LA TAREA ASIGNADA POR CRISTO.
Pasado el asombro que la resurrección de Cristo había producido en el
ánimo de los primeros discípulos, estos se pusieron de nuevo a pensar en la
marcha que seguiría el reino de Dios en el mundo. Siempre abrigando la idea de
que Cristo iba a librar a Israel del poder de sus dominadores, le dirigieron
esta pregunta: “Señor, ¿restituirás el reino de Israel en este tiempo?”
Pregunta que, como alguien ha dicho, revela más bien el patriotismo y
particularismo judaico de los discípulos, que un conocimiento de la
universalidad y espiritualidad de la obra del Evangelio.
El Señor les respondió: “No toca a vosotros saber los tiempos o las
sazones que le Padre puso en su sola potestad; más recibiréis la virtud del
Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, y
en toda Judea, y en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Hechos 1: 6-7.
San Lucas, que relata este dialogo, dice que Jesús habiendo dicho estas
cosas fue alzado, y una nube le recibió y le quito de los ojos de los
discípulos.
La misión de los cristianos no sería la de especular sobre
acontecimientos; no les tocaba enredarse en cuestiones de fechas, de años,
meses y días. La misión que les encomendaba era la de ser testigos. Tenían que
ser testigos de lo que Cristo había sido en el mundo; testigos de su vida santa
y de su pureza perfecta; testigos de sus señales, prodigios y maravillas que
había obrado; y sobre todo testigos de su gloriosa resurrección de entre los
muertos.
Este testimonio lo darían no solo en el suelo natal. Franqueando los
limites de Judea y Samaria, tenían que ir a todos los pueblos del mundo, y
hasta lo último de la tierra, para predicar el Evangelio a toda tribu y en toda
lengua.
Detengámonos ahora para lanzar una mirada analística sobre el mundo de
aquellos tiempos, y recordar brevemente cuales eran las ideas religiosas y
filosóficas más populares de los pueblos ante quienes tenían que ser testigos y
defender la fe del Evangelio de salvación, y su expansión.
LAS IDEAS RELIGIOSAS Y FILOSÓFICAS.
En materia religiosa, los judíos eran los más adelantados del mundo.
Poseían los oráculos divinos del antiguo testamento. El culto mosaico era la
expresión religiosa más perfecta a que habían los hombres de aquel tiempo. Los profetas habían anunciado el advenimiento
de un Mesías, y la esperanza de Israel estuvo durante siglos fija en el
cumplimiento de esta promesa.
JUDAÍSMO
El judaísmo se hallaba dividido en tres ramas: fariseísmo, saduceísmo y
esenismo.
El sistema religioso mantenido
por los judíos. Sus enseñanzas provenían del AT, especialmente de la ley de
Moisés que se encuentra del cap. 20 de Éxodo hasta el fin de Deuteronomio; pero
también incluía las tradiciones de los ancianos (Marcos 7:3-13), algunas de las
cuales nuestro Señor condenó. Los elementos principales del judaísmo incluyen
la circuncisión, un monoteísmo estricto, un aborrecimiento a la idolatría y el
guardar el día sábado.
FARISEOS
Los fariseos eran los ortodoxos de la nación. Para ellos la religión
consistía en el cumplimiento estricto y legal de ritos y ceremonias. Sumamente
orgullosos de la posición que asumían, se ligaban a prácticas externas,
murmuraban sus oraciones, multiplicaban sus ayunos, ensanchaban las filaterías,
es decir las cintas con textos bíblicos escritos que se ceñían en la frente, y
hacían gran alarde de una piedad que estaban muy lejos de poseer interiormente.
Tenían mayoría en el sanedrín el congreso de los judíos, y ejercían más
influencia sobre el pueblo que los demás partidos no habían alcanzado.
LA SECTA DE LOS JUDÍOS. El nombre farisaı́oi aparece por primera vez en el contexto de los
reyes MACABEOS (ca. 150 a.C., Josefo, Antigüedades XIII. 10: 5–9). El equivalente hebreo perusim generalmente se entiende en el sentido de
«separados» (por ejemplo, Esd 6. 21; Neh 10.28).
Probablemente era un apodo
impuesto por sus enemigos ya que los fariseos vivían apartados de lo impuro, es
decir, del «pueblo de la tierra» (Jn 7.49). Ellos mismos preferían llamarse jeberim (compañeros), que revela algo de su organización. Como
grupo particular, los fariseos lograron destacarse durante el reinado de Juan
Hircano (135–104 a.C.), al oponerse al deseo de este de extender su poder
político y militar. En el reinado de Alejandro Janneo (103–76 a.C.) la
oposición alcanzó tal magnitud que este la suprimió brutalmente, crucificando a
ochocientos de los líderes fariseos (Antigüedades, XIII. 14. 2). Cobraron nueva importancia
bajo Alejandra Salomé (76–67 a.C.), pero pronto perdieron su influencia directa
en la vida política del país. Quien intentó ganar su apoyo fue Herodes El
Grande, ya que solo se dedicaban a la vida religiosa, pero desistió ante las
sospechas que aún mantenía, basadas en las rebeliones anteriores.
Durante la vida de
Jesucristo la mayoría de los fariseos practicaban la devoción religiosa y no
participaban en la oposición creciente de los ZELOTES contra la ocupación
romana.
Por tanto, después de la
destrucción de Jerusalén (70 d.C.), Vespasiano permitió que el rabino, Yohanán
ben Zakkai, fundara una escuela en Jamnia; y, aun más,
después del levantamiento de Bar Kokeba (135 d.C.), los fariseos llegaron a representar el judaísmo oficial. De
esta fecha en adelante brotó la literatura rabínica.
RELACIÓN CON
OTRAS SECTAS
Se acepta generalmente que
los fariseos descendieron de los jasideos (devotos) que lucharon al lado de los MACABEOS por la libertad religiosa (166–42
a.C.). Quizás derivaron del grupo de escribas empleados por los jasideos (1 Mac
7.12ss).
Probablemente ca. 100 a.C. los ESENIOS se separaron de los
fariseos por considerar que se acomodaban demasiado al ambiente político. Por
su parte, los fariseos rechazaron la postura apocalíptica que habían adoptado
algunos de los esenios en aquel entonces (QUMRÁN). Los fariseos se distinguían
de los SADUCEOS por su interpretación de la LEY y por su actitud frente al
Antiguo Testamento. En cuanto a lo primero, los fariseos, cuyos representantes
más importantes eran Hillel y Sammai (ca. 25 a.C. 10 d.C.), se oponían como laicos a la
aristocracia de sacerdotes profesionales. Lograron una posición poderosa en el Sanedrín
durante el siglo II a.C. Los fariseos interpretaban las tres divisiones del
Antiguo Testamento (Ley, Profetas y Escritos), adaptándolas, por medio de una
serie de tradiciones (Tradición) orales, a las necesidades cotidianas del
pueblo.
Los saduceos, por su parte,
se concentraban en la interpretación de las leyes rituales, aplicándolas
solamente al culto del templo. Con la destrucción de este, desapareció su razón
de ser y los fariseos surgieron con un poder único. La inmensa mayoría de los
ESCRIBAS eran fariseos y los términos son casi sinónimos. Es probable que la
frase juanina «los judíos» se refiera principalmente a los fariseos.
ENSEÑANZA
Los fariseos organizados en
pequeñas comunidades, se dedicaban a la docencia y promovían el desarrollo de
la religión de la SINAGOGA. Esto muestra su compromiso con la formación del
pueblo sencillo en el conocimiento y práctica de la Ley de Moisés, que incluye
la Torah oral. Además, emprendieron una labor proselitista entre los gentiles
(Mt 23.15). Diferían de los saduceos principalmente en su aceptación del
concepto de la inmortalidad. Creían en la inmortalidad del alma, lo cual
implicaba la resurrección del cuerpo (Hch 26.8), y en la existencia de ángeles
y espíritus. Recalcaban el uso de la razón en la comprensión del deber
religioso. Esto los llevaba a una concepción de la soberanía de Dios que
incluía la fatalidad.
Los fariseos se proponían
alcanzar una perfecta obediencia a la Ley de Moisés tal como la interpretaba la
tradición oral (Mc 7.13). Su enseñanza era primordialmente ética y práctica, no
teológica (Diezmo; sábado).
RELACIÓN CON JESÚS Y LOS APÓSTOLES
A diferencia de los esenios
y los zelotes, los fariseos aparecen a menudo en los libros del Nuevo
Testamento. Generalmente los encontramos opuestos a Jesús (Mc 2.6; 3.6; 7.1ss;
Jn 5.10; 6.41; 7.45; 9.13, etc.) quien, igual que Juan el Bautista, denunció su
hipocresía (Mt 3.7ss; 5.20; 6.5; 9.13; 12.7; 16.6; 23.1–36, Hipócrita). Jesús
rechazó la autoridad excesiva que ellos otorgaban a la Ley oral. Sin aceptar
incondicionalmente el juicio favorable de Josefo sobre la secta, sería falso
concluir de los Evangelios y Hechos que todos los fariseos se oponían al
mensaje y ministerio de Jesús. Es probable que fueran fariseos los que esperaban
la consolación de Israel (Lc 2.25, 38; 23.51; 24.21).
Varias veces Jesús tuvo
encuentros amigables con ellos (Mc 12.28; Lc 7.36; 13.31; 14.1; 18.18ss).
Varios fariseos creyeron en Él y fueron bautizados (Jn 3.1ss; 7.50s; 8.31; Hch
6.7; 26.5), entre ellos el más famoso fue Saulo de Tarso (Hch 9.1–18; Flp 3.5).
El maestro de Saulo, GAMALIEL, que defendió a los apóstoles (Hch 5.34–39) fue
nieto del rabino Hillel.
LOS SADUCEOS.
Partido sacerdotal y
aristocrático del judaísmo cuyas doctrinas y prácticas eran opuestas a las de
los FARISEOS.
Los saduceos, o discípulos
de Tsadoc, formaban la minoría de oposición. Rechazaban las tradiciones que
imponían los fariseos, así como los libros de los profetas, admitiendo solo los
cinco libros de la ley. Negaban la vida futura, la inmortalidad del alma, y la
existencia de los ángeles y espíritus. Eran poco numerosos y de poca influencia
ante las demás sectas de la época.
SU ORIGEN E HISTORIA
Josefo se refiere por
primera vez a los saduceos en Antigüedades XIII.X.5–7, donde describe la decisión de Hircano I (rey macabeo de los
judíos, 135–105 a.C.) de aliarse con ellos. De allí se ve que la secta existía
antes de dicho reinado.
