CAPITULO SEGUNDO: LA REFORMA EN ALEMANIA.

JUVENTUD DE LUTERO

Entramos ahora en el período de la gran revolución religiosa denominada la Reforma, la más grande, la más gloriosa, la más fecunda y la más cristiana que haya sacudido al género humano. Las causas que le dieron origen venían acumulándose desde varios siglos atrás, y el estallido se produjo simultáneamente en casi todos los países del viejo mundo, como si Dios quisiera hacer comprender que no era obra de un solo hombre ni especialidad de un solo pueblo o raza. Pero era Alemania el país que ofrecía el terreno mejor preparado para librar las primeras batallas y alcanzar las primeras victorias. Los germanos eran muy celosos defensores de su independencia y estaban predispuestos a secundar toda acción contraria al poder centralizador de Roma. Sus príncipes estaban cansados de pagar pesados tributos al Pontificado y soportar un vasallaje religioso humillante, y aunque las causas de la Reforma fueron espirituales, no cabe duda que el factor político y el económico contribuyeron a favorecerla en Alemania, así como a obstaculizarla por el sur de Europa.
Los héroes de esta gloriosa jornada forman una numerosa legión de hombres de gran temple cristiano, amantes sinceros de la verdad, que reconociendo que es menester obedecer a Dios antes que a los hombres, rompieron con el papado y con el dogma asfixiante de la autoridad eclesiástica, para vivir en armonía con los preceptos del Evangelio.
Entremos a ocuparnos de aquél a quien con justicia se le llama el héroe de la Reforma.
Martín Lutero nació en una aldea de Alemania llamada Eisleben, el 10 de noviembre de 1483. Su padre Juan Lutero y su madre Margarita Siegler eran pobres y modestos trabajadores, pero personas que por su laboriosidad y honradez gozaban de buena reputación entre sus vecinos. Su célebre hijo nunca se avergonzó de su origen humilde y refiriéndose a su infancia decía: "Soy hijo de un aldeano; mi padre, mi madre y mis abuelos eran verdaderos aldeanos".
Su padre trabajaba de leñador y de minero, y la familia, que mantenía con sus reducidas entradas, conoció muchas veces las amarguras de una extremada pobreza. El niño se crió bajo una severa disciplina impuesta tanto por las costumbres de su época como por el carácter un tanto rústico de su progenitor.
Su madre, a quien Martín mucho se le parecía en lo físico, era una fiel colaboradora de su esposo; trabajadora, enérgica, y emprendedora, contribuyó a mejorar las condiciones económicas de la familia. "Mi madre decía Lutero para criarnos tuvo muchas veces que llevar el atado de leña sobre sus espaldas".
Cerca de Eisleben se encuentra la población de Mansfeld donde florecían algunas industrias, y a ella se trasladó la familia Lutero en busca de un campo más próspero para sus actividades. Ahí mejoraron sus condiciones lo que hizo posible mandar al niño a la escuela. Fue durante este tiempo que recibió severos castigos tanto de su padre como de su maestro y así aprendió en carne propia que los métodos rigurosos son contraproducentes, y enseñó a su pueblo a castigar con más bondad y sabiduría.
A la edad de 14 años fue enviado a la escuela de Magdeburgo, y poco tiempo después a la de Eisenach, donde vivían algunos parientes de su madre. Como su padre volvió a verse en dificultades pecuniarias hubo momentos en que se creyó que sería imposible continuar costeándole los estudios. Siguiendo una vieja costumbre nacional, el joven salía con otros compañeros de escuela a cantar por las calles y recogían las ofrendas, ya en alimentos, ya en dinero, que les daban los vecinos. La melodiosa voz del joven cantor impresionó a una dama llamada Úrsula Cotta, esposa de un ciudadano adinerado, y ésta conociendo la situación afligente del estudiante se constituyó en su protectora, recibiéndolo en su propia casa y haciéndolo participar de su mesa. Fue en esto hogar donde se dulcificó un tanto su espíritu y donde aprendió a ser franco y jovial.
Su padre había resuelto que estudiase leyes y a la edad de dieciocho años pudo hacerlo ingresando a la Universidad de Erfurt, donde se entregó al estudio con gran entusiasmo, pasando el tiempo ya en las aulas ya en la Biblioteca. Al cabo de dos años recibió el grado de bachiller.
Examinando un día los libros de la Biblioteca dio con un volumen olvidado que le llamó mucho la atención. Era una Biblia en latín. Lleno de emoción se puso a recorrer sus misteriosas páginas y su corazón latía al encontrarse por primera vez con un tomo que contenía los escritos inspirados divinamente. Sus ojos se detuvieron para leer la bella historia de Ana y el niño Samuel. Poco sospechaba entonces que él llegaría a ser para su pueblo lo que este niño fue para Israel; un fiel profeta de Jehová. Leyó largamente y no tardó en volver para leer y releer esas páginas que le llenaban de satisfacción y derramaban en fu alma inmensos torrentes de luz. "¡Oh si Dios me diese un día decía la dicha de ser poseedor de un libro tal!". Fue así como Dios lo puso en contacto con su Palabra. ¡Había descubierto el libro del cual más tarde daría a su pueblo esa traducción admirable que Alemania lee desde hace cuatro siglos, y que ha sido fuente de tan abundantes y ricas bendiciones!
