INICIO DE LA IGLESIA: CAPÍTULO 1: ANO 1100. D. C.

LA TAREA ASIGNADA POR CRISTO.

Pasado el asombro que la resurrección de Cristo había producido en el ánimo de los primeros discípulos, estos se pusieron de nuevo a pensar en la marcha que seguiría el reino de Dios en el mundo. Siempre abrigando la idea de que Cristo iba a librar a Israel del poder de sus dominadores, le dirigieron esta pregunta: “Señor, ¿restituirás el reino de Israel en este tiempo?” Pregunta que, como alguien ha dicho, revela más bien el patriotismo y particularismo judaico de los discípulos, que un conocimiento de la universalidad y espiritualidad de la obra del Evangelio.
El Señor les respondió: “No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que le Padre puso en su sola potestad; más recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Hechos 1: 6-7.
San Lucas, que relata este dialogo, dice que Jesús habiendo dicho estas cosas fue alzado, y una nube le recibió y le quito de los ojos de los discípulos.
La misión de los cristianos no sería la de especular sobre acontecimientos; no les tocaba enredarse en cuestiones de fechas, de años, meses y días. La misión que les encomendaba era la de ser testigos. Tenían que ser testigos de lo que Cristo había sido en el mundo; testigos de su vida santa y de su pureza perfecta; testigos de sus señales, prodigios y maravillas que había obrado; y sobre todo testigos de su gloriosa resurrección de entre los muertos.
Este testimonio lo darían no solo en el suelo natal. Franqueando los limites de Judea y Samaria, tenían que ir a todos los pueblos del mundo, y hasta lo último de la tierra, para predicar el Evangelio a toda tribu y en toda lengua.
Detengámonos ahora para lanzar una mirada analística sobre el mundo de aquellos tiempos, y recordar brevemente cuales eran las ideas religiosas y filosóficas más populares de los pueblos ante quienes tenían que ser testigos y defender la fe del Evangelio de salvación, y su expansión.

LAS IDEAS RELIGIOSAS Y FILOSÓFICAS.

En materia religiosa, los judíos eran los más adelantados del mundo. Poseían los oráculos divinos del antiguo testamento. El culto mosaico era la expresión religiosa más perfecta a que habían los hombres de aquel tiempo.  Los profetas habían anunciado el advenimiento de un Mesías, y la esperanza de Israel estuvo durante siglos fija en el cumplimiento de esta promesa.

JUDAÍSMO

El judaísmo se hallaba dividido en tres ramas: fariseísmo, saduceísmo y esenismo.
El sistema religioso mantenido por los judíos. Sus enseñanzas provenían del AT, especialmente de la ley de Moisés que se encuentra del cap. 20 de Éxodo hasta el fin de Deuteronomio; pero también incluía las tradiciones de los ancianos (Marcos 7:3-13), algunas de las cuales nuestro Señor condenó. Los elementos principales del judaísmo incluyen la circuncisión, un monoteísmo estricto, un aborrecimiento a la idolatría y el guardar el día sábado.

FARISEOS

Los fariseos eran los ortodoxos de la nación. Para ellos la religión consistía en el cumplimiento estricto y legal de ritos y ceremonias. Sumamente orgullosos de la posición que asumían, se ligaban a prácticas externas, murmuraban sus oraciones, multiplicaban sus ayunos, ensanchaban las filaterías, es decir las cintas con textos bíblicos escritos que se ceñían en la frente, y hacían gran alarde de una piedad que estaban muy lejos de poseer interiormente. Tenían mayoría en el sanedrín el congreso de los judíos, y ejercían más influencia sobre el pueblo que los demás partidos no habían alcanzado.
LA SECTA DE LOS JUDÍOS. El nombre farisaı́oi aparece por primera vez en el contexto de los reyes MACABEOS (ca. 150 a.C., Josefo, Antigüedades XIII. 10: 5–9). El equivalente hebreo perusim generalmente se entiende en el sentido de «separados» (por ejemplo, Esd 6. 21; Neh 10.28).
Probablemente era un apodo impuesto por sus enemigos ya que los fariseos vivían apartados de lo impuro, es decir, del «pueblo de la tierra» (Jn 7.49). Ellos mismos preferían llamarse jeberim (compañeros), que revela algo de su organización. Como grupo particular, los fariseos lograron destacarse durante el reinado de Juan Hircano (135–104 a.C.), al oponerse al deseo de este de extender su poder político y militar. En el reinado de Alejandro Janneo (103–76 a.C.) la oposición alcanzó tal magnitud que este la suprimió brutalmente, crucificando a ochocientos de los líderes fariseos (Antigüedades, XIII. 14. 2). Cobraron nueva importancia bajo Alejandra Salomé (76–67 a.C.), pero pronto perdieron su influencia directa en la vida política del país. Quien intentó ganar su apoyo fue Herodes El Grande, ya que solo se dedicaban a la vida religiosa, pero desistió ante las sospechas que aún mantenía, basadas en las rebeliones anteriores.
Durante la vida de Jesucristo la mayoría de los fariseos practicaban la devoción religiosa y no participaban en la oposición creciente de los ZELOTES contra la ocupación romana.
Por tanto, después de la destrucción de Jerusalén (70 d.C.), Vespasiano permitió que el rabino, Yohanán ben Zakkai, fundara una escuela en Jamnia; y, aun más, después del levantamiento de Bar Kokeba (135 d.C.), los fariseos llegaron a representar el judaísmo oficial. De esta fecha en adelante brotó la literatura rabínica.

RELACIÓN CON OTRAS SECTAS

Se acepta generalmente que los fariseos descendieron de los jasideos (devotos) que lucharon al lado de los MACABEOS por la libertad religiosa (166–42 a.C.). Quizás derivaron del grupo de escribas empleados por los jasideos (1 Mac 7.12ss).
Probablemente ca. 100 a.C. los ESENIOS se separaron de los fariseos por considerar que se acomodaban demasiado al ambiente político. Por su parte, los fariseos rechazaron la postura apocalíptica que habían adoptado algunos de los esenios en aquel entonces (QUMRÁN). Los fariseos se distinguían de los SADUCEOS por su interpretación de la LEY y por su actitud frente al Antiguo Testamento. En cuanto a lo primero, los fariseos, cuyos representantes más importantes eran Hillel y Sammai (ca. 25 a.C. 10 d.C.), se oponían como laicos a la aristocracia de sacerdotes profesionales. Lograron una posición poderosa en el Sanedrín durante el siglo II a.C. Los fariseos interpretaban las tres divisiones del Antiguo Testamento (Ley, Profetas y Escritos), adaptándolas, por medio de una serie de tradiciones (Tradición) orales, a las necesidades cotidianas del pueblo.
Los saduceos, por su parte, se concentraban en la interpretación de las leyes rituales, aplicándolas solamente al culto del templo. Con la destrucción de este, desapareció su razón de ser y los fariseos surgieron con un poder único. La inmensa mayoría de los ESCRIBAS eran fariseos y los términos son casi sinónimos. Es probable que la frase juanina «los judíos» se refiera principalmente a los fariseos.

ENSEÑANZA

Los fariseos organizados en pequeñas comunidades, se dedicaban a la docencia y promovían el desarrollo de la religión de la SINAGOGA. Esto muestra su compromiso con la formación del pueblo sencillo en el conocimiento y práctica de la Ley de Moisés, que incluye la Torah oral. Además, emprendieron una labor proselitista entre los gentiles (Mt 23.15). Diferían de los saduceos principalmente en su aceptación del concepto de la inmortalidad. Creían en la inmortalidad del alma, lo cual implicaba la resurrección del cuerpo (Hch 26.8), y en la existencia de ángeles y espíritus. Recalcaban el uso de la razón en la comprensión del deber religioso. Esto los llevaba a una concepción de la soberanía de Dios que incluía la fatalidad.
Los fariseos se proponían alcanzar una perfecta obediencia a la Ley de Moisés tal como la interpretaba la tradición oral (Mc 7.13). Su enseñanza era primordialmente ética y práctica, no teológica (Diezmo; sábado).

RELACIÓN CON JESÚS Y LOS APÓSTOLES

A diferencia de los esenios y los zelotes, los fariseos aparecen a menudo en los libros del Nuevo Testamento. Generalmente los encontramos opuestos a Jesús (Mc 2.6; 3.6; 7.1ss; Jn 5.10; 6.41; 7.45; 9.13, etc.) quien, igual que Juan el Bautista, denunció su hipocresía (Mt 3.7ss; 5.20; 6.5; 9.13; 12.7; 16.6; 23.1–36, Hipócrita). Jesús rechazó la autoridad excesiva que ellos otorgaban a la Ley oral. Sin aceptar incondicionalmente el juicio favorable de Josefo sobre la secta, sería falso concluir de los Evangelios y Hechos que todos los fariseos se oponían al mensaje y ministerio de Jesús. Es probable que fueran fariseos los que esperaban la consolación de Israel (Lc 2.25, 38; 23.51; 24.21).
Varias veces Jesús tuvo encuentros amigables con ellos (Mc 12.28; Lc 7.36; 13.31; 14.1; 18.18ss). Varios fariseos creyeron en Él y fueron bautizados (Jn 3.1ss; 7.50s; 8.31; Hch 6.7; 26.5), entre ellos el más famoso fue Saulo de Tarso (Hch 9.1–18; Flp 3.5). El maestro de Saulo, GAMALIEL, que defendió a los apóstoles (Hch 5.34–39) fue nieto del rabino Hillel.

LOS SADUCEOS.

Partido sacerdotal y aristocrático del judaísmo cuyas doctrinas y prácticas eran opuestas a las de los FARISEOS.
Los saduceos, o discípulos de Tsadoc, formaban la minoría de oposición. Rechazaban las tradiciones que imponían los fariseos, así como los libros de los profetas, admitiendo solo los cinco libros de la ley. Negaban la vida futura, la inmortalidad del alma, y la existencia de los ángeles y espíritus. Eran poco numerosos y de poca influencia ante las demás sectas de la época.

