desde su prudente retiro de Basilea, les rinde este homenaje: "Se les puede recomendar, sobre todo a causa de su conducta irreprochable".

LOS EXALTADOS DE MUNSTER

La ciudad episcopal de Munster, en Alemania, llegó a ser el sitio elegido por los anabaptistas del tipo más exaltado para establecer el reino de Dios en la tierra, el cual fue una cosa muy diferente de lo que su nombre indicaba.
Este movimiento de carácter revolucionario, que terminó en una sangrienta tragedia, tuvo su origen en la predicación y enseñanza de Melchor Hoffmann, hombre ardiente y sincero que antes de extraviarse había sido un valioso elemento en la obra de la Reforma. Había abrazado las doctrinas de Lulero y las predicaba con tan buen resultado que el reformador llegó a conceptuarlo uno de sus mejores colaboradores.
Todo cambió cuando se puso a explicar con gran dogmatismo los libros de Daniel y Apocalipsis, sacando de sus visiones, doctrinas que los demás luteranos no estaban dispuestos a recibir. Por esta causa tuvo que salir de Alemania y después de una corta permanencia en Estocolmo, apareció el año 1529 en Estrasburgo, donde se hundió cada vez más en sus cavilaciones escatológicas. Consiguió ser creído por mucha gente sincera y fervorosa que le seguía con fe ciega y sembraba por todo el país la doctrina que él les comunicaba. Caían en éxtasis prolongados y anunciaban el próximo establecimiento de un reino que pondría fin a todos los males. Estrasburgo, según ellos, estaba destinada a ser la nueva Jerusalén donde se manifestarían los 144.000 señalados que figuran en el capítulo séptimo del Apocalipsis.
Hoffmann fue puesto preso, y en la torre donde lo tenían encerrado esperaba pacientemente la llegada del día venturoso en el que se realizarían sus extrañas predicciones.
Estrasburgo no respondió al entusiasmo de los nuevos profetas, pero los escritos de Hoffmann tuvieron gran efecto en las poblaciones del Norte de Alemania y de Holanda, donde el número de los "melchoristas" llegó a ser considerable, llegando a producir inquietudes a los teólogos y autoridades civiles de aquellas regiones.
Durante algún tiempo los Países Bajos, donde las crueles persecuciones de los papistas predisponían el ambiente para que fuesen aceptadas las doctrinas de los que anunciaban como muy cercano e inminente el juicio de Dios, presenciaron un extraordinario movimiento anabaptista. Hombres sencillos recorrían todo el país desafiando el peligro, la cárcel y la muerte, predicando el arrepentimiento y la fe salvadora, pero al mismo tiempo daban un énfasis exagerado a lo que tenía relación con los últimos días y el fin del mundo, impresionando la mente de la gente con ilustraciones terroríficas.
Apareció en este tiempo Juan Matthys, panadero de Haarlem, quien no tardó en imponerse como jefe del movimiento anabaptista de Holanda. Éste enviaba sus apóstoles a todos los rincones del país, llamando a las armas a todos los hermanos. Anunciaban que había concluido la aflicción y angustia de los santos y que éstos debían abandonar el pacifismo para ejecutar la venganza y justicia de Dios.
Quien recuerda las pruebas duras por las que pasaron los amigos del Evangelio en los Países Bajos, puede fácilmente comprender cómo las ideas de Juan Matthys, encontraron eco.
Estos profetas exaltados llegaron a Westfalia, donde una crisis espantosa que sumía en la miseria a la población, predisponía a la gente para cualquier programa revolucionario. Estaban todavía ardiendo los escombros de la rebelión de los aldeanos, y las ideas democráticas engendradas por la Reforma exigían que se diese al Evangelio una aplicación social y solamente religiosa, de modo que la bomba estaba cargada y no hacía falta sino arrimarle el fuego para que estallase.
En varias ciudades los plebeyos se apoderaron del gobierno, pero la transformación más notable se efectuó en Munster, donde el predicador Bernardo Rethmann dirigía furiosos ataques al catolicismo, sublevando a los vecinos que no tardaron en apoderarse del obispo que gobernaba y nombrar un Consejo popular.
Hacía meses que la hoguera estaba encendida cuando llegaron los emisarios del profeta Matthys, entre los que se hallaba el más tarde célebre Juan de Leyden, hombre elocuente y de aspecto imponente, nacido para dominar con la mirada y la palabra.
Después de un día de calma como esos que preceden a las grandes tempestades, al llegar la noche, salieron los anabaptistas a recorrer las calles al grito de: "Arrepentíos que ha llegado el reino de Dios". El 9 de febrero de 1534 se apoderaron de la ciudad y la declararon capital del reino de Dios, con el nombre de Nueva Jerusalén. Una multitud de místicos exaltados daba rienda suelta a toda clase de extravagancias. Las multitudes eran bautizadas en la plaza principal y se expulsaba a todo aquel que no quisiese someterse al rito.
