JUVENTUD DE LUTERO
Entramos ahora en el período de la gran
revolución religiosa denominada la Reforma, la más grande, la más gloriosa, la
más fecunda y la más cristiana que haya sacudido al género humano. Las causas
que le dieron origen venían acumulándose desde varios siglos atrás, y el
estallido se produjo simultáneamente en casi todos los países del viejo mundo,
como si Dios quisiera hacer comprender que no era obra de un solo hombre ni
especialidad de un solo pueblo o raza. Pero era Alemania el país que ofrecía el
terreno mejor preparado para librar las primeras batallas y alcanzar las
primeras victorias. Los germanos eran muy celosos defensores de su
independencia y estaban predispuestos a secundar toda acción contraria al poder
centralizador de Roma. Sus príncipes estaban cansados de pagar pesados tributos
al Pontificado y soportar un vasallaje religioso humillante, y aunque las
causas de la Reforma fueron espirituales, no cabe duda que el factor político y
el económico contribuyeron a favorecerla en Alemania, así como a obstaculizarla
por el sur de Europa.
Los héroes de esta gloriosa jornada
forman una numerosa legión de hombres de gran temple cristiano, amantes
sinceros de la verdad, que reconociendo que es menester obedecer a Dios antes
que a los hombres, rompieron con el papado y con el dogma asfixiante de la
autoridad eclesiástica, para vivir en armonía con los preceptos del Evangelio.
Entremos a ocuparnos de aquél a quien
con justicia se le llama el héroe de la Reforma.
Martín Lutero nació en una aldea de
Alemania llamada Eisleben, el 10 de noviembre de 1483. Su padre Juan Lutero y
su madre Margarita Siegler eran pobres y modestos trabajadores, pero personas
que por su laboriosidad y honradez gozaban de buena reputación entre sus
vecinos. Su célebre hijo nunca se avergonzó de su origen humilde y refiriéndose
a su infancia decía: "Soy hijo de un aldeano; mi padre, mi madre y mis
abuelos eran verdaderos aldeanos".
Su padre trabajaba de leñador y de
minero, y la familia, que mantenía con sus reducidas entradas, conoció muchas
veces las amarguras de una extremada pobreza. El niño se crió bajo una severa
disciplina impuesta tanto por las costumbres de su época como por el carácter
un tanto rústico de su progenitor.
Su madre, a quien Martín mucho se le
parecía en lo físico, era una fiel colaboradora de su esposo; trabajadora,
enérgica, y emprendedora, contribuyó a mejorar las condiciones económicas de la
familia. "Mi madre decía Lutero para criarnos tuvo muchas veces que llevar
el atado de leña sobre sus espaldas".
Cerca de Eisleben se encuentra la
población de Mansfeld donde florecían algunas industrias, y a ella se trasladó
la familia Lutero en busca de un campo más próspero para sus actividades. Ahí
mejoraron sus condiciones lo que hizo posible mandar al niño a la escuela. Fue
durante este tiempo que recibió severos castigos tanto de su padre como de su
maestro y así aprendió en carne propia que los métodos rigurosos son
contraproducentes, y enseñó a su pueblo a castigar con más bondad y sabiduría.
A la edad de 14 años fue enviado a la
escuela de Magdeburgo, y poco tiempo después a la de Eisenach, donde vivían
algunos parientes de su madre. Como su padre volvió a verse en dificultades
pecuniarias hubo momentos en que se creyó que sería imposible continuar
costeándole los estudios. Siguiendo una vieja costumbre nacional, el joven
salía con otros compañeros de escuela a cantar por las calles y recogían las
ofrendas, ya en alimentos, ya en dinero, que les daban los vecinos. La
melodiosa voz del joven cantor impresionó a una dama llamada Úrsula Cotta,
esposa de un ciudadano adinerado, y ésta conociendo la situación afligente del
estudiante se constituyó en su protectora, recibiéndolo en su propia casa y
haciéndolo participar de su mesa. Fue en esto hogar donde se dulcificó un tanto
su espíritu y donde aprendió a ser franco y jovial.
Su padre había resuelto que estudiase
leyes y a la edad de dieciocho años pudo hacerlo ingresando a la Universidad de
Erfurt, donde se entregó al estudio con gran entusiasmo, pasando el tiempo ya
en las aulas ya en la Biblioteca. Al cabo de dos años recibió el grado de
bachiller.
Examinando un día los libros de la
Biblioteca dio con un volumen olvidado que le llamó mucho la atención. Era una
Biblia en latín. Lleno de emoción se puso a recorrer sus misteriosas páginas y
su corazón latía al encontrarse por primera vez con un tomo que contenía los
escritos inspirados divinamente. Sus ojos se detuvieron para leer la bella
historia de Ana y el niño Samuel. Poco sospechaba entonces que él llegaría a
ser para su pueblo lo que este niño fue para Israel; un fiel profeta de Jehová.
Leyó largamente y no tardó en volver para leer y releer esas páginas que le
llenaban de satisfacción y derramaban en fu alma inmensos torrentes de luz.
"¡Oh si Dios me diese un día decía la dicha de ser poseedor de un libro
tal!". Fue así como Dios lo puso en contacto con su Palabra. ¡Había
descubierto el libro del cual más tarde daría a su pueblo esa traducción
admirable que Alemania lee desde hace cuatro siglos, y que ha sido fuente de
tan abundantes y ricas bendiciones!
El sentimiento religioso, hasta ahora un
tanto dormido, se había despertado vivamente en Lulero. Sus oraciones empezaron
a ser frecuentes y fervorosas. La lectura de la Biblia intensificaba este
fervor y hacía que fuese consciente y estuviese fundado en la verdad. Pero un
incidente inesperado vino a ser la causa de que se pusiese a pensar en las
cosas espirituales con mayor solemnidad. Había ido a visitar a sus padres y
cuando estaba de regreso a Erfurt le sorprendió en el cantillo una fuerte
tempestad. Un rayo cayó a sus pies y aterrorizado se puso de rodillas invocando
a Santa Ana. Vio la muerte de cerca y en su desesperación prometió a Dios
abandonar el mundo y servirlo si lo libraba de aquella hora tan terrible. Al
levantarse del suelo y renacer la calina, se preguntó lo que debía hacer para
cumplir la promesa que había hecho. El único camino que conocía era el de la
vida monástica y creía que para ser santo y hallar la paz debía abrazarla.
¡Dios estaba preparando al futuro apóstol para la gran obra que debía realizar
en el mundo!
La muerte prematura de un amigo, que
algunos autores la hacen coincidir con la caída del rayo en el camino de
Erfurt, le habló de la eternidad con muda pero impresionante elocuencia, y
desde aquel momento la salvación de su alma fue su más seria preocupación.
Cuando llegó a Erfurt su resolución ya
estaba tomada en forma inquebrantable, pero no sería sin pena que daría el
adiós a sus amigos y a sus estudios. Una noche invitó a sus amigos para una
tertulia y después de pasar algunas horas de entretenimiento cantando al son
del laúd, con gran sorpresa para todos, les manifestó el propósito de hacerse
monje. Antes de aclarar salió de su casa y fue a golpear las puertas del
convento de agustinos. Tenía entonces cerca de veintidós años de edad. Los
agustinos recibieron al joven universitario con los brazos abiertos. Sus amigos
que en la noche de la despedida habían hecho todo lo posible para que no
llevase a cabo su propósito, continuaban creyendo que su resolución había sido
un error. ¿Un joven de tanta promesa ha de sepultarse en un claustro para
llevar una vida ociosa como los demás frailes? Se dirigieron en corporación al
convento para hacerlo salir, pero las puertas permanecieron cerradas. Pasó más
de un mes antes que uno de ellos consiguiera verlo. Su padre cuando supo la
noticia quedó consternado y le escribió una carta furibunda. Juan Lutero que
era ahora un vecino de alguna influencia, consejero municipal, había formado
planes muy diferentes para su hijo. Quería verlo abogado y casado con la hija
de algún ciudadano de Mansfeld. Las ilusiones de su vida se desvanecieron en
una noche. El golpe era duro pero no tenía más remedio que soportarlo.
Durante el noviciado Lutero tuvo que
hacer los trabajos más humildes del convento; barrer las celdas, cuidar el
jardín, dar cuerda al reloj, actuar de portero, etc. Terminadas estas tareas
venía lo más duro: "Cum saco per civitatem" con la bolsa por la
ciudad. Tenía que recorrer las calles mendigando de puerta en puerta hasta
llenar la bolsa que llevaba al convento con todas las provisiones conseguidas
de los devotos.
Lutero buscaba cultivar sus facultades
intelectuales dedicando algún tiempo al estudio, pero sus superiores y sus
compañeros de más edad queriendo humillarlo hasta el extremo, cuando veían que
estaba tomando gusto a alguna lectura le hacían esta reprimenda: "Vamos,
vamos, no es estudiando sino mendigando pan, trigo, huevos, pescado, carne y
plata como se ayuda al convento". Tenía entonces que dejar loa libros y
salir de nuevo con la bolsa.
Felizmente algunos de sus amigos de la
Universidad influyeron ante el prior y pudo dedicarse más al estudio. Se puso a
leer las obras de San Agustín, gustando sobremanera su exposición de los
Salmos. Leyó también con provecho los comentarios bíblicos de Nicolás de Lyra,
muerto en 1340, y ejercieron en él tan saludable influencia que se llegó a
decir: "Si Lyra no hubiera tocado la lira, Lulero no hubiera
saltado". Pero sobre todo leía la palabra de Dios en el ejemplar de la
Biblia que halló encadenado en el convento. Aprendía de memoria trozos enteros
y pasaba a veces todo un día meditando en un versículo. En este tiempo se
dedicó al estudio del griego y hebreo para poder leer las Escrituras en sus
lenguas originales.
Lutero buscaba en vano la paz del alma
por medio del cumplimiento de los deberes religiosos que su orden le imponía.
Los prolongados ayunos y las repelidas penitencias no llegaban a
tranquilizarle. Encerrado en su celda como un prisionero luchaba contra los
apetitos carnales pero no conseguía la victoria. Así aprendió que la salvación
no se consigue por medio de las obras y pudo más tarde decir: "Si un
fraile hubiera podido entrar al cielo por su frailería, yo hubiera entrado. De
esto pueden testificar todos los frailes que me han conocido. Si ese estado se
hubiese prolongado yo me hubiera martirizado hasta morir, a fuerza de vigilias,
rezos, lecturas y otras obras. Yo acudía a mil medios para tranquilizar la voz
de mi conciencia. Me confesaba todos los días, pero eso de nada me valía. Me
preparaba con mucha devoción para la misa y la oración, pero llegaba al altar
lleno de dudas, y lleno de dudas me retiraba. Yo ayunaba, velaba, maltrataba el
cuerpo; nada conseguía".
Una vez se encerró en su celda y como
pasaran varios días sin que la puerta se abriera, uno de sus amigos, Lucas
Edemberger, deseando saber la causa la abrió y lo halló desmayado en el suelo.
No pudiendo, por diferentes medios, hacer que volviese en sí, tomó un grupo de
chicos acostumbrados a cantar en el coro y les hizo entonar una canción suave
que obró con poder mágico sobre los sentidos de Lulero devolviéndole el
conocimiento. "Pero dice D'Aubigne, si la música podía por algunos
instantes traerle un poco de serenidad, necesitaba otro remedio más poderoso
para curarlo realmente, necesitaba ese don dulce y sutil del Evangelio, que es
la voz de Dios mismo".
Lutero desde niño había mostrado gran
pasión por la música y el canto, logrando tocar admirablemente el laúd y otros
instrumentos. Años más tarde fue compositor de bien inspirados himnos y de
trozos musicales clasificados entre los clásicos, como el famoso "Castillo
fuerte es nuestro Dios".
En aquellos tiempos la luz de la verdad
había penetrado en algunas personas que seguían la vida monacal, quienes a
pesar de hallarse dentro del romanismo vivían por encima de su enseñanza y
espíritu. Uno de estos era Juan Staupitz, vicario general de la orden. En una
de sus visitas al convento de Erfurt conoció a Lutero y simpatizó mucho con él
porque lo veía preocupado con problemas espirituales que habían sido también
los suyos. Le aconsejó a dejar de depender de sus obras y a confiar enteramente
en la obra del Redentor. "Contempla las llagas de Cristo, le dijo, y verás
brillar el consejo de Dios a los hombres. No se puede comprender a Dios fuera
de Jesucristo. En Cristo, dice Dios, encontrarás lo que yo soy y lo que pido.