SU ORIGEN E HISTORIA

Josefo se refiere por primera vez a los saduceos en Antigüedades XIII.X.5–7, donde describe la decisión de Hircano I (rey macabeo de los judíos, 135–105 a.C.) de aliarse con ellos. De allí se ve que la secta existía antes de dicho reinado.
Antes se pensaba que el nombre se había derivado del sacerdote Sadoc, contemporáneo de David y Salomón (2 S 15.27; 19.11; 1 R 1.8), cuyos descendientes eran considerados como la línea pura (Ez 44.15; 48.11) y los conservadores del sacerdocio hasta la rebelión de los Macabeos. Sin embargo, varias dificultades filológicas e históricas obligan a buscar otra explicación. T.W. Manson propone que la derivación del nombre debería encontrarse en la palabra griega, syndikoi, que significaba «autoridades fiscales» en el estado de Atenas desde el siglo IV a.C. En Israel también los saduceos controlaban los impuestos (Sanedrín).
Al principio los saduceos no eran un grupo religioso, pero con el tiempo, para defender sus intereses, apoyaron al sumo sacerdote. Hasta la mitad del siglo I d.C. controlaban el sanedrín. Después, al serles quitado el poder secular, primero por los Zelotes y después por los romanos, desaparecieron del judaísmo.

SU ENSEÑANZA

La mayoría de los Sacerdotes de los primeros siglos (a.C. y d.C.) pertenecían a esta secta, aunque no todos los saduceos eran sacerdotes. Por lo general constituían un núcleo de personas altamente privilegiadas, por ejemplo, comerciantes ricos y funcionarios gubernamentales. Su actitud hacia las Tradiciones de los padres se centró en el mantenimiento del culto en el templo. Su interpretación de la Ley (aceptaban solo el Pentateuco como autoritativo) giraba alrededor de la ley ritual. Su actitud negativa hacia ciertas doctrinas del Antiguo Testamento se debía, en parte, a la tensión entre ellos y los fariseos, quienes las afirmaban.
Acerca de su doctrina, Josefo (Antigüedades XVIII. I, 4) afirma que «los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo»; «niegan la continuidad del alma después de la muerte». El Nuevo Testamento es más preciso: señala que los saduceos negaban la resurrección del cuerpo (Mc 12.18, 26; Hch 23.8), y también la existencia de mediadores espirituales entre Dios y el hombre (Hch 23.8). Además, para los saduceos, Dios era casi un «dios ausente» dado que «no puede ni hacer ni prevenir el mal». En cambio el hombre ejerce su libre albedrío para hacer el bien y el mal (Guerras II.XI.14).
Su ideal político era el estado teocrático encabezado por el sumo sacerdote. Por eso veían con sospecha la esperanza mesiánica que amenazaba con derrotar el orden social y político existente. La mayoría del pueblo común los odiaba porque colaboraban con los romanos y sus reyes títeres, porque introdujeron y permitieron algunas costumbres que no eran judías y porque se comportaban entre el pueblo con arrogancia (Antigüedades XX.X.1; Salmos de Salomón 4.2ss).

EN EL NUEVO TESTAMENTO

Varias veces los saduceos se aliaron con los fariseos en oposición a Jesucristo (Mc 11.18, 27; 14.43; 15.1; Lc 9.22). Sin embargo, el conflicto de Jesús con los saduceos se agudizó mayormente en la última semana de su ministerio, cuando su popularidad entre el pueblo (Mc 12.12) parecía amenazar la paz de Jerusalén. En cambio el conflicto entre Jesús y los fariseos, debido a la influencia de estos entre el pueblo común, se advierte desde el principio de su ministerio.
Los cristianos culparon a los saduceos y a los fariseos de la muerte de Jesús (Jn 11.49; 18.3, 19ss). Fueron ellos los que más intentaron detener el creciente movimiento de la iglesia primitiva (Hch 4 y 5; 22.5).

ESENIOS

Los esenios eran una especie de monjes que, unos dos siglos antes de Cristo, buscaron en las soledades del mar muerto un refugio donde estar al abrigo y alejados de la corrupción reinante. De ahí se extendieron también a otros de palestina. Vivian en el celibato, sumidos en un profundo misticismo, llevando una vida contemplativa y en completo antagonismo con la sociedad. Sin suprimir en absoluto la propiedad individual, vivían en comunidad. Eran industriosos, caritativos y hospitalarios.
Estos Grupos de judíos sectarios que se apartaron de la corriente principal de la vida judía; florecieron ca. 150 a.C. hasta 70 d.C. Josefo los nombra, con los fariseos y los saduceos, como la tercera «filosofía» en el judaísmo del siglo I. Con él, Filón y Plinio el Mayor son los únicos historiadores contemporáneos que nos han dejado descripciones de las prácticas y creencias de las comunidades de los esenios, bastante diversas entre sí.
Pero el descubrimiento de rollos que guardó una secta, que casi todos identificaban como esenia, en las cuevas de Qumrán, ha permitido verificar los datos aportados por los historiadores.
Después de la guerra de los Macabeos, triunfó el separatismo (observancia estricta de la Ley Mosaica) entre los tres partidos: saduceos, fariseos y esenios. Estos últimos, antes del 76 a.C., rompieron con los demás y criticaron su laxitud. Luego, protegidos por Herodes el Grande, realizaron campañas de misión y fundaron comunidades en casi todos los poblados de Judea. Sus seguidores ascendieron a unos cuatro mil, pero los grupos individuales, que vivían por lo general en guetos o en las afueras de los pueblos, no pasaban de doscientos miembros. La guerra con Roma (66–70 d.C.) acabó con estas comunidades. Los sobrevivientes se habrán integrado en las distintas agrupaciones judeocristianas y judías.
Los esenios se consideraban como el pueblo escatológico de Dios, el de un nuevo pacto. Extremadamente escrupulosos, creían que su cumplimiento de la Ley traería la intervención divina, en forma de guerra, que pondría fin al mundo. Por tanto, para la admisión a la secta se requería un noviciado de dos o tres años, la renuncia a la propiedad privada, en muchos casos al matrimonio y un juramento de obediencia incondicional a los superiores. Una vez aceptado, el nuevo miembro trabajaba en agricultura, artes manuales, etc., pero sobre todo se dedicaba al estudio de las Escrituras y participaba en las discusiones comunitarias. Abluciones diarias y exámenes de conciencia garantizaban su pureza levítica.

EL MUNDO PAGANO

Por otra parte estaba el mundo pagano. Grecia y Roma aun en los mejores días de su gloria no pudieron librarse del culto grosero que se denomina paganismo. Este culto variaba mucho según sus épocas y los países que lo profesaban, de modo que se requería muchos volúmenes para describirlo. En los días de los apóstoles y en los países donde ellos iban a actuar. Consistía en la adoración de dioses imaginarios que representaban por medio de estatuas a las que el vulgo y los sacerdotes atribuían poderes sobre naturales.
Gracia la divinidad principal era Zeus a quien llamaban padre de los dioses, y fecundador de la tierra. Residía en las nubes y en el Olimpo junto con una multitud de semidioses y héroes.
En Roma era Júpiter el que ocupaba el primer lugar. Lo miraban como al dos del cielo y de la tierra y creían que de su voluntad dependían todas las cosas.
La idea moral no estaba para nada en el culto pagano. Los dioses eran solamente hombres y mujeres de gran tamaño y dotados de mucha fuerza. Eran grandes en poder y también grandes en crímenes y pasiones. Júpiter era adultero e incestuoso. Venus era la personificación de la voluptuosidad y de la belleza carnal. Baco representaba las ideas del placer, de la alegría, de las aventuras, y de los triunfos ganados con facilidad. Tertuliano, escribiendo a los paganos, les dice que el infierno está poblado de parricidas, ladrones, adúlteros, y seres hechos a semejanza de sus dioses.
Cada nación y cada provincia tenían sus dioses favoritos. Había dioses de las montañas y de los llanos; dioses de los mares y de la tierra; dioses de los bosques y de las fuentes; dioses celestiales, terrenales e infernales.
En Roma se adoraban las imágenes de los emperadores. Se levantaban templos y altares para conmemorar sus grandezas. Calígula, el infante, se proclamo a sí mismo un dios, y Roma lo adoraba como tal. Finalmente se adoraba a sí misma, y se hacía adorar por los pueblos que subyugaba. Era a la vez idolatra e idolatrada.
Pero en medio de este desorden hubo algunos filósofos que alcanzaron a entrever cosas mejores. No todos s contentaron con las viandas mal servidas del paganismo. Recordemos a algunos de estos sabios.

SÓCRATES

Filósofo griego. No escribió libro alguno sino que realizó su obra de enseñanza de verdadero apostolado donde se congregaba mucho público, sus doctrinas son conocidas principalmente por los diálogos de Platón uno de sus más destacados discípulos. Negó la pluralidad de los dioses y exhortaba a la juventud a educar sus instintos, pero sin pretender reformar la obra de la naturaleza.
Fue el más sabio y el mejor de los filósofos paganos. Tal vez ningún otro gentil estuvo tan cerca de la verdad como él como él, cosa que es relativa y diferente al conocimiento de Cristo. Tenía un profundo y sincero sentimiento de su ignorancia.
Le animaba una sublime resignación, y en los momentos tristes de su vida disfruto de la calma que produce la esperanza de la vida futura. No hubo pagano que tanto se acerca al espíritu del evangelio que Cristo predico cuatro siglos después. Aunque al parecer hoy día el paganismo se parece pero con diferencia de creer en Cristo como Señor y Salvador por medio de la fe, y el arrepentimiento de pecados para ser librados de la condenación eterna.

PLATÓN

Platón termino su vida a la labor docente y a la redacción de las leyes en las que codificaba hasta los detalles más mínimos de la vida de la ciudad. Su filosofía se destaca en las obras literarias como El banquete, La República y el Protágoras.
Este ilustre discípulo de Sócrates, intelectualmente remonto a alturas nunca sospechadas ni aun por su maestro. Supo juntar los elementos producidos por la brillante inteligencia de Sócrates, y combinándolos con los propios de él, formo el sublime sistema de la filosofía universal que figura como el esfuerzo más heroico hecho por la mente humana. Enseño que bien supremo reside en la divinidad y que el alma humana puede ponerse en contacto con ella. Como en bien relativo para sin el conocimiento y el temor de Dios todo ser tiene destellos de la existencia de tales cosas, pero las omiten por el pecado porque no pueden glorificar a Dios ni darle las gracias.