Proclamaron la abolición de todo lo que consideraban fruto del pecado que impedía volver al estado primitivo de inocencia y felicidad. Todos los bienes fueron declarados de propiedad común. Nadie podía negar a otro lo que manifestaba necesitar. Las casas debían permanecer abiertas día y noche, porque cerrarlas era manifestar desconfianza y falta de amor fraternal.
Las tropas imperiales rodearon la ciudad y el profeta que la gobernaba, creyéndose inspirado a salir a su encuentro, fue muerto a cuchilladas por los mercenarios. Le sucedió en el mando Juan de Leyden a quienes los fanáticos rodearon y proclamaron rey de la comunidad, bajo el nombre de Juan el Justo, sentado sobre el trono de David, para gobernar no sólo la ciudad sino el mundo. Lo paseaban por las calles ostentando lujosas joyas reales y una corona de grandes dimensiones. Pero el nuevo rey tuvo que sentir pronto la oposición de muchos descontentos, a quienes sometió duramente con actos de rigor y crueldad, semejantes a los de cualquier tirano.
¿Cómo poner fin a este estado de cosas? ¿Qué medidas tomar para librar a Munster del poder de los fanáticos? Estas preguntas se formularon los príncipes del Imperio en una asamblea celebrada en Worms en abril de 1535. Votaron los recursos necesarios para continuar el sitio y encargaron a un militar adiestrado la prosecución de la campaña.
Juan de Leyden supo oponer una fuerte resistencia, pero el 24 de junio de 1535, debido a la preponderancia numérica, y disciplina de los sitiadores, fue vencido. Hecho prisionero fue ejecutado en la misma plaza de la ciudad, después de varios meses de prisión, el 22 de enero de 1536, junto con otros que le habían acompañado en su efímero y tristemente célebre reinado.

BALTAZAR HUBMAIER

Entremos ahora a ocuparnos de una de las grandes figuras, no sólo del anabaptismo sino de la Reforma del siglo XVI. En el índice de los libros prohibidos por la iglesia de Roma, el nombre de Baltazar Hubmaier está colocado al lado de los de Lulero y Calvino; y el teólogo católico Juan Faber, que discutió largamente con él antes de su martirio, publicó una reseña de sus discusiones bajo el título de "Razones por las cuales el jefe y primer autor de los anabaptistas, Dr. Baltazar Hubmaier, fue quemado en Viena el 10 de marzo de 1528".
Este mártir, conocido también con el seudónimo de Pacimontano, nació en Friedberg, Baviera, allá por el año 1480. Estudió primeramente medicina y después teología, teniendo por maestro en Friburgo de Brugau, al famoso Dr. Eck, conocido por la discusión que sostuvo con Lutero, Carlstad y Melanthon en 1519.
Hubmaier no tardó en hacerse notable por la lucidez de su espíritu, su fervor, su elocuencia y muchas otras admirables dotes personales. Fue nombrado cura y profesor de teología en Ingolstad. En 1516 fue llamado a ocupar el cargo de predicador en la iglesia colegial de Ratisbona.
Ciegamente consagrado al servicio del papismo, se convirtió en un terrible enemigo de los judíos, contribuyendo a que fuesen expulsados de la ciudad, y consideraba una gran honra para sí que la iglesia que tenía a su cargo se hallase edificada en el sitio donde antes estaba la sinagoga.
Pero esta ceguedad no le duró mucho tiempo, porque cuando tuvo conocimiento de las predicaciones de Lutero y Zwinglio, se le cayó la venda de los ojos y pudo ver cuán lejos estaba la iglesia en la que militaba del espíritu y doctrina del Cristianismo.
Abrazó la Reforma con entusiasmo y sin esperar para nada las decisiones de los gobernantes, empezó a celebrar el culto en lengua alemana y a administrar la comunión bajo las dos especies de pan y vino. Enseñó a orar únicamente a Dios y se atrevió también a hacer destruir las imágenes. Hubo pocos de los jefes de la Reforma que llegaron a tanto en tan corto tiempo.
En 1520 se instaló en Waldshout, ciudad que entonces pertenecía a Austria, en la frontera de Suiza y predicó con gran éxito sermones que cada día eran más evangélicos, robustecidos con sabias exposiciones bíblicas que estaban al alcance del pueblo, y que no obstante tenían suficiente erudición como para hacerlas valiosas a las personas entendidas. Su fama empezó a extenderse por todos los alrededores y de todas partes afluían los forasteros para oírle.
