LOS CALUMNIADOS DE LA HISTORIA
El siglo XVI presenció el extraordinario
movimiento anabaptista que se desarrolló en todos los países europeos donde
surgió la Reforma, y era una consecuencia lógica de la misma. Lulero, Zwinglio
y los demás reformadores proclamaron vigorosamente la suprema y única autoridad
de la Palabra de Dios en materia religiosa, y los que quisieron ser fieles a
este principio sostuvieron que la Reforma tenía que ser mucho más radical y
completa que lo que estaba resultando en los países donde triunfaba. Había que
volver al cristianismo primitivo, desprendiéndose de todo aquello que no
tuviese apoyo en las Sagradas Escrituras.
La iglesia no podía ser confundida ni
identificada con el Estado; tenía que estar compuesta por personas convertidas,
con experiencia religiosa y vida espiritual personal, y no por todos los
habitantes de un país, región o comarca. Debía entrarse a la iglesia no por
nacimiento, sino por renacimiento, y sus componentes debían hacer profesión de
fe en Cristo y recibir el bautismo, como señal exterior de esta identificación
con el pueblo de Dios. En consecuencia, negaban la validez del bautismo
recibido en la infancia y lo administraban a los adultos creyentes. Como para
el público esto era un segundo bautismo se les dio la denominación de
anabaptistas, que significa rebautizadores.
Fueron los primeros que en los tiempos
modernos supieron hacer distinción entre el orden civil y el religioso, y por
eso fueron los valientes abogados de la separación de la iglesia y el Estado.
Los reformadores, movidos más bien por las circunstancias que por principios,
entregaron el gobierno y dirección de la iglesia a la potestad civil. Llegaron
a sostener que el pueblo tenía que seguir la religión que profesase el príncipe
que los gobernaba, aun cuando esta monstruosidad estaba en contra del principio
del libre examen, que sostenían teóricamente y practicaban para sí. Creían que
los tiempos no estaban suficientemente maduros para la aplicación inmediata y
completa de un cristianismo del todo neotestamentario. Los anabaptistas
rechazaban este oportunismo y se desvinculaban de la iglesia oficial afrontando
todas las consecuencias de esta actitud.
Exigían de los miembros de la iglesia
una vida santa, apartada de las costumbres corrompidas del mundo. Eran
sumamente modestos en el vestir, honestos y trabajadores; creían que el sermón
del monte debía entenderse literalmente y que sus preceptos eran la norma de la
vida cristiana. Por eso se negaban a prestar juramento, a tomar las armas y a
realizar cualquier acto de violencia o resistencia.
Llegaron muchos de ellos a enseñar que
las funciones públicas son incompatibles con la profesión de fe cristiana, y es
fácilmente comprensible que tuviesen esta creencia en días cuando la principal,
misión del Estado parece haber sido la de dar muerte a los cristianos fieles y
defender a una iglesia que ellos identificaban con la ramera apocalíptica
embriagada con la sangre de los santos.
En algunas partes practicaban la
comunidad de bienes en forma amplia y obligatoria, pero en otras limitadamente
y sin que fuese impuesta como una regla indispensable para militar en la
iglesia.
Hubo en aquel tiempo muchos de ellos que
cayeron en el fanatismo y exaltación mística, así como otros que abandonaron su
credo pacifista para convertirse en revolucionarios, pero es del todo injusto
juzgar el movimiento anabaptista por estos lamentables extravíos, que casi
siempre han acompañado a los despertamientos espirituales.
El conocimiento que el mundo tiene de
ellos es del todo deficiente por estar basado en las afirmaciones apasionadas
de sus numerosos enemigos. Los historiadores hasta años muy recientes no
disponían de más documentos que aquellos en que los anabaptistas aparecen en su
aspecto menos favorable. Pero el profesor J. Loserth, en diferentes e
importantes trabajos que ha publicado, tuvo la virtud de desenterrar valiosos
documentos que presentan las cosas en su aspecto verdaderamente histórico.
Eran muy fervientes y activísimos en la
propaganda, y lograron extenderse por toda Europa, aunque sus núcleos más1
importantes estaban en Suiza, Alemania, Moravia, Tyrol y Holanda. De la
magnitud del movimiento dan fe los numerosos edictos de persecución que se
sucedían uno a otro, y la imposibilidad en que los gobernantes y prelados se
vieron de impedirlo. Uno solo de los pastores de Holanda, Leonardo Bouwers, que
murió en 1578, dejó una lista de más de diez mil personas bautizadas por él.
LOS ANABAPTISTAS DE SUIZA
Zwinglio había conseguido implantar la
Reforma en Zurich. Animado de un vivo celo republicano dio al movimiento un
carácter más popular y democrático que el que le dio Lulero en Alemania. No
podía ser de otro modo dado el genio característico del pueblo suizo,
acostumbrado a resolver todos sus problemas en asambleas donde la discusión era
libre para todos los ciudadanos. Los problemas religiosos se resolvían en la
misma forma que los políticos y económicos. Después que la opinión ya estaba
formada, como resultado de las libres deliberaciones, el Consejo supremo del
cantón daba la sanción oficial. Zwinglio arrojó la semilla de la libertad y
provocó actitudes individuales a veces mucho más avanzadas que la suya.
La ruptura con el papismo no fue obra de
teólogos y mandatarios sino obra del pueblo mismo que tenía ansias de libertad
espiritual. Pero entre los partidarios de la Reforma no tardaron en
manifestarse dos tendencias que tuvieron sus primeros choques cuando la
separación de Roma era discutida ante el Consejo: unos abogaban por una Reforma
sancionada por el Estado, y otros más radicales y evangélicos, sostenían la
completa autonomía de la iglesia y el deber individual de obedecer a Dios
prescindiendo de lo que el .Estado resolviese. Los que así pensaban tenían
necesariamente que llegar al anabaptismo, si es que ya no habían llegado.
Zwinglio quiso contener el avance de
esta tendencia y se colocó bajo el patronato del Consejo, y dio así a su obra
un sabor político que le trajo funestas consecuencias.
Formaban parte del partido avanzado,
Guillermo Reublin, uno de los primeros en romper con el celibato clerical y dar
el ejemplo de un párroco casado; Simón Stumpf, quien se rebeló contra sus
superiores eclesiásticos y seculares emancipando a los pobres campesinos de la
carga pesada de los diezmos; Luis Hetzer, que ponía de manifiesto el carácter
idolátrico del culto de las imágenes; Juan Broedli, que al ser expulsado de su
parroquia continuó predicando el Evangelio, ganándose la vida con el trabajo de
sus manos; Félix, Mantz, ciudadano distinguido de Zurich, hombre muy versado en
hebreo y otras lenguas orientales. Todos éstos eran secundados por el cura
Baltazar Hubmaier, más tarde insigne apóstol y mártir de la causa.
Al frente de estos radicales se
encontraba Conrado Grebel, hijo de uno de los hombres más distinguidos de la
ciudad, quien no se avergonzó del origen humilde de la mayoría de los
componentes de su partido. Grebel en 1515 estaba estudiando en Viena, donde
recibía una pensión del emperador Maximiliano I, y en 1518 regresó a su patria,
de donde no tardó en ausentarse para seguir estudios superiores en París. Se
dedicó al estudio de los clásicos revelando condiciones nada comunes para el
cultivo de las letras. Pero la gran capital tuvo para él una influencia
funesta, haciéndole apartar de las costumbres sanas de su familia. Tenía
recursos abundantes y cedió fácilmente a las tentaciones que le llevaron a una
vida licenciosa que más tarde sus contrarios no dejaron de reprocharle. Su
padre al enterarse de que no vivía dignamente le retiró su ayuda y empezaron
para él nuevas y duras experiencias con sus correspondientes lecciones.
Regresó a Zurich y entabló relaciones muy
cordiales con Zwinglio, con quien ya había estado en correspondencia desde]
Viena. En Basilea estuvo algunos meses ocupado en asuntos literarios, tratando
al mismo tiempo de temas bíblicos con los reformadores. Volvió otra vez a
Zurich donde contrajo enlace, siendo esto un nuevo disgusto a sus padres.
Abrazó la Reforma con verdadero entusiasmo y dio pruebas de un cambio de vida
que contrastaba con su conducta anterior. Zwinglio lo tenía en gran estima y se
alegraba de contar con su cooperación en la lucha contra el papado, porque su
viva inteligencia, sus profundos conocimientos filológicos y la clarividencia
de su espíritu lo hacía uno de los hombres mejor preparados de su siglo. El
historiador Cornelius ha dicho que Grebel hubiera llagado a ser el Melanthon de
Zwinglio, si en Zwinglio hubiera encontrado un Lutero.