No lo encontrarás en ninguna otra parte, ni en la tierra ni en el cielo".
Hablando como verdadero profeta Staupitz
le dijo cierto día: "No es en vano que Dios te está probando por medio de
estas luchas: tú lo verás, él te utilizará para realizar grandes cosas".
El mejor consejo que le dio fue éste:
"Que el estudio de las Escrituras sea tu ocupación favorita". Y este
consejo fue acompañado con el regalo de una. Biblia que sirvió a Lutero para
poder estudiarla en su celda, sin depender de la que estaba encadenada en el
convento.
Staupitz no acompañó a su discípulo en
la obra de la Reforma y cuando Lutero rompió definitivamente con el papado se
retiró a un convento de Salzburgo. Era un hombre pacífico que no se sentía
capaz de tornar parte en una batalla tan formidable como la que se estaba
librando, y aunque interrumpió su correspondencia con el reformador, en el
fondo espiritual ambos seguían líneas paralelas.
El 2 de mayo Lutero fue ordenado
sacerdote. Su padre que hasta entonces se había mantenido distanciado asistió
al acto y le regaló veinte florines. Ofició el obispo de Brandeburgo y al
conferirle el poder de celebrar la misa le puso el cáliz entre las manos
diciendo: "Accipe potestatcm saxrificandi pro vivís et mortis".
(Recibe el poder de sacrificar por los vives y los muertos). Años después dijo
Lutero: "Si la tierra no nos tragó a ambos fue por la gran paciencia y
longanimidad del Señor"
LUTERO EN WITTENBERG
El elector Federico de Sajonia había
fundado la Universidad de Wittenberg, nombrando a Staupitz decano de la
Facultad de Teología que funcionaba en la misma. Este comprendió que había
llegado el momento de proporcionar a Lulero la oportunidad de utilizar sus
aptitudes en un escenario más amplio que el del Erfurt y lo trajo a Wittenberg
para enseñar en el nuevo y floreciente centro de estudios. El joven fraile
llegó en 1508 y se instaló en el convento de agustinos porque su nuevo cargo no
le desligaba de las relaciones que mantenía con la orden. Su primera tarea fue
la de dictar clases de filosofía; pero como su alma suspiraba por cosas menos
áridas, se esforzó para alcanzar el grado de bachiller en teología lo que le
habilitaba para dictar cursos de materias religiosas. Desde entonces todos los
días tenía que hablar sobre la Biblia, y esa hora de estudios llegó a ser la
más apreciada por los estudiantes y profesores, porque Lutero en lugar de seguir
la rutina que1 consistía en definir sentencias obscuras de los autores
religiosos y teólogos medioevales, exponía la Biblia usando una exégesis
racional y con todo el fervor que caracteriza a las personas que han pasado por
las experiencias espirituales de que la Biblia trata. Estas lecciones empezaron
a ser el objeto de los más vivos y variados comentarios y el sabio Mellerstadt
dijo al respecto: "Este fraile desalojará a lodos los doctores;
introducirá una nueva doctrina y reformará toda la iglesia; porque se funda en
la Palabra de Cristo y nadie en el mundo puede vencer y trastornar esta
Palabra, aunque fuese atacada con todas las armas de la filosofía, de los
sofistas, scotistas, albertistas, tomistas y con todo el Tártaro".
Staupitz llevó a Lutero a predicar en la
iglesia de los agustinos y la gente acudía en tropel a escucharle. El recinto
resultaba pequeño, de modo que el consejo municipal lo llamó a predicar en la
iglesia parroquial. La fama del nuevo predicador se extendió por todas parles,
y el mismo Federico el sabio vino una vez hasta Wittenberg para escucharlo.
En 1510 tuvo que interrumpir su
brillante obra de profesor y predicador para cumplir con una delicada misión
que su orden le confiaba ante el sumo pontífice. Se dirigió a Roma lleno de emoción,
y a medida que avanzaba en su peregrinación se agolpaban en su mente los
recuerdos históricos relacionados con la ciudad eterna. ¡Pronto vería el
coliseo y otros lugares inmortalizados por el martirologio cristiano! Cuando
contempló la ciudad cayó de rodillas y exclamó: "¡Te saludo, oh Roma
santa!" Pero una gran desilusión le esperaba. Encontró que los frailes
llevaban una vida desordenada y viciosa. La frivolidad con que trataban las
cosas sagradas le escandalizó en extremo. Oyó cómo los frailes se burlaban de
la misa que celebraban. Halló casos en que los curas se jactaban de pronunciar
las palabras de la consagración de esta manera: "Pañis es, et panes
manebis; vinum es, et vinus manebis". (Pan eres y pan quedarás: vino eres
y vino quedarás). Se le partía el corazón cuando veía que los curas decían la
misa a toda carrera, y que cuando él la decía llenando escrupulosamente todos
los requisitos, alguno se le acercaba para decirle que terminase pronto.
Visitó muy devotamente los monumentos y
sitios consagrados por la tradición. Fue a ver la llamada escalera de Pílalo, o
escalera santa que la leyenda dice fue transportada de Jerusalén a Roma, y que
fue por ella que Jesús subió al Pretorio. Cuando la estaba subiendo de rodillas
recordó súbitamente las palabras de Habacuc citadas por San Pablo en las
Epístolas a Romanos y Calatas: "El justo vivirá por la fe". Esas
palabras le revelaron que Dios no se complace con las obras llamadas meritorias
con que los hombres quieren ganar el cielo. Avergonzado por haberse dejado
arrastrar por esa superstición y mentira de la escalera, se levantó
resueltamente y se retiró de aquel sitio.
Su viaje a Roma lo preparó para romper
sin escrúpulos con el papado, al cual hasta entonces había creído de origen
divino. Pudo escribir: "En Roma se cometen crímenes increíbles. Es
necesario haberlo visto para creerlo. Hay un proverbio que dice: Si existe un
infierno debe encontrarse debajo de Roma. Ahí prosperan todos los vicios. Los
que queréis vivir en santidad salid de Roma".
Pero todavía se hacía ilusiones sobre el
papa y lo creía un cordero en medio de lobos.
De regreso a Wittenberg la doctrina
bíblica de la justificación por la fe, que ninguno llegara a encarnar como él,
fue haciéndosele cada día más preciosa. Las conversaciones con el piadoso
Staupitz, el estudio de las Epístolas de San Pablo, el recuerdo de su
experiencia en la escalera de Pilatos y otros factores contribuyeron a hacerle
comprender que del conocimiento de esta verdad depende todo el sistema
cristiano. Oigámosle hablar a este respecto: "Cuando por el Espíritu de
Dios comprendí estas palabras, cuando comprendí cómo la justificación del
pecador proviene de la pura misericordia del Señor por medio de la fe entonces
me sentí renacer como un nuevo hombre y entré a puertas abiertas en el paraíso
de Dios. Desde entonces vi la querida y santa Escritura con ojos completamente
nuevos. Recorrí toda la Biblia, reuní un gran número de pasajes que me
enseñaron lo que era la obra de Dios. Y como antes había odiado fuertemente la
frase "justicia de Dios" empecé entonces a estimarla y amarla como la
frase más dulce y consoladora. Esta verdad fue para mí la verdadera puerta del
paraíso.
"Yo veo añade que el diablo ataca
sin cesar este artículo fundamental por medio de sus doctores, y que no puede
darse reposo. Pues bien, yo el doctor Martín Lutero, indigno evangelista de
nuestro Señor Jesucristo confieso este artículo, que la fe sola justifica
delante de Dios sin las obras, declaro que el emperador de los romanos, el de
los turcos, el de los tártaros, el de los persas, el papa, todos los
cardenales, los obispos, los sacerdotes, los frailes, las monjas, los reyes,
los príncipes, los señores, todo el mundo y todos los diablos, deben dejarlo en
pie y que permanezca para siempre. Si quieren combatir esta verdad traerán
sobre sus cabezas el fuego del infierno. Ese es el santo y verdadero evangelio.
No hay sino Jesucristo el Hijo de Dios que haya muerto por nuestros pecados. Lo
repito, y aunque el diablo y todo el mundo se despedazasen en su furor, no
sería esto menos verdadero. Y si es El sólo quien quita el pecado, no podemos
ser nosotros con nuestras obras. Pero las buenas obras siguen a la redención
como el fruto sigue a la planta. Esa es nuestra doctrina, es la que el Espíritu
Santo enseña a toda la cristiandad. En el nombre de Dios la sostendremos.
Amén".
LA VENTA DE LAS
INDULGENCIAS
Los teólogos escolásticos de la Edad
Media sentaron la falsa doctrina de las indulgencias, enseñando que la iglesia
posee un tesoro inagotable de obras de supererogación, es decir, obras que los
santos hicieron además de las necesarias para salvarse. Este tesoro dispone
también de los méritos de Cristo y de la virgen, y el papa puede disponer de él
libremente acordando indulgencias a quienes pagan en metálico o cumplen con
tales o cuales deberes y preceptos que la iglesia impone. El papa León X,
hombre muy dado a las artes y a la mundanalidad, gastador de sumas fabulosas,
necesitaba dinero, mucho dinero, pura terminar la basílica de San Pedro y
conceder una dote cuantiosa a su hermana Margarita. Mandó entonces efectuar una
venta de indulgencias en gran escala y confió el negocio en lo referente a
Alemania al arzobispo de Mandeburgo, quien a su vez empleó a un dominicano
llamado Tetzel para efectuar la venta al menudeo. Este fraile era un gran
descarado, y sin el menor escrúpulo de conciencia abusaba de la ignorancia y
buena fe de la gente sencilla y crédula. Recorría pueblos y ciudades levantando
en las plazas una cruz colorada de enormes dimensiones y pregonaba la resolución
papal, prometiendo a los compradores de indulgencias completa remisión de
pecados. "Para sacar un alma del purgatorio clamaba basta medio escudo. No
bien el dinero suena en mi caja, el alma libertada vuela al cielo. El papa
tiene más poder que los ángeles, los apóstoles y los santos; éstos son
inferiores a Jesucristo, mientras que el papa es su igual".
Tetzel decía que él por medio de la
venta de las indulgencias había salvado más almas que San Pedro por medio de
sus sermones.
Cuando Tetzel llegó a Wittenberg dijo
Lutero: "Voy a hacer un agujero en ese tambor". Subió al pulpito y
resueltamente se puso a predicar contra el inicuo tráfico que efectuaba el
dominicano, anunciando que la salvación es gratuita para quien se arrepiente y
confía en Jesucristo y que quien no llena estos requisitos no la puede
conseguir ni con dinero ni buenas obras
Tetzel se irrita y predica furiosamente
contra Lulero. Para impresionar mejor a su auditorio enciende aparatosamente
una hoguera en medio de la plaza y declara que los que se oponen a los decretos
del papa son herejes y deben morir consumidos por el fuego.
La víspera de todos los santos la ciudad
estaba llena de forasteros que venían para participar de los actos religiosos
que se celebran en dicha ocasión. Lutero predicó sobre la conversión de Zaqueo,
y al terminar su sermón clavó en las puertas de la iglesia las famosas noventa
y cinco tesis, llamadas a producir tan inmensa sensación en el mundo. Era el 31
de octubre de 1517. Lutero no desconoce todavía la autoridad del papa ni sueña
en romper con la iglesia romana, pero las tesis están saturadas de doctrina
eminentemente evangélica, haciendo depender la salvación únicamente de los
méritos de Cristo. Por oso no tardarían en hacerle descubrir que la iglesia
romana es apóstata y contraria a los fundamentos de la fe cristiana. He aquí
algunas de esas tesis:
1. "Cuando nuestro Maestro y Señor
Jesucristo dice: “Arrepentíos” quiere que la vida entera de sus fieles sea un
arrepentimiento constante y continuo".
2. "Esta palabra no puede referirse
al sacramento de la penitencia como es administrada por el sacerdote".
21. "Los vendedores de indulgencia
se engañan cuando dicen que por las indulgencias papales el hombre queda libre
de todo castigo y se salva".
27. "Predican locuras humanas los
que pretenden que en el momento cuando el dinero cae en el cofre el alma sale
del purgatorio".
32. "Los que se imaginan estar
seguros de su salvación por las indulgencias, irán con el diablo junto con
aquellos que así lo enseñan”.