Volvió a Ratisbona y se consagró con ardor a la defensa de los principios de la Reforma que eran motivo de comentarios de parte de todos, pero en 1522 se halla otra vez en Waldshout, donde entró en relación con Zwinglio y otros reformadores suizos. En 1523 asistió a la discusión pública que tuvo lugar en Zurich y que dio por resultado la abolición del romanismo del Cantón.
Una visita que hizo a San Gall fue grandemente beneficiosa a la causa de la Reforma. Como la iglesia donde predicaba resultaba pequeña para los numerosos auditorios que acudían a escucharle, levantó su tribuna en la plaza pública; y la población entera se deleitaba en sus claras y bien meditadas exposiciones del Evangelio, así como en sus sermones de controversia.
Otra vez en Waldshout se consagró a trabajar con ardor y su ministerio fue tan bendecido que Zwinglio pudo hablar de esta ciudad como un modelo de virtudes cristianas.
A principios de 1524 publicó una serie de proposiciones e invitó a sus colegas de la comarca a discutirlas públicamente, cosa que hizo con toda libertad y excelentes resultados. He aquí algunas de estas proposiciones:
"La fe sólo justifica delante de Dios".
"Son buenas obras solamente las que Dios manda; son malas las que él ha prohibido".
"La misa no es un sacrificio, sino una solemne conmemoración de la muerte de Cristo; por esa razón no debe ofrecerse ni por los vivos ni por los muertos".
"Cristo solo murió por nuestros pecados, y somos bautizados en su nombre; por eso sólo él debe ser tenido por nuestro Intercesor y Mediador".
Hacía tiempo que abrigaba dudas sobre la validez del bautismo infantil, de modo que cuando este asunto se levantó en Suiza se puso por completo del lado de los "hermanos", lo que significa el sacrificio de romper con sus actuales colaboradores que estaban resueltos a mantener la costumbre establecida.
En cambio del bautismo estableció la costumbre de presentar a los recién nacidos ante la congregación, y después de leer en el Evangelio según San Marcos, los versículos 13-16 del capítulo 10, encomendarlos a las oraciones de los creyentes.
La convocación a una discusión pública, ante el Consejo de Zurich, entre Zwinglio y los adversarios del bautismo infantil, le produjo la más pésima impresión, porque, dijo, ¿qué se puede esperar de un tribunal que es juez y parte a la vez? Además, los anabaptistas no reconocían al Consejo derecho de intervenir en asuntos religiosos, así que después de su fallo estarían en el mismo terreno que antes. Hubmaier no se presentó a la conferencia, pero escribió a Eocolampade exponiendo sus puntos de vista.
Otra cosa que le impedía asistir era que no podía llegar a Zurich sin pasar por territorio papista, donde seguramente sería apresado, porque ya era hombre señalado.
Poco tiempo después de la conferencia publicó un folleto con este contenido: "Invitación pública de Baltazar Pacimontano, de Waldshout, dirigida a todos los cristianos, el 2 de febrero de 1525.
Pruebe quien quiera con pasajes de las Sagradas Escrituras en alemán, claros y terminantes, respecto al bautismo, sin ninguna adición, que se debe bautizar a los niños.
Por su parte Baltazar Pacimontano se compromete a demostrar que el bautismo de los niños es una costumbre sin base bíblica y eso lo hará con pasajes de las Sagradas Escrituras en alemán, simples y claros, respecto al bautismo, sin ninguna adición.
Después que se tome una Biblia, de cincuenta o cien años, y que ella sea juez verdadero y regular entre estas dos opiniones. Que sea abierta y leída con espíritu de humildad y de oración, y que las diferencias sean discutidas y resueltas por la Palabra de Dios.
De este modo yo quedaré satisfecho, porque mi deseo es dar gloria a Dios dejar que su Palabra sea el único arbitro al que someto mi persona y mis enseñanzas."
"La verdad es eterna".
Los anabaptistas avanzaban a grandes pasos en varios puntos de Suiza. Reublin apareció en la Pascua de 1525 en Waldshout y Hubmaier fue bautizado por él junto con ciento diez personas más. Este acto se efectuó por efusión, pues según dice Burrage enseguida Huhmaier, habiendo reunido a sus adherentes, mandó traer un balde de agua y solemnemente bautizó a trescientas personas. En los meses siguientes centenares más fueron bautizados y Waldshout vino a convertirse en la fortaleza del anabaptismo y centro de fecundas actividades misioneras.
Austria no esperó mucho tiempo para hacer desencadenar el huracán de la persecución sobre la ciudad, que según el concepto romanista estaba infectada de herejía y debía ser saneada mediante un castigo ejemplar. Hubrcaier tuvo que huir. Se dirigió a Zurich donde fue recibido con amor fraternal de parte de algunos creyentes que se mantenían fieles a pesar del pronunciamiento de la iglesia oficial contra el anabaptismo. Estaba disfrutando de este dulce compañerismo cristiano cuando tuvo que apurar el cáliz amargo de verse perseguido por sus propios hermanos en la común fe de Jesucristo; hermanos que aun no habían llegado a comprender que se debe respetar el derecho sagrado de la conciencia y no molestar a nadie por sus convicciones.