ARISTÓTELES

Este otro filosofo profeso las mismas ideas que Platón y contribuyo grandemente a difundir estos conocimientos, elevando el nivel intelectual de su época. Fue el último de los grandes filósofos y con su muerte se extinguió aquel foco de sabiduría que durante varios siglos estuvo encendido en la antigua Grecia.
Cuando san Pablo dice que la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios, no se refiere a los sabios de tipo que hemos mencionado, sino a los numerosos sofistas y hombres superficiales, que alimentan el orgullo de una vana filosofía opuesta al evangelio de Cristo, como lo eran los epicúreos, estoicos y gnosticismo que ya empezaría a tener auge, a los que también haremos una breve ilustración de sus filosofías vanas.
Los Cristianos, pues, tenía que ser testigos de su Señor y maestro en medio del formalismo, del orgullo judaico y en un mundo sumido en el más grosero y absurdo paganismo. Ese era el inmenso campo de batalla donde pelearían la buena batalla.

EPICÚREOS

Nombre de los adeptos del filósofo Epicuro (341–271 a.C.), quien fundó una de las escuelas más importantes de la filosofía griega. El principal interés de los epicúreos era la ética. Defendían la tesis hedonista: la búsqueda del placer como fin supremo de la vida. Su ideal era la paz del alma (ataraxia) en la que radicaba la felicidad, mediante la sabia ponderación del goce y el prudente dominio de sí mismo.
Esta doctrina les condujo a un radical individualismo, pues el sabio debía mantenerse lejos de las luchas políticas y sociales, preferentemente sin formar familia. También les preocupaba liberar al hombre de todo temor, sobre todo al temor a los dioses y a la muerte.
Los epicúreos eran materialistas y negaban la supervivencia del alma más allá de la muerte. El alma humana (material), afirmaban, está constituida por átomos que se separan al cesar la vida y así el alma se desintegra. Por otra parte, sin ser ateos, rechazaban toda relación de Dios con el mundo (providencia). En los lugares celestes ciertamente existen los dioses, pero estos no se interesan por el hombre, ni participan en el gobierno del mundo. Por eso no hay que temerles.
La escuela epicúrea contó con numerosos discípulos sobre todo en el mundo helenístico, pero fue menos popular en Roma donde el ESTOICISMO tuvo más amplia acogida. En la época del Nuevo Testamento los epicúreos eran bastante conocidos (Hch 17.18–34). Por supuesto, sus doctrinas metafísicas y sus ideales éticos estaban muy lejos del espíritu del evangelio y les chocaba el mensaje de Pablo que destacaba la resurrección y el juicio.

ESTOICOS

Nombre que recibían los seguidores del filósofo Zenón de Citio (335–263 a.C.), fundador del ESTOICISMO, quien se reunía con sus discípulos en el «pórtico (en griego, stoa) pintado» de Atenas. La historia del grupo se extiende desde el 300 a.C. hasta el 200 d.C. En el tiempo de Pablo los estoicos junto con la escuela opuesta de los Epicúreos, se consideraban como la principal corriente filosófica de entonces (Hch 17.16–34). En el siglo III d.C. la escuela desapareció, pero su influencia se mantuvo, por ejemplo, entre muchos padres de la Iglesia.
Los estoicos reunían doctrinas de los antiguos filósofos griegos (Heráclito, Platón, Aristóteles), pero su enseñanza se centraba en la ética. No constituían en sí una escuela sistemática, sino una disciplina hondamente arraigada en la vida, la cual como sustituto de la religión, pretendía proporcionar al hombre educación y un asidero para el alma. En general, enseñaban un panteísmo materialista (Dios y el mundo son una misma realidad). Se veía a Dios como una especie de alma del mundo que lleva en sí los gérmenes o fuerzas seminales (en griego, lógoi spermatikoi) de toda la evolución cósmica. La totalidad del acontecer estaba sometida a un plan divino (doctrina del destino providencial que da al cosmos su unidad, sentido y belleza. No obstante, la libertad desaparece en el fatalismo.
El ideal mayor de los estoicos era «el hombre sabio», el que vive conforme a la naturaleza (o sea, racionalmente), domina las pasiones y soporta sereno el sufrimiento. El fin supremo (sumo bien) de su ética era la felicidad que consiste en vivir conforme a la virtud que es el bien. Muy características de los estoicos fueron también las doctrinas de la igualdad de todas las personas y el cosmopolitismo.
El estoicismo, aunque austero, podía adaptarse a muchas de las verdades cristianas.
Mucho del lenguaje que Pablo usa en el AREÓPAGO está tomado del estoicismo. Con todo, los estoicos de su época no le prestaron mucha atención.

GNOSTICISMO

Doctrina filosófica y religiosa que floreció en el siglo II d.C. Era marcadamente sincretista, o sea, se alimentaba de cualquier pensamiento que le interesara. Por esta razón, cuando entró en contacto con el cristianismo naciente, adoptó en sus diversos sistemas muchas enseñanzas cristianas. Los cristianos se vieron obligados a demostrar que el uso que los gnósticos hacían de algunas enseñanzas cristianas en realidad eran opuestas al evangelio.
Se ha discutido mucho acerca de los orígenes del gnosticismo. Lo más probable parece ser que, debido precisamente a su carácter sincretista, surgió de una combinación de apocaliptismo judío, astrología babilónica, dualismo persa, filosofía platónica y misterios orientales.
El gnosticismo era ante todo una doctrina de la salvación. Según él, la salvación era la liberación del espíritu que está esclavizado debido a su unión con las cosas materiales. El espíritu es una sustancia divina que por alguna razón ha caído y quedado aprisionada en este mundo material. A fin de liberarlo de sus ataduras presentes, y permitirle regresar al lugar que le corresponde, el espíritu debe poseer un conocimiento especial o gnosis, palabra griega que quiere decir «conocimiento» y de la cual el gnosticismo deriva su nombre. Puesto que el mundo material, según los gnósticos, incluso el cuerpo humano, es por naturaleza contrario a lo espiritual, no puede pensarse que el mundo sea creación del Dios supremo. Por esta razón los gnósticos desarrollaron diversos sistemas mitológicos con los que trataron de explicar el origen del mundo y la caída de los espíritus.
El primer maestro gnóstico, según los escritores cristianos, parece haber sido Simón El Mago (Hch 8.9–24). Otros gnósticos dignos de mención son Menandro, Cerinto, Saturnino, Basílides, Valentín y Marción. El gnosticismo floreció en Alejandría.
Cuando el gnosticismo pretendió ser la correcta interpretación del cristianismo, esto amenazó con desvirtuar la fe cristiana sobre todo en tres puntos básicos: la doctrina de la Creación y el gobierno del mundo por parte de Dios, la doctrina de la Salvación y la cristología (Cristo).
En cuanto a lo primero, la oposición radical que el gnosticismo establecía entre lo material y lo espiritual le llevaba a atribuir el origen de este mundo, no al Dios supremo, sino a algún ser inferior. Luego, el mundo resultaba fruto del error o ignorancia de un ser espiritual, más bien que de la voluntad creadora de Dios. Frente a esto, la fe bíblica afirma que este mundo es obra de Dios, quien «vio que era bueno» (Gn 1.4; etc.), y quien gobierna, no solo la vida de los espíritus, sino también todo el curso de la historia humana.
En segundo término, la doctrina gnóstica de la salvación se oponía a la doctrina cristiana. Según el gnosticismo la salvación era la liberación del espíritu divino e inmortal que se halla aprisionado en el cuerpo humano. Este último no desempeña más que un papel negativo en el plan de salvación. Frente a esto, el Nuevo Testamento afirma que la salvación incluye el cuerpo humano y que la consumación del plan de Dios para la salvación de los hombres será la Resurrección del cuerpo.
Por último, el dualismo gnóstico tiene consecuencias devastadoras en lo que a la cristología se refiere. Si la materia, y muy especialmente el cuerpo humano, no surgen de la voluntad de Dios sino de algún principio que se opone a esa voluntad, se sigue que este cuerpo no puede ser vehículo de la revelación del Dios supremo. Por tanto, Cristo, quien vino para darnos a conocer a ese Dios, no puede haber venido en un verdadero cuerpo físico, sino solo en una apariencia corporal.
Sus sufrimientos y su muerte no pueden haber sido reales, pues es imposible que el Dios supremo se nos dé a conocer entregándose de ese modo al poder maléfico y destructor de la materia. Esta doctrina cristológica recibe el nombre de docetismo, del griego dokéo (parecer). Frente a esta teoría el Nuevo Testamento afirma que en Jesús de Nazaret (en su vida en un cuerpo físico y material) tenemos la revelación salvadora de Dios.
Por todas estas razones, la mayoría de los cristianos veían en él gnosticismo no una versión distinta de su fe, sino una tergiversación que en realidad negaba esa fe.
Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que parecen haber sido escritos contra el gnosticismo al menos en la forma incipiente que asumió en la era apostólica. Así, por ejemplo, 1 Jn 4.1–3 señala que la distinción entre los espíritus procedentes de Dios y los falsos profetas está en que los primeros confiesan que Jesucristo ha venido en carne. En 1 Jn 2.22, cuando se dice que el mentiroso es el que niega que Jesús es el Cristo, es posible que esto se refiera al gnóstico Cerinto, quien establecía una distinción entre Jesús y Cristo (Juan, Epístolas De). También Puede Verse Una Oposición Al Gnosticismo En Colosenses y el Evangelio de JUAN.
Ante estas grades filosofías fue el comienzo del gran misterio de evangelio de Jesucristo, que la podemos comparar con nuestra época, en estos ultimo días del anuncio de la segunda venida de nuestro salvador, y llamamiento al arrepentimiento para vida eterna, aun los más opuestos son los llamados “cristianos” o denominaciones parecidas oponiéndose al verdadero evangelio de ser testigos hasta lo último de la tierra.

TESTIGOS EN JERUSALÉN.