36. "Todo cristiano que tiene un
verdadero arrepentimiento de sus pecados, tiene una completa remisión de la
pena y de la falta, sin necesidad de indulgencia".
37. "Todo buen cristiano, muerto o
vivo, participa de los bienes de Cristo o de la Iglesia, por el don de Dios, y
sin carta de indulgencia".
62. "El verdadero y precioso tesoro
de la Iglesia es el santo evangelio de la gloria y gracia de Dios".
92. "Quiera Dios que seamos
librados de todos los predicadores que dicen a la Iglesia de Cristo "paz, paz" cuando no hay
paz".
94. "Hay que exhortar a los
cristianos a seguir a Cristo a través de la cruz, la muerte y el
infierno".
95. "Porque es mejor entrar en el
reino de cielos por muchas tribulaciones que tener una seguridad carnal por el
consuelo de una paz falsa".
Las tesis fueron escritas en latín, pero
toda Alemania las leyó en su propia lengua al cabo de dos semanas, y la
cristiandad entera al cabo de un mes. Miles de almas saltaron de gozo porque
Dios había levantado un profeta varonil que denunciaba los abusos del clero
romano y proclamaba la verdad de Cristo. Otros, en cambio, estaban furiosos y
clamaban contra Lutero. Él mismo estaba sorprendido de la gran resonancia que
había tenido su protesta, pero quedó convencido de que había llegado la hora de
levantar la voz y afirmar el rostro, y seguir adelante en una lucha fuerte
contra el pecado y el error.
Las crónicas de la época refieren que el
elector de Sajonia, Federico el sabio, que se encontraba en Schweinitz, a seis
leguas de Wittenberg, cuando Lutero clavó sus tesis en la puerta de la iglesia
tuvo un sueño que refirió así: "Soñé que el Dios Todopoderoso me enviaba
un fraile que era hijo verdadero del apóstol San Pablo. Por orden de Dios le
acompañaban todos los santos para atestiguar ante mí y declarar que no venía a
maquinar ningún fraude, sino que todo lo que hacía era según la voluntad de
Dios. Me pidieron que le permitiese escribir algo en la puerta del castillo de
Wittenberg, lo que permití por medio del canciller. El fraile entonces se
dirigió a la puerta y se puso a escribir. Lo hizo con letras tan grandes que yo
podía leerlas desde Schweinitz. La pluma que usaba tenía tales dimensiones que
la extremidad llegaba a Roma; ella pinchaba las orejas de un león que estaba
acostado y hacía tambalear la triple corona que estaba sobre la cabeza del
papa. Los cardenales y príncipes corrieron y se esforzaban por sostenerla. El
león todavía molestado por la pluma se puso a rugir con todas sus fuerzas a tal
punto que toda la ciudad de Roma y todos los Estados del Santo Imperio
corrieron a ver lo que pasaba. El papa pidió que se opusiesen a ese fraile y se
dirigió sobre todo a mí porque se hallaba en mi país".
"Soñé que todos los príncipes del
Imperio, y nosotros con ellos, corrieron a Roma y todos juntos procuraban romper
la pluma; pero cuanto más se esforzaban más se enderezaba; crujía como si
hubiera sido de hierro: nos cansamos al fin. Fui entonces a preguntar al fraile
(porque tan pronto yo estaba en Roma como en Wittenberg) de dónde había sacado
esa pluma y por qué era tan fuerte. "La pluma respondió perteneció a un
viejo ganso de Bohemia, de cien años de edad. La recibí de uno de mis antiguos
maestros de escuela. Su fuerza estriba en que no le pueden sacar el alma o la
médula y yo mismo estoy sorprendido". De repente oí un fuerte ruido: de la
larga pluma del fraile habían salido muchas otras plumas".
Las tesis despertaron a los secuaces de
Roma y Lutero tuvo que contestar á muchos adversarios, después de lo cual
dirigió una carta respetuosa al papa en la que las sometía a su consideración.
León X que con su acostumbrada frivolidad se había limitado a decir que lo que
estaba ocurriendo en Alemania eran simples querellas de frailes, se dio cuenta
de que el asunto tenía que ser encarado con más seriedad y terminó por citar a
Lutero a comparecer en Roma antes de sesenta días. Pero por influencia del
elector, de su amigo Spalatino que vivía en la corte, y de los profesores de la
Universidad, pudo arreglarse que en lugar de ir a Roma. Lutero compareciese
ante el legado papal, cardenal Cayetano, que se encontraba en Ausburgo. Así se
le libró de una muerte segura, pues otra no hubiera sido su suerte si caía en
manos del papa.
El legado recibió instrucciones para
conseguir de Lutero una completa retractación de sus afirmaciones o de lo
contrario prenderlo y excomulgar a todos los príncipes e instituciones que
saliesen en su defensa.
Aunque enfermo, Lutero hizo el viaje a
pie, mundo de un salvoconducto del emperador y tuvo su primer encuentro con el
papado, representado por ese cardenal, de quien dijo el reformador que sabía
tanto de las Escrituras como un asno de tocar el arpa. Por su parte el cardenal
describió a Lutero como una bestia alemana con ojos profundos y una cabeza
llena de sorprendentes especulaciones.
En la primera entrevista el cardenal
expuso a Lutero que debía retractarse de sus afirmaciones, prometer no volver a
enseñar las mismas cosas., ser moderado y no causar trastornos a la iglesia. En
fin, le exigía lo que siempre exige Roma, una sumisión completa e incondicional.
Lutero pidió que se le dijese en qué
había errado, declarando que estaba pronto para corregirse si en algo se había
apartado de la verdadera fe. Aunque de mala gana el legado le indicó dos cosas
que consideraba peligrosas y éstas eran el haber dicho que los méritos de
Cristo no constituían un tesoro de indulgencias puesto a disposición del papa y
que el sacramento no es válido si el que lo recibe no tiene fe.
Estas dos proposiciones daban un golpe
mortal al tráfico de las indulgencias y al sistema sacramental del papismo y de
ahí procedía el terrible encono de Roma.
"En cuanto a las indulgencias, si
me muestran que estoy equivocado contestó Lutero estoy listo para recibir
instrucción. Pero tocante al artículo de la fe, si en algo cediese, sería lo mismo
que renegar a Jesucristo. No puedo ni quiero ceder en este punto, y por la
gracia de Dios, no cederé jamás".
"Quieras o no quieras contestó el
cardenal es necesario que hoy mismo retractes este artículo, o bien por ese
solo artículo voy a rechazar y condenar toda tu doctrina.
Lutero quiso exponer sus razones, pero
el legado encolerizado respondió: "Yo no he venido aquí para discutir
contigo. Retráctate o prepárate a sufrir las penas merecidas".
Lutero comprendió que por ese camino no
se llegaría a ningún resultado. No era el hombre dispuesto a claudicar de su
conciencia sometiéndose al dogma de la autoridad. No creía en la infalibilidad
de los hombres ni de las instituciones y quería razones y no imposiciones.
Determinó retirarse, y entonces el legado le tendió una red pero no cayó en
ella: "¿Quieres le dijo que te dé un salvo conducto para ir a Roma?"
No obstante, al día siguiente tuvo lugar
una segunda audiencia. Experimento inútil porque el libre examen y la autoridad
infalible nunca podrán ponerse de acuerdo. El legado quiso impresionar dando a
esa audiencia mucha solemnidad, pero Lutero ya estaba por encima de esas
vanidades, y en nada fue conmovido de su resolución de ser fiel a lo que creía
ser la verdad de Dios. Nuevamente se le pidió una retractación. Staupitz que
acompañaba a Lutero consiguió que se le permitiese contestar por escrito al día
siguiente.
El escrito que presentó Lutero en esta
tercera audiencia era una nueva reafirmación de que la salvación es por la fe
en Cristo. Aun los santos se salvaron en virtud d« la misericordia divina y no
por obras. Cuando el cardenal Cayetano vio que se hallaban siempre en el mismo
punto y que no había esperanza de ver al fraile de rodillas delante de su
presencia implorando la bondad del papa, se puso furioso y dijo a Lutero:
"Retráctate o sal de mi presencia". Lutero lo saludó y se retiró.
Comprendiendo que corría serio peligro,
se ausentó pronto de Ausburgo volviendo a Wittenberg para continuar la batalla
que había empezado en el nombre de Dios.
El elector de Sajonia recibió una orden
de expulsar al hereje de sus dominios, pero lejos de tomarla en cuenta se
dispuso a proteger a Lutero más de lo que hasta entonces lo había hecho, porque
él personalmente había llegado a la convicción de que su causa era justa y en
defensa del Evangelio al cual profesáis amor verdadero.
ENEMIGOS Y COLABORADORES
Al regresar Lutero a Wittenberg hubo un
breve período de paz, que fue interrumpido por el doctor Juan Eck al desafiar
al reformador a una discusión pública en la docta ciudad de Leipzig, sobre el
derecho divino del pontificado. Eck era un hombre de vasta erudición y
habilísimo argumentador que había ganado mucha fama al dictar cursos de
filosofía en la Universidad de Ingolstadt. El desafío fue aceptado y la
discusión tuvo lugar. Las crónicas de la época describen los carros que
trasportaron a los dos combatientes escollados de más de doscientos estudiantes
que anhelaban presenciar el importante débale. El encuentro tuvo lugar en un
amplio salón del palacio del duque Jorge donde se habían levantado dos estrados
con una silla en cada uno para los disputantes. La discusión versó sobre el
primado y supremacía del papa y Eck supo llevar a Lutero a un terreno muy
peligroso, y aunque aparentemente triunfaba, estaba, sin saberlo ni mucho menos
quererlo, contribuyendo a que Lutero descubriese el inmenso abismo que separa
al Evangelio del papado y comprendiese que una ruptura radical y completa con
el mismo era indispensable para ser fiel a Cristo.
Lutero se había aventurado a negar el
derecho bíblico de las pretensiones del papado, sosteniendo que no databan sino
de unos cuatrocientos años atrás y que por lo lanío no eran obligatorios para
el cristiano quien solo debe responder a las enseñanzas de las Escrituras. Eck
hizo surgir entonces el fantasma de la herejía demostrando la semejanza que
había entre las afirmaciones de Lutero y las que en siglos anteriores habían
hecho Valdo, Wicliffe y Juan Huss. Lutero mismo no se había percatado de tal
cosa pero al darse cuenta no se avergonzó de encontrarse en compañía de tan
insignes defensores de la verdad y declaró que entre los artículos condenados
por el concilio de Constanza, había no pocos que eran genuinamente cristianos.
Un escalofrío pasó por el auditorio cuando se oyeron estas palabras y el duque
Jorge lanzó una maldición que puso de manifiesto su espíritu poco evangélico.
Lutero volvió a hablar y negó la pretendida infalibilidad de los concilios y
sostuvo que sólo las Escrituras debían de ser consultadas en materia de fe.
La discusión no dio resultados sensibles
y ambos partidos se afirmaron en sus respectivas posiciones.
En Bohemia se celebró la aparición de un
Juan Huss sajón y los discípulos de este mártir que desde hacía cien años
estaban luchando solos por la pureza de la fe, se dirigieron a Lutero
saludándolo y enviándole de regalo un ejemplar del libro de Huss sobre la
verdadera iglesia. Su lectura lo convenció de que estaba en perfecto acuerdo
con el célebre mártir de Constanza y escribió: "Todos somos husitas sin
saberlo y hasta lo son San Pablo y San Agustín".
Muchos hombres intelectuales empezaron
en este tiempo a interesarse en la obra y escritos de Lutero, y secundaron
valiosamente sus esfuerzos. Entre éstos merece especial mención Felipe
Melancthon, profesor de lenguas muertas y de filosofía en la Universidad de
Wittenberg. Era un talento precoz y sorprendente, que había sido iniciado en
sus estudios por su tío, el sabio hebraísta Reuchlin y no tardó en ser
considerado uno de los hombres más eruditos de Alemania. Se unió estrechamente
a Lutero con una amistad que nunca terminó; fueron el David y Jonatán de la
Reforma. Su aplicación al estudio de las Escrituras lo había preparado para
comprender la importancia del movimiento que se estaba llevando a cabo,
determinó entrar en él con todo el ardor de su alma y la fe de su corazón.