Por orden del Consejo, Hubmaier fue arrestado y encerrado en la cárcel. Durante varias semanas muchos de sus antiguos colaboradores hicieron esfuerzos para hacerlo caer de su firmeza, y lo consiguieron en un momento cuando el pobre prisionero se sintió desfallecer a causa de una enfermedad y de los padecimientos que le imponían en la prisión. Estaba en este lamentable estado cuando firmó la retractación que sus adversarios miraron como un gran triunfo.
Un día fue conducido a la catedral, la cual estaba llena de gente, y colocado en una tribuna frente a otra que ocupaba Zwinglio. Éste pronunció un violento discurso, con toda la fogosidad que le caracterizaba, sobre las herejías de que debía retractarse su antiguo amigo. Cuando terminó todas las miradas se dirigieron hacia Hubmaier, quien debilitado por tantos sufrimientos tenía más bien la apariencia de un cadáver que la de un heresiarca peligroso. Cuando se puso de pie nadie reconoció al orador elocuente que pocos años antes había arrastrado a las multitudes con la poderosa argumentación de sus discursos. Con voz temblorosa empezó a leer su profesión de fe, pero fue haciéndose más clara y fuerte hasta adquirir un inusitado vigor, al declarar, contrariamente a lo que todos esperaban oír, que rechazaba el bautismo de los niños. Sus partidarios, que eran más numerosos de lo que se sospechaba, prorrumpieron en aplausos, mientras que otros lanzaban gritos de protesta. Zwinglio con gran dificultad pudo hacer renacer la calma, y la asamblea se disolvió continuando en la calle la discusión y los comentarios.
Fue conducido de nuevo a la cárcel donde continuaron sus sufrimientos. Escribió entonces en forma de oración doce artículos que terminan así: "¡Oh Dios santo, Dios Todopoderoso, Dios inmortal! ¡He aquí mi fe! La confieso con corazón y voz y la he confesado delante de la iglesia por medio del bautismo. Te ruego confiadamente que me conserves en tu gracia hasta el fin; y si fuese sometido a dejarla por cobardía, temor a la muerte, tiranía, tortura, espada o agua, apelo a ti, Padre misericordioso, para que me levantes por la gracia de tu Santo Espíritu y no permitas que yo deje este mundo sin esta fe. Es lo que te pido desde el fondo de mi corazón, por Jesucristo tu Hijo bien amado, nuestro Señor y Salvador. Padre, pongo en ti mi confianza; no permitas que yo sea confundido".
Aunque Hubmaier terminó su carrera con un glorioso martirio, no era de aquellos hombres que afrontan risueñamente y con heroísmo los sufrimientos. Se hubiera dicho que no había nacido para mártir. Cuando estaba preso dejaba entrever que se sometería a las imposiciones de sus perseguidores, y más de una vez concedió lo que pronto reconoció que no debía conceder.
En la cárcel de Zurich firmó una nueva retractación en la que declara que Zwinglio, León Judá, Sebastián Hofmeister y Oswaldo Mi-couius, lo habían convencido del error del anabaptismo. Declaró, además, que nunca creyó que fuese ilícito al cristiano ocupar un cargo gubernativo y que nunca había ahogado por la comunidad de bienes. Habla en este documento de su grave enfermedad y de su extremada pobreza y pide que no lo entreguen en manos de los austríacos, sus implacables enemigos.
Esta retractación fue publicada y leída en la catedral el 6 de abril, pero la conducta posterior de Hubmaier demuestra que la firmó en momentos de extrema debilidad física y bajo la presión de sus contrarios. Fue puesto en libertad y con la ayuda de algunos amigos conseguía salir de Zurich a mediados de 1526.
Después de una breve estada en Constanza se dirigió a Moravia, donde los anabaptistas gozaban de tolerancia. Fijó su residencia en Nikolsburg, población a la que llamaba su Emaus.
Allí publicó varios escritos de controversia. Sus trabajos fueron coronados del mejor éxito, pues el mismo príncipe de la región aceptó el bautismo y con él casi todos los habitantes.