Antes se pensaba que el
nombre se había derivado del sacerdote Sadoc, contemporáneo de David y Salomón
(2 S 15.27; 19.11; 1 R 1.8), cuyos descendientes eran considerados como la
línea pura (Ez 44.15; 48.11) y los conservadores del sacerdocio hasta la
rebelión de los Macabeos. Sin embargo, varias dificultades filológicas e
históricas obligan a buscar otra explicación. T.W. Manson propone que la
derivación del nombre debería encontrarse en la palabra griega, syndikoi, que significaba «autoridades fiscales» en el
estado de Atenas desde el siglo IV a.C. En Israel también los saduceos
controlaban los impuestos (Sanedrín).
Al principio los saduceos
no eran un grupo religioso, pero con el tiempo, para defender sus intereses,
apoyaron al sumo sacerdote. Hasta la mitad del siglo I
d.C. controlaban el sanedrín. Después, al serles quitado el poder secular,
primero por los Zelotes y después por los romanos, desaparecieron del judaísmo.
SU ENSEÑANZA
La mayoría de los Sacerdotes
de los primeros siglos (a.C. y d.C.) pertenecían a esta secta, aunque no todos
los saduceos eran sacerdotes. Por lo general constituían un núcleo de personas
altamente privilegiadas, por ejemplo, comerciantes ricos y funcionarios
gubernamentales. Su actitud hacia las Tradiciones de los padres se centró en el
mantenimiento del culto en el templo. Su interpretación de la Ley (aceptaban
solo el Pentateuco como autoritativo) giraba alrededor de la ley ritual. Su
actitud negativa hacia ciertas doctrinas del Antiguo Testamento se debía, en
parte, a la tensión entre ellos y los fariseos, quienes las afirmaban.
Acerca de su doctrina,
Josefo (Antigüedades XVIII. I, 4) afirma que
«los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo»; «niegan la continuidad
del alma después de la muerte». El Nuevo Testamento es más preciso: señala que
los saduceos negaban la resurrección del cuerpo (Mc 12.18, 26; Hch 23.8), y
también la existencia de mediadores espirituales entre Dios y el hombre (Hch
23.8). Además, para los saduceos, Dios era casi un «dios ausente» dado que «no
puede ni hacer ni prevenir el mal». En cambio el hombre ejerce su libre
albedrío para hacer el bien y el mal (Guerras II.XI.14).
Su ideal político era el
estado teocrático encabezado por el sumo sacerdote. Por eso veían con sospecha
la esperanza mesiánica que amenazaba con derrotar el orden social y político
existente. La mayoría del pueblo común los odiaba porque colaboraban con los
romanos y sus reyes títeres, porque introdujeron y permitieron algunas
costumbres que no eran judías y porque se comportaban entre el pueblo con
arrogancia (Antigüedades XX.X.1; Salmos de Salomón 4.2ss).
EN EL NUEVO TESTAMENTO
Varias veces los saduceos
se aliaron con los fariseos en oposición a Jesucristo (Mc 11.18, 27; 14.43;
15.1; Lc 9.22). Sin embargo, el conflicto de Jesús con los saduceos se agudizó
mayormente en la última semana de su ministerio, cuando su popularidad entre el
pueblo (Mc 12.12) parecía amenazar la paz de Jerusalén. En cambio el conflicto
entre Jesús y los fariseos, debido a la influencia de estos entre el pueblo
común, se advierte desde el principio de su ministerio.
Los cristianos culparon a
los saduceos y a los fariseos de la muerte de Jesús (Jn 11.49; 18.3, 19ss).
Fueron ellos los que más intentaron detener el creciente movimiento de la
iglesia primitiva (Hch 4 y 5; 22.5).
ESENIOS
Los esenios eran una
especie de monjes que, unos dos siglos antes de Cristo, buscaron en las
soledades del mar muerto un refugio donde estar al abrigo y alejados de la
corrupción reinante. De ahí se extendieron también a otros de palestina. Vivian
en el celibato, sumidos en un profundo misticismo, llevando una vida
contemplativa y en completo antagonismo con la sociedad. Sin suprimir en
absoluto la propiedad individual, vivían en comunidad. Eran industriosos,
caritativos y hospitalarios.
Estos Grupos de judíos
sectarios que se apartaron de la corriente principal de la vida judía;
florecieron ca. 150 a.C. hasta 70 d.C.
Josefo los nombra, con los fariseos y los saduceos, como la tercera «filosofía»
en el judaísmo del siglo I. Con él, Filón y Plinio el Mayor son los únicos
historiadores contemporáneos que nos han dejado descripciones de las prácticas
y creencias de las comunidades de los esenios, bastante diversas entre sí.
Pero el descubrimiento de
rollos que guardó una secta, que casi todos identificaban como esenia, en las
cuevas de Qumrán, ha permitido verificar los datos aportados por los historiadores.
Después de la guerra de los
Macabeos, triunfó el separatismo (observancia estricta de la Ley Mosaica) entre
los tres partidos: saduceos, fariseos y esenios. Estos últimos, antes del 76
a.C., rompieron con los demás y criticaron su laxitud. Luego, protegidos por
Herodes el Grande, realizaron campañas de misión y fundaron comunidades en casi
todos los poblados de Judea. Sus seguidores ascendieron a unos cuatro mil, pero
los grupos individuales, que vivían por lo general en guetos o en las afueras
de los pueblos, no pasaban de doscientos miembros. La guerra con Roma (66–70
d.C.) acabó con estas comunidades. Los sobrevivientes se habrán integrado en
las distintas agrupaciones judeocristianas y judías.
Los esenios se consideraban
como el pueblo escatológico de Dios, el de un nuevo pacto. Extremadamente
escrupulosos, creían que su cumplimiento de la Ley traería la intervención
divina, en forma de guerra, que pondría fin al mundo. Por tanto, para la
admisión a la secta se requería un noviciado de dos o tres años, la renuncia a
la propiedad privada, en muchos casos al matrimonio y un juramento de
obediencia incondicional a los superiores. Una vez aceptado, el nuevo miembro
trabajaba en agricultura, artes manuales, etc., pero sobre todo se dedicaba al
estudio de las Escrituras y participaba en las discusiones comunitarias.
Abluciones diarias y exámenes de conciencia garantizaban su pureza levítica.
EL MUNDO PAGANO
Por otra parte estaba el mundo pagano. Grecia y Roma aun en los mejores
días de su gloria no pudieron librarse del culto grosero que se denomina
paganismo. Este culto variaba mucho según sus épocas y los países que lo
profesaban, de modo que se requería muchos volúmenes para describirlo. En los
días de los apóstoles y en los países donde ellos iban a actuar. Consistía en
la adoración de dioses imaginarios que representaban por medio de estatuas a
las que el vulgo y los sacerdotes atribuían poderes sobre naturales.
Gracia la divinidad principal era Zeus a quien llamaban padre de los
dioses, y fecundador de la tierra. Residía en las nubes y en el Olimpo junto
con una multitud de semidioses y héroes.
En Roma era Júpiter el que ocupaba el primer lugar. Lo miraban como al
dos del cielo y de la tierra y creían que de su voluntad dependían todas las cosas.
La idea moral no estaba para nada en el culto pagano. Los dioses eran
solamente hombres y mujeres de gran tamaño y dotados de mucha fuerza. Eran
grandes en poder y también grandes en crímenes y pasiones. Júpiter era adultero
e incestuoso. Venus era la personificación de la voluptuosidad y de la belleza
carnal. Baco representaba las ideas del placer, de la alegría, de las
aventuras, y de los triunfos ganados con facilidad. Tertuliano, escribiendo a
los paganos, les dice que el infierno está poblado de parricidas, ladrones,
adúlteros, y seres hechos a semejanza de sus dioses.
Cada nación y cada provincia tenían sus dioses favoritos. Había dioses de
las montañas y de los llanos; dioses de los mares y de la tierra; dioses de los
bosques y de las fuentes; dioses celestiales, terrenales e infernales.
En Roma se adoraban las imágenes de los emperadores. Se levantaban
templos y altares para conmemorar sus grandezas. Calígula, el infante, se
proclamo a sí mismo un dios, y Roma lo adoraba como tal. Finalmente se adoraba
a sí misma, y se hacía adorar por los pueblos que subyugaba. Era a la vez
idolatra e idolatrada.
Pero en medio de este desorden hubo algunos filósofos que alcanzaron a
entrever cosas mejores. No todos s contentaron con las viandas mal servidas del
paganismo. Recordemos a algunos de estos sabios.
SÓCRATES
Filósofo griego. No escribió libro alguno sino que realizó su obra de
enseñanza de verdadero apostolado donde se congregaba mucho público, sus
doctrinas son conocidas principalmente por los diálogos de Platón uno de sus
más destacados discípulos. Negó la pluralidad de los dioses y exhortaba a la
juventud a educar sus instintos, pero sin pretender reformar la obra de la
naturaleza.
Fue el más sabio y el mejor de los filósofos paganos. Tal vez ningún otro
gentil estuvo tan cerca de la verdad como él como él, cosa que es relativa y
diferente al conocimiento de Cristo. Tenía un profundo y sincero sentimiento de
su ignorancia.
Le animaba una sublime resignación, y en los momentos tristes de su vida
disfruto de la calma que produce la esperanza de la vida futura. No hubo pagano
que tanto se acerca al espíritu del evangelio que Cristo predico cuatro siglos
después. Aunque al parecer hoy día el paganismo se parece pero con diferencia
de creer en Cristo como Señor y Salvador por medio de la fe, y el
arrepentimiento de pecados para ser librados de la condenación eterna.
PLATÓN
Platón termino su vida a la labor docente y a la redacción de las leyes
en las que codificaba hasta los detalles más mínimos de la vida de la ciudad.
Su filosofía se destaca en las obras literarias como El banquete, La República
y el Protágoras.
Este ilustre discípulo de Sócrates, intelectualmente remonto a alturas
nunca sospechadas ni aun por su maestro. Supo juntar los elementos producidos
por la brillante inteligencia de Sócrates, y combinándolos con los propios de
él, formo el sublime sistema de la filosofía universal que figura como el
esfuerzo más heroico hecho por la mente humana. Enseño que bien supremo reside
en la divinidad y que el alma humana puede ponerse en contacto con ella. Como
en bien relativo para sin el conocimiento y el temor de Dios todo ser tiene
destellos de la existencia de tales cosas, pero las omiten por el pecado porque
no pueden glorificar a Dios ni darle las gracias.
ARISTÓTELES
Este otro filosofo profeso las mismas ideas que Platón y contribuyo
grandemente a difundir estos conocimientos, elevando el nivel intelectual de su
época. Fue el último de los grandes filósofos y con su muerte se extinguió
aquel foco de sabiduría que durante varios siglos estuvo encendido en la
antigua Grecia.