Escribió una exposición de la Epístola a los Romanos en la que se reveló
insigne exegeta y pensador independiente, iniciando la serie de comentarios que
con espíritu crítico y sin caprichosas interpretaciones alegóricas producirían
los escritores protestantes de Alemania y otros países donde el Evangelio era
predicado y recibido. Melanthon era de un temperamento pacífico, y si se
hubiera encontrad» solo nunca hubiera iniciado la Reforma, pero como compañero
del intrépido fraile, su influencia fue muy valiosa. Lutero y Melanthon
formaban buena liga; uno tenía sobreabundancia de lo que al otro le faltaba. Un
historiador se expresa así sobre las cualidades de estos dos hombres:
"Lutero avanzaba siempre atrevidamente, manifestaba su opinión sin rodeos
y sin preguntar jamás cuales podían ser las consecuencias de su franqueza. Se
lanzaba lleno de furor sobre el enemigo. Melanthon era calmo y mesurado.
Hablaba con circunspección y dulzura a todos, aun dirigiéndose a los adversarios.
De ahí el proverbio que corría entonces: "Lo que Martín empieza con
coraje, Felipe le termina bien". La amistad de estos dos hombres, la
manera como se complementaban, nos recuerda el envío do loa apóstoles, que
Jesús delegó de dos en dos".
Contribuyó también a dar impulso a la
Reforma el apoyo que le prestaron algunos príncipes ya cansados de la tutela de
Roma y que sentían la necesidad de mayor independencia religiosa. Sin este
apoyo, Lutero y los demás que se interesaban en el Evangelio no hubieran
lardado en caer en poder de los adversarios y perecer en la hoguera Entre estos
príncipes hubo algunos que eran verdaderamente piadosos y amantes de la verdad.
Al nombre célebre de Federico el sabio, elector de Sajonia, hay que añadir el de
Franz de Sickingen y el de Ulrich de Hütten quienes ofrecieron a Lutero asilo y
protección en sus estados, cuando lo vieron en peligro.
El sabio holandés Erasmo contribuyó
mucho al triunfo de la Reforma aun sin pensar en ello. Había nacido en
Rotterdam, en 1467, pero pasó la mayor parte de su vida en Basilea. La
publicación que hizo del Nuevo Testamento griego puso en manos de muchos el
libro que mostraba a las claras que las creencias y prácticas religiosas
favoritas del romanismo no eran de origen cristiano, pues eran desconocidas a
la iglesia del primer siglo. Su fama de sabio corría por lodo el continente y
sus ingeniosas sátiras sobre la conducta de los frailes contribuían a minar la
influencia de éstos sobre las masas populares. Su Elogio de la Locura en el que
ridiculiza a los clérigos y a la escolástica llegó a traducirse a casi todos
los idiomas de Europa. Erasmo había comprendido más de lo que generalmente se
cree el pensamiento fundamental del Evangelio como lo demuestra este párrafo:
"Poner toda nuestra esperanza en Dios, que sin nuestros méritos, por
gracia, nos da todo por Cristo Jesús; saber que somos rescatados por la muerte
de su Hijo, es lo que tenemos que hacer comprender al hombre hasta que llegue a
ser en él una segunda naturaleza". Se dio cuenta de la importancia del
movimiento religioso que sacudía al mundo pero no se atrevió a ser un soldado
en esta lid gloriosa. Dijo que no había nacido para ser mártir. Quería estar al
abrigo de las tempestades y llevar una vida menos agitada de la que tenían que
soportar los que se atrevieron valientemente a desafiar el poder del papa y del
emperador. Lutero dijo que Erasmo, como Moisés, había alcanzado a ver desde el
monte la tierra prometida pero que no había entrado en ella.
SUS PRIMEROS ESCRITOS
Después de la discusión con el doctor
Eck, escribió Lutero en 1520 varios de los libros y tratados que sirvieron para
exponer los principios de la Reforma y demostrar que eran los del Evangelio y
no una innovación o nueva doctrina. Uno de estos libros se tituló Llamamiento a
la nobleza cristiana de la nación alemana. En pocas semanas se vendieron cuatro
mil ejemplares y los impresores no podían satisfacer los numerosos pedidos que
recibían no sólo del país sino también del extranjero. Lutero hace ver los obstáculos
que ponía Roma a la obra de reforma de la cual tanto hablaban sus teólogos
desde siglos atrás. Si los príncipes manifestaban que era necesario introducir
mejoras que librasen a la iglesia de la miserable condición en que se hallaba,
Roma contestaba que esa tarea correspondía al poder espiritual y no al secular.
Si con las Escrituras en la mano se ponían de manifiesto los errores y
prácticas anticristianas que prevalecían, contestaba que sólo la iglesia tiene
el derecho de interpretarlas. Si se apelaba a un concilio respondían que
correspondía al papa convocarlo.
En este libro sentó Lutero el gran
principio protestante del libre examen, sosteniendo que todo creyente debe
escudriñar por sí mismo las Sagradas Escrituras, y que no hay ninguna autoridad
que pueda imponer normas de interpretación. Estas Escrituras son claras y
comprensibles a todos los que viven en Cristo, que tienen la conciencia
iluminada por el Espíritu Santo y que se acercan a ella con humildad. No se
trata, como algunos enemigos de la Reforma dicen, de interpretar conforme al
antojo y capricho de cada uno, sino de hacer un uso legítimo de los dones y
facultades con que el Creador ha dotado a sus criaturas. Por lo demás; ¿cómo
podía leerse sin hacer uso del criterio privado?
Denuncia sin miramientos al papado. En
Roma, dice, hay un hombre que se titula vicario de Cristo, cuyas costumbres no
tienen el más insignificante parecido con la vida de nuestro Señor o la de San
Pedro. Se ciñe de una triple corona y se rodea de tanta pompa que necesita
mayor renta que un emperador. Le circundan varios hombres que se llaman
cardenales quienes se apoderan de las rentas y beneficios de los conventos, y
por medio de otros acaparadores Roma arrebataba a Alemania 300.000 florines
anuales. Aboga por la abolición completa de la supremacía papal sobre el
Estado.
Otro de sus libros de ese año fue La
Cautividad Babilónica de la Iglesia en el que empieza declarando que antes
había negado el derecho divino del papado, admitiéndolo como de derecho humano,
pero que las discusiones con sus adversarios le obligaron a estudiar mejor el
asunto con el resultado de que le negaba ahora todo derecho y sostenía que el
papado no es otra cosa sino la Babilonia apocalíptica, donde están cautivos
muchos de los hijos de Dios, a quienes ahora quiere libertar por la
restauración del Evangelio. En este libro, que también alcanzó gran circulación
y produjo mucha conmoción en las almas dormidas, hace un examen del sistema
sacramental del romanismo, se opone a la transubstanciación, sin negar la
presencia real en los elementos de la cena y aboga por la comunión bajo dos
especies, diciendo que negar el símbolo de la sangre a los laicos es impío y
tiránico, y que ni los ángeles del cielo, y mucho menos los papas, tienen
derecho de quitar lo que Cristo estableció.
Un escrito que también fue muy leído es
el que trata de la libertad cristiana en el cual sienta la doctrina del
sacerdocio universal de los creyentes, consecuencia lógica de la justificación
por la fe. Todo lo que tiene el cristiano está en relación con su fe; si tiene
fe lo tiene todo; si carece de fe no tiene nada. Afirma que todos los actos del
cristiano deben proceder de su fe, de modo que cuando se carece de ella pierden
todo valor los sacramentos y los demás actos y prácticas del culto.
Los escritos de Lutero pronto lograron
circulación universal porque en toda Europa abundaban las almas a las cuales
Dios estaba despertando para entrar en el gran movimiento religioso que se
extendía por todas partes. Desde Francia, Suiza, Países Bajos, Inglaterra y
hasta de Italia y España le llegaban voces de aliento. Desde París, Lefevre
d'Etaples, le envió felicitaciones muy ardientes, y el cardenal Schinner de
Sitien, suizo, se atrevió a decir, con sorpresa de muchos, que cuanto Lutero
escribía era la pura verdad, contra la cual nada valía la habilidad retórica y
la dialéctica astuta del doctor Eck, que continuaba encabezando el movimiento
de resistencia a la Reforma.
LA BULA DE LEÓN X
Ahora ya era tarea muy fácil para el
doctor Eck conseguir la condenación de su adversario, de modo que se fue a Roma
y no tardó en regresar trayendo consigo la bula papal con la que esperaba dar
un golpe mortal al movimiento. Es la bula conocida con el nombre de Exsurge
Domine, en la que se condenaban cuarenta y una proposiciones extraídas de las
obras del reformador y se ordenaba que sus libros fuesen quemados públicamente.
Lutero y todos los que le prestaban apoyo debían ser excomulgados si no se
arrepentían, y todos los cristianos quedaban bajo la obligación de perseguirlo
y entregarlo a las autoridades para que fuese castigado. Pero la bula no tuvo
el efecto que los papistas esperaban. Es verdad que hubo lugares donde fueron
quemados los libros de Lutero, como ser en Maguncia, Colonia y Lovaina, pero no
obedeció la Universidad de Wittenberg ni el elector de Sajonia. Lutero se
sentía ahora más satisfecho que nunca porque la guerra con Roma quedaba
declarada, y no tenía para con ella ninguna obligación.
Entre las proposiciones que el papa
condenó se hallaban éstas: "Una vida nueva es la mejor y más sublime
penitencia." "Quemar a los herejes es contra la voluntad del Espíritu
Santo."
El 3 de octubre de 1520 tuvo
conocimiento de la bula, y al enterarse de sus términos escribió la respuesta:
"Por fin, decía, llegó la bula romana. La desprecio y la ataco como impía,
embustera y en todo sentido digna de Eck. En ella se condena a Cristo mismo. No
se da ninguna razón y se me cita no para oírme sino para que cante la
palinodia. Siento ahora más libertad en mi corazón; porque al fin he llegado a
saber que el papa es el Anticristo y que su sede es la de Satán."
El 10 de diciembre apareció un anuncio
fijado en las paredes de la Universidad, invitando a profesores y alumnos a un
encuentro a las nueve de la mañana en la puerta oriental, cerca de un paraje
denominado la santa cruz. Acudió a la cita un gran número de los invitados, y
Lutero, poniéndose a la cabeza de todos, condujo el cortejo al sitio señalado.
Ahí estaba preparada una pequeña hoguera que fue encendida por uno de los
maestros más antiguos. Lutero se acercó a ella teniendo en su mano un volumen
de derecho canónigo, las Decretales, varios escritos más y la bula del papa, y
arrojó todos esos papeles al fuego. Era un acto simbólico que demostraba que
los amigos de la Reforma, y con especialidad Lutero, rompían definitivamente
todo vínculo con el papado cuya pretendida autoridad ya no reconocerían más.
Una vez quemada la bula regresaron todos a la Universidad y Lutero reanudó sus
meditaciones y comentarios sobra los Salmos. Al final de su exposición se
refirió a la bula papal llamando la atención a la guerra que empezaba para
todos los que querían ser fieles a la verdad. "Los que la rechacen, dijo,
deben esperar toda clase de peligro y aun perder la vida. Pero es mejor exponerse
a todos los peligros del mundo antes que callar. Mientras yo viva denunciaré a
mis hermanos la plaga y peste de Babilonia, por temor de que algunos que están
con nosotros no vuelvan a caer con los otros en el abismo del infierno."
Había llegado la hora crítica, porque
los príncipes tenían que entregar a Lutero o romper con el papa, lo que
significaba también romper con el emperador. Federico el sabio quiso conocer la
opinión de Erasmo y lo invitó a su palacio. El eminente holandés que pusilánime
había querido mantenerse neutral, se halló en un gran compromiso y quiso salir
del apuro con una de sus oportunas ocurrencias. A las preguntas de Federico
contestó: "Lutero ha cometido dos faltas graves, porque ha atacado la
corona del papa y el vientre de los frailes." El príncipe sonrió, pero le
dio a entender que deseaba conocer su opinión seriamente. Habló de nuevo Erasmo
y dijo: "El origen de toda esta disputa es el odio que los frailes tienen
a las letras y el temor de que termine su tiranía Cuanto más virtuoso es un
hombre y más adicto al Evangelio menos se opone a la doctrina de Lutero. El
mundo tiene sed de la verdad evangélica. Guardémonos de oponerle una
resistencia culpable."