El número de los que en varios cantones
alemanes se adherían al movimiento fue haciéndose cada día más numeroso. Por
todas partes celebraban sus asambleas en las que se predicaba la palabra de
Dios, se celebraba la santa cena y: se administraba el bautismo a los
creyentes. Insistían en la necesidad de la regeneración, y rompimiento con toda
costumbre que no fuese completamente santa.
El anti-pedobaptismo llegó a ser un tema
discutido en todos los círculos. Zwinglio quiso poner fin al movimiento
publicando un tratado contra "los que provocaban el desorden y la
sedición", pero este escrito no produjo mucho efecto y provocó una
discusión pública que tuvo lugar el 17 de enero de 1525. Los principales anti-pedobaptistas
que estuvieron presentes fueron Qrebel, Mantz y Reublin. Asistió también Jorge
Jacobs, quien hacía poco se había unido a ellos y que era conocido bajo el
nombre de Blaurock, a causa del traje azul que vestía, y quien llegó a ser un
verdadero apóstol del movimiento.
Arabos partidos expusieron los
argumentos que hasta nuestros días se dan ya en favor, ya en contra del
bautismo de los párvulos, pero nadie cambió de parecer. Al día siguiente el
Consejo ordenó que todos los niños fuesen bautizados en el término de ocho
días, y que quien no quisiese respetar esa ordenanza debía salir de la ciudad y
de las tierras de los señores que ocupaban, con su mujer, sus hijos y sus
bienes, sin perjuicio de que se tomasen medidas ulteriores. Estas medidas
ulteriores fueron la cárcel, el destierro y la muerte, penas que muchos de los
hermanos tuvieron que sufrir. A Grebel y a Mantz se les ordenó que guardasen
silencio sobre el tema del bautismo, y a los otros que no eran ciudadanos del
Cantón se les pidió que abandonasen el territorio.
Las leyes que condenaban la herejía
implantadas bajo el sistema papal no habían sido abolidas, en primer lugar
porque la Reforma no podía llegar en dos o tres años de existencia a tener
conceptos de libertad religiosa que muchos pueblos no los tienen después de
varios siglos; de modo que se aplicaban duramente contra los disidentes, y
Zurich escribió páginas negras y dolorosas de persecución.
El primero que tuvo que dar su vida por
la causa fue Félix Mantz. Al regresar a la ciudad, después de una jira de
evangelización y trabajo pastoral visitando a los hermanos esparcidos, fue
arrestado. En enero de 1526 fue sentenciado a ser ahogado. Desde la prisión
dirigió una ferviente exhortación a los hermanos para que permaneciesen fieles
en medio de las pruebas, en la que bendice a Dios por el conocimiento que le
dio y al cual quiere permanecer fiel.
Al ser conducido al lugar donde tenía
que cumplirse la sentencia iba alabando al Señor, seguido por su heroica madre
y un hermano que no cesaban de alentarlo a que permaneciese fiel hasta el fin.
Ligado de pies y manos fue arrojado a la
corriente.
"La muerte de Félix Mantz dice C.
A. Ramseyer hombre de tan profunda piedad y de tanta ciencia, fue un golpe
funesto para el anabaptismo de Suiza. Los mensajeros llevaron la triste nueva
de villa en villa y de aldea en aldea hasta los valles más apartados de las
montañas. Por todas partes los "hermanos" fueron consternados porque
después de la muerte de Grebel y del destierro de Hubmaier, él había llegado a
ser su jefe. El testimonio de la muerte de Mantz y el heroísmo con que afrontó
el martirio produjeron una profunda impresión sobre todos los corazones que se
inflamaron del deseo de imitar tan noble ejemplo".
La persecución trajo la dispersión, pero
lejos de conseguir que el movimiento fuese sofocado, sólo lograba hacerlo
reaparecer con nuevos bríos en otras regiones, porque los que huían de un lugar
a otro iban dando testimonio de su fe y ganando nuevas almas para Cristo. Todos
los Estados de lengua alemana se llenaron de anabaptistas, quienes afrontando
la cárcel y la muerte se levantaban a predicar en las plazas y los mercados
llamando las almas al arrepentimiento porque, decían, ya habían llegado los
últimos tiempos y la puerta de la gracia sería pronto cerrada para siempre.
"Empezaban escribe el historiador
Cornelius llamando al arrepentimiento y proclamando la venida del Señor para
juzgar al mundo y castigar a los impíos. Cuando el día del Señor caiga sobre
este mundo, como la red sobre los pájaros decían ninguno escapará, sino los que
han salido de Egipto y Babilonia. A los que quieren huir de la ira venidera y
quieren realmente convertirse, renunciando al mundo de pecado, obedeciendo a
Dios, el Señor les manda bautizarse, no como en el caso de los niños, sino como
una señal distintiva de los creyentes elegidos. Es el sello de que hablaron los
profetas y del que deben estar sellados todos los que gimen a causa de las
abominaciones que se cometen en Jerusalén. El mundo odiará, perseguirá y matará
a los señalados, pero Dios les dará la victoria sobre el mundo y los salvará en
la vida eterna".
"Los hermanos que llevaban este
mensaje se presentaban sencillamente, sin aparatosidad ni lujo; pobres como los
apóstoles y modestos en su porte. Se dirigían preferentemente a los pobres y
humildes porque es a ellos que Dios los enviaba. Entraban en las chozas con la
salutación de paz, hablaban del amor y de la corrupción del mundo y leían y
explicaban las Sagradas Escrituras. Sus discursos eran sencillos y sin arte.
Dios, decían, ha revelado a los niños los misterios que escondió a los sabios y
entendidos. Pero estos predicadores eran confesores y mártires y el fuego que
los consumía se comunicaba a sus oyentes. Perseguidos y errantes, no estando
seguros ni de la vida, ni de los alimentos, confirmaban por su conducta, sus predicaciones
llenas de sustancia bíblica. Ganaban y edificaban almas sacudiendo sus conciencias".
"A veces bastaban unas cuantas
horas para echar los cimientos de una iglesia. Un día un desconocido entra en
la casa de Francisco Striegel. Era Juan Hout. Saca un libro de su bolsillo, lee
la Palabra de Dios, predica la doctrina evangélica con gran poder y el dueño de
la casa se hace bautizar y con él ocho personas más. Partió la misma noche y
estos nuevos bautizados no volvieron a verlo".
El bautismo generalmente se practicaba
por efusión, pero un suizo de San Gall llamado Wolfgang Schorant, más conocido
bajo el nombre de Ullirnann, empezó a enseñar que debía ser por inmersión. Su
enseñanza fue recibida por muchos y en las aguas del Rhin fueron millares los
que confesaron su fe mediante el bautismo celebrado en esa forma.
FIELES HASTA LA MUERTE
El avance del anabaptismo produjo
verdadera alarma en las esferas oficiales, a tal punto que príncipes y prelados
se conjuraron para extirparlo de la tierra. Las primeras medidas rigurosas
fueron tomadas por los gobiernos católicos en virtud del edicto de Worms que
declaró al anabaptismo un crimen capital. Estas medidas fueron estimuladas por
un edicto imperial del 4 de enero de 1528, que recordaba las leyes civiles y
eclesiásticas que establecían la pena de muerte para los culpables de herejía.
Iglesias enteras eran llevadas a la cárcel y mediante juicios muy sumarios
centenares eran condenados a la muerte. Kirchmayer eleva a un millar las
ejecuciones que tuvieron lugar en el Tyrol durante el año 1531. En la ciudad
austríaca de Ensisheim, según Sebastián Frank, el número llegó a seiscientos, y
en Linz sesenta personas sufrieron la muerte en seis semanas. El cruel duque
Guillermo de Baviera, promulgó este horrible decreto: "El que se retracte
será decapitado; los que no se retracten serán quemados vivos".
La persecución se extendió como un
torrente avasallador sobre la mayor parte de la* Alta Alemania. Las tropas
recorrían la campaña y sin ninguna forma de proceso daban muerte a todo
anabaptista que hallaban.
En Rothenbourg, el 21 de mayo de 1527,
Miguel Sattler fue horriblemente martirizado y después ejecutado. A su esposa
la hicieron morir ahogada. La iglesia que él pastoreaba fue sometida a dura
prueba y muchos de los miembros que la componían fueron decapitados.
En la misma ciudad, al año siguiente,
sufrió el martirio Leonardo Schoener, fraile convertido que había abandonado el
convento y se ganaba la vida trabajando de sastre, lo que no le impedía viajar
por toda Baviera predicando el Evangelio y bautizando a los que se convertían.