Cuando san Pablo dice que la sabiduría de este mundo es necedad para con
Dios, no se refiere a los sabios de tipo que hemos mencionado, sino a los
numerosos sofistas y hombres superficiales, que alimentan el orgullo de una
vana filosofía opuesta al evangelio de Cristo, como lo eran los epicúreos,
estoicos y gnosticismo que ya empezaría a tener auge, a los que también haremos
una breve ilustración de sus filosofías vanas.
Los Cristianos, pues, tenía que ser testigos de su Señor y maestro en
medio del formalismo, del orgullo judaico y en un mundo sumido en el más
grosero y absurdo paganismo. Ese era el inmenso campo de batalla donde
pelearían la buena batalla.
EPICÚREOS
Nombre de los adeptos del
filósofo Epicuro (341–271 a.C.), quien fundó una de las escuelas más
importantes de la filosofía griega. El principal interés de los epicúreos era
la ética. Defendían la tesis hedonista: la búsqueda del placer como fin supremo
de la vida. Su ideal era la paz del alma (ataraxia) en la que radicaba la felicidad, mediante la sabia ponderación del
goce y el prudente dominio de sí mismo.
Esta doctrina les condujo a
un radical individualismo, pues el sabio debía mantenerse lejos de las luchas
políticas y sociales, preferentemente sin formar familia. También les
preocupaba liberar al hombre de todo temor, sobre todo al temor a los dioses y
a la muerte.
Los epicúreos eran
materialistas y negaban la supervivencia del alma más allá de la muerte. El
alma humana (material), afirmaban, está constituida por átomos que se separan
al cesar la vida y así el alma se desintegra. Por otra parte, sin ser ateos,
rechazaban toda relación de Dios con el mundo (providencia). En los lugares
celestes ciertamente existen los dioses, pero estos no se interesan por el
hombre, ni participan en el gobierno del mundo. Por eso no hay que temerles.
La escuela epicúrea contó
con numerosos discípulos sobre todo en el mundo helenístico, pero fue menos
popular en Roma donde el ESTOICISMO tuvo más amplia acogida. En la época del Nuevo Testamento los
epicúreos eran bastante conocidos (Hch 17.18–34). Por supuesto, sus doctrinas
metafísicas y sus ideales éticos estaban muy lejos del espíritu del evangelio y
les chocaba el mensaje de Pablo que destacaba la resurrección y el juicio.
ESTOICOS
Nombre que recibían los
seguidores del filósofo Zenón de Citio (335–263 a.C.), fundador del ESTOICISMO, quien se reunía con sus discípulos en el «pórtico (en
griego, stoa) pintado» de Atenas. La historia del grupo
se extiende desde el 300 a.C. hasta el 200 d.C. En el tiempo de Pablo los
estoicos junto con la escuela opuesta de los Epicúreos, se consideraban como la
principal corriente filosófica de entonces (Hch 17.16–34). En el siglo III d.C.
la escuela desapareció, pero su influencia se mantuvo, por ejemplo, entre
muchos padres de la Iglesia.
Los estoicos reunían
doctrinas de los antiguos filósofos griegos (Heráclito, Platón, Aristóteles),
pero su enseñanza se centraba en la ética. No constituían en sí una escuela
sistemática, sino una disciplina hondamente arraigada en la vida, la cual como
sustituto de la religión, pretendía proporcionar al hombre educación y un
asidero para el alma. En general, enseñaban un panteísmo materialista (Dios y
el mundo son una misma realidad). Se veía a Dios como una especie de alma del
mundo que lleva en sí los gérmenes o fuerzas seminales (en griego, lógoi spermatikoi) de toda la evolución cósmica. La totalidad
del acontecer estaba sometida a un plan divino (doctrina del destino
providencial que da al cosmos su unidad, sentido y belleza. No obstante, la
libertad desaparece en el fatalismo.
El ideal mayor de los
estoicos era «el hombre sabio», el que vive conforme a la naturaleza (o sea,
racionalmente), domina las pasiones y soporta sereno el sufrimiento. El fin
supremo (sumo bien) de su ética era la felicidad que consiste en vivir conforme
a la virtud que es el bien. Muy características de los estoicos fueron también
las doctrinas de la igualdad de todas las personas y el cosmopolitismo.
El estoicismo, aunque
austero, podía adaptarse a muchas de las verdades cristianas.
Mucho del lenguaje que
Pablo usa en el AREÓPAGO está tomado del estoicismo. Con todo, los estoicos de
su época no le prestaron mucha atención.
GNOSTICISMO
Doctrina filosófica y
religiosa que floreció en el siglo II d.C. Era marcadamente sincretista, o sea,
se alimentaba de cualquier pensamiento que le interesara. Por esta razón,
cuando entró en contacto con el cristianismo naciente, adoptó en sus diversos
sistemas muchas enseñanzas cristianas. Los cristianos se vieron obligados a
demostrar que el uso que los gnósticos hacían de algunas enseñanzas cristianas
en realidad eran opuestas al evangelio.
Se ha discutido mucho
acerca de los orígenes del gnosticismo. Lo más probable parece ser que, debido
precisamente a su carácter sincretista, surgió de una combinación de apocaliptismo
judío, astrología babilónica, dualismo persa, filosofía platónica y misterios
orientales.
El gnosticismo era ante
todo una doctrina de la salvación. Según él, la salvación era la liberación del
espíritu que está esclavizado debido a su unión con las cosas materiales. El
espíritu es una sustancia divina que por alguna razón ha caído y quedado
aprisionada en este mundo material. A fin de liberarlo de sus ataduras
presentes, y permitirle regresar al lugar que le corresponde, el espíritu debe
poseer un conocimiento especial o gnosis, palabra griega que quiere decir «conocimiento» y de la cual el
gnosticismo deriva su nombre. Puesto que el mundo material, según los
gnósticos, incluso el cuerpo humano, es por naturaleza contrario a lo
espiritual, no puede pensarse que el mundo sea creación del Dios supremo. Por
esta razón los gnósticos desarrollaron diversos sistemas mitológicos con los
que trataron de explicar el origen del mundo y la caída de los espíritus.
El primer maestro gnóstico,
según los escritores cristianos, parece haber sido Simón El Mago (Hch 8.9–24).
Otros gnósticos dignos de mención son Menandro, Cerinto, Saturnino, Basílides, Valentín y Marción. El gnosticismo floreció en
Alejandría.
Cuando el gnosticismo
pretendió ser la correcta interpretación del cristianismo, esto amenazó con
desvirtuar la fe cristiana sobre todo en tres puntos básicos: la doctrina de la
Creación y el gobierno del mundo por parte de Dios, la doctrina de la Salvación
y la cristología (Cristo).
En cuanto a lo primero, la
oposición radical que el gnosticismo establecía entre lo material y lo
espiritual le llevaba a atribuir el origen de este mundo, no al Dios supremo,
sino a algún ser inferior. Luego, el mundo resultaba fruto del error o
ignorancia de un ser espiritual, más bien que de la voluntad creadora de Dios.
Frente a esto, la fe bíblica afirma que este mundo es obra de Dios, quien «vio
que era bueno» (Gn 1.4; etc.), y quien gobierna, no solo la vida de los
espíritus, sino también todo el curso de la historia humana.
En segundo término, la
doctrina gnóstica de la salvación se oponía a la doctrina cristiana. Según el
gnosticismo la salvación era la liberación del espíritu divino e inmortal que
se halla aprisionado en el cuerpo humano. Este último no desempeña más que un
papel negativo en el plan de salvación. Frente a esto, el Nuevo Testamento
afirma que la salvación incluye el cuerpo humano y que la consumación del plan
de Dios para la salvación de los hombres será la Resurrección del cuerpo.
Por último, el dualismo
gnóstico tiene consecuencias devastadoras en lo que a la cristología se
refiere. Si la materia, y muy especialmente el cuerpo humano, no surgen de la
voluntad de Dios sino de algún principio que se opone a esa voluntad, se sigue
que este cuerpo no puede ser vehículo de la revelación del Dios supremo. Por
tanto, Cristo, quien vino para darnos a conocer a ese Dios, no puede haber
venido en un verdadero cuerpo físico, sino solo en una apariencia corporal.
Sus sufrimientos y su
muerte no pueden haber sido reales, pues es imposible que el Dios supremo se
nos dé a conocer entregándose de ese modo al poder maléfico y destructor de la
materia. Esta doctrina cristológica recibe el nombre de docetismo, del griego dokéo (parecer). Frente a esta teoría el Nuevo Testamento
afirma que en Jesús de Nazaret (en su vida en un cuerpo físico y material)
tenemos la revelación salvadora de Dios.
Por todas estas razones, la
mayoría de los cristianos veían en él gnosticismo no una versión distinta de su
fe, sino una tergiversación que en realidad negaba esa fe.
Hay varios pasajes en el
Nuevo Testamento que parecen haber sido escritos contra el gnosticismo al menos
en la forma incipiente que asumió en la era apostólica. Así, por ejemplo, 1 Jn
4.1–3 señala que la distinción entre los espíritus procedentes de Dios y los
falsos profetas está en que los primeros confiesan que Jesucristo ha venido en
carne. En 1 Jn 2.22, cuando se dice que el mentiroso es el que niega que Jesús
es el Cristo, es posible que esto se refiera al gnóstico Cerinto, quien
establecía una distinción entre Jesús y Cristo (Juan, Epístolas De). También
Puede Verse Una Oposición Al Gnosticismo En Colosenses y el Evangelio de JUAN.
Ante estas grades
filosofías fue el comienzo del gran misterio de evangelio de Jesucristo, que la
podemos comparar con nuestra época, en estos ultimo días del anuncio de la
segunda venida de nuestro salvador, y llamamiento al arrepentimiento para vida
eterna, aun los más opuestos son los llamados “cristianos” o denominaciones
parecidas oponiéndose al verdadero evangelio de ser testigos hasta lo último de
la tierra.
TESTIGOS EN JERUSALÉN.
Era
menester empezar a dar testimonio en la ciudad que, enfurecida, había pedido la
muerte del Hijo de Dios. "Los enemigos ha dicho Adolfo Monod se jactaban
de haber desterrado a Cristo para siempre jamás; pero he aquí que reaparece en
la escena, se pasea por las calles, visita el templo, cura los enfermos y
perdona los pecados." Era en las personas de los suyos que el Señor se
manifestaba de nuevo en la ciudad donde había sido desechado.
Cristo
ascendió a los cielos desde Betania, la aldea de Lázaro, de Marta y de María, y
de ahí sus discípulos se fueron a Jerusalén para esperar "la promesa del
Padre", es decir, la venida del Espíritu Santo.
Diez
días permanecieron juntos, hombres y mujeres, orando y velando. El día de
Pentecostés, cincuenta días después de la muerte del Señor, vino un estruendo
del cielo y la casa donde estaban reunidos se llenó como de un viento recio que
corría, y se les aparecieron lenguas como de fuego que se asentaron sobre la
cabeza de cada uno de ellos. Era la manifestación del Espíritu Santo asumiendo la
forma de los elementos más poderosos de la naturaleza: el viento y el fuego.