Era menester empezar a dar testimonio en la ciudad que, enfurecida, había pedido la muerte del Hijo de Dios. "Los enemigos ha dicho Adolfo Monod se jactaban de haber desterrado a Cristo para siempre jamás; pero he aquí que reaparece en la escena, se pasea por las calles, visita el templo, cura los enfermos y perdona los pecados." Era en las personas de los suyos que el Señor se manifestaba de nuevo en la ciudad donde había sido desechado.
Cristo ascendió a los cielos desde Betania, la aldea de Lázaro, de Marta y de María, y de ahí sus discípulos se fueron a Jerusalén para esperar "la promesa del Padre", es decir, la venida del Espíritu Santo.
Diez días permanecieron juntos, hombres y mujeres, orando y velando. El día de Pentecostés, cincuenta días después de la muerte del Señor, vino un estruendo del cielo y la casa donde estaban reunidos se llenó como de un viento recio que corría, y se les aparecieron lenguas como de fuego que se asentaron sobre la cabeza de cada uno de ellos. Era la manifestación del Espíritu Santo asumiendo la forma de los elementos más poderosos de la naturaleza: el viento y el fuego.
El estruendo producido por el ímpetu del viento, atrajo una multitud al sitio donde estaban congregados. Como eran los días de una de las grandes solemnidades, se hallaban reunidos en Jerusalén judíos venidos de todos los países. Los discípulos habían recibido el don de lenguas, y la multitud estaba perpleja oyéndolos hablar idiomas desconocidos en Galilea y en Judea. Los más serios se detenían a pensar sobre lo que podía significar ese hecho tan raro, pero los frívolos se contentaban con decir que estaban llenos de mosto.
Pedro tomó la palabra, y este mismo hombre que tan pusilánime se había mostrado cuando negó a Cristo, lleno de poder y de vida, expuso a la multitud lo que aquel hecho significaba, recordándoles que el Cristo, al cual habían entregado y crucificado, había sido levantado por Dios, conforme a lo que los profetas habían hablado.
La multitud, compungida de corazón al oír sus palabras clamó diciendo: "Varones hermanos, ¿qué haremos?"
Pedro entonces les señala el camino del arrepentimiento, y tres mil almas en aquel día aceptan y confiesan a Cristo.
Así nació la iglesia de Jerusalén, iglesia llamada a tener una corta pero gloriosa carrera.
La vida de esta iglesia la tenemos narrada por San Lucas en estas palabras: "Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
"Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
"Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos" (Hechos 2:42, 47).
La primera iglesia cristiana era, como vemos, una iglesia que aprendía la doctrina escuchando la enseñanza de los apóstoles; una iglesia que vivía en comunión, celebrando sus cultos en los que eran la parte principal el rompimiento del pan y las oraciones; una iglesia que practicaba la fraternidad haciendo que los más pobres participasen de los bienes de los más afortunados. En la actividad exterior esta iglesia no cesaba de dar testimonio a los inconversos, y el poder de Dios se manifestaba obrando diariamente conversiones que venían a aumentar el número de los que componían la hermandad. En esta iglesia se ve en forma admirable: la vida religiosa, en su trato con Dios; la vida fraternal, en su trato con los hermanos, y la vida misionera, en su trato con el mundo.
Las pruebas destinadas a intensificar el fervor de los nuevos convertidos no se dejarían esperar mucho tiempo.
A raíz de la curación de un cojo de nacimiento a las puertas del templo, y de la predicación que siguió a este milagro, Pedro y Juan son encarcelados, y al día siguiente tienen que comparecer ante el Sanedrín. Este era un tribunal judío que funcionaba en Jerusalén y el cual los romanos habían respetado. Lo componían setenta y un miembros, de entre los ancianos, escribas y sacerdotes, bajo la presidencia del sumo sacerdote. Era el mismo tribunal ante el cual había comparecido el Señor. Pedro, lleno de Espíritu Santo, habló a este cuerpo, y allí levantó al Cristo, anunciando que "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos".
El Sanedrín les intimó que guardasen silencio, prohibiéndoles hablar en el nombre de Jesús, a lo que ellos contestaron que no era justo obedecer a los hombres antes que a Dios, y que no podían dejar de hablar de aquellas cosas que habían visto y oído.
Poco tiempo después es Esteban quien comparece ante el Sanedrín. Su testimonio fue noble, juicioso y brillante, pero la furia de los judíos se desencadenó sobre él.
Arrastrado fuera de la ciudad fue apedreado por la turba inconsciente. Después de haber invocado a Jesús e implorado que no les fuese imputado ese crimen a sus verdugos, "durmió".
El nombre Esteban significa corona. Hay una perfecta analogía entre el nombre que llevó en la tierra y la corona de la vida prometida por el Señor a los que son fieles hasta la muerte. Esteban fue el protomártir del cristianismo; primicias de aquella multitud que en todos los siglos y en todos los países moriría por el testimonio de Jesucristo.
El martirio de Esteban fue la primera señal de una violenta persecución que desoló a la iglesia de Jerusalén. Sus miembros, salvo los apóstoles, fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria.
Saulo de Tarso asolaba a la iglesia, entrando por las casas de los creyentes y encarcelando a hombres y mujeres.
Jacobo, hermano de Juan, murió mártir, cayendo bajo el cuchillo de Herodes. Pero a pesar de todo, Lucas pudo escribir estas líneas alentadoras: "Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba". Hechos 12:24.

SAN PABLO

Nada de exageración hay en las palabras del historiador Schaff cuando dice que San Pablo fue "el hombre que ha ejercido mayor influencia sobre la historia del mundo".
Este apóstol nació en la ciudad de Tarso de Cilicia. Sus padres eran judíos y se ignora desde qué época se hallaban habitando la culta ciudad helénica.
Si cuando Saulo se convirtió tenía, como es probable, unos treinta años, y si este hecho ocurrió alrededor de los años 36 ó 37 de la era cristiana, podemos fijar la fecha de su nacimiento, más o menos por el año 7, cuando Jesús contaba unos 10 u 11 años de edad, y vivía en Nazaret con sus padres.
El nombre Saulo significa deseado, de lo que algunos han inferido que su nacimiento fue objeto de anhelos que tardaban en realizarse. El nombre Pablo era probablemente el nombre latino con que era conocido entre los paganos de la ciudad.
La familia de Saulo militaba en las filas del fariseísmo, y el niño fue destinado a seguir la carrera de rabino. Con este fin se confió su preparación intelectual y religiosa al judío más ilustre de su tiempo, el célebre Gamaliel, a quien sus compatriotas llamaban "el esplendor de la ley".
Tenía en Jerusalén una escuela que contaba con 1.000 discípulos; 500 que estudiaban la ley del Antiguo Testamento, y 500 literatura y filosofía. El consejo prudente que dio al Sanedrín, cuando comparecieron los apóstoles (Hechos 5:3440), es un rasgo de la sabiduría que le caracterizaba. Pablo nos da cuenta de su educación a los pies del gran maestro, para quien siempre conservó la mayor veneración y estima. (Hechos 22:3.)
Además de sus estudios teológicos, Saulo tuvo que aprender un oficio manual. El mismo Gamaliel decía que el estudio de la ley, cuando no iba acompañado del trabajo, conducía al pecado. Los rabinos tenían que hallarse en condición de enseñar gratuitamente cuando fuese necesario, y por eso siempre adquirían un oficio con el cual poder ganar la vida. Saulo aprendió a coser tiendas, y sabemos cuán útil le fue este conocimiento cuando se vio privado de las riquezas terrenales que abandonó por amor a Cristo.
Varias expresiones de sus epístolas (por ejemplo, Tito 1:12), y su discurso en el Areópago de Atenas, demuestran que estaba familiarizado con la literatura griega que se leía y comentaba en sus días.
Su origen judaico, el ambiente helénico que le circundó en su infancia, y la ciudadanía romana que poseía por nacimiento (Hechos 22:25), le abrían todas las puertas y podía dirigirse a los sabios del más alto tribunal de Atenas, a los venerables ancianos del Sanedrín de Jerusalén, y a los soberbios romanos que componían el gran tribunal de Nerón, sin ser para ellos extranjeros.
Cuando Saulo estaba en todo el esplendor de su ardiente fariseísmo, la iglesia de Jerusalén llenaba la ciudad de la doctrina del Salvador. Saulo, furioso como un león rugiente, se constituyó en instrumento de la persecución.
Lucas en los Hechos, y Pablo mismo en sus Epístolas, nos dan un cuadro vivo de la actividad inquisitorial del joven fariseo.
Cuando Esteban era apedreado, Saulo estaba presente.
Lucas dice que Saulo "asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba hombres y mujeres, y los entregaba en la cárcel''. (Hechos 8:3.) Recordando su triste pasado, dice Pablo a los judíos: "Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret: lo cual también hice en Jerusalén; y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida potestad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados yo di mi voto".
(Hechos 26:9, 10.) De la frase "yo di mi voto" muchos intérpretes han deducido que Saulo era miembro del Sanedrín. Otros creen que es lenguaje figurado y que sólo alcanza a significar que aprobaba lo que se hacía. Estos actos fueron repetidos con frecuencia, pues él mismo dice: "Y muchas veces castigándolos por todas las sinagogas''.
El odio al Salvador y el carácter violento de sus persecuciones se ve en estas palabras: "Los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extrañas". Su fama de perseguidor era notoria aun fuera de Jerusalén. Ananías en Damasco pudo decir: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre." (Hechos 9:1314.) En la Epístola a los Gálatas dice: "que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la destruía". (Gal. 1:13.) En Filipenses 3:6, se llama a sí mismo "perseguidor de la iglesia".
Digamos, sin embargo, con F. Godet, que Saulo "persiguió con maldad, pero no por maldad. Le animaba la mejor intención del mundo, y creía estar sirviendo a Dios cuando defendía la teocracia, la ley y el templo.
Yendo Saulo ocupado en su tarea de perseguidor de los santos, Jesús le salió al encuentro en el camino de Jerusalén a Damasco, y le dijo: "Saulo, Saulo; ¿por qué me persigues?" Una luz superior a la del sol lo envolvió y él cayó herido de ceguera a causa del gran resplandor que había visto. Al caer Saulo, cayó juntamente todo el edificio de su fariseísmo, y la ceguedad que le hirió, dijo Crisóstomo, "fue necesaria para que pudiese alumbrar al mundo".
La conversión repentina de Saulo es una de las grandes pruebas del cristianismo. La crítica racionalista ha ensayado todas las explicaciones imaginables, pero tanto el genio y sutileza de Renán, como el de todos los que han pensado como él, han tropezado con dificultades nunca sospechadas, y se han visto vencidos por la realidad incontestable de un milagro evidente, hasta tener que llegar a la conclusión del alemán Baur quien dijo: "No se llega por ningún análisis psicológico ni dialéctico a sondear el misterio del acto por el cual Dios reveló su Hijo a Pablo".
El tímido redil del Señor no podía creer que el león se había convertido en cordero, pero la oportuna intervención de Bernabé hizo que Saulo fuese recibido por los apóstoles y reconocido como uno de los que habían pasado de muerte a vida.
Saulo estuvo algunos días con los discípulos en Damasco, luego pasó un período de tres años en Arabia, volvió a Damasco, visitó a Jerusalén y a Tarso, y después le hallamos en Antioquia, de donde irradiaría la luz suave y bienhechora del evangelio a todas partes del imperio romano.
San Lucas nos da cuenta de sus viajes atrevidos, largos, y frecuentes. En completa sumisión al Señor, iba Pablo, de ciudad en ciudad, predicando a Cristo crucificado. A veces su permanencia en un lugar era cosa de días, a veces de años enteros. Bernabé, Silas, Marcos, Timoteo, Lucas y otros le acompañaban en estas expediciones misioneras.
Lo hallamos en Tesalónica, en Corinto, en Atenas, en Éfeso, en Jerusalén, y finalmente en Roma. Las sinagogas de sus compatriotas, ya en aquel tiempo numerosas en todos los grandes centros de población, le presentaban la oportunidad de anunciar, "al judío primeramente", que no habiéndoles sido posible ser justificados por las obras de la ley, podían ahora creer en el Mesías que había sido crucificado, el justo por los injustos, y ser justificados por la fe. Pero como apóstol de los gentiles, de la sinagoga pasaba a las calles, a las casas, a los mercados, a las escuelas, y anunciaba aquella perfecta salvación que predicaba por mandato divino. Los azotes, las cárceles, los tumultos, las turbas enfurecidas, no le hacían desmayar, y como desafiando a todos estos obstáculos, seguía fielmente en su misión, sabiendo que era Dios quien le había encargado esa tarea, lo que le hacía exclamar: "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" El poder de Dios acompañaba su predicación, y las almas se agrupaban en torno suyo para oír la verdad que defendía con tanta vehemencia. Muchos judíos se convertían, rompiendo con el yugo de la ley, y muchos gentiles arrojaban a los topos y a los murciélagos sus ídolos de plata y de oro para convertirse y servir al Dios vivo y verdadero y esperar a su Hijo de los cielos.
Por todas partes se organizaban iglesias, a las cuales Pablo cuidaba desde lejos por medio de sus oraciones y de la enseñanza que les comunicaba en las epístolas que enviaba por mano de sus fieles colaboradores. Jamás hombre alguno supo estas en tantos lugares al mismo tiempo y extender su influencia a regiones tan dilatadas.
Los Hechos terminan con la llegada de Pablo a la ciudad de los Césares, donde, a pesar de estar preso, supo llenarlo todo del evangelio de Cristo, consolar a los que venían a verle, y proseguir su actividad literaria, produciendo las páginas más sublimes que hayan sido escritas por la mano del hombre.
La historia de los últimos años de la vida de San Pablo, es decir, desde su llegada a Roma hasta su muerte, se halla envuelta en la niebla de la tradición, y el historiador no teniendo ya a un Lucas que le guíe, tiene que seguir a tientas por el camino cuyo plano desea trazar.
Dejemos aquí a nuestro héroe para volver a él más adelante.