En Munich causó gran impresión el
martirio de Jorge Wagner, uno de los hombres más ilustres de la ciudad,
altamente respetado y considerado un modelo de virtudes. Cuando se convirtió y
se identificó con la iglesia despreciada, el Elector de Baviera lo visitó y lo
exhortó en vano a que renunciase a lo que él llamaba una ilusión impía. Fue
arrestado cuando se perdieron las esperanzas de viejo apostatar. El príncipe y
muchos de sus amigos lo visitaron frecuentemente en la cárcel y todos quedaron
sorprendidos de la firmeza de sus convicciones. Cuando todos se convencieron de
que no había ninguna esperanza de hacerlo volver al seno del romanismo, el
príncipe que había sido tan amigo suyo, impulsado por su ardiente fanatismo,
resolvió que lo hiciesen morir para escarmiento de otros que se podían sentir
inclinados a recibir el Evangelio.
El día señalado para la ejecución tuvo
que soportar una de las pruebas más duras a que fueron sometidos muchos
mártires; la de ver a su mujer e hijos arrodillados a sus pies implorando que
abjurase para salvar su cuerpo y su alma. Grande era el dolor de su corazón al
ver que los suyos no comprendían la verdad que él había recibido con tanto
fervor y sinceridad.
Llegando al lugar del suplicio levantó
los ojos al cielo y dijo: "Padre santo, tú me eres más querido que mi
mujer e hijos, y que la misma vida. No permitas que los horribles sufrimientos
que me esperan me aparten de ti. De ti yo tengo el ser, te lo entrego, contento
de no vivir ni morir sino para ti".
"Mientras pueda abrir los labios había
dicho a los amigos que le acompañaron hasta el pie de la hoguera pronunciaré el
nombre de Jesús". Las llamas pronto envolvieron el cuerpo del ilustre
mártir, quien entregó su alma a Dios pronunciando estas palabras: ¡Jesús!
¡Jesús!
Fernando, rey de Hungría y Bohemia,
promulgó en 1527, un edicto estableciendo en todos sus dominios la pena de
muerte para los anabaptistas, edicto que los curas tenían que leer desde los
pulpitos cada tres meses durante diez años.
La dieta de Espira en 1529 se pronunció
contra los anabaptistas cíe un modo inclemente, ordenando "quitar la vida
a todo rebautizador o rebautizado, hombre o mujer, mayor o menor, y ejecutarlo
según la naturaleza del caso y de la persona, por fuego, por espada o por otro
medio, en cualquier parte donde fueren hallados".
Por grandes razones de Estado estos
edictos, contra la herejía en general, no pudieron aplicarse contra los
luteranos, pero estas "razones" no existían para con los anabaptistas
y así pronto "nueve hermanos y tres hermanas" que se hallaban
encerrados en la prisión de Alzey, fueron conducidos al suplicio, siendo
decapitados los hombres y ahogadas las mujeres. Por haber penetrado en la
prisión y haber exhortado a los cautivos a perseverar en la fe de Jesucristo y
a despreciar el sufrimiento que les esperaba, otra hermana fue denunciada,
arrestada y quemada en la hoguera.
En 1539 la policía austríaca sorprendió
a una numerosa congregación que estaba celebrando culto en Steinborn. Los
hermanos fueron rodeados por una poderosa caballería y conducidos en masa a la
fortaleza de Falkenstein. Ahí los tuvieron encerrados unas cinco semanas,
mientras numerosos y muy hábiles sacerdotes hacían grandes esfuerzos para que
volviesen al romanismo. Cuando en vista de la firmeza demostrada por los
cautivos, se dieron cuenta de que nada conseguirían, les notificaron que las
mujeres y los niños serían puestos en libertad y los hombres condenados a remar
en las galeras. Los más jóvenes y algunos enfermos fueron condenados a la
esclavitud y entregados a los terratenientes para que los hiciesen trabajar en
sus posesiones. Noventa hombres encadenados de dos en dos, fueron conducidos a
pie hasta Trieste, ciudad que distaba unas ochenta leguas de la fortaleza.
El momento de la separación de los
esposos, hijos, hermanos, fue desgarrador. Sólo por la gracia de Dios podían
soportar una prueba tan dura. Los mismos soldados de la guardia estaban bañados
en lágrimas y conmovidos por el llanto y los gemidos de los que se abrazaban
sin esperanza de volverse a ver más en este mundo.
Emprendieron la marcha y a través de
ciudades, aldeas y campiñas, rodeados por los gendarmes imperiales, iban
cantando himnos y predicando el Evangelio. Las oraciones de las madres, esposas
e hijos que habían quedado en el mayor desamparo, seguían a estos fieles
testigos de la verdad y mártires de quienes el mundo no era digno.
Los sufrimientos del trayecto fueron
indescriptibles, pero en medio de esta prueba tuvieron el consuelo de ver
ablandarse los corazones de los soldados, quienes les permitieron celebrar
cultos de mañana y de noche y ocuparse libremente de las cosas espirituales.
Los soldados daban de ellos el mejor testimonio y al llegar a las poblaciones
les pedían que cantasen y predicasen a la gente, oportunidad que nunca
desperdiciaron. Por este medio algunas personas fueron ganadas a la fe y
llevaron el conocimiento de la verdad hasta Italia, donde los anabaptistas
llegaron a ser numerosos.
Durante los quince días que estuvieron
en Trieste, la mayor parte de ellos consiguió evadirse, y finalmente llegar a
los suyos.
Sería interminable referir los
innumerables casos de martirio de que se conserva fiel memoria y están
documentados. Y mayor es el número de aquellos que dieron su vida por amor a la
verdad y en testimonio de su fe en Cristo, de los cuales se ha .perdido todo
rastro.
Dos jóvenes que habían sido bautizadas
en Bamberg, fueron arrestadas y sometidas a crueles torturas; finalmente fueron
condenadas a muerte. Al ser conducidas al suplicio, para hacer escarnio de
ellas les pusieron coronas de paja. ''Cristo llevó por nosotras dijeron corona
de espinas; ¿por qué no llevaremos en su honor una de paja? Nuestro Dios es
fiel y la reemplazará por una de oro y por guirnaldas de gloria". ¡Y
rebosando de alegría soportaron la muerte!
Hacía veinte años que Juan Bear
languidecía en una prisión cuando escribió esta carta sentimental:
"Queridos hermanos, recibí el
escrito, el informe sobre nuestro culto, nuestra fe y doctrina, también seis
velas y algunas plumas, pero la Biblia no me llegó aunque encabezaba la lista
de las cosas que pedí. Deseo que si tenéis una Biblia, me la enviéis, porque es
lo que más deseo poseer, si es la voluntad de Dios. Sufro mucho por verme
privado de ella y ya van muchos años que estoy padeciendo hambre y sed de la
Palabra de Dios. Ruego esto a Dios y a su iglesia porque dentro de ocho semanas
hará veinte años que empezó mi triste cautiverio. "Yo, Juan Baer
Lichtenfels, el más miserable y olvidado de todos los hombres, prisionero de
Jesucristo, nuestro Señor, presento mi ruego a Dios, a sus ángeles, a sus siervos
y a sus asambleas. Oh queridos hermanos y hermanas amados en el Señor, rogad
por mí, para que me libre de este peligro y de esta tribulación indescriptible,
Dios lo sabe, lo mismo que mi pobre alma, y vosotros conmigo. Os encomiendo a
Dios. Escrita en Bamberg, en la sombría caverna, en 1548".
Tres años después murió en la prisión.
En Italia el anabaptismo tuvo también
sus confesores y mártires: Julio Klampferer, ex cura romanista, fue ahogado en
Venecia en 1561. Algunos años más tarde, después de larga prisión, sufrieron la
misma pena los italianos Francisco della Sega, Julio Gherlandi y Antonio
Rizzetto, de quienes en otro trabajo nos ocupamos extensamente.
EXALTACIÓN Y FANATISMO
No faltó en el organismo anabaptista un
elemento morboso, que produjo graves trastornos y le trajo mucho descrédito.
Los escritores de la época y posteriores magnificaron estos excesos de tal modo
que para muchos anabaptismo y fanatismo llegaron a ser términos de la misma
significación. Nada más injusto que juzgar a todo el movimiento por los errores
de algunos de sus componentes.