El
estruendo producido por el ímpetu del viento, atrajo una multitud al sitio
donde estaban congregados. Como eran los días de una de las grandes
solemnidades, se hallaban reunidos en Jerusalén judíos venidos de todos los países.
Los discípulos habían recibido el don de lenguas, y la multitud estaba perpleja
oyéndolos hablar idiomas desconocidos en Galilea y en Judea. Los más serios se detenían
a pensar sobre lo que podía significar ese hecho tan raro, pero los frívolos se
contentaban con decir que estaban llenos de mosto.
Pedro
tomó la palabra, y este mismo hombre que tan pusilánime se había mostrado
cuando negó a Cristo, lleno de poder y de vida, expuso a la multitud lo que
aquel hecho significaba, recordándoles que el Cristo, al cual habían entregado
y crucificado, había sido levantado por Dios, conforme a lo que los profetas
habían hablado.
La
multitud, compungida de corazón al oír sus palabras clamó diciendo:
"Varones hermanos, ¿qué haremos?"
Pedro
entonces les señala el camino del arrepentimiento, y tres mil almas en aquel
día aceptan y confiesan a Cristo.
Así
nació la iglesia de Jerusalén, iglesia llamada a tener una corta pero gloriosa
carrera.
La vida
de esta iglesia la tenemos narrada por San Lucas en estas palabras: "Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en
el partimiento del pan y en las oraciones.
"Y
sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por
los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común
todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos
según la necesidad de cada uno.
"Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo
favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que
habían de ser salvos" (Hechos 2:42, 47).
La
primera iglesia cristiana era, como vemos, una iglesia que aprendía la doctrina
escuchando la enseñanza de los apóstoles; una iglesia que vivía en comunión,
celebrando sus cultos en los que eran la parte principal el rompimiento del pan
y las oraciones; una iglesia que practicaba la fraternidad haciendo que los más
pobres participasen de los bienes de los más afortunados. En la actividad
exterior esta iglesia no cesaba de dar testimonio a los inconversos, y el poder
de Dios se manifestaba obrando diariamente conversiones que venían a aumentar el
número de los que componían la hermandad. En esta iglesia se ve en forma
admirable: la
vida religiosa, en su trato
con Dios; la vida fraternal, en su trato con los hermanos, y la vida
misionera, en su trato con el mundo.
Las
pruebas destinadas a intensificar el fervor de los nuevos convertidos no se
dejarían esperar mucho tiempo.
A raíz
de la curación de un cojo de nacimiento a las puertas del templo, y de la
predicación que siguió a este milagro, Pedro y Juan son encarcelados, y al día
siguiente tienen que comparecer ante el Sanedrín. Este era un tribunal judío
que funcionaba en Jerusalén y el cual los romanos habían respetado. Lo
componían setenta y un miembros, de entre los ancianos, escribas y sacerdotes, bajo
la presidencia del sumo sacerdote. Era el mismo tribunal ante el cual había
comparecido el Señor. Pedro, lleno de Espíritu Santo, habló a este cuerpo, y
allí levantó al Cristo, anunciando que "en ningún otro hay salvación; porque
no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos".
El
Sanedrín les intimó que guardasen silencio, prohibiéndoles hablar en el nombre
de Jesús, a lo que ellos contestaron que no era justo obedecer a los hombres
antes que a Dios, y que no podían dejar de hablar de aquellas cosas que habían
visto y oído.
Poco
tiempo después es Esteban quien comparece ante el Sanedrín. Su testimonio fue
noble, juicioso y brillante, pero la furia de los judíos se desencadenó sobre
él.
Arrastrado
fuera de la ciudad fue apedreado por la turba inconsciente. Después de haber
invocado a Jesús e implorado que no les fuese imputado ese crimen a sus verdugos,
"durmió".
El
nombre Esteban significa corona. Hay una perfecta analogía entre el nombre que
llevó en la tierra y la corona de la vida prometida por el Señor a los que son
fieles hasta la muerte. Esteban fue el protomártir del cristianismo; primicias
de aquella multitud que en todos los siglos y en todos los países moriría por
el testimonio de Jesucristo.
El
martirio de Esteban fue la primera señal de una violenta persecución que desoló
a la iglesia de Jerusalén. Sus miembros, salvo los apóstoles, fueron esparcidos
por las tierras de Judea y de Samaria.
Saulo
de Tarso asolaba a la iglesia, entrando por las casas de los creyentes y
encarcelando a hombres y mujeres.
Jacobo,
hermano de Juan, murió mártir, cayendo bajo el cuchillo de Herodes. Pero a
pesar de todo, Lucas pudo escribir estas líneas alentadoras: "Pero la
palabra del Señor crecía y se multiplicaba". Hechos 12:24.
SAN PABLO
Nada de
exageración hay en las palabras del historiador Schaff cuando dice que San Pablo
fue "el hombre que ha ejercido mayor influencia sobre la historia del
mundo".
Este
apóstol nació en la ciudad de Tarso de Cilicia. Sus padres eran judíos y se
ignora desde qué época se hallaban habitando la culta ciudad helénica.
Si
cuando Saulo se convirtió tenía, como es probable, unos treinta años, y si este
hecho ocurrió alrededor de los años 36 ó 37 de la era cristiana, podemos fijar
la fecha de su nacimiento, más o menos por el año 7, cuando Jesús contaba unos
10 u 11 años de edad, y vivía en Nazaret con sus padres.
El
nombre Saulo significa deseado, de lo que algunos han inferido que su
nacimiento fue objeto de anhelos que tardaban en realizarse. El nombre Pablo
era probablemente el nombre latino con que era conocido entre los paganos de la
ciudad.
La
familia de Saulo militaba en las filas del fariseísmo, y el niño fue destinado
a seguir la carrera de rabino. Con este fin se confió su preparación
intelectual y religiosa al judío más ilustre de su tiempo, el célebre Gamaliel,
a quien sus compatriotas llamaban "el esplendor de la ley".
Tenía
en Jerusalén una escuela que contaba con 1.000 discípulos; 500 que estudiaban
la ley del Antiguo Testamento, y 500 literatura y filosofía. El consejo prudente
que dio al Sanedrín, cuando comparecieron los apóstoles (Hechos 5:3440), es un
rasgo de la sabiduría que le caracterizaba. Pablo nos da cuenta de su educación
a los pies del gran maestro, para quien siempre conservó la mayor veneración y
estima. (Hechos 22:3.)
Además
de sus estudios teológicos, Saulo tuvo que aprender un oficio manual. El mismo
Gamaliel decía que el estudio de la ley, cuando no iba acompañado del trabajo, conducía
al pecado. Los rabinos tenían que hallarse en condición de enseñar
gratuitamente cuando fuese necesario, y por eso siempre adquirían un oficio con
el cual poder ganar la vida. Saulo aprendió a coser tiendas, y sabemos cuán
útil le fue este conocimiento cuando se vio privado de las riquezas terrenales
que abandonó por amor a Cristo.
Varias
expresiones de sus epístolas (por ejemplo, Tito 1:12), y su discurso en el
Areópago de Atenas, demuestran que estaba familiarizado con la literatura
griega que se leía y comentaba en sus días.
Su
origen judaico, el ambiente helénico que le circundó en su infancia, y la
ciudadanía romana que poseía por nacimiento (Hechos 22:25), le abrían todas las
puertas y podía dirigirse a los sabios del más alto tribunal de Atenas, a los
venerables ancianos del Sanedrín de Jerusalén, y a los soberbios romanos que
componían el gran tribunal de Nerón, sin ser para ellos extranjeros.
Cuando
Saulo estaba en todo el esplendor de su ardiente fariseísmo, la iglesia de
Jerusalén llenaba la ciudad de la doctrina del Salvador. Saulo, furioso como un
león rugiente, se constituyó en instrumento de la persecución.
Lucas
en los Hechos, y Pablo mismo en sus Epístolas, nos dan un cuadro vivo de la
actividad inquisitorial del joven fariseo.
Cuando
Esteban era apedreado, Saulo estaba presente.
Lucas
dice que Saulo "asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba
hombres y mujeres, y los entregaba en la cárcel''. (Hechos 8:3.) Recordando su
triste pasado, dice Pablo a los judíos: "Yo ciertamente había creído mi
deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret: lo cual también
hice en Jerusalén; y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida
potestad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados yo di mi
voto".
(Hechos
26:9, 10.) De la frase "yo di mi voto" muchos intérpretes han
deducido que Saulo era miembro del Sanedrín. Otros creen que es lenguaje
figurado y que sólo alcanza a significar que aprobaba lo que se hacía. Estos actos
fueron repetidos con frecuencia, pues él mismo dice: "Y muchas veces
castigándolos por todas las sinagogas''.
El odio
al Salvador y el carácter violento de sus persecuciones se ve en estas
palabras: "Los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos,
los perseguí hasta en las ciudades extrañas". Su fama de perseguidor era
notoria aun fuera de Jerusalén. Ananías en Damasco pudo decir: "Señor, he
oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén;
y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos
los que invocan tu nombre." (Hechos 9:1314.) En la Epístola a los Gálatas dice:
"que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la destruía".
(Gal. 1:13.) En Filipenses 3:6, se llama a sí mismo "perseguidor de la
iglesia".
Digamos,
sin embargo, con F. Godet, que Saulo "persiguió con maldad, pero no por
maldad. Le animaba la mejor intención del mundo, y creía estar sirviendo a Dios
cuando defendía la teocracia, la ley y el templo.
Yendo
Saulo ocupado en su tarea de perseguidor de los santos, Jesús le salió al
encuentro en el camino de Jerusalén a Damasco, y le dijo: "Saulo, Saulo;
¿por qué me persigues?" Una luz superior a la del sol lo envolvió y él
cayó herido de ceguera a causa del gran resplandor que había visto. Al caer
Saulo, cayó juntamente todo el edificio de su fariseísmo, y la ceguedad que le
hirió, dijo Crisóstomo, "fue necesaria para que pudiese alumbrar al mundo".
La
conversión repentina de Saulo es una de las grandes pruebas del cristianismo.
La crítica racionalista ha ensayado todas las explicaciones imaginables, pero
tanto el genio y sutileza de Renán, como el de todos los que han pensado como
él, han tropezado con dificultades nunca sospechadas, y se han visto vencidos
por la realidad incontestable de un milagro evidente, hasta tener que llegar a
la conclusión del alemán Baur quien dijo: "No se llega por ningún análisis
psicológico ni dialéctico a sondear el misterio del acto por el cual Dios
reveló su Hijo a Pablo".