EL PRIMER COMBATE EN ROMA.

Nunca ha podido comprobarse quienes fueron los primeros que sembraron en Roma la simiente del evangelio, pero como esta ciudad era el centro a donde iban a parar todas las cosas buenas y malas que producía el mundo, no está fuera de lugar suponer que algunas personas que conocieron el camino de la vida en Oriente, habiéndose radicado en Roma, por razones de comercio y de trabajo, fueron los primeros en dar testimonio y ser el principio de la fundación de una iglesia cristiana.
Los sostenedores del papado han hecho esfuerzos para demostrar que San Pedro llegó a Roma por el año 42, siendo Claudio emperador, donde hubiera permanecido 25 años, y atribuyen a sus trabajos apostólicos el origen de la iglesia en esa ciudad: "La mayoría de los escritores católicos, serios dice F. Godet, e independientes, combaten hoy día la idea de la permanencia de Pedro en Roma bajo el reinado de Claudio."
Duchesne, en su obra famosa puesta en el índice, a pesar de su predisposición al romanismo, como fiel historiador dice: "¿Por qué manos fue arrojada la simiente divina en esta tierra (Roma), en la cual tenía que dar frutos tan prodigiosos? Probablemente siempre lo ignoraremos.
Cálculos muy poco fundados para merecer el sufragio de la historia, conducen al apóstol Pedro a Roma a principios del gobierno de Claudio en el 42 o bajo Calígula (39)."
Como dice un antiguo testimonio, la fe cristiana se arraigó en Roma "sin ningún milagro y sin ningún apóstol".
La Epístola de San Pablo a los Romanos es una prueba de que Pedro no fue el fundador de la iglesia en esa ciudad y de que no residía en Roma cuando la Epístola fue dirigida.
San Pablo, que tenía por norma no edificar sobre ajeno fundamento, no hubiera escrito esa Epístola de carácter doctrinal a una iglesia que fuera el fruto de los trabajos de su colega, y mucho menos hubiera dejado de mencionarlo en las salutaciones que figuran en el último capítulo.
Sin la intervención de Pedro, ni de Pablo, ni de ninguno de los apóstoles; sin clero, sin jerarquías, sin autoridades eclesiásticas, la iglesia en Roma florecía y daba un testimonio poderoso de la fe que profesaba. Por todas partes se extendía su fama, y una propaganda activa se llevaba a cabo en aquel foco de idolatría y corrupción.
La llegada de Pablo, aunque prisionero, contribuyó a que muchos fuesen ganados al Señor, lo que le permitió que desde el pretorio pudiese escribir estas palabras a los cristianos de Filipos: "Las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio."
Renán describe así los adelantos del cristianismo en Roma: "Los progresos eran extraordinarios; hubieran dicho que una inundación, largo tiempo detenida, hacía al fin su irrupción. La iglesia de Roma era ya todo un pueblo. La corte y la ciudad empezaban ya seriamente a hablar de ella; sus progresos fueron algún tiempo la conversación del día".
"En cuanto al populacho agrega el mismo autor soñaba con hazañas imposibles para ser atribuidas a los cristianos. Se les hacía responsable de todas las calamidades públicas. Se les acusaba de predicar la rebelión contra el Emperador y de tratar de amotinar a los esclavos. El cristianismo llegaba a ser en la opinión lo que fuera el judío en la Edad Media: el emisario de todas las calamidades, el hombre que no piensa más que en el mal, el envenenador de fuentes, el comedor de niños, el incendiario.
En cuanto se cometía un crimen, el más leve indicio bastaba para detener a un cristiano y someterlo a la tortura. En repetidas ocasiones, el nombre de cristiano bastaba por sí solo para el arresto. Cuando se les veía alejarse de los sacrificios paganos, se les insultaba. En realidad la era de las persecuciones estaba ya abierta."
Los romanos hasta entonces no se habían levantado contra los cristianos. Para ellos el cristianismo era una secta judía, y como el judaísmo era lícito, no hallaban motivos para molestar al nuevo partido. Pero bien pronto las cosas cambiarían de tono. Vemos los acontecimientos que precedieron y prepararon la violenta tempestad que iba a desencadenarse sobre la iglesia de Roma.
El año 54 subió al trono Nerón, cuando sólo contaba diecisiete años de edad. Las intrigas de su madre Agripina le pusieron al frente de los destinos del mundo. Desde un principio reveló un carácter extravagante que ha permitido que se dijera de él, que era un personaje carnavalesco, una mezcla de loco y de bufón, revestido de la omnipotencia terrenal y encargado de gobernar al mundo. Para él la virtud era una hipocresía, y en el mundo no había oirá cosa de valor sino el teatro, la música y las artes.
Era un desgraciado embriagado de su propia vanagloria, consagrado a buscar los aplausos de una multitud de aduladores. Formó la compañía llamada de los "caballeros de Augusto'' cuya misión era la de seguir al loco emperador a todos sus actos de exhibición, y aplaudir cualquier travesura que imaginase. Roma vio a su emperador ocupado en la tarea de conducir carros en el circo; cantar y declamar en las tribunas, y disputarse los premios musicales. Salía a pescar con redes de oro y cuerdas de púrpura, y para ganar mayor popularidad hacía viajes por las provincias con el único fin de exhibir en los teatros sus dotes de artista y declamador.
A estos actos de locura hay que añadir otros de crueldad, tales como el asesinato de su propia madre Agripina y el de su esposa Octavia, y la muerte de la bella Popea, a la que mató de un puntapié en el vientre.
El pueblo, por su parte, seguía entusiasta las locuras de Nerón. Ya no se contentaba con oír a los artistas declamar sobre cosas obscenas; quería verlas representadas en cuadros vivos, y las multitudes de Roma, hombres y mujeres, llenaban los centros de espectáculos escandalosos. La corrupción no podía ser más espantosa.
La gloria del teatro llegó a ser, en aquellos días de decadencia, la mayor gloria a que podían aspirar los romanos. El circo, donde luchaban hombres y fieras, era el centro de la vida. El resto del mundo sólo había sido hecho para dar mayor esplendidez a los torneos. El soberano presidía todas las fiestas, y consideraba que ésa era su principal ocupación y su mayor gloria. En Roma sólo se hablaba de la fiesta que había terminado y de la que seguiría inmediatamente. La vida era para todos sólo una larga y fuerte carcajada.
Pero Nerón tenía también gusto artístico, y aspiraba a transformar la ciudad. Sus planes eran tan vastos que todo lo que había le estorbaba. Quería hacer una ciudad nueva que marcase una nueva época en la historia, y que llevase su nombre: Nerópolis.
La morada imperial la encontraba muy estrecha. Deseaba verla desaparecer, pero no pudiendo llegar a tanto, se ocupó en transformarla. Quería sobrepasar a los palacios fabulosos de las leyendas asirías. La llenó de parques inmensos, y de pórticos de dimensiones increíbles, y de lagos rodeados de ciudades fantásticas. Pero todo eso no le bastaba y quería que su morada pudiese ser llamada "la casa de oro".
Para llevar a Roma la idea que ardía en su candente imaginación, tenía que hacer desaparecer templos que eran mirados como sagrados, y palacios históricos que jamás Roma hubiera permitido tocar. ¿Cómo hacer desaparecer esos obstáculos? Nerón concibió la tremenda idea de incendiar la ciudad.
Un voraz incendio, que se manifestó simultáneamente en muchas partes de la ciudad, convirtió a Roma en una inmensa hoguera, el 19 de julio del año 64. Las llamas, devorando todo lo que encontraban, subían las colinas y descendían a los valles. El Palatino, el Velabro, el Foro, los Cariños, sufrieron los desastrosos efectos del incendio.
El fuego seguía su marcha atravesando la ciudad en todas direcciones, y durante seis días y siete noches caían miles de edificios que quedaban reducidos a escombros. Los montones de ruinas detuvieron el fuego, pero volvió a reanimarse y prosiguió tres días más. Los muertos y contusos eran numerosísimos.
Nerón, que se había ausentado para alejar las sospechas que caerían sobre él, regresó a tiempo para ver el incendio.
Se dijo que desde las alturas de una torre, y vestido con traje teatral contempló el espectáculo, y cantó con la lira una antigua elegía. Si esto es leyenda, tiene el mérito de pintar el carácter diabólico de este hombre siniestro.
Nadie se preguntaba quién era el autor del incendio. Las pruebas que hacían al emperador responsable eran más que evidentes. Roma estaba indignada a la vez que cubierta de luto. Todo lo quesería de grande y sagrado había desaparecido o estaba carbonizado. Las antigüedades más preciosas, las casa de los padres de la patria, los objetos sagrados, los arcos de triunfo, los trofeos de las victorias, el templo levantado por Evandres, el recinto sagrado de Júpiter, el palacio de Numa, en una palabra, todo se hallaba perdido o inutilizado.
Nerón pensó entonces en hacer caer sobre otros la culpa que la opinión unánime hacía caer sobre él. Necesitaba víctimas, y su mente diabólica pensó en los cristianos. El público estaba predispuesto a cualquier acto hostil a la iglesia, de modo que Nerón sólo tuvo que encender la mecha para que estallara la bomba bien repleta de odio a los cristianos. Las clases cultas no creían que eran éstos los autores del incendio, y de entre el populacho muy pocos lo creyeron; pero el mal no tenía remedio, de manera que había que conformarse con sacar el mejor partido posible, y nada más oportuno que hacer descargar el odio contra la secta despreciada. ¿No habían visto a los cristianos mirar con indiferencia los monumentos del paganismo? ¿No decían éstos que todo estaba corrompido y que todo sería destruido por fuego?
El pueblo desencadenó su furia contra los mansos y humildes discípulos del Salvador. Nunca se conocerá el número de víctimas que perecieron en esta persecución. Actos de la más brutal crueldad se llevaron a cabo con hombres y mujeres. Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus Anales el salvajismo y crueldad que deleitaron a la población.
Los cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras en el anfiteatro, para apagar la sed de sangre de cincuenta mil espectadores; y para satisfacer las locuras del emperador se alumbraron los jardines de su mansión con los cuerpos de los cristianos que eran atados a los postes revestidos de materiales combustibles, para encenderlos cuando se paseaba Nerón en su carro triunfal entre estas antorchas humanas, y la multitud delirante que presenciaba y aplaudía aquellas atrocidades.
Concluyamos estos renglones diciendo con Tertuliano, que basta saber que Nerón haya despreciado al cristianismo, para estar cierto de que es bueno porque Nerón despreció todo lo bueno.