Los que entraban a las filas
anabaptistas lo hacían sabiendo que se exponían a pruebas muy duras, y se
disponían a soportarlas con santa resignación. El tema de que se hablaba
constantemente entre ellos era el de la persecución que tienen que sufrir todos
les que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús. Diariamente llegaban
noticias de nuevos mártires y así el fervor religioso se intensificaba y daban
tema a los sermones y a los himnos que se cantaban en los cultos. "Hasta
cuándo, hasta cuándo decían cayendo de rodillas al elevar sus oraciones,
esconderás de nosotros tu rostro? Señor, perdona a nuestros enemigos que no
saben lo que hacen. Da valor a tus santos que están sobre la tierra, y ven
pronto a llevarnos a tu presencia". Estos sufrimientos eran mirados como
señales del pronto advenimiento del Señor, y ante la responsabilidad de llamar
a los hombres al camino del arrepentimiento decían: "Orad, para que el
Señor envíe muchos obreros a su mies, porque el tiempo de la siega está muy
cercano".
Esta constante excitación en que vivían
tuvo necesariamente que producir algunos desequilibrios que culminaron en actos
de fanatismo, de los cuales son menos culpables los anabaptistas que sus
verdugos que los provocaban.
En San Gall, después de la expulsión de
los pastores, hubo pocos que permanecieron fieles a las enseñanzas sanas y
altamente bíblicas de Grebel, y la mayoría se entregó a distintas
extravagancias, ya por pretender dar una aplicación rigurosamente literal al
Nuevo Testamento, ya por ir al otro extremo creyéndose poseedores de dones
sobrenaturales. Basados en que los cristianos tienen que ser como niños,
recorrían las calles golpeando las manos y se ponían a jugar en las plazas
revolcándose por el suelo. Otros quemaban el Nuevo Testamento porque leían que
"la letra mata y el espíritu vivifica", y se levantaban a profetizar
anunciando siempre próximos y terribles juicios de Dios. Pretendían ver
visiones y tener revelaciones del Espíritu.
Las cosas llegaron al colmo cuando Tomás
Schucker., después de pasar dos noches enteras en éxtasis y convulsiones junto
con otros fanáticos, decapitó a su hermano Leonardo creyendo que obedecía a un
mandato divino.
El anabaptismo quedó completamente
desacreditado y no tardó en desaparecer de San Gall, donde había tenido tan
buena acogida.
Muchos de los predicadores se creían
intérpretes infalibles del Apocalipsis y con gran dogmatismo y mucha exaltación
anunciaban la venida de Cristo para dentro de un plazo muy corto, llegando Juan
Hout a asegurar que se verificaría en el Pentecostés del año 1528. La
expectativa aumentaba al aproximarse esa fecha y el fanatismo recrudecía.
Después de él, Agustín Badén, de
Augsburgo, anunciaba para 1529 una revolución que debía durar tres años y
medio, después de la cual vendría el Milenio, bajo el gobierno de su propio
hijo.
Los elementos sanos del anabaptismo se
esforzaron en corregir estos males, pero el fuego del fanatismo era
difícilmente contenido. En 1527 celebraron un Sínodo en la población de
Schleitheim con el fin de consolidar el movimiento colocándolo sobre bases
sólida y librarlo de la tendencia extra mística que amenazaba destruirlo.
Fueron condenadas todas las extravagancias y la vida carnal en la que habían
caído algunos que, abusando de los principios de libertad cristiana, se creían
estar por encima de las reglas y costumbres que rigen la convivencia humana.
En Nikolsbourg, Moravia, donde Hout
había ganado muchos adeptos a su credo eswatológico, fue Baltazar Hubmaier,
quien logró encarrilar a muchos que se habían extraviado.
Que los anabaptistas no deben ser
juzgados por los excesos de algunos de sus elementos, lo demuestra el hecho de
que aún sus más encarnizados adversarios se vieron forzados a dar de ellos buen
testimonio. Bullinger, en un libro que escribió para refutar sus doctrinas,
dice: "Manifiestan vida espiritual, tienen carácter excelente, suspiran
mucho, no mienten; graves y serios, hablan con dignidad y autoridad, de modo
que ganan la admiración, el aprecio y la consideración de las almas simples y
piadosas. Porque dicen: Dígase lo que se quiera de los anabaptistas, no vemos
en ellos sino cosas buenas y honestas, exhortaciones a no jurar, a no hacer
mal, a vivir piadosa y santamente y hacer lo justo".
Y Erasmo, que los observaba desde su
prudente retiro de Basilea, les rinde este homenaje: "Se les puede
recomendar, sobre todo a causa de su conducta irreprochable".
LOS EXALTADOS DE MUNSTER
La ciudad episcopal de Munster, en
Alemania, llegó a ser el sitio elegido por los anabaptistas del tipo más
exaltado para establecer el reino de Dios en la tierra, el cual fue una cosa
muy diferente de lo que su nombre indicaba.
Este movimiento de carácter
revolucionario, que terminó en una sangrienta tragedia, tuvo su origen en la
predicación y enseñanza de Melchor Hoffmann, hombre ardiente y sincero que
antes de extraviarse había sido un valioso elemento en la obra de la Reforma.
Había abrazado las doctrinas de Lulero y las predicaba con tan buen resultado
que el reformador llegó a conceptuarlo uno de sus mejores colaboradores.
Todo cambió cuando se puso a explicar
con gran dogmatismo los libros de Daniel y Apocalipsis, sacando de sus
visiones, doctrinas que los demás luteranos no estaban dispuestos a recibir.
Por esta causa tuvo que salir de Alemania y después de una corta permanencia en
Estocolmo, apareció el año 1529 en Estrasburgo, donde se hundió cada vez más en
sus cavilaciones escatológicas. Consiguió ser creído por mucha gente sincera y
fervorosa que le seguía con fe ciega y sembraba por todo el país la doctrina
que él les comunicaba. Caían en éxtasis prolongados y anunciaban el próximo
establecimiento de un reino que pondría fin a todos los males. Estrasburgo,
según ellos, estaba destinada a ser la nueva Jerusalén donde se manifestarían
los 144.000 señalados que figuran en el capítulo séptimo del Apocalipsis.
Hoffmann fue puesto preso, y en la torre
donde lo tenían encerrado esperaba pacientemente la llegada del día venturoso
en el que se realizarían sus extrañas predicciones.
Estrasburgo no respondió al entusiasmo
de los nuevos profetas, pero los escritos de Hoffmann tuvieron gran efecto en
las poblaciones del Norte de Alemania y de Holanda, donde el número de los
"melchoristas" llegó a ser considerable, llegando a producir inquietudes
a los teólogos y autoridades civiles de aquellas regiones.
Durante algún tiempo los Países Bajos,
donde las crueles persecuciones de los papistas predisponían el ambiente para
que fuesen aceptadas las doctrinas de los que anunciaban como muy cercano e
inminente el juicio de Dios, presenciaron un extraordinario movimiento
anabaptista. Hombres sencillos recorrían todo el país desafiando el peligro, la
cárcel y la muerte, predicando el arrepentimiento y la fe salvadora, pero al
mismo tiempo daban un énfasis exagerado a lo que tenía relación con los últimos
días y el fin del mundo, impresionando la mente de la gente con ilustraciones
terroríficas.
Apareció en este tiempo Juan Matthys,
panadero de Haarlem, quien no tardó en imponerse como jefe del movimiento
anabaptista de Holanda. Éste enviaba sus apóstoles a todos los rincones del
país, llamando a las armas a todos los hermanos. Anunciaban que había concluido
la aflicción y angustia de los santos y que éstos debían abandonar el pacifismo
para ejecutar la venganza y justicia de Dios.
Quien recuerda las pruebas duras por las
que pasaron los amigos del Evangelio en los Países Bajos, puede fácilmente
comprender cómo las ideas de Juan Matthys, encontraron eco.
Estos profetas exaltados llegaron a
Westfalia, donde una crisis espantosa que sumía en la miseria a la población,
predisponía a la gente para cualquier programa revolucionario. Estaban todavía
ardiendo los escombros de la rebelión de los aldeanos, y las ideas democráticas
engendradas por la Reforma exigían que se diese al Evangelio una aplicación
social y solamente religiosa, de modo que la bomba estaba cargada y no hacía
falta sino arrimarle el fuego para que estallase.
En varias ciudades los plebeyos se
apoderaron del gobierno, pero la transformación más notable se efectuó en
Munster, donde el predicador Bernardo Rethmann dirigía furiosos ataques al
catolicismo, sublevando a los vecinos que no tardaron en apoderarse del obispo
que gobernaba y nombrar un Consejo popular.
Hacía meses que la hoguera estaba
encendida cuando llegaron los emisarios del profeta Matthys, entre los que se
hallaba el más tarde célebre Juan de Leyden, hombre elocuente y de aspecto
imponente, nacido para dominar con la mirada y la palabra.