El
tímido redil del Señor no podía creer que el león se había convertido en
cordero, pero la oportuna intervención de Bernabé hizo que Saulo fuese recibido
por los apóstoles y reconocido como uno de los que habían pasado de muerte a
vida.
Saulo
estuvo algunos días con los discípulos en Damasco, luego pasó un período de
tres años en Arabia, volvió a Damasco, visitó a Jerusalén y a Tarso, y después
le hallamos en Antioquia, de donde irradiaría la luz suave y bienhechora del
evangelio a todas partes del imperio romano.
San
Lucas nos da cuenta de sus viajes atrevidos, largos, y frecuentes. En completa
sumisión al Señor, iba Pablo, de ciudad en ciudad, predicando a Cristo crucificado.
A veces su permanencia en un lugar era cosa de días, a veces de años enteros.
Bernabé, Silas, Marcos, Timoteo, Lucas y otros le acompañaban en estas
expediciones misioneras.
Lo
hallamos en Tesalónica, en Corinto, en Atenas, en Éfeso, en Jerusalén, y
finalmente en Roma. Las sinagogas de sus compatriotas, ya en aquel tiempo
numerosas en todos los grandes centros de población, le presentaban la oportunidad
de anunciar, "al judío primeramente", que no habiéndoles sido posible
ser justificados por las obras de la ley, podían ahora creer en el Mesías que
había sido crucificado, el justo por los injustos, y ser justificados por la
fe. Pero como apóstol de los gentiles, de la sinagoga pasaba a las calles, a
las casas, a los mercados, a las escuelas, y anunciaba aquella perfecta
salvación que predicaba por mandato divino. Los azotes, las cárceles, los
tumultos, las turbas enfurecidas, no le hacían desmayar, y como desafiando a
todos estos obstáculos, seguía fielmente en su misión, sabiendo que era Dios quien
le había encargado esa tarea, lo que le hacía exclamar: "¡Ay de mí si no anunciare
el evangelio!" El poder de Dios acompañaba su predicación, y las almas se
agrupaban en torno suyo para oír la verdad que defendía con tanta vehemencia.
Muchos judíos se convertían, rompiendo con el yugo de la ley, y muchos gentiles
arrojaban a los topos y a los murciélagos sus ídolos de plata y de oro para
convertirse y servir al Dios vivo y verdadero y esperar a su Hijo de los
cielos.
Por
todas partes se organizaban iglesias, a las cuales Pablo cuidaba desde lejos
por medio de sus oraciones y de la enseñanza que les comunicaba en las
epístolas que enviaba por mano de sus fieles colaboradores. Jamás hombre alguno
supo estas en tantos lugares al mismo tiempo y extender su influencia a
regiones tan dilatadas.
Los
Hechos terminan con la llegada de Pablo a la ciudad de los Césares, donde, a
pesar de estar preso, supo llenarlo todo del evangelio de Cristo, consolar a
los que venían a verle, y proseguir su actividad literaria, produciendo las páginas
más sublimes que hayan sido escritas por la mano del hombre.
La
historia de los últimos años de la vida de San Pablo, es decir, desde su
llegada a Roma hasta su muerte, se halla envuelta en la niebla de la tradición,
y el historiador no teniendo ya a un Lucas que le guíe, tiene que seguir a tientas
por el camino cuyo plano desea trazar.
Dejemos
aquí a nuestro héroe para volver a él más adelante.
EL PRIMER COMBATE EN ROMA.
Nunca
ha podido comprobarse quienes fueron los primeros que sembraron en Roma la
simiente del evangelio, pero como esta ciudad era el centro a donde iban a
parar todas las cosas buenas y malas que producía el mundo, no está fuera de
lugar suponer que algunas personas que conocieron el camino de la vida en
Oriente, habiéndose radicado en Roma, por razones de comercio y de trabajo,
fueron los primeros en dar testimonio y ser el principio de la fundación de una
iglesia cristiana.
Los
sostenedores del papado han hecho esfuerzos para demostrar que San Pedro llegó
a Roma por el año 42, siendo Claudio emperador, donde hubiera permanecido 25 años,
y atribuyen a sus trabajos apostólicos el origen de la iglesia en esa ciudad:
"La mayoría de los escritores católicos, serios dice F. Godet, e
independientes, combaten hoy día la idea de la permanencia de Pedro en Roma
bajo el reinado de Claudio."
Duchesne,
en su obra famosa puesta en el índice, a pesar de su predisposición al
romanismo, como fiel historiador dice: "¿Por qué manos fue arrojada la
simiente divina en esta tierra (Roma), en la cual tenía que dar frutos tan prodigiosos?
Probablemente siempre lo ignoraremos.
Cálculos
muy poco fundados para merecer el sufragio de la historia, conducen al apóstol
Pedro a Roma a principios del gobierno de Claudio en el 42 o bajo Calígula
(39)."
Como
dice un antiguo testimonio, la fe cristiana se arraigó en Roma "sin ningún
milagro y sin ningún apóstol".
La
Epístola de San Pablo a los Romanos es una prueba de que Pedro no fue el
fundador de la iglesia en esa ciudad y de que no residía en Roma cuando la
Epístola fue dirigida.
San
Pablo, que tenía por norma no edificar sobre ajeno fundamento, no hubiera
escrito esa Epístola de carácter doctrinal a una iglesia que fuera el fruto de
los trabajos de su colega, y mucho menos hubiera dejado de mencionarlo en las
salutaciones que figuran en el último capítulo.
Sin la
intervención de Pedro, ni de Pablo, ni de ninguno de los apóstoles; sin clero,
sin jerarquías, sin autoridades eclesiásticas, la iglesia en Roma florecía y
daba un testimonio poderoso de la fe que profesaba. Por todas partes se
extendía su fama, y una propaganda activa se llevaba a cabo en aquel foco de
idolatría y corrupción.
La
llegada de Pablo, aunque prisionero, contribuyó a que muchos fuesen ganados al
Señor, lo que le permitió que desde el pretorio pudiese escribir estas palabras
a los cristianos de Filipos: "Las cosas que me han sucedido, han redundado
más bien para el progreso del evangelio."
Renán
describe así los adelantos del cristianismo en Roma: "Los progresos eran
extraordinarios; hubieran dicho que una inundación, largo tiempo detenida,
hacía al fin su irrupción. La iglesia de Roma era ya todo un pueblo. La corte y
la ciudad empezaban ya seriamente a hablar de ella; sus progresos fueron algún
tiempo la conversación del día".
"En
cuanto al populacho agrega el mismo autor soñaba con hazañas imposibles para
ser atribuidas a los cristianos. Se les hacía responsable de todas las calamidades
públicas. Se les acusaba de predicar la rebelión contra el Emperador y de
tratar de amotinar a los esclavos. El cristianismo llegaba a ser en la opinión
lo que fuera el judío en la Edad Media: el emisario de todas las calamidades,
el hombre que no piensa más que en el mal, el envenenador de fuentes, el
comedor de niños, el incendiario.
En cuanto
se cometía un crimen, el más leve indicio bastaba para detener a un cristiano y
someterlo a la tortura. En repetidas ocasiones, el nombre de cristiano bastaba
por sí solo para el arresto. Cuando se les veía alejarse de los sacrificios
paganos, se les insultaba. En realidad la era de las persecuciones estaba ya
abierta."
Los
romanos hasta entonces no se habían levantado contra los cristianos. Para ellos
el cristianismo era una secta judía, y como el judaísmo era lícito, no hallaban
motivos para molestar al nuevo partido. Pero bien pronto las cosas cambiarían
de tono. Vemos los acontecimientos que precedieron y prepararon la violenta
tempestad que iba a desencadenarse sobre la iglesia de Roma.
El año
54 subió al trono Nerón, cuando sólo contaba diecisiete años de edad. Las
intrigas de su madre Agripina le pusieron al frente de los destinos del mundo.
Desde un principio reveló un carácter extravagante que ha permitido que se
dijera de él, que era un personaje carnavalesco, una mezcla de loco y de bufón,
revestido de la omnipotencia terrenal y encargado de gobernar al mundo. Para él
la virtud era una hipocresía, y en el mundo no había oirá cosa de valor sino el
teatro, la música y las artes.
Era un desgraciado
embriagado de su propia vanagloria, consagrado a buscar los aplausos de una
multitud de aduladores. Formó la compañía llamada de los "caballeros de
Augusto'' cuya misión era la de seguir al loco emperador a todos sus actos de
exhibición, y aplaudir cualquier travesura que imaginase. Roma vio a su emperador
ocupado en la tarea de conducir carros en el circo; cantar y declamar en las
tribunas, y disputarse los premios musicales. Salía a pescar con redes de oro y cuerdas de
púrpura, y para ganar mayor popularidad hacía viajes por las provincias con el
único fin de exhibir en los teatros sus dotes de artista y declamador.
A estos
actos de locura hay que añadir otros de crueldad, tales como el asesinato de su
propia madre Agripina y el de su esposa Octavia, y la muerte de la bella Popea,
a la que mató de un puntapié en el vientre.
El
pueblo, por su parte, seguía entusiasta las locuras de Nerón. Ya no se
contentaba con oír a los artistas declamar sobre cosas obscenas; quería verlas
representadas en cuadros vivos, y las multitudes de Roma, hombres y mujeres,
llenaban los centros de espectáculos escandalosos. La corrupción no podía ser
más espantosa.
La
gloria del teatro llegó a ser, en aquellos días de decadencia, la mayor gloria
a que podían aspirar los romanos. El circo, donde luchaban hombres y fieras,
era el centro de la vida. El resto del mundo sólo había sido hecho para dar
mayor esplendidez a los torneos. El soberano presidía todas las fiestas, y
consideraba que ésa era su principal ocupación y su mayor gloria. En Roma sólo
se hablaba de la fiesta que había terminado y de la que seguiría
inmediatamente. La vida era para todos sólo una larga y fuerte carcajada.
Pero
Nerón tenía también gusto artístico, y aspiraba a transformar la ciudad. Sus
planes eran tan vastos que todo lo que había le estorbaba. Quería hacer una
ciudad nueva que marcase una nueva época en la historia, y que llevase su
nombre: Nerópolis.
La
morada imperial la encontraba muy estrecha. Deseaba verla desaparecer, pero no
pudiendo llegar a tanto, se ocupó en transformarla. Quería sobrepasar a los
palacios fabulosos de las leyendas asirías. La llenó de parques inmensos, y de
pórticos de dimensiones increíbles, y de lagos rodeados de ciudades
fantásticas. Pero todo eso no le bastaba y quería que su morada pudiese ser
llamada "la casa de oro".
Para
llevar a Roma la idea que ardía en su candente imaginación, tenía que hacer
desaparecer templos que eran mirados como sagrados, y palacios históricos que
jamás Roma hubiera permitido tocar. ¿Cómo hacer desaparecer esos obstáculos?