ÚLTIMOS DÍAS DE SAN PABLO.

"Una suerte realmente extraña dijo Renán ha querido que la desaparición de estos dos hombres (Pedro y Pablo) quedara envuelta en el misterio." Luego, reconociendo el valor histórico de los libros del Nuevo Testamento, agrega:
"A fines del cautiverio de Pablo, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas nos faltan a la vez. Caemos repentinamente en una noche profunda, que contrasta singularmente con la claridad histórica de los diez años precedentes."
Conybeare y Howson, con su obra monumental e insuperable sobre la Vida y Epístolas de San Pablo, serán nuestros guías a través de las tinieblas que rodean a esta época de la vida del apóstol.
Recordemos que los Hechos terminan dejando al apóstol preso en el pretorio de Roma, viviendo, sin embargo, con relativa libertad en la casa que tenía alquilada, donde quedó dos años recibiendo a los que acudían a él.
La vida de Pablo no termina ahí. ¿Qué siguió después? El testimonio de más valor que existe es el de Clemente de Roma, que se supone fue discípulo de Pablo y ser el mismo que figura en Fil. 4:3. Este, escribiendo desde Roma a Corinto, dice que Pablo predicó el evangelio "en Oriente y Occidente" y que "instruyó a todo el mundo", es decir, al Imperio Romano, y que "fue hasta la extremidad de Occidente'', antes de su martirio. "Extremidad de Occidente", no puede significar otra cosa sino España, y en esto vemos el cumplimiento de los anhelos que expresa Pablo cuando escribe a los Romanos (Cap. 15:2428).
EL CANON DE MURATORÍ, un documento perteneciente al año 170, habla también del viaje de Pablo a España.
Eusebio dice: "Después de defenderse con éxito, se admite por todos, que el apóstol fue otra vez a proclamar el evangelio, y después vino a Roma, por segunda vez, y sufrió el martirio bajo Nerón."
De modo que lo que sigue al relato en los Hechos es el juicio de Pablo ante Nerón. Sabía que su vida no estaba en las manos de este tirano, que su Señor lo cuidaba desde el cielo y que no lo dejaría hasta que hubiese cumplido su carrera. Por otra parte para él "morir es ganancia", y el semidiós ante quien comparecía era sólo uno de "los príncipes de este siglo que se deshacen." Pero como no hallaron en él crimen, fue absuelto y puesto en libertad.
Hay que recordar que este juicio tuvo lugar a principios del año 63, antes que estallara la gran persecución del año 64, que siguió al incendio de Roma.
Al ser puesto en libertad, no fue luego a España, como sería fácil suponer. El cuidado de las iglesias le llamaba al Oriente. Hizo un viaje por el Asia Menor, de acuerdo con los deseos expresados desde su prisión, en la Epístola a Filipenses, cap. 2:24 y en Filemón 22, Después de cumplir con esta misión para con las iglesias, pudo pensar en efectuar el tan anhelado viaje a la Península Ibérica. No es probable que haya pasado por Roma, porque en ese tiempo Nerón, como un león rugiente, perseguía a los santos. Es lo más probable que en
Oriente se haya embarcado para Massilla (la Marsella moderna), y de Massilla a España, llegando el año 64.
Después de permanecer unos dos años en España, Pablo volvió a Éfeso donde tuvo que ver con dolor que se habían cumplido sus predicciones a los ancianos de aquella iglesia. Los lobos rapaces que no perdonaban el rebaño se habían levantado por todas partes, y la siembra de la cizaña había seguido a la de la buena simiente. Siempre viajaba, a pesar de su edad ya avanzada, y parece que en Nicópolis fue prendido, encarcelado y conducido a Roma.
En esta segunda prisión, Pablo se encuentra en condiciones más desfavorables que cuando fue preso a Roma la primera vez. La iglesia en esa ciudad estaba desolada por la persecución. Cualquiera podía impunemente maltratar a un cristiano. Cinco años antes predicaba en su prisión y recibía a los judíos influyentes de Roma, pero ahora se halla en "las prisiones a modo de malhechor." Era peligroso declararse cristiano y difícil hallarlo entre la multitud de presidiario. Onesíforo, el que no se avergonzó de la cadena de Pablo (2 Tim. 1:16), tuvo que buscarlo "solícitamente" para poder hallarlo.
No sabemos qué clase de cargos hacían a Pablo, pero en esos días, bajo Nerón, se requería muy poca cosa para condenar a un cristiano a muerte, mayormente si se trataba de uno de los más prominentes. Bastaba acusarle de propagar entre los reñíanos una religión no reconocida por el estado (religio nova et illicita) para que la sentencia de muerte cayese despiadadamente. Los judíos prominentes de Jerusalén no pudieron conseguir que Pablo fuese condenado en su primer juicio, pero ahora cualquier delator podría haberlo logrado. Esta vez no tenía que comparecer delante de Nerón mismo, sino delante del prefecto (Praefectus Urbis). Sabemos algo del juicio, por lo que Pablo mismo escribió a Timoteo (2ª Tim. 4:16, 17).
En esa hora de peligro faltó el hermano, faltó el amigo, faltaron todos. Pero el mejor intercesor y abogado estuvo a su lado dándole fuerzas para llevar la cruz hasta el fin de la carrera. De la frase "todos los gentiles la oyesen" se ha inferido que habló ante una gran multitud, y que su juicio tuvo lugar en el Foro. El tribunal no falló en esa ocasión y Pablo fue de nuevo a la cárcel. Fue entonces cuando escribió la Segunda Epístola a Timoteo. No esperaba ser absuelto, como lo esperaba y lo fue en su causa anterior.
Sabía que la sentencia pronunciando la pena capital era inevitable y la veía venir con toda serenidad, porque estaba pronto a recibir todo lo que su Señor le mandase.
Sabía que sólo saldría de la prisión para ir al encuentro de la muerte Entonces escribió a Timoteo estas palabras de triunfante esperanza, que han encendido los corazones de millares de mártires en la hora dura de la prueba.
En medio de las pruebas tenía un hermano fiel que estaba a su lado y le era de gran consuelo. Era el "médico amado", Lucas, su viejo compañero.
Parece que, viendo que el proceso seguía su marcha muy lentamente, esperaba quedar algún tiempo con vida. Por eso pide a Timoteo, su hijo espiritual, que le traiga el capote, los libros, y mayormente los pergaminos.
Pide a Timoteo que procure venir presto a él. Este deseo es el último que expresó el apóstol en sus escritos. Hay algunos indicios que permiten suponer que el viejo Pablo pudo ver y abrazar a su querido Timoteo antes de morir.
La sentencia de muerte fue pronunciada. La ciudadanía romana le libró de una muerte ignominiosa y de la tortura, tan fácilmente aplicada a los cristianos que morían por su fe Fue decapitado fuera de las puertas de la ciudad, en la vía de Ostia, donde existe una pirámide de aquella época, único testigo de la muerte de Pablo. Sus hermanos en la fe tomaron el cadáver que se supone fue sepultado en las catacumbas.
Así murió Pablo, apóstol y mártir, dejando a la cristiandad el precioso legado de sus trabajos apostólicos, de su intenso amor a la causa del Señor, y el ejemplo de una vida consagrada a la misión que le fue confiada. Entre los grandes testigos del Señor ocupará siempre el primer lugar.