Después de un día de calma como esos que
preceden a las grandes tempestades, al llegar la noche, salieron los
anabaptistas a recorrer las calles al grito de: "Arrepentíos que ha
llegado el reino de Dios". El 9 de febrero de 1534 se apoderaron de la
ciudad y la declararon capital del reino de Dios, con el nombre de Nueva
Jerusalén. Una multitud de místicos exaltados daba rienda suelta a toda clase
de extravagancias. Las multitudes eran bautizadas en la plaza principal y se
expulsaba a todo aquel que no quisiese someterse al rito.
Proclamaron la abolición de todo lo que
consideraban fruto del pecado que impedía volver al estado primitivo de
inocencia y felicidad. Todos los bienes fueron declarados de propiedad común.
Nadie podía negar a otro lo que manifestaba necesitar. Las casas debían
permanecer abiertas día y noche, porque cerrarlas era manifestar desconfianza y
falta de amor fraternal.
Las tropas imperiales rodearon la ciudad
y el profeta que la gobernaba, creyéndose inspirado a salir a su encuentro, fue
muerto a cuchilladas por los mercenarios. Le sucedió en el mando Juan de Leyden
a quienes los fanáticos rodearon y proclamaron rey de la comunidad, bajo el
nombre de Juan el Justo, sentado sobre el trono de David, para gobernar no sólo
la ciudad sino el mundo. Lo paseaban por las calles ostentando lujosas joyas
reales y una corona de grandes dimensiones. Pero el nuevo rey tuvo que sentir
pronto la oposición de muchos descontentos, a quienes sometió duramente con
actos de rigor y crueldad, semejantes a los de cualquier tirano.
¿Cómo poner fin a este estado de cosas?
¿Qué medidas tomar para librar a Munster del poder de los fanáticos? Estas
preguntas se formularon los príncipes del Imperio en una asamblea celebrada en
Worms en abril de 1535. Votaron los recursos necesarios para continuar el sitio
y encargaron a un militar adiestrado la prosecución de la campaña.
Juan de Leyden supo oponer una fuerte
resistencia, pero el 24 de junio de 1535, debido a la preponderancia numérica,
y disciplina de los sitiadores, fue vencido. Hecho prisionero fue ejecutado en
la misma plaza de la ciudad, después de varios meses de prisión, el 22 de enero
de 1536, junto con otros que le habían acompañado en su efímero y tristemente
célebre reinado.
BALTAZAR HUBMAIER
Entremos ahora a ocuparnos de una de las
grandes figuras, no sólo del anabaptismo sino de la Reforma del siglo XVI. En
el índice de los libros prohibidos por la iglesia de Roma, el nombre de
Baltazar Hubmaier está colocado al lado de los de Lulero y Calvino; y el
teólogo católico Juan Faber, que discutió largamente con él antes de su
martirio, publicó una reseña de sus discusiones bajo el título de "Razones
por las cuales el jefe y primer autor de los anabaptistas, Dr. Baltazar
Hubmaier, fue quemado en Viena el 10 de marzo de 1528".
Este mártir, conocido también con el
seudónimo de Pacimontano, nació en Friedberg, Baviera, allá por el año 1480.
Estudió primeramente medicina y después teología, teniendo por maestro en
Friburgo de Brugau, al famoso Dr. Eck, conocido por la discusión que sostuvo
con Lutero, Carlstad y Melanthon en 1519.
Hubmaier no tardó en hacerse notable por
la lucidez de su espíritu, su fervor, su elocuencia y muchas otras admirables
dotes personales. Fue nombrado cura y profesor de teología en Ingolstad. En
1516 fue llamado a ocupar el cargo de predicador en la iglesia colegial de
Ratisbona.
Ciegamente consagrado al servicio del
papismo, se convirtió en un terrible enemigo de los judíos, contribuyendo a que
fuesen expulsados de la ciudad, y consideraba una gran honra para sí que la
iglesia que tenía a su cargo se hallase edificada en el sitio donde antes
estaba la sinagoga.
Pero esta ceguedad no le duró mucho
tiempo, porque cuando tuvo conocimiento de las predicaciones de Lutero y
Zwinglio, se le cayó la venda de los ojos y pudo ver cuán lejos estaba la
iglesia en la que militaba del espíritu y doctrina del Cristianismo.
Abrazó la Reforma con entusiasmo y sin
esperar para nada las decisiones de los gobernantes, empezó a celebrar el culto
en lengua alemana y a administrar la comunión bajo las dos especies de pan y
vino. Enseñó a orar únicamente a Dios y se atrevió también a hacer destruir las
imágenes. Hubo pocos de los jefes de la Reforma que llegaron a tanto en tan
corto tiempo.
En 1520 se instaló en Waldshout, ciudad
que entonces pertenecía a Austria, en la frontera de Suiza y predicó con gran
éxito sermones que cada día eran más evangélicos, robustecidos con sabias
exposiciones bíblicas que estaban al alcance del pueblo, y que no obstante
tenían suficiente erudición como para hacerlas valiosas a las personas
entendidas. Su fama empezó a extenderse por todos los alrededores y de todas
partes afluían los forasteros para oírle.
Volvió a Ratisbona y se consagró con
ardor a la defensa de los principios de la Reforma que eran motivo de
comentarios de parte de todos, pero en 1522 se halla otra vez en Waldshout,
donde entró en relación con Zwinglio y otros reformadores suizos. En 1523
asistió a la discusión pública que tuvo lugar en Zurich y que dio por resultado
la abolición del romanismo del Cantón.
Una visita que hizo a San Gall fue
grandemente beneficiosa a la causa de la Reforma. Como la iglesia donde
predicaba resultaba pequeña para los numerosos auditorios que acudían a
escucharle, levantó su tribuna en la plaza pública; y la población entera se
deleitaba en sus claras y bien meditadas exposiciones del Evangelio, así como
en sus sermones de controversia.
Otra vez en Waldshout se consagró a
trabajar con ardor y su ministerio fue tan bendecido que Zwinglio pudo hablar
de esta ciudad como un modelo de virtudes cristianas.
A principios de 1524 publicó una serie
de proposiciones e invitó a sus colegas de la comarca a discutirlas
públicamente, cosa que hizo con toda libertad y excelentes resultados. He aquí
algunas de estas proposiciones:
"La fe sólo justifica delante de
Dios".
"Son buenas obras solamente las que
Dios manda; son malas las que él ha prohibido".
"La misa no es un sacrificio, sino
una solemne conmemoración de la muerte de Cristo; por esa razón no debe
ofrecerse ni por los vivos ni por los muertos".
"Cristo solo murió por nuestros
pecados, y somos bautizados en su nombre; por eso sólo él debe ser tenido por
nuestro Intercesor y Mediador".
Hacía tiempo que abrigaba dudas sobre la
validez del bautismo infantil, de modo que cuando este asunto se levantó en
Suiza se puso por completo del lado de los "hermanos", lo que
significa el sacrificio de romper con sus actuales colaboradores que estaban
resueltos a mantener la costumbre establecida.
En cambio del bautismo estableció la
costumbre de presentar a los recién nacidos ante la congregación, y después de
leer en el Evangelio según San Marcos, los versículos 13-16 del capítulo 10,
encomendarlos a las oraciones de los creyentes.
La convocación a una discusión pública,
ante el Consejo de Zurich, entre Zwinglio y los adversarios del bautismo
infantil, le produjo la más pésima impresión, porque, dijo, ¿qué se puede
esperar de un tribunal que es juez y parte a la vez? Además, los anabaptistas
no reconocían al Consejo derecho de intervenir en asuntos religiosos, así que
después de su fallo estarían en el mismo terreno que antes. Hubmaier no se
presentó a la conferencia, pero escribió a Eocolampade exponiendo sus puntos de
vista.
Otra cosa que le impedía asistir era que
no podía llegar a Zurich sin pasar por territorio papista, donde seguramente
sería apresado, porque ya era hombre señalado.
Poco tiempo después de la conferencia
publicó un folleto con este contenido: "Invitación pública de Baltazar
Pacimontano, de Waldshout, dirigida a todos los cristianos, el 2 de febrero de
1525.
Pruebe quien quiera con pasajes de las
Sagradas Escrituras en alemán, claros y terminantes, respecto al bautismo, sin
ninguna adición, que se debe bautizar a los niños.
Por su parte Baltazar Pacimontano se
compromete a demostrar que el bautismo de los niños es una costumbre sin base
bíblica y eso lo hará con pasajes de las Sagradas Escrituras en alemán, simples
y claros, respecto al bautismo, sin ninguna adición.