Nerón concibió la tremenda idea de incendiar la ciudad.
Un
voraz incendio, que se manifestó simultáneamente en muchas partes de la ciudad,
convirtió a Roma en una inmensa hoguera, el 19 de julio del año 64. Las llamas,
devorando todo lo que encontraban, subían las colinas y descendían a los
valles. El Palatino, el Velabro, el Foro, los Cariños, sufrieron los
desastrosos efectos del incendio.
El
fuego seguía su marcha atravesando la ciudad en todas direcciones, y durante
seis días y siete noches caían miles de edificios que quedaban reducidos a
escombros. Los montones de ruinas detuvieron el fuego, pero volvió a reanimarse
y prosiguió tres días más. Los muertos y contusos eran numerosísimos.
Nerón,
que se había ausentado para alejar las sospechas que caerían sobre él, regresó
a tiempo para ver el incendio.
Se dijo
que desde las alturas de una torre, y vestido con traje teatral contempló el
espectáculo, y cantó con la lira una antigua elegía. Si esto es leyenda, tiene
el mérito de pintar el carácter diabólico de este hombre siniestro.
Nadie
se preguntaba quién era el autor del incendio. Las pruebas que hacían al
emperador responsable eran más que evidentes. Roma estaba indignada a la vez
que cubierta de luto. Todo lo quesería de grande y sagrado había desaparecido o
estaba carbonizado. Las antigüedades más preciosas, las casa de los padres de
la patria, los objetos sagrados, los arcos de triunfo, los trofeos de las
victorias, el templo levantado por Evandres, el recinto sagrado de Júpiter, el
palacio de Numa, en una palabra, todo se hallaba perdido o inutilizado.
Nerón
pensó entonces en hacer caer sobre otros la culpa que la opinión unánime hacía
caer sobre él. Necesitaba víctimas, y su mente diabólica pensó en los
cristianos. El público estaba predispuesto a cualquier acto hostil a la iglesia,
de modo que Nerón sólo tuvo que encender la mecha para que estallara la bomba
bien repleta de odio a los cristianos. Las clases cultas no creían que eran
éstos los autores del incendio, y de entre el populacho muy pocos lo creyeron;
pero el mal no tenía remedio, de manera que había que conformarse con sacar el
mejor partido posible, y nada más oportuno que hacer descargar el odio contra
la secta despreciada. ¿No habían visto a los cristianos mirar con indiferencia
los monumentos del paganismo? ¿No decían éstos que todo estaba corrompido y que
todo sería destruido por fuego?
El
pueblo desencadenó su furia contra los mansos y humildes discípulos del
Salvador. Nunca se conocerá el número de víctimas que perecieron en esta
persecución. Actos de la más brutal crueldad se llevaron a cabo con hombres y mujeres.
Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus Anales el salvajismo y crueldad que deleitaron
a la población.
Los
cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para
ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras
en el anfiteatro, para apagar la sed de sangre de cincuenta mil espectadores; y
para satisfacer las locuras del emperador se alumbraron los jardines de su
mansión con los cuerpos de los cristianos que eran atados a los postes
revestidos de materiales combustibles, para encenderlos cuando se paseaba Nerón
en su carro triunfal entre estas antorchas humanas, y la multitud delirante que
presenciaba y aplaudía aquellas atrocidades.
Concluyamos
estos renglones diciendo con Tertuliano, que basta saber que Nerón haya
despreciado al cristianismo, para estar cierto de que es bueno porque Nerón
despreció todo lo bueno.
ÚLTIMOS DÍAS DE SAN PABLO.
"Una
suerte realmente extraña dijo Renán ha querido que la desaparición de estos dos
hombres (Pedro y Pablo) quedara envuelta en el misterio." Luego,
reconociendo el valor histórico de los libros del Nuevo Testamento, agrega:
"A
fines del cautiverio de Pablo, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas nos
faltan a la vez. Caemos repentinamente en una noche profunda, que contrasta singularmente
con la claridad histórica de los diez años precedentes."
Conybeare
y Howson, con su obra monumental e insuperable sobre la Vida y
Epístolas de San Pablo, serán nuestros guías a través de las tinieblas que rodean a esta época
de la vida del apóstol.
Recordemos
que los Hechos terminan dejando al apóstol preso en el pretorio de Roma,
viviendo, sin embargo, con relativa libertad en la casa que tenía alquilada,
donde quedó dos años recibiendo a los que acudían a él.
La vida
de Pablo no termina ahí. ¿Qué siguió después? El testimonio de más valor que existe es el de Clemente de Roma,
que se supone fue discípulo de Pablo y ser el mismo que figura en Fil. 4:3.
Este, escribiendo desde Roma a Corinto, dice que Pablo predicó el evangelio
"en Oriente y Occidente" y que "instruyó a todo el mundo",
es decir, al Imperio Romano, y que "fue hasta la extremidad de
Occidente'', antes de su martirio. "Extremidad de Occidente", no
puede significar otra cosa sino España, y en esto vemos el cumplimiento de los
anhelos que expresa Pablo cuando escribe a los Romanos (Cap. 15:2428).
EL CANON DE
MURATORÍ,
un documento perteneciente
al año 170, habla también del viaje de Pablo a España.
Eusebio
dice: "Después de defenderse con éxito, se admite por todos, que el
apóstol fue otra vez a proclamar el evangelio, y después vino a Roma, por
segunda vez, y sufrió el martirio bajo Nerón."
De modo
que lo que sigue al relato en los Hechos es el juicio de Pablo ante Nerón.
Sabía que su vida no estaba en las manos de este tirano, que su Señor lo
cuidaba desde el cielo y que no lo dejaría hasta que hubiese cumplido su carrera.
Por otra parte para él "morir es ganancia", y el semidiós ante quien
comparecía era sólo uno de "los príncipes de este siglo que se
deshacen." Pero como no hallaron en él crimen, fue absuelto y puesto en
libertad.
Hay que
recordar que este juicio tuvo lugar a principios del año 63, antes que
estallara la gran persecución del año 64, que siguió al incendio de Roma.
Al ser
puesto en libertad, no fue luego a España, como sería fácil suponer. El cuidado
de las iglesias le llamaba al Oriente. Hizo un viaje por el Asia Menor, de
acuerdo con los deseos expresados desde su prisión, en la Epístola a Filipenses,
cap. 2:24 y en Filemón 22, Después de cumplir con esta misión para con las
iglesias, pudo pensar en efectuar el tan anhelado viaje a la Península Ibérica.
No es probable que haya pasado por Roma, porque en ese tiempo Nerón, como un
león rugiente, perseguía a los santos. Es lo más probable que en
Oriente
se haya embarcado para Massilla (la Marsella moderna), y de Massilla a España,
llegando el año 64.
Después
de permanecer unos dos años en España, Pablo volvió a Éfeso donde tuvo que ver
con dolor que se habían cumplido sus predicciones a los ancianos de aquella iglesia.
Los lobos rapaces que no perdonaban el rebaño se habían levantado por todas
partes, y la siembra de la cizaña había seguido a la de la buena simiente.
Siempre viajaba, a pesar de su edad ya avanzada, y parece que en Nicópolis fue
prendido, encarcelado y conducido a Roma.
En esta
segunda prisión, Pablo se encuentra en condiciones más desfavorables que cuando
fue preso a Roma la primera vez. La iglesia en esa ciudad estaba desolada por
la persecución. Cualquiera podía impunemente maltratar a un cristiano. Cinco
años antes predicaba en su prisión y recibía a los judíos influyentes de Roma,
pero ahora se halla en "las prisiones a modo de malhechor." Era
peligroso declararse cristiano y difícil hallarlo entre la multitud de
presidiario. Onesíforo, el que no se avergonzó de la cadena de Pablo (2 Tim.
1:16), tuvo que buscarlo "solícitamente" para poder hallarlo.
No
sabemos qué clase de cargos hacían a Pablo, pero en esos días, bajo Nerón, se
requería muy poca cosa para condenar a un cristiano a muerte, mayormente si se
trataba de uno de los más prominentes. Bastaba acusarle de propagar entre los
reñíanos una religión no reconocida por el estado (religio nova
et illicita) para
que la sentencia de muerte cayese despiadadamente. Los judíos prominentes de
Jerusalén no pudieron conseguir que Pablo fuese condenado en su primer juicio,
pero ahora cualquier delator podría haberlo logrado. Esta vez no tenía que comparecer
delante de Nerón mismo, sino delante del prefecto (Praefectus
Urbis). Sabemos algo del juicio, por
lo que Pablo mismo escribió a Timoteo (2ª Tim. 4:16, 17).
En esa
hora de peligro faltó el hermano, faltó el amigo, faltaron todos. Pero el mejor
intercesor y abogado estuvo a su lado dándole fuerzas para llevar la cruz hasta
el fin de la carrera. De la frase "todos los gentiles la oyesen" se
ha inferido que habló ante una gran multitud, y que su juicio tuvo lugar en el
Foro. El tribunal no falló en esa ocasión y Pablo fue de nuevo a la cárcel. Fue
entonces cuando escribió la Segunda Epístola a Timoteo. No esperaba ser absuelto,
como lo esperaba y lo fue en su causa anterior.
Sabía
que la sentencia pronunciando la pena capital era inevitable y la veía venir
con toda serenidad, porque estaba pronto a recibir todo lo que su Señor le
mandase.
Sabía
que sólo saldría de la prisión para ir al encuentro de la muerte Entonces
escribió a Timoteo estas palabras de triunfante esperanza, que han encendido
los corazones de millares de mártires en la hora dura de la prueba.
En
medio de las pruebas tenía un hermano fiel que estaba a su lado y le era de
gran consuelo. Era el "médico amado", Lucas, su viejo compañero.
Parece
que, viendo que el proceso seguía su marcha muy lentamente, esperaba quedar
algún tiempo con vida. Por eso pide a Timoteo, su hijo espiritual, que le
traiga el capote, los libros, y mayormente los pergaminos.
Pide a
Timoteo que procure venir presto a él. Este deseo es el último que expresó el
apóstol en sus escritos. Hay algunos indicios que permiten suponer que el viejo
Pablo pudo ver y abrazar a su querido Timoteo antes de morir.
La
sentencia de muerte fue pronunciada. La ciudadanía romana le libró de una
muerte ignominiosa y de la tortura, tan fácilmente aplicada a los cristianos
que morían por su fe Fue decapitado fuera de las puertas de la ciudad, en la vía
de Ostia, donde existe una pirámide de aquella época, único testigo de la
muerte de Pablo. Sus hermanos en la fe tomaron el cadáver que se supone fue
sepultado en las catacumbas.