LA DIETA DE WORMS
La bula papal no había dado el resultado
apetecido, de modo que había que buscar otros medios para someter o quemar al
atrevido fraile. El emperador Carlos V hubiera querido poner fin a la contienda
mandándolo ejecutar sin ningún miramiento, ya que las órdenes del papa estaban
dadas, pero no quería disgustar a Federico el sabio a quien le debía la corona.
La dieta imperial estaba reunida en la
ciudad de Worms y el legado papal buscaba que el emperador se pronunciase de
una vez contra Lutero, y fue con gran disgusto que supo que había tomado la
resolución de hacerlo comparecer ante la dieta. Se trataba de un fraile contra
quien ya se había pronunciado el papa, de modo que no veía por qué los
príncipes laicos tenían que examinar una causa ya fallada por la primera
autoridad de la iglesia. Mayor fue el disgusto del legado cuando supo que en la
citación dirigida a Lutero se le llamaba honorable, querido y piadoso y que se
le remitía un salvo conducto para que pudiera dirigirse a Worms y regresar a
Wittenberg con toda seguridad.
Cuando llegó a Lutero la citación, todos
sus amigos quedaron consternados, porque fuera de los dominios de los príncipes
amigos nada bueno podía esperarse. Lutero no dejaba de darse cuenta de la
gravedad de la situación y decía: "Dos papistas no buscan mi ida a Worms
sino mi condenación y muerte."
Lutero resolvió comparecer costase lo
que costase. Al llegar el día de la partida se despidió de los amigos que le
rodeaban, y a su amigo Melanthon que estaba presente le dirigió estas palabras
que revelan la intensidad del amor que le profesaba y de la confianza que le
tenía: "Si no vuelvo y mis enemigos consiguen mi muerte, oh hermano, no
ceses de enseñar, y permanece fiel a la verdad. Trabaja en mi lugar ya que yo
no podré hacerlo. Si tú vives, poco importa que yo perezca." El municipio
le había proporcionado un coche con capota para hacer el viaje junto con
algunos amigos que le acompañarían a su destino. Un oficial seguido de su
asistente iba delante revestido de los ornamentos de su rango y ostentando el
águila imperial. Los amigos del Evangelio al verle partir lloraban y dirigían a
Dios sus oraciones. La creencia de muchos era que no volverían a verlo, porque
Roma no dejaría escapar la presa.
En el trayecto las poblaciones enteras
salían a su encuentro, y él notaba que los presentimientos de la gente eran
siniestros. En Nuremberg el cura salió a recibirlo, mostrándole un retrato de
Savonarola y le dijo: "Permanece firme en la verdad que has conocido y tu
Dios estará a tu lado."
En Erfurt las calles que había recorrido
mendigando para el convento, estaban llenas de personas que deseaban verle. A
pesar de la excomunión que pesaba sobre él, consiguió predicar en la iglesia de
los agustinos, y olvidándose de sí mismo nada halló sobre su caso sino que
ocupó la atención del auditorio sobre la verdad favorita de su corazón; la
salvación por gracia. "Cristo venció la muerte dijo y he aquí la gran
noticia; somos salvos por su obra y no por las nuestras. Creamos al Evangelio,
creamos a San Pablo y no a las cartas y decretales de los papas." Terminó
hablando de las buenas oirás como resultado de la fe, frutos de la conversión y
no medio de ganar el cielo. Partió de Erfurt y al llegar a Gotha lo rodeó un
gran gentío. Algunos le dijeron: "Hay muchos cardenales y obispos en
Worms. Te Quemarán y te reducirán a cenizas como hicieron con Juan Huss. Pero
el valiente hombre de Dios en lugar de atemorizarse les respondió: "Aunque
encendieseis una fogata desde Worms a Wittenberg, que se levantase hasta el
cielo, la atravesaría en el nombre del Señor".
En Francfort una anciana piadosa fue a
verlo y le dijo: "Mi padre y mi madre me anunciaron que Dios levantaría un
hombre que se opondría a las vanidades papales y salvaría la Palabra de Dios.
Espero que tú seas ese hombre y deseo que en tu obra tengas la gracia y el
Espíritu de Dios."
Su amigo Spalatino, que se encontraba en
Worms, al ver la actitud insolente de los enemigos de la Reforma, que con el
mayor descaro decían que el salvo conducto no sería respetado, envió un
mensajero a su encuentro aconsejándole que no entrase en Worms. Pero Lutero
resueltamente contestó: "Ve y di a quien te envió, que aunque hubiese en
Worms tantos diablos como tejas en los techos, yo iría."
El 16 de abril Lutero vio los muros de
la vieja ciudad. Como un centenar de personas salieron a su encuentro, montadas
a caballo y lo escoltaron a su entrada. Era medio día, pero toda la gente se
levantó de la mesa cuando se supo que había llegado, porque querían verle. La
entrada del emperador no había despertado tanta curiosidad.
"Lutero ha llegado, dijo Carlos V.
¿Qué tenemos que hacer ahora?" Monseñor Modo le respondió: "Que su majestad
se deshaga pronto de este hombre. ¿Segismundo no hizo quemar a Juan Huss? No
hay por qué dar ni por qué respetar el salvo-conducto a un hereje."
"No, contestó Carlos, lo que uno promete debe cumplirlo."
Lutero fue citado a comparecer ante la
dieta al día siguiente, 17 de abril, a las cuatro de la tarde.
Ulric de Hutten no podía entrar en Worms
porque el papa había pedido al emperador que lo remitiese a Roma atado de pies
y manos, pero desde su castillo quiso alentar a su amigo y le escribió estas líneas:
"¡Óigate Jehová en el día de la angustia! ¡Que el nombre del Dios de Jacob
te ampare! ¡Envíate ayuda desde su santuario y desde Sión te sustente! ¡Date
conforme a tu corazón y cumpla todo tu consejo! (Salmo 20). ¡Oh amado Lutero,
respetable padre. No temas y sé fuerte! El consejo de los impíos te ha rodeado,
y contra ti han abierto la boca como leones rugientes. Pero el Señor se
levantará contra los impíos y los dispersará. Combate valientemente por Cristo.
Por mi parte yo también combatiré con coraje. ¡Cuánto quisiera ver cómo fruncen
el ceño! Pero el Señor limpiará su viña que los jabalíes del bosque destruyen.
¡Cristo te Salve!".
A la hora señalada, Lutero, abriéndose
paso entre la multitud, consiguió llegar al palacio donde la augusta asamblea
estaba reunida. En la puerta estaba el viejo general Jorge de Freundsberg,
quien palmeando a Lutero en el hombro le dijo: "Frailecito, frailecito,
tienes una lucha por delante, que ni yo ni muchos capitanes hemos visto jamás
en los más sangrientos combates. Pero si es tan cierto de que tu causa es
justa, avanza en el nombre de Dios, y no tengas temor. Dios no le
abandonará."
La dieta era imponente. Estaban
presentes, además del emperador, su hermano el archiduque Fernando, seis
electores del Imperio, veinticuatro duques, y entre ellos el más tarde feroz de
Alba, y sus dos hijos; ocho margraves, treinta arzobispos y obispos, siete
embajadores, entre los que sobresalían los de Francia e Inglaterra; los
diputados de diez ciudades libres, un considerable número de príncipes, condes,
barones, y los nuncios papales. Entre todos doscientos cuatro miembros.
Oigamos al historiador Merle D'Aubigné:
"Esta comparición era en sí una brillante victoria contra el papado. El
papa había condenado a este hombre y este hombre se hallaba delante de un
Tribunal que se ponía por encima del papa. El papa lo había puesto en
entredicho, separado de toda sociedad humana, y era citado en términos
honorables y recibido ante la más augusta asamblea del universo. El papa había
ordenado que su boca fuese cerrada e iba a abrirla delante de miles de oyentes
venidos de las regiones más remotas de la cristiandad. Una gran revolución se
había cumplido por medio de Lutero. Roma bajaba de su trono y era la palabra de
un fraile que la hacía bajar."
Lutero tomó su sitio frente al trono, y
el canciller del arzobispo de Treves se levantó y hablando primeramente en
latín y después en alemán dijo: "¡Martín Lutero! Su santa e invencible
Majestad Imperial te ha citado ante su trono, de acuerdo con el consejo de los
Estados del santo Imperio Romano para que respondas a estas dos preguntas:
Primero: ¿Reconoces que estos libros han sido compuestos por ti? Segundo:
¿Quieres retractarle de su contenido o persistes en las cosas que en ellos has
dicho?".
Lutero estaba a punto de contestar,
cuando se oyó una voz que pedía que se leyesen los títulos. Eran como veinte
entre libios y folletos, entre los que había algunos de pura devoción que nada
tenían que ver con la controversia.
Lutero contestó reconociéndose autor de los
libros, y respecto a la segunda pregunta pidió que, en vista de la gravedad del
asunto, se le diese tiempo para reflexionar.
Como Lutero había hablado en tono
respetuoso y con voz un tanto apagada, muchos creyeron que estaba atemorizado y
a punto de claudicar.
El emperador se retiró con sus
consejeros a deliberar, y al regresar a la dieta se notificó a Lutero que se le
daba un plazo de veinticuatro horas. Carlos V se formó una idea tan pobre de
Lutero que dijo: "Ciertamente que este hombre no me convertirá en
hereje."
Lulero pasó esa noche en angustia,
clamando a Dios, luchando en oración como Jacob cuando iba al encuentro de
Esaú. Fue su Getsemaní. Los amigos que se alojaron en las habitaciones
inmediatas a la suya le oían orar con frases entrecortadas, pidiendo el socorro
del Altísimo. Su oración fue escuchada en los cielos y todos los temores que le
habían sobresaltado dieron lugar a una dulce calma y plena confianza.
A las cuatro de la tarde del 18 de abril
de 1521 fue de nuevo conducido ante la dieta y cuando le preguntaron si quería
retractarse, sin violencia, pero con firmeza cristiana, contestó: "Se me
preguntó ayer dos cosas de parte de su Majestad Imperial: la primera, si yo era
el autor de los libros cuyos títulos fueron leídos; la segunda, si yo quería
revocar o defender la doctrina que en ellos enseñaba. Contesté al primer
artículo y persevero en esta respuesta. Tocante al segundo, yo he compuesto
libros sobre diferentes materias. Hay algunos en los que traté de la fe y las
buenas obras de una manera tan pura, tan simple y cristiana, que mis propios
adversarios en lugar de encontrar en ellos cosas condenables, reconocen que
esos escritos son útiles y dignos de ser leídos por las almas piadosas. La bula
del papa, a pesar de su violencia, así lo reconoce. ¿Cómo podría yo revocarlos?
¡Desdichado de mí si abandonase verdades que mis amigos y enemigos unánimemente
aprueban y me opusiese a lo que el mundo entero se gloría en confesar!"
"He compuesto, en segundo lugar,
libros contra el papismo, en los que he atacado a los que por su falsa
doctrina, su mala vida y ejemplos escandalosos, desuelan al mundo cristiano, y
pierden los cuerpos y las almas. ¿Las quejas de todos los que temen a Dios no
lo demuestran? ¿No es evidente que las leyes y doctrinas humanas de los pupas,
atan, martirizan y atormentan las conciencias de los fieles a la vez que las
extorsiones dolorosas y perpetuas de Roma tragan los bienes y riquezas de la
cristiandad, y particularmente de esta nación ilustre?
"Si yo revocase lo que he escrito
sobre eso; ¿qué haría yo sino fortificar esa tiranía y abrir a tantas y tan
grandes impiedades una puerta más ancha todavía? Desbordando entonces con más
ímpetu que nunca, se vería a esos hombres orgullosos, engrandecerse,
sobrepasarse y trastornar siempre más. Y no solamente el yugo que pesa sobre el
pueblo cristiano se haría más pesado con una retractación, sino que vendría a
ser, por así decirlo, más legítimo, porque recibiría por esta retractación la
confirmación de Vuestra Serenísima Majestad y de todos los Estados del santo
Imperio. ¡Oh Dios mío! Yo vendría a convertirme en un manto infame, destinado a
cubrir toda suerte de malicias y tiranías!
"En tercer lugar, yo he escrito
libros contra personas que defendían la tiranía romana y destruían la fe.
Confieso con franqueza que las he atacado con más violencia que la que cuadraba
a mi profesión eclesiástica. No me creo un santo, pero tampoco puedo
retractarme de esos libros, porque, al hacerlo, autorizaría las impiedades de
mis adversarios y ellos tomarían ocasión para aplastar aún con más crueldad al
pueblo de Dios."