ÚLTIMOS DÍAS DE SAN PEDRO.

Muy poco se sabe sobre los últimos días de este noble apóstol que desempeñó una parte tan importante entre los doce, y que tan gloriosamente actuó en los primeros días de la iglesia de Jerusalén.
Si recordamos que a él le fue encomendada la predicación del evangelio a los judíos, no está fuera de lugar suponer que se dedicó a viajar para llevar el divino mensaje a los israelitas esparcidos por todo el mundo.
Descartada como leyenda la infundada tradición de los veinticinco años de residencia en Roma, surge la pregunta: ¿qué hizo Pedro, y dónde estuvo todo el tiempo que transcurre entre los últimos datos que de él tenemos en el libro de los Hechos, y su muerte? La mejor respuesta a esa pregunta la tenemos en su Primera Epístola. En el último capítulo leemos la siguiente salutación: "La iglesia que está en Babilonia, juntamente con vosotros os saluda." De ahí se desprende que Pedro se hallaba en la Mesopotamia, donde residían numerosos israelitas, a los cuales seguramente él estaba evangelizando, sin dejar por eso de hacer la misma cosa entre los gentiles de esa región. Los romanistas, en su desesperación por demostrar que Pedro estaba en Roma, dan al nombre de Babilonia un sentido simbólico, sosteniendo que significa Roma. En el
Apocalipsis es evidente que Babilonia es el nombre con que se designa la ciudad de los Césares, pero es del todo contrario a una sana regla de interpretación, querer ver símbolos en unas sencillas palabras de salutación fraternal.
En la misma Epístola vemos también que ésta fue dirigida "a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia". Como no es lógico suponer que se dirija una carta de esta índole a personas o agrupaciones desconocidas, es también lógico admitir que Pedro haya trabajado en esas regiones durante el período que nos ocupa.
Tocante a su muerte, todo conduce a suponer que murió crucificado. Una semi-prueba la tenemos en el evangelio según San Juan. Ahí leemos estas palabras que el Señor dirigió a Pedro.
Pero iba a "glorificar a Dios" por medio de la muerte, es decir, iba a sufrir el martirio. Vemos que iba a “extender sus mano”. Los romanos acostumbraban, dicen autores antiguos y modernos, hacer que los condenados a la crucifixión llevasen por el camino una especie de yugo atado a los brazos extendidos, para representar por medio de esta postura la clase de suplicio que iban a sufrir.
El testimonio de varios autores de los tiempos primitivos: Tertuliano, Orígenes, Eusebio, agrega más pruebas a la creencia que prevalecía, en los primeros siglos, de que Pedro murió crucificado, y era también admitido que a pedido suyo lo fue con la cabeza hacia el suelo.

JACOBO.

La iglesia de Jerusalén seguía prosperando bajo la dirección y pastorado de Jacobo. ¿Quién es este Jacobo que desempeña un papel tan importante en esta iglesia?
No hay que confundirlo con ninguno de los dos apóstoles de este nombre: Jacobo hijo de Zebedeo, ni Jacobo hijo de Alfeo (Mateo 10:2, 3). Se trata de Jacobo "el hermano del Señor" (Gal. 1:19) autor de la Epístola de Santiago. Hay que tener presente que Santiago y Jacobo es un mismo nombre.
Jacobo, el hermano del Señor, no figura entre los discípulos sino después de la resurrección de Cristo. Es probable que haya sido uno de los que no querían creer en la misión mesiánica de Jesús (Juan 7:5), pero que vencido por la realidad de la resurrección (13 Cor. 15:7) no pudo menos que convertirse y entrar a actuar con los discípulos. Pronto ocupa un lugar prominente entre los hermanos y los apóstoles. Su nombre es mencionado por Pedro al salir de la cárcel: "Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos." (Hechos 12:17.) Pablo, al hablar de las columnas de la iglesia de Jerusalén, lo nombra antes que a Pedro y Juan (Gal. 2:9).
En la conferencia de Jerusalén (Hechos 15) también toma parte activa, y muchos suponen que fue el que presidió la reunión. Cuando Pablo fue a Jerusalén por última vez (Hechos 21:18) fue a visitar a Jacobo, y los ancianos de la iglesia se reunieron en su casa.
Según atestiguan muchos escritores de los primeros siglos, Jacobo (o Santiago) llevaba una vida completamente ascética, lo que le daba acceso a los judíos no convertidos.
Se privaba de todo lo que constituye algún placer o comodidad, y su fama de hombre santo era popular en la ciudad donde era conocido bajo el sobrenombre de Justo.
Nunca renunció al rigorismo de la ley Mosaica de la cual no se consideraba completamente desligado aunque había abrazado la fe cristiana. La epístola por él escrita confirma estos testimonios sobre su carácter austero.
Acerca de su muerte, se sabe que sufrió el martirio, siendo lapidado cerca del Templo. Josefo hace sobre su muerte el siguiente relato: "Anano (o Hanán), que tomó el cargo de sumo sacerdote, era un hombre audaz, altanero y muy insolente. Era de la secta de los saduceos, quienes sobrepasan a todos los judíos en la manera cruel con que tratan a los culpables. Pensó que era el momento oportuno para ejercer su autoridad. Festo había muerto, y Albino, que había sido enviado a Judea para sucederle, estaba en viaje. Así que él reunió el Sanedrín e hizo comparecer al hermano de Jesús, llamado Cristo, cuyo nombre era Jacobo, y a varios otros de sus compañeros, y habiendo formulado una acusación contra ellos como quebrantadores de la ley, los entregó para ser apedreados."
(Antigüedades 20:9). Se dice que murió a la edad de noventa y seis años.
Renán hablando de su muerte dice: "La muerte de este santo personaje hizo el peor efecto en la ciudad. Los devotos fariseos, los estrictos observadores de la ley, se sintieron muy descontentos. Jacobo era universalmente estimado; se le tenía por uno de los hombres cuyas plegarias eran de suma eficacia Casi todo el mundo estuvo de acuerdo en pedir a Herodes Agripa II que pusiera límites a la audacia del sumo sacerdote. Albino tuvo conocimiento del atentado de Anano, cuando ya había salido de Alejandría con dirección a Judea. Escribió a Anano una carta amenazadora; después lo destituyó. Por consiguiente Anano fue sumo sacerdote sólo tres meses."

DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN.