Así
murió Pablo, apóstol y mártir, dejando a la cristiandad el precioso legado de
sus trabajos apostólicos, de su intenso amor a la causa del Señor, y el ejemplo
de una vida consagrada a la misión que le fue confiada. Entre los grandes testigos
del Señor ocupará siempre el primer lugar.
ÚLTIMOS DÍAS DE SAN PEDRO.
Muy
poco se sabe sobre los últimos días de este noble apóstol que desempeñó una
parte tan importante entre los doce, y que tan gloriosamente actuó en los
primeros días de la iglesia de Jerusalén.
Si
recordamos que a él le fue encomendada la predicación del evangelio a los
judíos, no está fuera de lugar suponer que se dedicó a viajar para llevar el
divino mensaje a los israelitas esparcidos por todo el mundo.
Descartada
como leyenda la infundada tradición de los veinticinco años de residencia en
Roma, surge la pregunta: ¿qué hizo Pedro, y dónde estuvo todo el tiempo que transcurre
entre los últimos datos que de él tenemos en el libro de los Hechos, y su
muerte? La mejor respuesta a esa pregunta la tenemos en su Primera Epístola. En
el último capítulo leemos la siguiente salutación: "La iglesia que está en
Babilonia, juntamente con vosotros os saluda." De ahí se desprende que
Pedro se hallaba en la Mesopotamia, donde residían numerosos israelitas, a los
cuales seguramente él estaba evangelizando, sin dejar por eso de hacer la misma
cosa entre los gentiles de esa región. Los romanistas, en su desesperación por
demostrar que Pedro estaba en Roma, dan al nombre de Babilonia un sentido simbólico,
sosteniendo que significa Roma. En el
Apocalipsis
es evidente que Babilonia es el nombre con que se designa la ciudad de los
Césares, pero es del todo contrario a una sana regla de interpretación, querer
ver símbolos en unas sencillas palabras de salutación fraternal.
En la
misma Epístola vemos también que ésta fue dirigida "a los expatriados de
la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia". Como no es
lógico suponer que se dirija una carta de esta índole a personas o agrupaciones
desconocidas, es también lógico admitir que Pedro haya trabajado en esas
regiones durante el período que nos ocupa.
Tocante
a su muerte, todo conduce a suponer que murió crucificado. Una semi-prueba la
tenemos en el evangelio según San Juan. Ahí leemos estas palabras que el Señor dirigió
a Pedro.
Pero
iba a "glorificar a Dios" por medio de la muerte, es decir, iba a
sufrir el martirio. Vemos que iba a “extender sus mano”. Los romanos
acostumbraban, dicen autores antiguos y modernos, hacer que los condenados a la
crucifixión llevasen por el camino una especie de yugo atado a los brazos
extendidos, para representar por medio de esta postura la clase de suplicio que
iban a sufrir.
El
testimonio de varios autores de los tiempos primitivos: Tertuliano, Orígenes,
Eusebio, agrega más pruebas a la creencia que prevalecía, en los primeros
siglos, de que Pedro murió crucificado, y era también admitido que a pedido
suyo lo fue con la cabeza hacia el suelo.
JACOBO.
La
iglesia de Jerusalén seguía prosperando bajo la dirección y pastorado de
Jacobo. ¿Quién es este Jacobo que desempeña un papel tan importante en esta
iglesia?
No hay
que confundirlo con ninguno de los dos apóstoles de este nombre: Jacobo hijo de
Zebedeo, ni Jacobo hijo de Alfeo (Mateo 10:2, 3). Se trata de Jacobo "el
hermano del Señor" (Gal. 1:19) autor de la Epístola de Santiago. Hay que
tener presente que Santiago y Jacobo es un mismo nombre.
Jacobo,
el hermano del Señor, no figura entre los discípulos sino después de la
resurrección de Cristo. Es probable que haya sido uno de los que no querían
creer en la misión mesiánica de Jesús (Juan 7:5), pero que vencido por la
realidad de la resurrección (13 Cor. 15:7) no pudo menos que convertirse y
entrar a actuar con los discípulos. Pronto ocupa un lugar prominente entre los
hermanos y los apóstoles. Su nombre es mencionado por Pedro al salir de la
cárcel: "Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos." (Hechos 12:17.)
Pablo, al hablar de las columnas de la iglesia de Jerusalén, lo nombra antes
que a Pedro y Juan (Gal. 2:9).
En la
conferencia de Jerusalén (Hechos 15) también toma parte activa, y muchos
suponen que fue el que presidió la reunión. Cuando Pablo fue a Jerusalén por
última vez (Hechos 21:18) fue a visitar a Jacobo, y los ancianos de la iglesia
se reunieron en su casa.
Según
atestiguan muchos escritores de los primeros siglos, Jacobo (o Santiago)
llevaba una vida completamente ascética, lo que le daba acceso a los judíos no
convertidos.
Se
privaba de todo lo que constituye algún placer o comodidad, y su fama de hombre
santo era popular en la ciudad donde era conocido bajo el sobrenombre de Justo.
Nunca
renunció al rigorismo de la ley Mosaica de la cual no se consideraba
completamente desligado aunque había abrazado la fe cristiana. La epístola por él
escrita confirma estos testimonios sobre su carácter austero.
Acerca
de su muerte, se sabe que sufrió el martirio, siendo lapidado cerca del Templo.
Josefo hace sobre su muerte el siguiente relato: "Anano (o Hanán), que
tomó el cargo de sumo sacerdote, era un hombre audaz, altanero y muy insolente.
Era de la secta de los saduceos, quienes sobrepasan a todos los judíos en la
manera cruel con que tratan a los culpables. Pensó que era el momento oportuno para
ejercer su autoridad. Festo había muerto, y Albino, que había sido enviado a
Judea para sucederle, estaba en viaje. Así que él reunió el Sanedrín e hizo
comparecer al hermano de Jesús, llamado Cristo, cuyo nombre era Jacobo, y a
varios otros de sus compañeros, y habiendo formulado una acusación contra ellos
como quebrantadores de la ley, los entregó para ser apedreados."
(Antigüedades 20:9). Se dice que murió a la edad de noventa
y seis años.
Renán
hablando de su muerte dice: "La muerte de este santo personaje hizo el
peor efecto en la ciudad. Los devotos fariseos, los estrictos observadores de
la ley, se sintieron muy descontentos. Jacobo era universalmente estimado; se
le tenía por uno de los hombres cuyas plegarias eran de suma eficacia Casi todo
el mundo estuvo de acuerdo en pedir a Herodes Agripa II que pusiera límites a
la audacia del sumo sacerdote. Albino tuvo conocimiento del atentado de Anano,
cuando ya había salido de Alejandría con dirección a Judea. Escribió a Anano
una carta amenazadora; después lo destituyó. Por consiguiente Anano fue sumo
sacerdote sólo tres meses."
DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN.
No está
fuera de lugar ocuparnos ahora de los acontecimientos relacionados con la
guerra de Judea, y en particular con la destrucción de Jerusalén.
Cuando
Félix era gobernador de Judea, hubo una disputa entre judíos y sirios acerca de
la ciudad de Cesárea.
Ambos
partidos pretendían que les pertenecía. De las palabras pasaron a los hechos,
tomando las armas unos contra otros. Félix puso fin a la contienda mandando a Roma
delegados de ambos partidos para someter el caso al emperador. Este falló en
favor de los sirios, y cuando, el año 67, la noticia llegó a Judea, estalló
inmediatamente la rebelión. Sirios, judíos y romanos se mezclaron en la sangrienta
revuelta, que asumió bien pronto un carácter alarmante. Las aldeas eran teatro
de escenas horripilantes.
El mar
de Galilea, donde Jesús había predicado sobre el reino de los cielos, estaba
teñido de sangre y cubierto de cadáveres flotantes. Una gran victoria de los
judíos sobre las tropas romanas, mandadas por Cestio, dio impulsos a la
rebelión, que se generalizó en todo el país. Los hombres sensatos veían que
todo aquello era un esfuerzo estéril, porque tarde o temprano tenían que
sucumbir bajo los dardos de los romanos; pero ya por patriotismo, ya por el impulso
de las circunstancias, no pudieron hacer otra cosa sino tomar parte en la
guerra. Uno de éstos fue el célebre Josefo, quien tan grandes servicios
prestaría a la historia, y a quien le fue confiado el comando de las fuerzas
que actuaron en Galilea.
La
noticia del levantamiento de Judea llegó a Roma cuando el loco emperador Nerón
estaba ocupado en los preparativos de un viaje a Grecia donde, seguido de un gran
séquito de aduladores, iba a lucir sus dotes de artista, disputándose todos los
premios ofrecidos en los concursos.
Con
gran acierto confió al viejo militar Vespasiano el mando de las legiones que
tenían que ir a subyugar a Judea. Vespasiano mandó a su hijo Tito hasta
Alejandría para reunir las fuerzas que había en aquella región, y él, cruzando
el Helesponto o Dardanelos, siguió por tierra a Siria. Juntando las fuerzas de
Tito, de Antonio, de Agripa y de Soheme, y cinco mil hombres más mandados por
los árabes, Vespasiano emprendió la reconquista al frente de unos 60.000
hombres.
Empezó
la guerra en Galilea, donde Josefo oponía una heroica y bien estudiada
resistencia. La lucha fue ardua pero Josefo tuvo que ceder el terreno a los
vencedores, huyendo a una caverna en la que pasó un tiempo escondido con unos
cuarenta hombres que le siguieron.
Como
Vespasiano le ofreciese toda clase de seguridades concluyó por entregarse, y
desde entonces aparece siempre al" lado de los Flavios Vespasianos, tanto
en el sitio de Jerusalén, como después de pacificado el país, en honor de los
cuales Josefo añadió a su nombre el de Flavio.
Desde
el punto de vista patriótico ha sido muy censurada la conducta de Josefo, pero
uno no puede menos de ver la mano de Dios obrando para que este ilustrado judío
fuese testigo ocular de la guerra que daría un fiel cumplimiento a las palabras
proféticas de Jesucristo acerca de Jerusalén y del pueblo elegido.
Mientras
los ejércitos dominaban el país, la guerra civil se había declarado en
Jerusalén. Tres partidos se disputaban el poder. Se vivía bajo el régimen del
terror. La aristocracia había sido derrocada, y un populacho salvaje, encabezado
por un tal Juan de Giscala, encuartelado en el templo, dominaba la ciudad. En
otro distrito de la ciudad mandaba un tal Simón. El sumo sacerdote, los
principales escribas y fariseos, y todos los grandes aristócratas de Jerusalén
fueron muertos, y sus cadáveres arrastrados por las calles y arrojadas fuera
del muro. Grande fue la impresión de la población cuando vio la suerte que tocó
a estos orgullosos señores, a quienes habían visto revestidos de espléndidos
trajes talares, y a quienes ahora veían tendidos desnudos por las calles.