En 1528 fue arrestado y conducido a Viena, desde donde lo llevaron a la fortaleza de Grützenstein, que se halla a diez leguas de la ciudad. A su pedido fue visitado por el teólogo romanista Dr. Faber, de quien había sido amigo en tiempos anteriores. Con él discutió durante tres días en presencia: de otros dos teólogos de renombre. No tenemos de estas discusiones más informes que los publicados por sus contrarios, de modo que deben recibirse con mucho discernimiento. El Dr. Faber publicó una relación detallada de la discusión y si hemos de creer a ella, resulta que Hubmaier, a fin de librarse de la cárcel y la muerte, consintió en guardar silencio y aceptar las decisiones do un concilio ecuménico al que apelaba como otros muchos en sus días. Esto hubiera sido en sí una renuncia a sus principios, pues era admitir la autoridad de un concilio que podía declararse contrario a lo establecido en las Sagradas Escrituras. Pero no es probable que haya mucho de verdad en estas manifestaciones de Faber, porque inmediatamente después de haber remitido un escrito al rey Fernando, en el que exponía sus creencias, fue condenado a muerte.
Lleno de coraje marchó al lugar del suplicio donde primeramente la espada del verdugo le cortó la cabeza y después fue reducido a cenizas.
Se dice que Lutero derramó lágrimas cuando la triste nueva llegó a sus oídos.
Su noble esposa, compañera de su vida y de sus trabajos, lo fue también de sufrimientos y de su martirio. Arrestada y conducida a Viena al mismo tiempo que él, fue condenada a morir ahogada. Tres días después de la muerte de su esposa fue sacada de la cárcel, y con una pesada piedra atada al cuello fue arrojada a las aguas del Danubio.

LOS HUTTERIANOS DE MORAVIA

Frente a la persecución cada vez más violenta y despiadada, quedaba un solo recurso: la emigración. ¿Pero a dónde dirigirse si el fuego ardía por todas partes? Dios preparó para ellos un refugio en Moravia, donde varios terratenientes, entre otros Lienhard de Lichtenstein y Kaunitz, desoyendo los decretos de proscripción que pesaban contra los anabaptistas, se atrevieron a recibirlos, siendo debido a esta conducía magníficamente premiados porque las tierras casi incultas y abandonadas que poseían se convirtieron en verdaderos vergeles donde reinaban la abundancia y la prosperidad.
Miles de hermanos salieron de Suiza, de Alemania, del Tyrol y de otros Estados austríacos, y aun desde Italia, y se establecieron en Nikolsburgo bajo la dirección de Hubmaier, donde fundaron varias colonias que contaban de seis a doce mil personas.
Hubmaier era un anabaptista moderado; no se oponía al servicio militar, ni exigía rigurosamente la comunidad de bienes. Por esta causa muchos de los que llegaban y no estaban de acuerdo con esta manera de pensar, encontraron dificultades para convivir con los radicados en Nikolsburgo y se establecieron en Austerlitz donde organizaron establecimientos rurales que llegaron a ser un modelo de orden, trabajo y piedad. No faltaban dificultades para hacer funcionar el sistema comunista y cuando éstas parecían sin solución, providencialmente llegó el pastor Jacobo Hutter conduciendo a un numeroso grupo da perseguidos, y este hombre de gran talento y mucha capacidad como organizador tomó la dirección de la obra. Supo consolidarla, hacerla prosperar y su influencia sobre las 15.000 personas que componían las colonias fue tal que se les conoció bajo e1 nombre de hutterianos.
En la "Crónica de los Hermanos Hutterianos", obra de gran mérito respecto a las costumbres de aquellos anabaptistas, se leen párrafos como éstos:
"Habitan en la tierra que Dios preparó para ellos. Se reúnen para adorar en paz y unidad y enseñan y predican la Palabra de Dios abiertamente. Dos veces, por semana, y más, se congregan para celebrar sus cultos. Ejercen la disciplina cristiana contra aquellos que caen en pecado. Los que dan pruebas de verdadero arrepentimiento son restaurados".
La cristiana comunidad de bienes se practica de acuerdo a las enseñanzas de Cristo, a la costumbre de los discípulos y de la iglesia apostólica. Ya hayan sido pobres o ricos, todos participan ahora de un mismo tesoro; una casa común, una mesa común, habiendo para los enfermos y niños comodidades especiales".
"Las espadas eran fundidas y convertidas en horquillas, serruchos y otras herramientas útiles, Nunca tenían armas de guerra, como ser espalas, fusiles y lanzas. Caía uno era hermano de su compañero y tilo» vivían junios como pueblo pacífico; ninguno prestaba su ayuda a las empresas guerreras sangrientas, ni con su brazo ni con sus contribuciones; la venganza estaba del todo desterrada. La paciencia era la única arma que empleaban en todos sus conflictos".
"Los hermanos vivían sujetos a las autoridades y obedecían en todo asunto referente a la buena conducta y en cualquier cosa que no era contraria a Dios y a la conciencia. Se pagaban debidamente los impuestos y derechos al gobierno; se les prestaban servicios y rendían honores cuando éstos eran debidos, porque el gobierno está establecido por Dios y es una institución necesaria en este mundo malo, como el pan cotidiano".