"Sin embargo yo soy un simple
hombre y no Dios; yo me defenderé, pues, como lo hizo Jesucristo. Si he hablado
mal, hacedme conocer lo que he dicho de mal (San Juan 18:23), dijo él. Cuanto
más yo que no soy sino polvo y ceniza, y que puedo fácilmente errar, debo
desear que cada uno exponga lo que puede contra mi doctrina."
"Por esto os conjuro, por la
misericordia de Dios, Serenísimo Emperador, y a vosotros muy ilustres
príncipes, y todos los demás, de alto o bajo rango, a que me probéis por los
escritos de los profetas y los apóstoles que yo me he equivocado. Una vez que
yo haya sido convencido, retractaré todos mis errores y seré el primero en
tomar mis escritos y arrojarlos a las llamas".
"Lo que acabo de decir muestra
claramente, pienso, que he considerado bien los peligros a los que me expongo;
pero lejos de estar amedrentado, es para mí motivo de gran gozo ver que el
Evangelio es hoy como antes causa de conmoción y discordia. Ese es el carácter
y destino de la Palabra de Dios. Dijo Jesucristo: "No he venido a traer
paz en la tierra sino espada." Mat. 10:34. Dios es admirable y terrible en
sus consejos; temamos que al pretender evitar las discordias no estemos
persiguiendo la santa Palabra de Dios y no hagamos descender sobre nosotros un
espantoso diluvio de males irreparables, desastres presentes y desolaciones
eternas Temamos que el reino de este noble y joven príncipe, el emperador
Carlos, en quien después de Dios fundarnos tan altas esperanzas, no sólo
empiece sino que continúe y termine bajo los más funestos auspicios. Podría
presentar ejemplos sacados de los oráculos de Dios, podría hablaros de los
Faraones, de los reyes de Babilonia, de los de Israel, quienes nunca trabajaron
mejor para su propia ruina, que cuando por consejos aparentemente muy sabios
pensaban afirmar su poder. Dios arranca los montes con su furor y no conocen
quién los trastornó. (Job. 9:5).
"Si digo esto no es porque piense
que tan grandes príncipes tengan necesidad de mis pobres consejos, sino que yo
quiero dar a Alemania lo que ella tiene derecho a esperar de pus hijos. Así,
recomendándome a Vuestra Augusta Majestad y a Vuestras Altezas Serenísimas,
suplico con humildad que no permitan que la ira de mis enemigos haga caer sobre
mí una indignación que yo no he merecido."
Lutero había pronunciado su discurso en
alemán, y al terminar le ordenaron que lo repitiese en latín en beneficio de
los que no lo habían entendido. Así lo hizo y cuando terminó, el orador de la
dieta le dijo con indignación:
"Usted no ha contestado a la
pregunta que le ha sido hecha. Usted no está aquí para poner en duda lo que ha
sido resuelto por los concilios. Se le pide una respuesta clara y precisa.
¿Quiere o no quiere retractarse?"
Lutero contestó entonces resueltamente:
"Puesto que exigen de mí una
respuesta clara y precisa, la daré, y es ésta: No puedo someter mi fe ni al
papa ni a los concilios, porque es claro, como la luz del día, que a menudo han
caído en el error, y en grandes contradicciones con ellos mismos. Si no se me
convence por el testimonio de las Escrituras, o por razones evidentes, si no se
me persuade por los mismos pasajes que he citado, y si no cautivan mi
conciencia con la Palabra de Dios, no puedo ni quiero retractarme de nada
porque el cristiano no debe hablar contra su conciencia." Luego dirigiendo
una fuerte mirada a la asamblea añadió estas impresionantes palabras:
"Aquí estoy. No puedo obrar de otro modo. ¡Que Dios me asista!
¡Amén!".
El auditorio quedó estupefacto. Nadie
ponía en duda la sinceridad y grandeza de esta alma. Todos comprendieron que la
hora era grave. El elector Federico estaba orgulloso de haber sido el protector
de un hombre tal y se dispuso a no abandonarlo aunque le costase el poder y la
vida.
El dogma católico de la autoridad
absoluta y el principio protestante del libre examen habían librado un
formidable combate. El primero estaba representado por el orador de la dieta
que pedía sumisión y retractación, sin dar razones. El segundo, por el fraile
rebelde, que había roto las cadenas de la esclavitud espiritual y que no
reconocía más autoridad religiosa que la de Dios y pedía ser convencido antes
de verse obligado a creer.
Al día siguiente el emperador hizo leer
el mensaje en que pronunciaba la sentencia contra Lutero. Respetando el
salvo-conducto se le permitía regresar a Wittemberg, pero después se procedería
contra él y contra todos sus adherentes como contra los herejes manifiestos,
quienes serían castigados con la excomunión, el entredicho y todos los medios
posibles para destruirlos.
El 26 por la mañana, bendiciendo a todos
los amigos que le rodeaban, Lutero emprendió el regreso sobre el coche que le
había traído, rodeado de veinte hombres a caballos encargados de protegerlo.
WARTBURGO
Cuando Lutero se alejaba de Worms fue
arrestado por dos caballeros enmascarados que lo condujeron al castillo de
Wartburgo, cerca de Eisenach. Era su protector Federico que así había arreglado
para; que tuviese un asilo seguro en esos días de tanto peligro, y hasta que se
viese qué rumbo tomarían los acontecimientos. Durante este cautiverio, que fue
para él lo que el destierro de Patmos para el último apóstol, vivió alejado del
bullicio pero no en la ociosidad, pues aunque estaba ajeno a todo lo que pasaba
en el mundo, empleaba el tiempo en preparar las armas con las que continuaría
peleando la buena pelea de la fe. Vestido de caballero y con la barba larga era
el personaje misterioso de aquel castillo.
Su desaparición produjo consternación,
pues corrió el rumor de que había sido asesinado en el camino. Esta creencia
llegó a ser aún la de muchos de sus amigos íntimos que no lograban saber nada
de su paradero. El célebre pintor Alberto Durero que labia abrazado el
Evangelio escribió en su diario estas palabras: "¡Oh Dios!, si Lutero ha
muerto, ¿quién nos explicará con tanta claridad el santo Evangelio?
Si hubiera vivido diez o veinte años más
¡cuántos libros hubiera escrito! Cristianos, ayudadme a llorar como conviene a
este hombre divino, y a pedir a Dios que le dé un sucesor alumbrado de lo alto
como él era."
MELANTHON, que estaba alarmado sobre la suerte que
podía haber tenido su amigo íntimo, saltó de alegría cuando recibió una carta
escrita con su propia mano.
Pero Alemania no tardó en saber que
vivía, porque desde su ignorado retiro hizo publicar nuevos escritos contra el
papismo y sus erróneas doctrinas.
Fue entonces cuando se puso a trabajar
con desvelo en la traducción de la Biblia, terminando el Nuevo Testamento antes
de salir del castillo. Las versiones que hasta entonces poseía Alemania, como
las de otras naciones de Europa, eran obscuras y defectuosas y del todo fuera
del alcance del pueblo por su alto precio. Lutero dio a su nación una versión
admirablemente fiel y en tan buen alemán que no parecía proceder de otras
lenguas. Al verla publicada veía realizado uno de los grandes sueños de su vida
y lleno de entusiasmo escribía: "¡Que este libro esté en todas las
lenguas, en todas las manos, bajo todos los ojos, en todos los oídos y en todos
los corazones." "La Escritura sin ningún comentario es el sol del
cual todos los sabios reciben la luz". Cuando en 1534 terminó la
traducción de toda la Biblia, las otras porciones ya publicadas habían tenido
tan buena acogida que se contaban más de ciento cincuenta ediciones.
La soledad en la cual vivía, los
trabajos y fatigas de los últimos años, los peligros a que se había expuesto, y
las tareas que se imponía en su destierro llegaron a debilitar su salud. En
medio de estas preocupaciones se sentía muchas veces atacado por el diablo; y
actualmente el guardián del castillo muestra a los viajeros una mancha de tinta
en la pared, que se hizo cuando Lutero arrojó el tintero sobre la cabeza de
Satanás que apareció en la sala y se reía sardónicamente de la traducción de la
Biblia que estaba efectuando.
Durante su ausencia la Reforma seguía
progresando. En Wittenberg se oyó la voz del fraile bohemio Gabriel Zwilling
que protestaba contra la adoración de la hostia, calificando este acto de
idolatría. En el convento las discusiones eran cada vez más acaloradas y
frecuentes y muchos de los frailes que se habían entregado a escudriñar las
Escrituras, querían suprimir de la iglesia las prácticas que no tenían apoyo
bíblico. Trece de ellos rompieron los votos monásticos y salieron del convento.
En la Universidad los doctores se mostraban más-resueltos que antes a prestar
su apoyo a la obra de la reforma, pues les resultaba evidente que el romanismo
había apostatado de la fe primitiva. Este progreso demostraba que la obra no
era de Lutero sino de Dios, y que ni papas ni emperadores podían detenerla en
su marcha gloriosa. Un archi-diácono llamado Carlstadt, a quien Lutero había
iniciado en el estudio de la Biblia, se mostraba impaciente y quería que se
procediese con más rapidez. Era un hombre inquieto y turbulento que no conocía
lo que era la prudencia humana y quería ver las cosas llevadas a su término.
"Todo lo que los papas han instituido decía es impío. No nos hagamos
cómplices dejándolo subsistir. Lo que está condenado en la Palabra de Dios debe
ser abolido de la cristiandad. Si los Jefes del Estado y de la Iglesia no
quieren cumplir con su deber, no dejemos de hacer el nuestro. Basta de
negociaciones, de conferencias, de tesis, de debates, y apliquemos el verdadero
remedio a los males. Se necesita un segundo Elías para destruir los altares de
Baal", Y como este Elías no aparecía se aventuró a serlo él mismo.
"Se arrodillan delante de estas ídolos clamó les encienden velas, les
presentan ofrendas. Levantémonos y arranquémoslos de sus altares". Estas
palabras encontraron eco en el pueblo, y entrando en las iglesias, sacaron
fuera las imágenes y les dieron fuego. Algunos se alarmaron de tanta osadía,
pero otros aprobaban la acción persuadidos de que había llegado la hora de resoluciones
enérgicas.
El movimiento anabaptista con su gran
caudal de méritos y defectos se extendía por todas parles donde la Reforma se
iniciaba. Quería la abolición del multitudinismo para dar lugar a iglesias
compuestas de personas regeneradas y bautizadas en profesión de fe. Pero entre
estos anabaptistas había muchos exaltados, visionarios, iluminados, que creaban
muchas dificultades a los reformadores. Hicieron su aparición en Wittenberg,
estimulando las medidas radicales de Carlstadt, y aumentó la efervescencia a
tal punió que todos pedían que se tomasen medidas para aclarar la situación.
Los papistas estaban contentos al ver a la Reforma sufriendo las consecuencias
deletéreas de su sistema de libertad. Todos reclamaban la presencia de Lutero
porque querían conocer su parecer, y tenían esperanza de que su autoridad moral
bastaría para normalizar la situación.
Cuando Lutero supo lo que estaba pasando
en Wittenberg, escribió al elector que se ponía bajo la protección de Dios y no
de la suya, y secretamente abandonó el castillo y se dirigió a su convento.
Todo el mundo quería verlo. Durante ocho días predicó a grandes auditorios y
consiguió calmar los ánimos e imprimir a la Reforma su marcha normal.