Muchos de ellos eran los mismos que habían condenado a Cristo, a Esteban y a Jacobo.
Aquello
era la abominación predicha por el profeta Daniel.
Los
cristianos se acordaron de las palabras del Maestro: “Entonces los que estén en
Judea, huyan a los montes”. (Mat. 24:16.) No sin dificultades fue la huida de
los cristianos, pero lograron salir y juntarse en Pella, una ciudad de la
región montañosa de Perea, donde pudieron permanecer libres de los males que
azotaban a Jerusalén.
La
huida tuvo lugar en el año 68. La iglesia vivió sostenida casi milagrosamente,
y continuó su obra en toda la región transjordánica.
En este
tiempo Vespasiano fue proclamado emperador y, teniendo que volver a Roma, dejó
a cargo de su hijo Tito la terminación de la guerra.
Los
romanos avanzaron y de pronto Jerusalén se vio sitiada por las fuerzas de Tito.
Jesús había predicho la ruina de la ciudad cuando lloró sobre ella, diciendo lo
que consta en Lucas 19:4244.
Josefo
nos ha dejado un minucioso relato del sitio y destrucción de Jerusalén, y es
admirable la semejanza que existe entre la profecía de Cristo y los hechos
narrados por este historiador.
Como el
sitio se prolongaba, las provisiones empezaron a escasear. Los soldados
rebuscaban todos los rincones de las casas, quitando a las familias los víveres
de que disponían "Les hacían sufrir tormentos inauditos dice Josefo aunque
más no fuese que para hacerles confesar que tenían escondido un pan o un puñado
de harina". "A los pobres les quitaban los yuyos que con peligro de
sus vidas juntaban durante la noche, sin escuchar los ruegos que les hacían, en
nombre de Dios, para que les dejasen siquiera una pequeña parte, y creían que
les hacían una gran merced con no matarlos después de robarles."
Sobre
los sufrimientos dentro de la ciudad, bajo el terror implantado por Juan de
Giscala y Simón, dice el citado historiador: "Sería entrar en una tarea
imposible detallar particularmente todas las crueldades de esos impíos. Me contento
con decir que no creo que desde el comienzo de la creación del mundo se haya
visto a una ciudad sufrir tanto, ni otros hombres en los cuales la malicia
fuese tan fecunda en toda clase de maldades "' Estas palabras de Josefo
hacen recordar el anuncio profético de Cristo:
"Porque
habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del
mundo hasta ahora, ni la habrá." (Mateo 24:21.)
Muchos
trataban de salir de la ciudad en busca de víveres, y caían en poder de los sitiadores.
Como era difícil guardarlos a causa del gran número, los crucificaban frente a
los muros de la ciudad, con el fin de atemorizar a los de adentro No pasaba día
sin que tomasen quinientos y aun más de entre estos que procuraban huir. Tito
era un hombre tan magnánimo cómo es posible serlo en tales circunstancias, y
sufría con los actos de crueldad que tenía que presenciar, y que por la ley
implacable de la guerra no le era posible remediar. Los soldados romanos hacían
sufrir horriblemente a los pobres que eran crucificados.
"No
había bastante madera para hacer cruces dice Josefo ni sitio donde
colocarlas."
Oigamos
aún a Josefo: "Los judíos, viéndose encerrados en la ciudad, desesperaron
de su suerte. El hambre, cada vez peor, devoraba familias enteras. Las casas
estaban llenas de cadáveres de mujeres y de niños, y las calles, de los de los
ancianos. Los jóvenes iban cayéndose por las plazas públicas. Se les hubiera
creído más bien espectros que personas vivas. No tenían fuerzas para enterrar
sus muertos, y aunque la hubieran tenido, no habrían podido hacerlo a causa del
gran número, y porque no sabían cuántos días de vida les quedaban a ellos.
Otros se arrastraban hasta el lugar de la sepultura para esperar allí la
muerte."
"Al
principio se hacía enterrar los muertos por cuenta del tesoro público, para
librarse de la hediondez. Pero no siendo posible continuar cumpliendo con esta
tarea, los arrojaban por encima del muro a los valles. El horror que tuvo Tito
al ver llenos estos valles, cuando rodeaba la plaza, y la putrefacción que
salía de tantos cadáveres le hizo lanzar un profundo suspiro: levantó las manos
al cielo y llamó a Dios por testigo de que no era él el causante de
aquello."
Josefo,
desde el muro, hablaba a los sitiados para persuadirlos de que era inútil
continuar la resistencia, pero era desoído. Tito quería evitar escenas
desgarradoras, pero la tenacidad de los sitiados hacía imposible todo arreglo.
Los que
podían huir de la ciudad tragaban monedas de oro para encontrarse con algún dinero
cuando éste fuese de utilidad. Los soldados llegaron a saberlo y entonces comenzaron
a abrir el vientre de todos los que caían en su poder para apoderarse de aquel
dinero. Los árabes y los sirios fueron los que más se ejercitaron en esta
crueldad, fruto de la avaricia. En una sola noche más de dos mil infelices
murieron de este modo. Cuando Tito tuvo conocimiento de esto, castigó
severamente a los culpables.
Las
poderosas máquinas guerreras de los romanos lograron abrir una brecha en los
muros, y los soldados avanzaron. La resistencia no pudo ser muy heroica debido al
estado de debilidad en que se hallaban los combatientes judíos. Fortaleza tras
fortaleza fue cediendo al empuje vigoroso de los vencedores. Los secuaces de
Juan de Giscala, atrincherados en el templo, hacían sus últimos esfuerzos.
Tito
había resuelto salvar el templo. No quería que esa maravilla del mundo fuese
destruida. Pero un soldado arrojó una antorcha encendida y el incendio del
templo se inició con rapidez. Tito, en este momento, estaba descansando en su
tienda. Al saberlo corrió al templo y ordenó que se detuviese el fuego; todo
fue inútil. Uno mayor que Tito había dicho: "No quedará piedra sobre piedra,
que no sea derribada."
Esto
ocurría el año 70 de nuestra era. Las víctimas de esta espantosa catástrofe
llegaron a 1.100.000, entre hombres, mujeres y niños, y si se agregan los que
murieron en los combates precedentes, el número asciende a 1.357.000, según los
cálculos de Josefo. 90.000 fueron vendidos como esclavos.
Así
terminó Jerusalén. Cuarenta años antes, frente al palacio de Pilato, al pedir
la muerte de Jesús, sus habitantes habían clamado: "Su sangre sea sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos." (Mat. 27:25.) ¡Jamás imprecación alguna
tuvo un cumplimiento tan evidente!
JUAN, ÉL APÓSTOL.
En el
último período de su vida, Juan, "el discípulo amado", aparece en Éfeso,
ciudad donde actuó durante muchos años, ejerciendo una influencia saludable y bienhechora
sobre todas las iglesias del Asia Menor.
La
cizaña sembrada por el enemigo en aquellas regiones, donde Pablo y otros habían
introducido el evangelio, puso a Juan en la necesidad de estar siempre alerta
contra los errores nacientes. Las sectas llamadas ebionitas hacían una activa
propaganda judaizante, procurando imponer a los cristianos el yugo de la ley,
que los mismos judíos no habían podido soportar. Para ellos, Cristo quedaba reducido
a un profeta como Samuel, Isaías u otro, y su origen divino, si no negado, era
completamente olvidado o mal entendido. Por otra parte los gnósticos, que
aparecen con más pujanza en el siglo segundo, ya habían empezado a
manifestarse. Para éstos, la humanidad de Cristo no era cosa importante, y la
persona histórica del Nazareno se pierde en el éter de las especulaciones
falsamente llamadas filosóficas. Fue especialmente para contestar a la propaganda
gnóstica que Juan escribió sus Epístolas.
Durante
su permanencia en Éfeso, Juan escribió el Evangelio que lleva su nombre.
Los
antiguos autores cristianos refieren muchas anécdotas relacionadas con los últimos
años de la vida de este apóstol, pero es difícil saber si son dignas de
crédito.
Dicen
que cuando era muy anciano, no pudiendo caminar, lo llevaban a las reuniones, y
él se ponía de pie y pronunciaba estas palabras: "Hijitos, amaos los unos
a los otros". Su corto sermón lo repetía cada vez que se le presentaba la
oportunidad de hacerlo, y decía, que si los creyentes aprendían a amarse
mutuamente, todas las demás cosas resultarían fáciles. Se cree que fue una de
las víctimas de la persecución de Domiciano.
Los
emperadores que hubo entre Nerón y Domiciano, estuvieron tan ocupados con los
asuntos del estado y en las intrigas de la baja política, que no pudieron
prestar atención al movimiento cristiano. Pero Domiciano abrió un nuevo período
de amarguras a los discípulos de Cristo.
Se
llama segunda persecución la que hubo bajo este emperador, siendo la de Nerón
la primera.
Los
historiadores cuentan diez persecuciones desde Nerón a Diocleciano, pero este
modo de enumerar lo abandonan la mayor parte de los escritores modernos, porque
si se habla de las persecuciones generales, el número no es tanto, y si se
cuentan las parciales, el número es mucho mayor.
Aunque
hubo algunos que fueron muertos, Domiciano no se dedicó a matar, sino a
desterrar y confiscar los bienes de sus víctimas. Juan fue desterrado a la isla
de Patmos, donde el Señor le apareció, mostrándole las visiones que describió
en el Apocalipsis.
Su
destierro no fue perpetuo, y Juan volvió a Éfeso, donde terminó sus días en
paz, teniendo cerca de cien años de edad.
La
muerte del apóstol Juan cierra el primer período de la historia cristiana, o
sea el de la implantación y propagación del evangelio por los apóstoles. Con
él, podemos decir que termina la primera generación de cristianos. Es el último
de los testigos que tuvo el privilegio de ver y seguir a Jesús aquí en la
tierra, y de comprobar la realidad de su resurrección. Los Evangelios ya han
sido escritos por los que fueron contemporáneos de Cristo. Era el momento
cuando empezaban a desaparecer los que compusieron las primeras iglesias, y
urgía tanto el escribirlos en aquellos días, que, como dijo Lange, "si el arte
de escribir no hubiera existido todavía, lo hubieran inventado en ese momento y
para este fin." Los apóstoles han desarrollado y expuesto, en las
Epístolas, las doctrinas gloriosas del cristianismo, destinadas a servir de
base y de guía a los movimientos religiosos de las edades futuras.
Terminemos
con este hermoso párrafo de Pressensé: "Al fin de la edad apostólica,
Juan, lo mismo que Pablo, levanta la cruz con mano firme, como un faro
destinado a brillar en medio de todas las tinieblas de las tempestades del
porvenir. La locura de la cruz está destinada a ser para siempre la sabiduría
de la iglesia; y contra la roca sobre la cual ella está asentada se estrellarán
en vano todas las olas de la herejía."