"No eran oídas malas palabras ni maldiciones de las que el mundo está acostumbrado a proferir. No se hacía ningún juramento, no había bailes ni juego de barajas, ni orgías ni borracheras. No se vestían a la moda, inmodestamente, ni con ropas vanidosas y descomedidas. Todas esas cosas estaban excluidas. No se cantaban canciones vergonzosas de las cuales el mundo está lleno, pero sí himnos cristianos y cánticos espirituales refiriendo las historias bíblicas".
"Los lugares principales estaban ocupados por los ancianos, hombres que enseñaban la Palabra de Dios y amonestaban a observar los mandamientos y ejercían el ministerio de la reconciliación, leyendo, enseñando y amonestando. Todas las dificultades que surgían eran arregladas por ellos".
"Otros hombres de talento se ocupaban del gobierno de las cosas temporales, cuidando de las finanzas, repartiendo las provisiones, y efectuando las compras y ventas".
Otros estaban encargados de distribuir el trabajo, para que cada uno se ocupase de lo que era capaz, ya fuese en el campo o en otras tareas. Había algunos encargados del servicio de las mesas. La gente se sentaba a comer con oración y acción de gracias. También con oración y acción de gracias iban a dormir, y del mismo modo empezaban el nuevo .día, yendo cada uno a su labor".
"Los maestros, junto con las hermanas que cuidaban a los niños más pequeños, tenían a su cargo la educación y disciplina de los niños".
"No había usura o cobro de interés, ni compras y ventas gananciosas. Había sólo lo que se ganaba mediante el trabajo honesto, en trabajos diarios de diferentes clases, incluyendo toda clase de agricultura y horticultura".
"Había entre ellos algunos carpinteros y albañiles que construyeron muchos edificios para los terratenientes y nobles, lo mismo que para otros ciudadanos, especialmente en Moravia, pero también en Austria, Hungría y Bohemia. Un constructor de experiencia era el encargado de dirigir estos trabajos y hacer los contratos".
"Muchos molinos eran alquilados por sus dueños a los hermanos y éstos los hacían trabajar. Mucho» alquilaban sus granjas a los hermanos y oíros los empleaban como directores de sus establecimientos. En una palabra, ninguno permanecía ocioso; cada uno hacía lo que se le requería conforme a su capacidad. Aun los sacerdotes que se unían a la iglesia, aprendían algún trabajo. Los que estaban ausentes de la comunidad trabajaban para el bien común, para suplir las necesidades de todos. Eran un cuerpo perfecto en el que cada miembro servía y era servido por los demás".
"Como en un reloj una pieza mueve a otra y todas sus partes son necesarias para que el reloj funcione. O como una colonia de abejas en la colmena común: una hace la miel, otra la cera, otra provee de agua, y otra hace alguna otra parte del trabajo para producir la miel tan rica; y no sólo para ellas sino en cantidad suficiente para que el hombre la utilice; así es entre ellos. Por esta razón era menester tener organización y disciplina sobre todos. Sólo mediante la organización es posible establecer y mantener tan buena obra, especialmente en la casa de Dios, quien es un Dios de orden y un Obrero Soberano. Cuando la disciplina desaparece, siguen la ruina y el desorden. Donde Dios no mora, todo se viene abajo".
"Hay que notar también que la iglesia vino a ser conocida del público por varios motivos. Primeramente, el público llegó a conocer la iglesia por medio de aquellos que fueron encarcelados por causa del testimonio de Cristo y de la verdad; pastores u otros hermanos, de quienes buscaron y aprendieron las bases de la fe. Esto ocurrió en muchos lugares de Alemania, desde que los hermanos empezaron a ser arrestados en todas partes, y a menudo detenidos largo tiempo y ellos testificaban con palabra y hecho, en vida y en muerte, de que su fe era verdadera. También la iglesia, su religión, enseñanza, fe y vida, llegaron a ser conocidas de reyes, príncipes y señores. Estos, venían a visitar las comunidades de los hermanos y llegaban a, conocer su vida y doctrinas, y descubrían que las cosas malas que se decían de ellos no eran ciertas. Muchos loa alababan por su piedad, y también elogiaban a la iglesia, institución que tenía que ser de Dios, porque de otro modo fuera imposible que tantos viviesen juntos en tanta armonía".
"Pero el mundo por lo general odiaba a la iglesia a tal punto de poderse decir como David: "Nuestros enemigos son como los cabellos de nuestra cabeza”. No bien salían a la calle eran insultados y escarnecidos con los motes de anabaptistas, rebautizadores, nuevos bautistas, sectarios, fanáticos y otras cosas por el estilo. El pueblo por todas parles los despreciaba y hacía escarnio de ellos diciendo las cosas más absurdas, tales como que comían a los niños. Pero todas estas cosas, este odio y enemistad del mundo nos sobrevenía para que aprendiésemos a seguir a Cristo sólo por causa de su nombre y no por otros motivos".