Después que se tome una Biblia, de
cincuenta o cien años, y que ella sea juez verdadero y regular entre estas dos
opiniones. Que sea abierta y leída con espíritu de humildad y de oración, y que
las diferencias sean discutidas y resueltas por la Palabra de Dios.
De este modo yo quedaré satisfecho,
porque mi deseo es dar gloria a Dios dejar que su Palabra sea el único arbitro
al que someto mi persona y mis enseñanzas."
"La verdad es eterna".
Los anabaptistas avanzaban a grandes
pasos en varios puntos de Suiza. Reublin apareció en la Pascua de 1525 en
Waldshout y Hubmaier fue bautizado por él junto con ciento diez personas más.
Este acto se efectuó por efusión, pues según dice Burrage enseguida Huhmaier,
habiendo reunido a sus adherentes, mandó traer un balde de agua y solemnemente
bautizó a trescientas personas. En los meses siguientes centenares más fueron
bautizados y Waldshout vino a convertirse en la fortaleza del anabaptismo y
centro de fecundas actividades misioneras.
Austria no esperó mucho tiempo para
hacer desencadenar el huracán de la persecución sobre la ciudad, que según el
concepto romanista estaba infectada de herejía y debía ser saneada mediante un
castigo ejemplar. Hubrcaier tuvo que huir. Se dirigió a Zurich donde fue
recibido con amor fraternal de parte de algunos creyentes que se mantenían
fieles a pesar del pronunciamiento de la iglesia oficial contra el anabaptismo.
Estaba disfrutando de este dulce compañerismo cristiano cuando tuvo que apurar
el cáliz amargo de verse perseguido por sus propios hermanos en la común fe de
Jesucristo; hermanos que aun no habían llegado a comprender que se debe
respetar el derecho sagrado de la conciencia y no molestar a nadie por sus
convicciones.
Por orden del Consejo, Hubmaier fue
arrestado y encerrado en la cárcel. Durante varias semanas muchos de sus
antiguos colaboradores hicieron esfuerzos para hacerlo caer de su firmeza, y lo
consiguieron en un momento cuando el pobre prisionero se sintió desfallecer a
causa de una enfermedad y de los padecimientos que le imponían en la prisión.
Estaba en este lamentable estado cuando firmó la retractación que sus
adversarios miraron como un gran triunfo.
Un día fue conducido a la catedral, la
cual estaba llena de gente, y colocado en una tribuna frente a otra que ocupaba
Zwinglio. Éste pronunció un violento discurso, con toda la fogosidad que le
caracterizaba, sobre las herejías de que debía retractarse su antiguo amigo.
Cuando terminó todas las miradas se dirigieron hacia Hubmaier, quien debilitado
por tantos sufrimientos tenía más bien la apariencia de un cadáver que la de un
heresiarca peligroso. Cuando se puso de pie nadie reconoció al orador elocuente
que pocos años antes había arrastrado a las multitudes con la poderosa
argumentación de sus discursos. Con voz temblorosa empezó a leer su profesión
de fe, pero fue haciéndose más clara y fuerte hasta adquirir un inusitado
vigor, al declarar, contrariamente a lo que todos esperaban oír, que rechazaba
el bautismo de los niños. Sus partidarios, que eran más numerosos de lo que se
sospechaba, prorrumpieron en aplausos, mientras que otros lanzaban gritos de
protesta. Zwinglio con gran dificultad pudo hacer renacer la calma, y la
asamblea se disolvió continuando en la calle la discusión y los comentarios.
Fue conducido de nuevo a la cárcel donde
continuaron sus sufrimientos. Escribió entonces en forma de oración doce
artículos que terminan así: "¡Oh Dios santo, Dios Todopoderoso, Dios
inmortal! ¡He aquí mi fe! La confieso con corazón y voz y la he confesado
delante de la iglesia por medio del bautismo. Te ruego confiadamente que me
conserves en tu gracia hasta el fin; y si fuese sometido a dejarla por
cobardía, temor a la muerte, tiranía, tortura, espada o agua, apelo a ti, Padre
misericordioso, para que me levantes por la gracia de tu Santo Espíritu y no
permitas que yo deje este mundo sin esta fe. Es lo que te pido desde el fondo
de mi corazón, por Jesucristo tu Hijo bien amado, nuestro Señor y Salvador.
Padre, pongo en ti mi confianza; no permitas que yo sea confundido".
Aunque Hubmaier terminó su carrera con
un glorioso martirio, no era de aquellos hombres que afrontan risueñamente y
con heroísmo los sufrimientos. Se hubiera dicho que no había nacido para
mártir. Cuando estaba preso dejaba entrever que se sometería a las imposiciones
de sus perseguidores, y más de una vez concedió lo que pronto reconoció que no
debía conceder.
En la cárcel de Zurich firmó una nueva
retractación en la que declara que Zwinglio, León Judá, Sebastián Hofmeister y
Oswaldo Mi-couius, lo habían convencido del error del anabaptismo. Declaró,
además, que nunca creyó que fuese ilícito al cristiano ocupar un cargo
gubernativo y que nunca había ahogado por la comunidad de bienes. Habla en este
documento de su grave enfermedad y de su extremada pobreza y pide que no lo
entreguen en manos de los austríacos, sus implacables enemigos.
Esta retractación fue publicada y leída
en la catedral el 6 de abril, pero la conducta posterior de Hubmaier demuestra
que la firmó en momentos de extrema debilidad física y bajo la presión de sus
contrarios. Fue puesto en libertad y con la ayuda de algunos amigos conseguía
salir de Zurich a mediados de 1526.
Después de una breve estada en Constanza
se dirigió a Moravia, donde los anabaptistas gozaban de tolerancia. Fijó su
residencia en Nikolsburg, población a la que llamaba su Emaus.
Allí publicó varios escritos de
controversia. Sus trabajos fueron coronados del mejor éxito, pues el mismo
príncipe de la región aceptó el bautismo y con él casi todos los habitantes.
En 1528 fue arrestado y conducido a
Viena, desde donde lo llevaron a la fortaleza de Grützenstein, que se halla a
diez leguas de la ciudad. A su pedido fue visitado por el teólogo romanista Dr.
Faber, de quien había sido amigo en tiempos anteriores. Con él discutió durante
tres días en presencia: de otros dos teólogos de renombre. No tenemos de estas
discusiones más informes que los publicados por sus contrarios, de modo que
deben recibirse con mucho discernimiento. El Dr. Faber publicó una relación
detallada de la discusión y si hemos de creer a ella, resulta que Hubmaier, a
fin de librarse de la cárcel y la muerte, consintió en guardar silencio y
aceptar las decisiones do un concilio ecuménico al que apelaba como otros
muchos en sus días. Esto hubiera sido en sí una renuncia a sus principios, pues
era admitir la autoridad de un concilio que podía declararse contrario a lo
establecido en las Sagradas Escrituras. Pero no es probable que haya mucho de
verdad en estas manifestaciones de Faber, porque inmediatamente después de
haber remitido un escrito al rey Fernando, en el que exponía sus creencias, fue
condenado a muerte.
Lleno de coraje marchó al lugar del
suplicio donde primeramente la espada del verdugo le cortó la cabeza y después
fue reducido a cenizas.
Se dice que Lutero derramó lágrimas
cuando la triste nueva llegó a sus oídos.
Su noble esposa, compañera de su vida y
de sus trabajos, lo fue también de sufrimientos y de su martirio. Arrestada y
conducida a Viena al mismo tiempo que él, fue condenada a morir ahogada. Tres
días después de la muerte de su esposa fue sacada de la cárcel, y con una pesada
piedra atada al cuello fue arrojada a las aguas del Danubio.
LOS HUTTERIANOS DE MORAVIA
Frente a la persecución cada vez más
violenta y despiadada, quedaba un solo recurso: la emigración. ¿Pero a dónde
dirigirse si el fuego ardía por todas partes? Dios preparó para ellos un
refugio en Moravia, donde varios terratenientes, entre otros Lienhard de
Lichtenstein y Kaunitz, desoyendo los decretos de proscripción que pesaban
contra los anabaptistas, se atrevieron a recibirlos, siendo debido a esta
conducía magníficamente premiados porque las tierras casi incultas y
abandonadas que poseían se convirtieron en verdaderos vergeles donde reinaban
la abundancia y la prosperidad.
Miles de hermanos salieron de Suiza, de
Alemania, del Tyrol y de otros Estados austríacos, y aun desde Italia, y se
establecieron en Nikolsburgo bajo la dirección de Hubmaier, donde fundaron
varias colonias que contaban de seis a doce mil personas.
Hubmaier era un anabaptista moderado; no
se oponía al servicio militar, ni exigía rigurosamente la comunidad de bienes.