REBELIÓN DE LOS ALDEANOS
Más difícil fue la situación de Lutero frente
a la rebelión de los aldeanos que por aquel tiempo estalló en Alemania y países
vecinos. Ya antes de la Reforma hubo estallidos de campesinos cansados de
soportar las pesadas cargas que ponían sobre ellos los señores y nobles
usurpadores de la tierra pública. Como justamente ha hecho notar A. Reville, ha
sido un error de muchos historiadores asegurar que este levantamiento fue
engendrado por las luchas religiosas del momento, pues el descontento se había
hecho sentir mucho antes. Pero no cabe duda de que los escritos controversiales
del reformador que rompían el dogma de la autoridad papal, proclamaban la
libertad cristiana y el sacerdocio universal de los creyentes, dieron empuje al
levantamiento, el que adquirió un carácter religioso y fue acompañado de
manifestaciones de fanatismo, de predicciones astrológicas y visiones
apocalípticas, lo que no es motivo para que echen en el olvido las
proposiciones serias, justas y positivas que contenían los doce artículos del
programa de los labriegos. En ellos se pedía la supresión de la servidumbre
"atendido que Cristo nos ha redimido con su preciosa sangre, tanto al
pastor de ovejas como al hombre más encumbrado, sin exceptuar a ninguno; por
consiguiente, resulta de la Escritura Santa que somos libres y queremos
serlo", sin que deba entenderse que se rechace toda autoridad", pues
queremos la instituida por Dios y la queremos acatar en todo lo que sea
racional y cristiana". Los aldeanos pedían el libre uso del agua y de los
bosques o sea el derecho de cazar y pescar, que se reservaban los nobles para
sus entretenimientos. Pedían la reglamentación de las prestaciones personales e
impuestos gravosos, muchos de los cuales debían suprimirse en absoluta. En
lodos estos artículos se apelaba al Evangelio, a la fraternidad cristiana y a
la igualdad humana.
En todas partes surgían profetas que
predicaban fogosamente a millares de oyentes. Hubo entre ellos muchos hombres
serenos y reposados pero prevalecieron los exaltados que anunciaban la llegada
del reino de Dios y el consiguiente castigo de los clérigos y señores causantes
de la tiranía y miseria que soportaba el pueblo. Tomás Munzer fue uno de los
más célebres. Era cura de una aldea llamada Altstadt cuando se incorporó al
movimiento ultra radical de los profetas de Zwickau. Acusaba a los reformadores
de dar demasiada importancia a la letra y muy poca al espíritu, y de estar
poniendo los cimientos de un nuevo papismo. Pronto abolió de su iglesia todas
las ceremonias. Puesto al frente de sus parroquianos hizo derribar una iglesia
que era centro de peregrinaciones, lo que le obligó a huir y a andar errante
por Alemania. En sus viajes predicaba incesantemente y contagiaba a las
poblaciones con su doctrina y entusiasmo. Se estableció después en Mulhouse
donde presidió el consejo de la ciudad. Según el testimonio imparcial de
Schlosser era un hombre grave y altamente moral. Se cubría con un manto de
profeta y usaba barba larga, lo que le daba una presencia imponente.
El formidable movimiento, por estar mal
organizado, no pudo hacer frente a los ejércitos disciplinados que mandaban los
nobles y caballeros de los diferentes Estados, de modo que fue ahogado en un
diluvio de sangre que inundó a toda la nación.
En medio del caos todos buscaban a
Lutero, quien se vio frente a un problema que nunca había pensado tener que
afrontar. ¿Qué actitud asumiría? ¿Se pondría ¿el lado de los aldeanos o de la
nobleza? Cuando levantó su voz no estuvo a la altura de sus antecedentes, y no
comprendió los alcances de aquel movimiento ni se dio cuenta de que él mismo
había sido en parte el causante del levantamiento de las masas. El error más
grande de su vida fue el de constituirse en defensor de la reacción, alentando
la crueldad y ferocidad de los opresores del pueblo. Pero digamos en su honra
que no le faltó tampoco el valor necesario para censurar a los señores.
"Sois vosotros les dice los culpables de esta revuelta; son vuestras
declamaciones contra el Evangelio, es la opresión culpable que ejercéis contra
los pequeños de la iglesia, la que ha llevado al pueblo a la desesperación. No
son los aldeanos, queridos señores, los que se sublevan contra vosotros; es
Dios mismo que quiere oponerse a vuestro furor. Los aldeanos son los
instrumentos que Dios emplea para humillaros Entre los doce artículos los hay
que son justos y razonables".
Tocante a Melanthon se puede decir que
fue más reaccionario que Lutero, pues en la refutación que escribió a los doce
artículos, sostuvo el derecho ilimitado de los señores territoriales y el deber
de sumisión incondicional de los aldeanos.
LUTERO ÍNTIMO
La Reforma seguía prosperando en todas
partes y los vínculos con Roma se rompían. Lutero abandonó el convento, que ya
había quedado vacío, se quito el hábito de fraile y se casó con una ex monja
llamada Catalina de Bora. "Si este fraile se casa, había dicho el
jurisconsulto Schurff, hará que el mundo y el diablo se mueran de risa, y
destruirá la obra que ha empezado". Pero Lutero hacía tiempo que desafiaba
a ese mundo y a ese diablo, obedeciendo a la voz de la conciencia sin cuidarse
de las opiniones de los hombres. "Quiero dar testimonio del Evangelio no
sólo con mis palabras sino también con mis obras. Quiero en presencia de mis
enemigos, que ya se consideran triunfantes, que se oiga su algazara, quiero
casarme con una monja para que sepan que no me han vencido". El 11 de
junio de 1525 contrajo enlace. Habían pasado ocho años desde que clavó las
tesis en las puertas de la iglesia, de modo que los que suponen que se separó
del papismo para casarse, están equivocados. Sobre la vida íntima de Lutero
dice César Cantó: "Amó a la mujer que tomó por esposa, vivió bien con ella
y trabajó con sus propias manos para proporcionarle el sustento". "Es
grato seguir a Lutero en su vida privada y en sus opiniones particulares, pues
tiene muchos pensamientos hermosos sobre la naturaleza, la Biblia, las
escuelas, la educación, la fe y la ley Era buen marido y padre cariñoso. En el
seno de su familia reposaba de sus luchas exteriores, reía, bromeaba, amaba, y
cuando su esposa se estremecía ante los peligros que le amenazaban, le
inspiraba confianza en Dios y para dar distinto giro a sus pensamientos la
colmaba de palabras dulces, y la muerte de su hija le arrancó acerbas
lágrimas". Hist. Univ. Tomo V.
A su vez Catalina fue una esposa ideal y
ayuda idónea para su esposo, quien encontró siempre en ella un corazón lleno de
amor y de valentía para alentarle en la lucha contra el mal. Ella había
conocido las calamidades de la vida conventual y daba gracias a Dios porque
había sido librada de un sistema tan anticristiano como contrario a las leyes
naturales. ¡Qué contraste entre un claustro triste y un hogar alegre!
El cariño de Lutero para con los suyos
se puede ver en una carta que dirigió a su hijo Hans, de cinco años de edad,
desde el castillo de Coburgo, donde se alojaba durante la dieta de Ausburgo. En
ella le decía:
"Gracias y paz en Cristo. Mi
querido hijo, me alegro de oír que aprendes bien y oras diligentemente.
Continúa haciendo así y cuando vuelva a casa te llevaré un lindo juguete. Yo
conozco un hermoso y alegre jardín donde muchos niños juegan. Se visten con
blusas doradas y juntan ricas manzanas de los árboles, peras, cerezas y
ciruelas; ellos cantan y saltan por todas partes y están siempre alegres;
también tienen lindos caballos con riendas 'de oro y monturas de plata.
Pregunté al hombre que cuidaba el jardín quiénes eran esos niños y me contestó:
Estos son los niños que oran y estudian, y que son piadosos. Entonces yo le
dije: Buen hombre yo tengo un hijito que se llama Hans Lutero, ¿no me permite
que lo traiga a este lugar para comer estas ricas manzanas y peras y andar en
estos lindos caballitos y jugar con los otros niños? Y el hombre me dijo: Si a
él le gusta orar y estudiar, y es piadoso, vendrá a este lugar con Lipo y
Justo; y cuando estén juntos tendrán flautas, címbalos, arpas y otros
instrumentos musicales; y bailarán y arrojarán flechas con un arco. Me mostró
entonces un lindo prado en el jardín, preparado para la fiesta; había muchas
flautas de oro, címbalos y arcos. Pero era muy temprano y los niños no habían
comido todavía. Entonces yo no quise esperar que la fiesta empezase y dije al
hombre: Mi buen señor, yo voy a escribir pronto todo esto a mi querido hijito
Hans, para que no se olvide de orar, para que aprenda mucho y sea piadoso, y
así sea admitido en este jardín; pero tiene una tía que se llama Lena a quien
querrá traer consigo. El hombre me contestó: Muy bien, escríbale.
Así que, mi querido Hans, debes aprender
mucho y orar bien; y cuenta esto a Lipo y Justo, para que también ellos
estudien y oren; y todos se reunirán en este lindo jardín. Yo te encomiendo a
Dios Todopoderoso. Saluda a tía Lena y dale un beso de mi parte. Tu padre que
te ama,
Martín Lutero.
Y así Lutero formando un hogar cristiano
en el cual reinaba el amor de familia, la simplicidad y la alegría, mostraba la
superioridad moral del Evangelio sobre las costumbres deplorables de los
claustros y condenaba con un ejemplo digno de imitación el celibato clerical.
LA DIETA DE SPIRA
En 1526 volvió a reunirse la dieta
imperial en la ciudad de Spira y tenía que resolver la cuestión luterana. La
sentencia de condenación pronunciada contra Lutero tanto por el papa como por
la dieta de Worms, estaba en pie, pero los príncipes lejos de resolverse a
darle cumplimiento se inclinaban más y más hacia la Reforma. Poblaciones
enteras abrazaban la fe, transformaban las iglesias adaptándolas a las
necesidades del nuevo culto, la misa se abolía por idolátrica y la lectura de
la Biblia iluminaba a las masas apartándolas del romanismo.
La dieta, como de costumbre, tenía que
iniciarse con pomposos oficios religiosos, y esta vez los príncipes partidarios
de la Reforma se negaron terminantemente a concurrir a ellos, pero en cambio se
reunían con frecuencia en los vestíbulos de los palacios para adorar a Dios en
espíritu y en verdad y escuchar la predicación del Evangelio. Estas reuniones
atraían más público que las ceremonias que se celebraban en la catedral
católica a pesar de la presencia del príncipe Fernando, hermano de Carlos V, que
había venido para presidir la dieta. Los evangélicos llevaban bordadas en la
manga derecha las iníciales V.D.M.I.E. correspondientes al texto bíblico que en
latín dice: "Verbum Domini manet in eternum". (La palabra del Señor
permanece para siempre).
La firmeza de los evangélicos era tal
que Fernando no se atrevía a comunicar a la dieta las rigurosas instrucciones
que traía para suprimir la herejía, y las substituyó por proposiciones de
tregua que esperaba pudiesen satisfacer a ambos partidos, lo cual no daba el
resultado apetecido.
Cuando bajo la constante presión de los
prelados las instrucciones fueron dadas a conocer y las cosas habían llegado a
un punto peligroso, nuevos acontecimientos políticos vinieron a impedir que se
les diese cumplimiento, pues el emperador había roto sus relaciones con el papa
y sus ejércitos se aprestaban a invadir los Estados Pontificios. Bajo esas
circunstancias la dieta se disolvió, resolviendo dejar a los Estados en
libertad hasta la reunión de un concilio general.
Terminada la guerra la dieta volvió a
reunirse en Spira en 1529 y la mayoría votó contra todo cambio religioso donde
se había mantenido la fe católica, y en los estados adictos al luteranismo no
se permitirían controversias, quedaría permitida la celebración de la misa y
nadie podría abrazar la fe evangélica. Lo que se buscaba era sofocar la Reforma
prohibiendo el proselitismo y la controversia.
A los católicos les pareció el colmo de
la generosidad permitir a los príncipes luteranos seguir practicando su culto,
pero éstos demostraron no estar dominados por egoísmo, y no se conformaron con
un decreto que impedía que el conocimiento de la verdad fuese llevado
libremente a todas partes, y conscientes del peligro de aquella hora y de la
guerra que se desencadenaba contra ellos, tuvieron la valentía de no doblegarse
ante una doble mayoría y refirmar los derechos sagrados de la conciencia, que
no pueden ser sometidos a la decisión de ninguna dieta, concilio o autoridad
humana de cualquier índole que sea.
El 15 de abril de 1529 los príncipes
luteranos leyeron ante la dieta la famosa protesta que daría el nombre de
protestante al gran movimiento religioso que sacudía los cimientos del mundo.
En ese inmortal documento daban las razones porque no estaban dispuestos a
aceptar lo resuelto por la dieta: "No podemos decían porque se trata aquí
de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, porque en estas cosas
debemos mirar, ante todo, los mandamientos de Dios que es Rey de reyes y Señor
de señores; teniendo cada uno de nosotros que dar cuenta por sí mismo sin
preocuparse para nada de la mayoría o minoría. Aceptar vuestra resolución sería
obrar contra nuestra conciencia sería renegar de nuestro Señor Jesucristo,
rechazar su santa Palabra sería declarar que si Dios llama a un hombre a su
conocimiento, este hombre no está libre de recibir el conocimiento de Dios.