"Si alguno viajaba llevando tan sólo un bastón en la mano como señal de que no quería hacer ningún mal, o si oraba antes de comer, era un anabaptista y hereje: así es el diablo. Pero si se apartaba de la iglesia y vivía como pagano, yendo con espada al cinto y rifle al hombro, en seguida era bien recibido y tenido por cristiano ante sus ojos".
"Pero el Señor nos anima y fortalece, mostrándonos que aquellos que han vuelto; al mundo» han perdido la paz. En cualquier parte donde se encuentran, la conciencia los acusa de apostasía. Hay muchos que regresan mostrando arrepentimiento con dolor y lágrimas, confesando sus pecados, y buscando reconciliarse con Dios y la iglesia".
Los hutterianos mandaban muchos misioneros a casi todos los países de Europa y la "Crónica" refiere las bendiciones que acompañaban a los esfuerzos que realizaban en el cumplimiento de esta tarea, así como los trabajos y sufrimientos que tenían que soportar.
Ellos contribuyeron poderosamente a la evangelización y a borrar el mal nombre que el fanatismo y exaltación habían traído al anabaptismo.

MENNO SIMONS

En días cuando en el campo anabaptista reinaba la confusión, el fanatismo, el desorden, y la anarquía, surgió providencialmente la figura noble de Mermo Simons, que supo organizar, tranquilizar los ánimos, encarrilar a los extraviados, e imprimir al movimiento una orientación cristiana y salvadora.
Menno Simons nació en Frisia (Holanda) el año 1492, en una aldea llamada Witmarsum. Dedicado por sus padres a la carrera eclesiástica, fue nombrado cura párroco de Pingjum, cuando tenía veintiocho años de edad. Según lo que él mismo refiere, no tenía en este tiempo convicción religiosa ni conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Así que, a pesar de su cargo, durante varios años vivió frívolamente, no pensando en otra cosa sino en su propio bienestar. Ni aún la Reforma que soplaba como un viento recio por toda Europa Central le llamaba la atención. Pero esta apatía se sintió sacudida un día cuando él menos lo pensaba. Estaba diciendo misa y su mente fue herida por una duda aguijoneante que no pudo echar al olvido. Se preguntó si realmente la hostia y el vino del sacramento eran él, cuerpo y la sangre de Cristo como enseñaba la iglesia romana. Da razón y la evidencia le respondieron que no, pero temiendo que se tratase de una tentación diabólica trató de conformarse con la idea que hasta entonces tenía, pero le fue imposible: la duda continuaba mortificándolo y una batalla nunca imaginada se desarrollaba dentro de su alma. ¿Cómo puedo enseñar esto se decía si no es la verdad? No estaba dispuesto a continuar en un ministerio que no fuese realmente de origen divino, porque el Espíritu que le redargüía cada vez con más fuerza, le había revelado la gran responsabilidad que tienen aquellos que son maestros y conductores de almas humanas.
Se aventuró entonces a manifestar estas dudas a varios de sus colegas, esperando encontrar alguna luz, pero con gran sorpresa suya descubrió que miraban este asunto con marcada indiferencia. Algunos de ellos llegaron hasta a burlarse de él, diciéndole que dejase esos problemas a los grandes doctores de la iglesia, y que él como cura siguiese haciendo lo que había hecho hasta entonces. Pero la personalidad de Menno Simons ya se había despertado y no estaba dispuesto a renunciar a ella, cometiendo el suicidio moral que cometen los que se entregan ciegamente al dogma de la autoridad.
Se puso entonces a leer asiduamente el Nuevo Testamento, y su lectura, que iba renovando su entendimiento y desarrollando su visión, produjo en su alma una verdadera metamorfosis espiritual. Su predicación adquirió un carácter completamente distinto del que había tenido hasta entonces, porque en lugar de versar sobre dogmas áridos formulados por concilios humanos, o pueriles leyendas de santos, versaba sobre la Palabra de Dios, que es viva, eficaz y más penetrante que toda espada de dos filos.
En este estado de ánimo se encontraba cuando oyó decir que en Leeuwarden había sufrido el martirio un hombre llamado Sicke Snyder a quien se le acusaba de haber sido bautizado por segunda vez, por negar validez al bautismo recibido en la infancia. ¡Nueva duda! ¡Nueva interrogación! ¿Se encuentra el bautismo de niños en el Muevo Testamento que está leyendo y al cual se ha dispuesto obedecer? Consulta a los antiguos padres de la iglesia, a los doctores católicos contemporáneos, a los actuales reformadores, pero de todos ellos no logra sino respuestas contradictorias que no le satisfacen. ¿Qué hacer entonces? Resolvió no consultar más a los hombres y atenerse a lo que dice su Libro. ¿No declaran todos los cristianos que tenemos en sus páginas la revelación de Dios? ¡Tomémoslo por guía y obedezcamos sin vacilación sus enseñanzas!