Por esta causa muchos de los que llegaban y no estaban de acuerdo con esta
manera de pensar, encontraron dificultades para convivir con los radicados en
Nikolsburgo y se establecieron en Austerlitz donde organizaron establecimientos
rurales que llegaron a ser un modelo de orden, trabajo y piedad. No faltaban
dificultades para hacer funcionar el sistema comunista y cuando éstas parecían
sin solución, providencialmente llegó el pastor Jacobo Hutter conduciendo a un
numeroso grupo da perseguidos, y este hombre de gran talento y mucha capacidad
como organizador tomó la dirección de la obra. Supo consolidarla, hacerla prosperar
y su influencia sobre las 15.000 personas que componían las colonias fue tal
que se les conoció bajo e1 nombre de hutterianos.
En la "Crónica de los Hermanos
Hutterianos", obra de gran mérito respecto a las costumbres de aquellos
anabaptistas, se leen párrafos como éstos:
"Habitan en la tierra que Dios
preparó para ellos. Se reúnen para adorar en paz y unidad y enseñan y predican
la Palabra de Dios abiertamente. Dos veces, por semana, y más, se congregan
para celebrar sus cultos. Ejercen la disciplina cristiana contra aquellos que
caen en pecado. Los que dan pruebas de verdadero arrepentimiento son restaurados".
La cristiana comunidad de bienes se
practica de acuerdo a las enseñanzas de Cristo, a la costumbre de los
discípulos y de la iglesia apostólica. Ya hayan sido pobres o ricos, todos
participan ahora de un mismo tesoro; una casa común, una mesa común, habiendo
para los enfermos y niños comodidades especiales".
"Las espadas eran fundidas y
convertidas en horquillas, serruchos y otras herramientas útiles, Nunca tenían
armas de guerra, como ser espalas, fusiles y lanzas. Caía uno era hermano de su
compañero y tilo» vivían junios como pueblo pacífico; ninguno prestaba su ayuda
a las empresas guerreras sangrientas, ni con su brazo ni con sus
contribuciones; la venganza estaba del todo desterrada. La paciencia era la
única arma que empleaban en todos sus conflictos".
"Los hermanos vivían sujetos a las
autoridades y obedecían en todo asunto referente a la buena conducta y en
cualquier cosa que no era contraria a Dios y a la conciencia. Se pagaban
debidamente los impuestos y derechos al gobierno; se les prestaban servicios y
rendían honores cuando éstos eran debidos, porque el gobierno está establecido
por Dios y es una institución necesaria en este mundo malo, como el pan
cotidiano".
"No eran oídas malas palabras ni
maldiciones de las que el mundo está acostumbrado a proferir. No se hacía
ningún juramento, no había bailes ni juego de barajas, ni orgías ni
borracheras. No se vestían a la moda, inmodestamente, ni con ropas vanidosas y
descomedidas. Todas esas cosas estaban excluidas. No se cantaban canciones
vergonzosas de las cuales el mundo está lleno, pero sí himnos cristianos y
cánticos espirituales refiriendo las historias bíblicas".
"Los lugares principales estaban
ocupados por los ancianos, hombres que enseñaban la Palabra de Dios y
amonestaban a observar los mandamientos y ejercían el ministerio de la
reconciliación, leyendo, enseñando y amonestando. Todas las dificultades que
surgían eran arregladas por ellos".
"Otros hombres de talento se
ocupaban del gobierno de las cosas temporales, cuidando de las finanzas,
repartiendo las provisiones, y efectuando las compras y ventas".
Otros estaban encargados de distribuir
el trabajo, para que cada uno se ocupase de lo que era capaz, ya fuese en el
campo o en otras tareas. Había algunos encargados del servicio de las mesas. La
gente se sentaba a comer con oración y acción de gracias. También con oración y
acción de gracias iban a dormir, y del mismo modo empezaban el nuevo .día,
yendo cada uno a su labor".
"Los maestros, junto con las
hermanas que cuidaban a los niños más pequeños, tenían a su cargo la educación
y disciplina de los niños".
"No había usura o cobro de interés,
ni compras y ventas gananciosas. Había sólo lo que se ganaba mediante el
trabajo honesto, en trabajos diarios de diferentes clases, incluyendo toda clase
de agricultura y horticultura".
"Había entre ellos algunos
carpinteros y albañiles que construyeron muchos edificios para los
terratenientes y nobles, lo mismo que para otros ciudadanos, especialmente en
Moravia, pero también en Austria, Hungría y Bohemia. Un constructor de
experiencia era el encargado de dirigir estos trabajos y hacer los
contratos".
"Muchos molinos eran alquilados por
sus dueños a los hermanos y éstos los hacían trabajar. Mucho» alquilaban sus
granjas a los hermanos y oíros los empleaban como directores de sus
establecimientos. En una palabra, ninguno permanecía ocioso; cada uno hacía lo
que se le requería conforme a su capacidad. Aun los sacerdotes que se unían a
la iglesia, aprendían algún trabajo. Los que estaban ausentes de la comunidad
trabajaban para el bien común, para suplir las necesidades de todos. Eran un
cuerpo perfecto en el que cada miembro servía y era servido por los
demás".
"Como en un reloj una pieza mueve a
otra y todas sus partes son necesarias para que el reloj funcione. O como una
colonia de abejas en la colmena común: una hace la miel, otra la cera, otra
provee de agua, y otra hace alguna otra parte del trabajo para producir la miel
tan rica; y no sólo para ellas sino en cantidad suficiente para que el hombre
la utilice; así es entre ellos. Por esta razón era menester tener organización
y disciplina sobre todos. Sólo mediante la organización es posible establecer y
mantener tan buena obra, especialmente en la casa de Dios, quien es un Dios de
orden y un Obrero Soberano. Cuando la disciplina desaparece, siguen la ruina y
el desorden. Donde Dios no mora, todo se viene abajo".
"Hay que notar también que la
iglesia vino a ser conocida del público por varios motivos. Primeramente, el
público llegó a conocer la iglesia por medio de aquellos que fueron
encarcelados por causa del testimonio de Cristo y de la verdad; pastores u
otros hermanos, de quienes buscaron y aprendieron las bases de la fe. Esto
ocurrió en muchos lugares de Alemania, desde que los hermanos empezaron a ser
arrestados en todas partes, y a menudo detenidos largo tiempo y ellos
testificaban con palabra y hecho, en vida y en muerte, de que su fe era
verdadera. También la iglesia, su religión, enseñanza, fe y vida, llegaron a
ser conocidas de reyes, príncipes y señores. Estos, venían a visitar las
comunidades de los hermanos y llegaban a, conocer su vida y doctrinas, y
descubrían que las cosas malas que se decían de ellos no eran ciertas. Muchos
loa alababan por su piedad, y también elogiaban a la iglesia, institución que
tenía que ser de Dios, porque de otro modo fuera imposible que tantos viviesen
juntos en tanta armonía".
"Pero el mundo por lo general
odiaba a la iglesia a tal punto de poderse decir como David: "Nuestros
enemigos son como los cabellos de nuestra cabeza”. No bien salían a la calle
eran insultados y escarnecidos con los motes de anabaptistas, rebautizadores,
nuevos bautistas, sectarios, fanáticos y otras cosas por el estilo. El pueblo
por todas parles los despreciaba y hacía escarnio de ellos diciendo las cosas
más absurdas, tales como que comían a los niños. Pero todas estas cosas, este
odio y enemistad del mundo nos sobrevenía para que aprendiésemos a seguir a
Cristo sólo por causa de su nombre y no por otros motivos".
"Si alguno viajaba llevando tan
sólo un bastón en la mano como señal de que no quería hacer ningún mal, o si
oraba antes de comer, era un anabaptista y hereje: así es el diablo. Pero si se
apartaba de la iglesia y vivía como pagano, yendo con espada al cinto y rifle
al hombro, en seguida era bien recibido y tenido por cristiano ante sus
ojos".
"Pero el Señor nos anima y
fortalece, mostrándonos que aquellos que han vuelto; al mundo» han perdido la
paz. En cualquier parte donde se encuentran, la conciencia los acusa de
apostasía. Hay muchos que regresan mostrando arrepentimiento con dolor y
lágrimas, confesando sus pecados, y buscando reconciliarse con Dios y la
iglesia".
Los hutterianos mandaban muchos
misioneros a casi todos los países de Europa y la "Crónica" refiere
las bendiciones que acompañaban a los esfuerzos que realizaban en el
cumplimiento de esta tarea, así como los trabajos y sufrimientos que tenían que
soportar.