Estamos resueltos por la gracia de Dios a mantener la predicación pura y
exclusiva de sólo la Palabra tal como está contenida en los libros bíblicos del
antiguo y nuevo Testamento, sin añadirle nada que le sea contrario. Esta
Palabra es la única verdad; es la norma segura de toda doctrina y de toda vida,
y no puede faltar ni engañar. Quien edifica sobre este fundamento subsistirá
contra todas las potencias del infierno; mientras que todas las vanidades humanas
que se le oponen, caerán delante de la faz de Dios". "Si vosotros no
escucháis nuestra demanda PROTESTAMOS por la presente, delante de Dios, nuestro
único creador, conservador, redentor y salvador, quien será nuestro juez, así
como delante de todos los hombres y de todas las criaturas, que no consentimos
ni adherimos en ninguna manera, por nosotros ni por los nuestros, al decreto
propuesto, en todas las cosas que son contrarias a Dios, a su santa» Palabra, a
nuestra buena conciencia, a la salvación de las almas y al último decreto de
Spira".
Algunos días después los protestantes se
retiraron de la ciudad satisfechos del testimonio que habían dado ante la dieta
y ante el mundo, pero conscientes de que había que esperar acontecimientos
graves y lúgubres. ¿Qué ocurrirá ahora?, se preguntaban todos. Melanthón estaba
agobiado viendo ya a los partidos en el campo de batalla. ¿El imperio tolerará
la osadía de ese puñado de germanos? Y yendo a la lucha, ¿qué pueden hacer ellos
contra todos los reyes y príncipes de Europa conjurados para sofocar a la
Reforma y presentarla humillada a los pies del papa?
LA CONFESIÓN DE AUSBURGO
La cuestión religiosa quedaba todavía
por resolverse, y el emperador Carlos V convocó a la dieta imperial para
reunirse a principios de mayo de 1530 en la ciudad de Ausburgo.
El elector de Sajonia encargó a Lulero,
Melanthon y otros teólogos que preparasen un documento que pudiera ser
presentado a dicha asamblea, en el que se expusiese cuáles eran las creencias
que sostenían los protestantes. Antes de emprender viaje pidió que se predicase
sobre el texto de Mateo X: 32 y 33: "Cualquiera que me confesare delante
de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los
cielos. Y cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también
delante de mi Padre que está en los cielos". Este pedido demuestra que
estaban animados del sano propósito de permanecer fieles al Señor y a su verdad
costase lo que costase.
En los primeros días de mayo empezaron a
llegar a Ausburgo príncipes y teólogos seguidos de numeroso séquito, de modo
que la ciudad era el teatro de una animación nunca vista.
El emperador hizo llamar a su presencia
a los miembros del consejo de la ciudad y a los príncipes evangélicos, y les
comunicó que estaba prohibido a los evangélicos ocupar los pulpitos durante su
permanencia en la ciudad, y que esperaba que todos fuesen a la procesión de
corpus que tenía que celebrarse al día siguiente. Grande fue la sorpresa de
Carlos V, cuando todos unánimemente declararon que no estaban dispuestos a
obedecer, pronunciando el margrave Jorge de Brandemburgo estas palabras:
"Antes preferiría yo doblar mis rodillas ante Su Majestad Imperial y
hacerme decapitar que renegar de mi Dios y de su santo Evangelio".
Ninguno de ellos asistió a la procesión,
la cual fue un fracaso para los romanistas porque los habitantes de la ciudad
tampoco asistieron. Los pastores predicaron, no en las iglesias, pero sí en los
campamentos de sus respectivos soberanos a grandes auditorios. A la misa con
que se inauguró la dieta asistieron los príncipes por respeto al soberano, pero
no participaron de la ceremonia, permaneciendo en pie cuando fue elevada la
hostia.
Lutero que estaba colocado fuera de la
ley, no podía asistir a la dieta; pero como los príncipes querían que estuviese
cerca a fin de recabar su parecer cuando hiciese falta, le prepararon
alojamiento en el castillo de Coburgo, donde pasaba el tiempo leyendo la Biblia
y las Fábulas de Esopo y escribiendo cartas muy interesantes a su familia y a
sus amigos. Fue en este sitio que compuso su famoso himno "Castillo fuerte
es nuestro Dios", que no tardó en ser cantado en Ausburgo y en toda
Alemania.
Melanthon escribió la inmortal confesión
que fue leída ante la asamblea; documento del cual dice el historiador Schaff:
"La Confesión de Ausburgo siempre será apreciada como uno de los
monumentos más nobles de la fe del período pentecostal del
protestantismo". Lutero la aprobó diciendo: Me agrada. No veo que haya
cosas que cambiar; yo no hubiera podido hablar tan suavemente". La
respuesta católica fue tan débil que desagradó a los católicos que hubieran
querido una réplica capaz de producir una impresión favorable a su partido.
Hubo una nueva lectura de Melanthon, pero los miembros de la asamblea habían
venido no para tomar en consideración las razones que se expusiesen sino lo que
agradase al papa y al emperador.
La Confesión de Ausburgo es una
afirmación de la fe evangélica. Con excepción de lo que dice de los sacramentos,
sosteniendo el punto de vista luterano, las demás creencias expuestas tienen el
asentimiento de todos los grupos evangélicos. Respecto a la gracia dice:
"Los hombres no pueden ser justificados en la presencia de Dios por sus
propias fuerzas, méritos u obras, sino que son justificados gratuitamente por
causa de Cristo por la fe, si creen que son recibidos en gracia y que sus
pecados son perdonados por Cristo, quien con su muerte satisfizo por nuestros
pecados. Dios imputa esta fe por su justicia en su presencia. Romanos 3 y 4.
Todos temían que hubiera llegado el
momento en el cual la guerra sería inevitable, de modo que las entrevistas de
los representantes de ambos partidos eran continuas buscando una
reconciliación. Hubo momentos en que algunos de los protestantes se mostraban
inclinados a ceder por amor a la paz, sacrificando algunas doctrinas. Melanthon
era uno de ellos. Cuando estas noticias llegaron a oídos de Lutero se alarmó y
escribió: "Oigo que habéis empezado una obra maravillosa, es a saber, poner
de acuerdo a Lulero con el papa; pero el papa no quiere y Lulero se excusa. Y
si a pesar de ellos lo conseguís, entonces siguiendo vuestro ejemplo, yo pondré
de acuerdo a Cristo con Belial".
Felipe de Hesse vio que el
protestantismo corría peligro, y desde su retiro escribió: "Cuando se
empieza a ceder, se cede cada vez más. Declarad a mis aliados que yo rechazo
esas conciliaciones pérfidas. Si somos cristianos, no busquemos nuestra propia
ventaja sino la consolación de tantas conciencias fatigadas, afligidas para las
cuales no habrá más salvación si se les quita la Palabra de Dios".
La dieta finalmente intimó a los Estados
protestantes a volver al catolicismo y a extirpar la herejía. Los príncipes
protestantes declararon que 89 negaban a acatar la orden y formaron la Liga de
Smalkalde para defenderse contra la imposición armada que les amenazaba. Carlos
V no se atrevió a proceder y se iniciaron nuevas negociaciones que dieron por
resultado el pacto de paz religiosa hecho en Nuremberg en 1532, en el cual protestantes
y católicos se comprometieron a vivir en paz hasta que se reuniese un concilio
general, del cual, equivocadamente, muchos esperaban lo que nunca podía
producir.
LA ÚLTIMA ETAPA
En la última parte de su vida, Lutero
vivió consagrado a las tareas pastorales buscando edificar y enseñar el buen
camino a las almas que estaban a su alrededor. Ninguno como él vio la importancia
que tenía la instrucción pública, y trabajó ardientemente para que en todas
parles se formasen escuelas que estuviesen al alcance de todos los habitantes.
Una parte importante de la piedad protestante consistía en la lectura de
"la Biblia, de modo que era menester destruir el analfabetismo y a él,
como a ningún otro, debe Alemania la cultura adquirida.
El hombre que se había ganado el pan
cantando por las calles cuando era estudiante, fue durante toda su vida un
apasionado por la música. F. Marcillac en su "Historia de la Música
Moderna" dice: "Dos que durante tantos siglos desesperaron del alma
humana, dice Michellet, la dejaron incurable, inconsolable hasta que sonó el
primer canto de Lutero. Fue él que principió y entonces toda la tierra cantó,
todos, protestantes y católicos. No fue el canto triste de la Edad Media, que
un rebaño humano, bajo la batuta de un director oficial repetía al unísono; fue
un canto verdadero, libre, puro, un canto salido de lo profundo del corazón, el
canto de los que lloran y encuentran consuelo, el gozo divino entre las
lágrimas de la tierra, una muestra del cielo".
Las obras del reformador están llenas de
máximas serias y profundas sobre este tema favorito:
"La música dice es el más sublime
de los, dones de Dios. Siempre he amado la música y lo poco que de ella sé no
lo cambiaría por mucho. Satán la odia; por medio de ella se ahuyentan muchas
tentaciones".
"No me encuentro a gusto con
aquellos que no aman la música, como lo hacen las personas frívolas. La música
es una disciplina, hace a los hombres más dulces, más virtuosos y sabios. El
canto es la mejor de las artes y el mejor de los ejercicios. El que lo posee es
de buena especie y apto para todo. Yo creo y declaro sin miedo que después de
la ciencia de conocer a Dios, no hay cosa mejor que la música".
A su amigo Spalatino le escribía:
"Yo quisiera que siguiéndose el ejemplo de los profetas y padres de la
iglesia, se compusiesen himnos alemanes que cantados sirviesen para anunciar la
Palabra de Dios entre el pueblo. Ayudadme en esta obra".
Lutero escribió y coleccionó muchos
himnos religiosos que los siglos no han envejecido. Fue también aventajado
compositor, y la música de "Castillo fuerte es nuestro Dios" figura
entre los trozos de música clásica.
Oigamos de nuevo a Marcillac: "La
Alemania de Lutero se reconoció en estos cantos graves y austeros en los que
habían hallado expresión todos los sentimientos que la animaban entonces. El
niño los aprendía en la escuela, el padre de familia los repetía a los suyos en
el santuario del hogar; los cantaban a una voz en las circunstancias solemnes y
en los campos de batalla, y el entusiasmo que despertaron fue tal que un
escritor católico dijo que Lutero había hecho más daño al catolicismo con sus
cantos que con sus doctrinas".
El hombre de guerra, el gran batallador,
era un hombre de paz, un hijo de consolación, y la última acción de su vida fue
reconciliar a los condes de Mansfield para lo que tuvo que hacer un viaje a
Eisleben. Cuando partió estaba enfermo y su esposa se despidió de él con
tristes presentimientos. Antes de llegar a su destino le escribió dándole ánimo
y diciéndole que Dios podía levantar a diez Luteros para que continuasen la
obra.
Cuando se sintió enfermo comprendió que
ya había terminado su carrera, y al ser conducido a la pieza donde se reclinó
sobre un sofá dijo: "En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me has
redimido, oh Señor, Dios de verdad".
En medio de sus sufrimientos se le oía
orar; y uno de los testigos de aquella escena recogió estas palabras: "¡Oh
padre celestial, Dios y Padre Nuestro Señor Jesucristo; Dios de toda
consolación, te doy gracias porque me hiciste conocer a tu querido Hijo, Cristo
Jesús, en quien yo confío, a quien he amado, predicado y confesado y a quien el
pernicioso papa y los malos hombres deshonran, persiguen y blasfeman; te ruego
mi Señor Jesucristo, que recibas mi alma en tu seno. ¡Oh padre celestial!, tengo
que dejar este cuerpo y esta vida, pero estoy seguro de que iré a estar contigo
para siempre jamás, y que nadie puede arrebatarme de tu mano". Después de
orar dijo: "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito
para que todo aquel que en él creyere no se pierda más y tenga vida
eterna".
El doctor Justo Jonás estaba presente y
le preguntó si moría afirmando lo que había enseñado, y todos los que lo
rodeaban oyeron con claridad: "Sí, sí". Un momento después estaba con
el Señor. Era el 18 de febrero de 1546. Tenía 63 años de edad.
Quiso la providencia que muriese en el
pueblo donde había nacido.