Quedó convencida del anti-pedobaptismo, pero no se atrevía a manifestar estas ideas al ver cómo eran perseguidos los que las profesaban.
Encontrándose en Leeuwarden conoció a algunos anabaptistas revolucionarios, pero no se sintió atraído hacia ellos, por estar en desacuerdo sobre muchos puntos que él consideraba contrarios a la verdadera doctrina cristiana: pero cuando vio el modo como eran muertos a sangre fría y el heroísmo que mostraban frente a sus verdugos, se sintió avergonzado de su cobardía, y reconoció que ellos, aunque equivocados en algunos puntos, le daban un ejemplo de fidelidad que él estaba muy lejos de haber alcanzado.
Sintió que Dios le llamaba a dar un testimonio claro y valiente de sus nuevas convicciones, costase lo que costase. Sintió un deseo irresistible de echar su suerte con los perseguidos y despreciados, y de predicar todo el consejo de Dios, desechando las doctrinas y prácticas que eran contrarias a las Sagradas Escrituras. Refiriendo esta crisis de su carrera escribió él mismo: "Mi corazón tembló dentro de mí. Rogué a Dios con sollozos y lágrimas que me concediese a mí, pobre pecador, el don de su gracia y que crease en: mí un corazón limpio, que por los méritos de la sangre carmesí de Cristo perdonase mi mala conducta y vida malgastada, y derramase sobre mí su sabiduría, su Espíritu, su candor y fortaleza para poder predicar su sublime y adorable nombre y su Santa Palabra, haciendo manifiesta su verdad y su alabanza".
En 1536 rompió abiertamente con la iglesia de Roma y se identificó con los anabaptistas pacíficos. Fue ordenado al ministerio cristiano y no tardó en llegar a ser un eficiente director espiritual.
Dio pruebas de hábil organizador, pues a pesar de la falta de libertad para celebrar reuniones, y de tener que vivir huyendo de lugar en lugar, supo mantener unidas en una sola y vasta organización a numerosas iglesias; esparcidas en diferentes partes de Europa. Sus correligionarios lo nombraron obispo, cargo que desempeñó con humildad y espíritu1 de servicio, y en el cual tuvo un éxito halagüeño. En todas partes era bien recibido por los hermanos y sus enseñanzas respetadas y practicadas por numerosas congregaciones que con el andar del tiempo llegaron a denominarse mennonitas,
No tardó en saber lo que era la persecución. Los enemigos del Evangelio lo señalaron y solamente huyendo y viviendo escondido pudo evitar la cárcel y la muerte. Como no daban con él se ensañaban contra sus amigos y protectores. En 1539 fue quemado vivo un hombre en Leeuwarden por haberle dado hospitalidad y otros dos sufrieron la misma pena por haber impreso sus escritos. En 1546 fueron confiscadas cuatro casas porque se descubrió que el dueño de las mismas había alquilado una de ellas a la esposa enferma de Menno.
Fue también un escritor fecundo de folletos de actualidad que respondían a las urgentes necesidades de la obra que tan sabiamente dirigía. Imposibilitado de llegar a todos los puntos donde su presencia era reclamada, escribía tratados que se imprimían en holandés, alemán y otras lenguas. Sus actividades hacen recordar estas palabras: "Por amor de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no he de parar, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salud se encienda como una antorcha". Is." 62:1.
Durante algún tiempo encontró un asilo seguro dentro de los dominios del tolerante duque Callos de Gelder, en el oeste de Frisia, donde muchos otros perseguidos se habían refugiado, pero en el año 1542 el emperador Carlos V ofreció una gratificación pecuniaria y otros favores a quien consiguiese arrestarlo. Para lograr este fin se fijó en las puertas de las iglesias un escrito en el que se daba la filiación personal de Menno. Fue en ese tiempo cuando tuvo que huir al este del país y finalmente a Colonia donde permaneció dos años. Nuevamente tuvo que huir y se estableció en una población llamada Wismar donde residían numerosos de sus correligionarios. Desde este punto visitaba a Embden, el fuerte de los mennonitas en el norte europeo, donde eran tolerados por las autoridades, siempre que permaneciesen inactivos. Pero en 1555 todos los anabaptistas fueron expulsados y Menno tuvo que empezar de nuevo su vida de errante. Falleció el 13 de enero de 1559 y fue sepultado en el jardín de su casa.
Su nombre será siempre recordado como el dé uno de los grandes exponentes de la verdad evangélica, un modelo de humildad y virtud cristianas, un ejemplo de celo y actividad, una gran alma de apóstol.