Ellos contribuyeron poderosamente a la
evangelización y a borrar el mal nombre que el fanatismo y exaltación habían
traído al anabaptismo.
MENNO SIMONS
En días cuando en el campo anabaptista
reinaba la confusión, el fanatismo, el desorden, y la anarquía, surgió
providencialmente la figura noble de Mermo Simons, que supo organizar,
tranquilizar los ánimos, encarrilar a los extraviados, e imprimir al movimiento
una orientación cristiana y salvadora.
Menno Simons nació en Frisia (Holanda)
el año 1492, en una aldea llamada Witmarsum. Dedicado por sus padres a la
carrera eclesiástica, fue nombrado cura párroco de Pingjum, cuando tenía
veintiocho años de edad. Según lo que él mismo refiere, no tenía en este tiempo
convicción religiosa ni conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Así que, a pesar de su cargo, durante
varios años vivió frívolamente, no pensando en otra cosa sino en su propio
bienestar. Ni aún la Reforma que soplaba como un viento recio por toda Europa
Central le llamaba la atención. Pero esta apatía se sintió sacudida un día
cuando él menos lo pensaba. Estaba diciendo misa y su mente fue herida por una
duda aguijoneante que no pudo echar al olvido. Se preguntó si realmente la
hostia y el vino del sacramento eran él, cuerpo y la sangre de Cristo como
enseñaba la iglesia romana. Da razón y la evidencia le respondieron que no,
pero temiendo que se tratase de una tentación diabólica trató de conformarse
con la idea que hasta entonces tenía, pero le fue imposible: la duda continuaba
mortificándolo y una batalla nunca imaginada se desarrollaba dentro de su alma.
¿Cómo puedo enseñar esto se decía si no es la verdad? No estaba dispuesto a
continuar en un ministerio que no fuese realmente de origen divino, porque el
Espíritu que le redargüía cada vez con más fuerza, le había revelado la gran
responsabilidad que tienen aquellos que son maestros y conductores de almas humanas.
Se aventuró entonces a manifestar estas
dudas a varios de sus colegas, esperando encontrar alguna luz, pero con gran
sorpresa suya descubrió que miraban este asunto con marcada indiferencia.
Algunos de ellos llegaron hasta a burlarse de él, diciéndole que dejase esos
problemas a los grandes doctores de la iglesia, y que él como cura siguiese
haciendo lo que había hecho hasta entonces. Pero la personalidad de Menno
Simons ya se había despertado y no estaba dispuesto a renunciar a ella,
cometiendo el suicidio moral que cometen los que se entregan ciegamente al
dogma de la autoridad.
Se puso entonces a leer asiduamente el
Nuevo Testamento, y su lectura, que iba renovando su entendimiento y
desarrollando su visión, produjo en su alma una verdadera metamorfosis
espiritual. Su predicación adquirió un carácter completamente distinto del que
había tenido hasta entonces, porque en lugar de versar sobre dogmas áridos
formulados por concilios humanos, o pueriles leyendas de santos, versaba sobre
la Palabra de Dios, que es viva, eficaz y más penetrante que toda espada de dos
filos.
En este estado de ánimo se encontraba
cuando oyó decir que en Leeuwarden había sufrido el martirio un hombre llamado
Sicke Snyder a quien se le acusaba de haber sido bautizado por segunda vez, por
negar validez al bautismo recibido en la infancia. ¡Nueva duda! ¡Nueva
interrogación! ¿Se encuentra el bautismo de niños en el Muevo Testamento que
está leyendo y al cual se ha dispuesto obedecer? Consulta a los antiguos padres
de la iglesia, a los doctores católicos contemporáneos, a los actuales
reformadores, pero de todos ellos no logra sino respuestas contradictorias que
no le satisfacen. ¿Qué hacer entonces? Resolvió no consultar más a los hombres
y atenerse a lo que dice su Libro. ¿No declaran todos los cristianos que
tenemos en sus páginas la revelación de Dios? ¡Tomémoslo por guía y obedezcamos
sin vacilación sus enseñanzas!
Quedó convencida del anti-pedobaptismo,
pero no se atrevía a manifestar estas ideas al ver cómo eran perseguidos los
que las profesaban.
Encontrándose en Leeuwarden conoció a
algunos anabaptistas revolucionarios, pero no se sintió atraído hacia ellos,
por estar en desacuerdo sobre muchos puntos que él consideraba contrarios a la
verdadera doctrina cristiana: pero cuando vio el modo como eran muertos a
sangre fría y el heroísmo que mostraban frente a sus verdugos, se sintió
avergonzado de su cobardía, y reconoció que ellos, aunque equivocados en
algunos puntos, le daban un ejemplo de fidelidad que él estaba muy lejos de
haber alcanzado.
Sintió que Dios le llamaba a dar un
testimonio claro y valiente de sus nuevas convicciones, costase lo que costase.
Sintió un deseo irresistible de echar su suerte con los perseguidos y
despreciados, y de predicar todo el consejo de Dios, desechando las doctrinas y
prácticas que eran contrarias a las Sagradas Escrituras. Refiriendo esta crisis
de su carrera escribió él mismo: "Mi corazón tembló dentro de mí. Rogué a
Dios con sollozos y lágrimas que me concediese a mí, pobre pecador, el don de
su gracia y que crease en: mí un corazón limpio, que por los méritos de la
sangre carmesí de Cristo perdonase mi mala conducta y vida malgastada, y
derramase sobre mí su sabiduría, su Espíritu, su candor y fortaleza para poder
predicar su sublime y adorable nombre y su Santa Palabra, haciendo manifiesta
su verdad y su alabanza".
En 1536 rompió abiertamente con la
iglesia de Roma y se identificó con los anabaptistas pacíficos. Fue ordenado al
ministerio cristiano y no tardó en llegar a ser un eficiente director
espiritual.
Dio pruebas de hábil organizador, pues a
pesar de la falta de libertad para celebrar reuniones, y de tener que vivir
huyendo de lugar en lugar, supo mantener unidas en una sola y vasta
organización a numerosas iglesias; esparcidas en diferentes partes de Europa.
Sus correligionarios lo nombraron obispo, cargo que desempeñó con humildad y
espíritu1 de servicio, y en el cual tuvo un éxito halagüeño. En todas partes
era bien recibido por los hermanos y sus enseñanzas respetadas y practicadas
por numerosas congregaciones que con el andar del tiempo llegaron a denominarse
mennonitas,
No tardó en saber lo que era la
persecución. Los enemigos del Evangelio lo señalaron y solamente huyendo y
viviendo escondido pudo evitar la cárcel y la muerte. Como no daban con él se
ensañaban contra sus amigos y protectores. En 1539 fue quemado vivo un hombre
en Leeuwarden por haberle dado hospitalidad y otros dos sufrieron la misma pena
por haber impreso sus escritos. En 1546 fueron confiscadas cuatro casas porque
se descubrió que el dueño de las mismas había alquilado una de ellas a la
esposa enferma de Menno.
Fue también un escritor fecundo de
folletos de actualidad que respondían a las urgentes necesidades de la obra que
tan sabiamente dirigía. Imposibilitado de llegar a todos los puntos donde su
presencia era reclamada, escribía tratados que se imprimían en holandés, alemán
y otras lenguas. Sus actividades hacen recordar estas palabras: "Por amor
de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no he de parar, hasta que salga
como resplandor su justicia, y su salud se encienda como una antorcha".
Is." 62:1.
Durante algún tiempo encontró un asilo
seguro dentro de los dominios del tolerante duque Callos de Gelder, en el oeste
de Frisia, donde muchos otros perseguidos se habían refugiado, pero en el año
1542 el emperador Carlos V ofreció una gratificación pecuniaria y otros favores
a quien consiguiese arrestarlo. Para lograr este fin se fijó en las puertas de
las iglesias un escrito en el que se daba la filiación personal de Menno. Fue
en ese tiempo cuando tuvo que huir al este del país y finalmente a Colonia
donde permaneció dos años. Nuevamente tuvo que huir y se estableció en una
población llamada Wismar donde residían numerosos de sus correligionarios.
Desde este punto visitaba a Embden, el fuerte de los mennonitas en el norte
europeo, donde eran tolerados por las autoridades, siempre que permaneciesen
inactivos. Pero en 1555 todos los anabaptistas fueron expulsados y Menno tuvo
que empezar de nuevo su vida de errante. Falleció el 13 de enero de 1559 y fue
sepultado en el jardín de su casa.
Su nombre será siempre recordado como el
dé uno de los grandes exponentes de la verdad evangélica, un modelo de humildad
y virtud cristianas, un ejemplo de celo y actividad, una gran alma de apóstol.