No está fuera de lugar ocuparnos ahora de los acontecimientos relacionados con la guerra de Judea, y en particular con la destrucción de Jerusalén.
Cuando Félix era gobernador de Judea, hubo una disputa entre judíos y sirios acerca de la ciudad de Cesárea.
Ambos partidos pretendían que les pertenecía. De las palabras pasaron a los hechos, tomando las armas unos contra otros. Félix puso fin a la contienda mandando a Roma delegados de ambos partidos para someter el caso al emperador. Este falló en favor de los sirios, y cuando, el año 67, la noticia llegó a Judea, estalló inmediatamente la rebelión. Sirios, judíos y romanos se mezclaron en la sangrienta revuelta, que asumió bien pronto un carácter alarmante. Las aldeas eran teatro de escenas horripilantes.
El mar de Galilea, donde Jesús había predicado sobre el reino de los cielos, estaba teñido de sangre y cubierto de cadáveres flotantes. Una gran victoria de los judíos sobre las tropas romanas, mandadas por Cestio, dio impulsos a la rebelión, que se generalizó en todo el país. Los hombres sensatos veían que todo aquello era un esfuerzo estéril, porque tarde o temprano tenían que sucumbir bajo los dardos de los romanos; pero ya por patriotismo, ya por el impulso de las circunstancias, no pudieron hacer otra cosa sino tomar parte en la guerra. Uno de éstos fue el célebre Josefo, quien tan grandes servicios prestaría a la historia, y a quien le fue confiado el comando de las fuerzas que actuaron en Galilea.
La noticia del levantamiento de Judea llegó a Roma cuando el loco emperador Nerón estaba ocupado en los preparativos de un viaje a Grecia donde, seguido de un gran séquito de aduladores, iba a lucir sus dotes de artista, disputándose todos los premios ofrecidos en los concursos.
Con gran acierto confió al viejo militar Vespasiano el mando de las legiones que tenían que ir a subyugar a Judea. Vespasiano mandó a su hijo Tito hasta Alejandría para reunir las fuerzas que había en aquella región, y él, cruzando el Helesponto o Dardanelos, siguió por tierra a Siria. Juntando las fuerzas de Tito, de Antonio, de Agripa y de Soheme, y cinco mil hombres más mandados por los árabes, Vespasiano emprendió la reconquista al frente de unos 60.000 hombres.
Empezó la guerra en Galilea, donde Josefo oponía una heroica y bien estudiada resistencia. La lucha fue ardua pero Josefo tuvo que ceder el terreno a los vencedores, huyendo a una caverna en la que pasó un tiempo escondido con unos cuarenta hombres que le siguieron.
Como Vespasiano le ofreciese toda clase de seguridades concluyó por entregarse, y desde entonces aparece siempre al" lado de los Flavios Vespasianos, tanto en el sitio de Jerusalén, como después de pacificado el país, en honor de los cuales Josefo añadió a su nombre el de Flavio.
Desde el punto de vista patriótico ha sido muy censurada la conducta de Josefo, pero uno no puede menos de ver la mano de Dios obrando para que este ilustrado judío fuese testigo ocular de la guerra que daría un fiel cumplimiento a las palabras proféticas de Jesucristo acerca de Jerusalén y del pueblo elegido.
Mientras los ejércitos dominaban el país, la guerra civil se había declarado en Jerusalén. Tres partidos se disputaban el poder. Se vivía bajo el régimen del terror. La aristocracia había sido derrocada, y un populacho salvaje, encabezado por un tal Juan de Giscala, encuartelado en el templo, dominaba la ciudad. En otro distrito de la ciudad mandaba un tal Simón. El sumo sacerdote, los principales escribas y fariseos, y todos los grandes aristócratas de Jerusalén fueron muertos, y sus cadáveres arrastrados por las calles y arrojadas fuera del muro. Grande fue la impresión de la población cuando vio la suerte que tocó a estos orgullosos señores, a quienes habían visto revestidos de espléndidos trajes talares, y a quienes ahora veían tendidos desnudos por las calles. Muchos de ellos eran los mismos que habían condenado a Cristo, a Esteban y a Jacobo.
Aquello era la abominación predicha por el profeta Daniel.
Los cristianos se acordaron de las palabras del Maestro: “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes”. (Mat. 24:16.) No sin dificultades fue la huida de los cristianos, pero lograron salir y juntarse en Pella, una ciudad de la región montañosa de Perea, donde pudieron permanecer libres de los males que azotaban a Jerusalén.
La huida tuvo lugar en el año 68. La iglesia vivió sostenida casi milagrosamente, y continuó su obra en toda la región transjordánica.
En este tiempo Vespasiano fue proclamado emperador y, teniendo que volver a Roma, dejó a cargo de su hijo Tito la terminación de la guerra.
Los romanos avanzaron y de pronto Jerusalén se vio sitiada por las fuerzas de Tito. Jesús había predicho la ruina de la ciudad cuando lloró sobre ella, diciendo lo que consta en Lucas 19:4244.
Josefo nos ha dejado un minucioso relato del sitio y destrucción de Jerusalén, y es admirable la semejanza que existe entre la profecía de Cristo y los hechos narrados por este historiador.
Como el sitio se prolongaba, las provisiones empezaron a escasear. Los soldados rebuscaban todos los rincones de las casas, quitando a las familias los víveres de que disponían "Les hacían sufrir tormentos inauditos dice Josefo aunque más no fuese que para hacerles confesar que tenían escondido un pan o un puñado de harina". "A los pobres les quitaban los yuyos que con peligro de sus vidas juntaban durante la noche, sin escuchar los ruegos que les hacían, en nombre de Dios, para que les dejasen siquiera una pequeña parte, y creían que les hacían una gran merced con no matarlos después de robarles."
Sobre los sufrimientos dentro de la ciudad, bajo el terror implantado por Juan de Giscala y Simón, dice el citado historiador: "Sería entrar en una tarea imposible detallar particularmente todas las crueldades de esos impíos. Me contento con decir que no creo que desde el comienzo de la creación del mundo se haya visto a una ciudad sufrir tanto, ni otros hombres en los cuales la malicia fuese tan fecunda en toda clase de maldades "' Estas palabras de Josefo hacen recordar el anuncio profético de Cristo:
"Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá." (Mateo 24:21.)
Muchos trataban de salir de la ciudad en busca de víveres, y caían en poder de los sitiadores. Como era difícil guardarlos a causa del gran número, los crucificaban frente a los muros de la ciudad, con el fin de atemorizar a los de adentro No pasaba día sin que tomasen quinientos y aun más de entre estos que procuraban huir. Tito era un hombre tan magnánimo cómo es posible serlo en tales circunstancias, y sufría con los actos de crueldad que tenía que presenciar, y que por la ley implacable de la guerra no le era posible remediar. Los soldados romanos hacían sufrir horriblemente a los pobres que eran crucificados.
"No había bastante madera para hacer cruces dice Josefo ni sitio donde colocarlas."
Oigamos aún a Josefo: "Los judíos, viéndose encerrados en la ciudad, desesperaron de su suerte. El hambre, cada vez peor, devoraba familias enteras. Las casas estaban llenas de cadáveres de mujeres y de niños, y las calles, de los de los ancianos. Los jóvenes iban cayéndose por las plazas públicas. Se les hubiera creído más bien espectros que personas vivas. No tenían fuerzas para enterrar sus muertos, y aunque la hubieran tenido, no habrían podido hacerlo a causa del gran número, y porque no sabían cuántos días de vida les quedaban a ellos. Otros se arrastraban hasta el lugar de la sepultura para esperar allí la muerte."
"Al principio se hacía enterrar los muertos por cuenta del tesoro público, para librarse de la hediondez. Pero no siendo posible continuar cumpliendo con esta tarea, los arrojaban por encima del muro a los valles. El horror que tuvo Tito al ver llenos estos valles, cuando rodeaba la plaza, y la putrefacción que salía de tantos cadáveres le hizo lanzar un profundo suspiro: levantó las manos al cielo y llamó a Dios por testigo de que no era él el causante de aquello."
Josefo, desde el muro, hablaba a los sitiados para persuadirlos de que era inútil continuar la resistencia, pero era desoído. Tito quería evitar escenas desgarradoras, pero la tenacidad de los sitiados hacía imposible todo arreglo.
Los que podían huir de la ciudad tragaban monedas de oro para encontrarse con algún dinero cuando éste fuese de utilidad. Los soldados llegaron a saberlo y entonces comenzaron a abrir el vientre de todos los que caían en su poder para apoderarse de aquel dinero. Los árabes y los sirios fueron los que más se ejercitaron en esta crueldad, fruto de la avaricia. En una sola noche más de dos mil infelices murieron de este modo. Cuando Tito tuvo conocimiento de esto, castigó severamente a los culpables.
Las poderosas máquinas guerreras de los romanos lograron abrir una brecha en los muros, y los soldados avanzaron. La resistencia no pudo ser muy heroica debido al estado de debilidad en que se hallaban los combatientes judíos. Fortaleza tras fortaleza fue cediendo al empuje vigoroso de los vencedores. Los secuaces de Juan de Giscala, atrincherados en el templo, hacían sus últimos esfuerzos.
Tito había resuelto salvar el templo. No quería que esa maravilla del mundo fuese destruida. Pero un soldado arrojó una antorcha encendida y el incendio del templo se inició con rapidez. Tito, en este momento, estaba descansando en su tienda. Al saberlo corrió al templo y ordenó que se detuviese el fuego; todo fue inútil. Uno mayor que Tito había dicho: "No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada."
Esto ocurría el año 70 de nuestra era. Las víctimas de esta espantosa catástrofe llegaron a 1.100.000, entre hombres, mujeres y niños, y si se agregan los que murieron en los combates precedentes, el número asciende a 1.357.000, según los cálculos de Josefo. 90.000 fueron vendidos como esclavos.
Así terminó Jerusalén. Cuarenta años antes, frente al palacio de Pilato, al pedir la muerte de Jesús, sus habitantes habían clamado: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos." (Mat. 27:25.) ¡Jamás imprecación alguna tuvo un cumplimiento tan evidente!

JUAN, ÉL APÓSTOL.

En el último período de su vida, Juan, "el discípulo amado", aparece en Éfeso, ciudad donde actuó durante muchos años, ejerciendo una influencia saludable y bienhechora sobre todas las iglesias del Asia Menor.
La cizaña sembrada por el enemigo en aquellas regiones, donde Pablo y otros habían introducido el evangelio, puso a Juan en la necesidad de estar siempre alerta contra los errores nacientes. Las sectas llamadas ebionitas hacían una activa propaganda judaizante, procurando imponer a los cristianos el yugo de la ley, que los mismos judíos no habían podido soportar. Para ellos, Cristo quedaba reducido a un profeta como Samuel, Isaías u otro, y su origen divino, si no negado, era completamente olvidado o mal entendido. Por otra parte los gnósticos, que aparecen con más pujanza en el siglo segundo, ya habían empezado a manifestarse. Para éstos, la humanidad de Cristo no era cosa importante, y la persona histórica del Nazareno se pierde en el éter de las especulaciones falsamente llamadas filosóficas. Fue especialmente para contestar a la propaganda gnóstica que Juan escribió sus Epístolas.
Durante su permanencia en Éfeso, Juan escribió el Evangelio que lleva su nombre.
Los antiguos autores cristianos refieren muchas anécdotas relacionadas con los últimos años de la vida de este apóstol, pero es difícil saber si son dignas de crédito.
Dicen que cuando era muy anciano, no pudiendo caminar, lo llevaban a las reuniones, y él se ponía de pie y pronunciaba estas palabras: "Hijitos, amaos los unos a los otros". Su corto sermón lo repetía cada vez que se le presentaba la oportunidad de hacerlo, y decía, que si los creyentes aprendían a amarse mutuamente, todas las demás cosas resultarían fáciles. Se cree que fue una de las víctimas de la persecución de Domiciano.
Los emperadores que hubo entre Nerón y Domiciano, estuvieron tan ocupados con los asuntos del estado y en las intrigas de la baja política, que no pudieron prestar atención al movimiento cristiano. Pero Domiciano abrió un nuevo período de amarguras a los discípulos de Cristo.
Se llama segunda persecución la que hubo bajo este emperador, siendo la de Nerón la primera.
Los historiadores cuentan diez persecuciones desde Nerón a Diocleciano, pero este modo de enumerar lo abandonan la mayor parte de los escritores modernos, porque si se habla de las persecuciones generales, el número no es tanto, y si se cuentan las parciales, el número es mucho mayor.
Aunque hubo algunos que fueron muertos, Domiciano no se dedicó a matar, sino a desterrar y confiscar los bienes de sus víctimas. Juan fue desterrado a la isla de Patmos, donde el Señor le apareció, mostrándole las visiones que describió en el Apocalipsis.
Su destierro no fue perpetuo, y Juan volvió a Éfeso, donde terminó sus días en paz, teniendo cerca de cien años de edad.
La muerte del apóstol Juan cierra el primer período de la historia cristiana, o sea el de la implantación y propagación del evangelio por los apóstoles. Con él, podemos decir que termina la primera generación de cristianos. Es el último de los testigos que tuvo el privilegio de ver y seguir a Jesús aquí en la tierra, y de comprobar la realidad de su resurrección. Los Evangelios ya han sido escritos por los que fueron contemporáneos de Cristo. Era el momento cuando empezaban a desaparecer los que compusieron las primeras iglesias, y urgía tanto el escribirlos en aquellos días, que, como dijo Lange, "si el arte de escribir no hubiera existido todavía, lo hubieran inventado en ese momento y para este fin." Los apóstoles han desarrollado y expuesto, en las Epístolas, las doctrinas gloriosas del cristianismo, destinadas a servir de base y de guía a los movimientos religiosos de las edades futuras.

Terminemos con este hermoso párrafo de Pressensé: "Al fin de la edad apostólica, Juan, lo mismo que Pablo, levanta la cruz con mano firme, como un faro destinado a brillar en medio de todas las tinieblas de las tempestades del porvenir. La locura de la cruz está destinada a ser para siempre la sabiduría de la iglesia; y contra la roca sobre la cual ella está asentada se estrellarán en vano todas las olas de la herejía."