El sentimiento religioso, hasta ahora un tanto dormido, se había despertado vivamente en Lulero. Sus oraciones empezaron a ser frecuentes y fervorosas. La lectura de la Biblia intensificaba este fervor y hacía que fuese consciente y estuviese fundado en la verdad. Pero un incidente inesperado vino a ser la causa de que se pusiese a pensar en las cosas espirituales con mayor solemnidad. Había ido a visitar a sus padres y cuando estaba de regreso a Erfurt le sorprendió en el cantillo una fuerte tempestad. Un rayo cayó a sus pies y aterrorizado se puso de rodillas invocando a Santa Ana. Vio la muerte de cerca y en su desesperación prometió a Dios abandonar el mundo y servirlo si lo libraba de aquella hora tan terrible. Al levantarse del suelo y renacer la calina, se preguntó lo que debía hacer para cumplir la promesa que había hecho. El único camino que conocía era el de la vida monástica y creía que para ser santo y hallar la paz debía abrazarla. ¡Dios estaba preparando al futuro apóstol para la gran obra que debía realizar en el mundo!
La muerte prematura de un amigo, que algunos autores la hacen coincidir con la caída del rayo en el camino de Erfurt, le habló de la eternidad con muda pero impresionante elocuencia, y desde aquel momento la salvación de su alma fue su más seria preocupación.
Cuando llegó a Erfurt su resolución ya estaba tomada en forma inquebrantable, pero no sería sin pena que daría el adiós a sus amigos y a sus estudios. Una noche invitó a sus amigos para una tertulia y después de pasar algunas horas de entretenimiento cantando al son del laúd, con gran sorpresa para todos, les manifestó el propósito de hacerse monje. Antes de aclarar salió de su casa y fue a golpear las puertas del convento de agustinos. Tenía entonces cerca de veintidós años de edad. Los agustinos recibieron al joven universitario con los brazos abiertos. Sus amigos que en la noche de la despedida habían hecho todo lo posible para que no llevase a cabo su propósito, continuaban creyendo que su resolución había sido un error. ¿Un joven de tanta promesa ha de sepultarse en un claustro para llevar una vida ociosa como los demás frailes? Se dirigieron en corporación al convento para hacerlo salir, pero las puertas permanecieron cerradas. Pasó más de un mes antes que uno de ellos consiguiera verlo. Su padre cuando supo la noticia quedó consternado y le escribió una carta furibunda. Juan Lutero que era ahora un vecino de alguna influencia, consejero municipal, había formado planes muy diferentes para su hijo. Quería verlo abogado y casado con la hija de algún ciudadano de Mansfeld. Las ilusiones de su vida se desvanecieron en una noche. El golpe era duro pero no tenía más remedio que soportarlo.
Durante el noviciado Lutero tuvo que hacer los trabajos más humildes del convento; barrer las celdas, cuidar el jardín, dar cuerda al reloj, actuar de portero, etc. Terminadas estas tareas venía lo más duro: "Cum saco per civitatem" con la bolsa por la ciudad. Tenía que recorrer las calles mendigando de puerta en puerta hasta llenar la bolsa que llevaba al convento con todas las provisiones conseguidas de los devotos.
Lutero buscaba cultivar sus facultades intelectuales dedicando algún tiempo al estudio, pero sus superiores y sus compañeros de más edad queriendo humillarlo hasta el extremo, cuando veían que estaba tomando gusto a alguna lectura le hacían esta reprimenda: "Vamos, vamos, no es estudiando sino mendigando pan, trigo, huevos, pescado, carne y plata como se ayuda al convento". Tenía entonces que dejar loa libros y salir de nuevo con la bolsa.
Felizmente algunos de sus amigos de la Universidad influyeron ante el prior y pudo dedicarse más al estudio. Se puso a leer las obras de San Agustín, gustando sobremanera su exposición de los Salmos. Leyó también con provecho los comentarios bíblicos de Nicolás de Lyra, muerto en 1340, y ejercieron en él tan saludable influencia que se llegó a decir: "Si Lyra no hubiera tocado la lira, Lulero no hubiera saltado". Pero sobre todo leía la palabra de Dios en el ejemplar de la Biblia que halló encadenado en el convento. Aprendía de memoria trozos enteros y pasaba a veces todo un día meditando en un versículo. En este tiempo se dedicó al estudio del griego y hebreo para poder leer las Escrituras en sus lenguas originales.
Lutero buscaba en vano la paz del alma por medio del cumplimiento de los deberes religiosos que su orden le imponía. Los prolongados ayunos y las repelidas penitencias no llegaban a tranquilizarle. Encerrado en su celda como un prisionero luchaba contra los apetitos carnales pero no conseguía la victoria. Así aprendió que la salvación no se consigue por medio de las obras y pudo más tarde decir: "Si un fraile hubiera podido entrar al cielo por su frailería, yo hubiera entrado. De esto pueden testificar todos los frailes que me han conocido. Si ese estado se hubiese prolongado yo me hubiera martirizado hasta morir, a fuerza de vigilias, rezos, lecturas y otras obras. Yo acudía a mil medios para tranquilizar la voz de mi conciencia. Me confesaba todos los días, pero eso de nada me valía. Me preparaba con mucha devoción para la misa y la oración, pero llegaba al altar lleno de dudas, y lleno de dudas me retiraba. Yo ayunaba, velaba, maltrataba el cuerpo; nada conseguía".
Una vez se encerró en su celda y como pasaran varios días sin que la puerta se abriera, uno de sus amigos, Lucas Edemberger, deseando saber la causa la abrió y lo halló desmayado en el suelo. No pudiendo, por diferentes medios, hacer que volviese en sí, tomó un grupo de chicos acostumbrados a cantar en el coro y les hizo entonar una canción suave que obró con poder mágico sobre los sentidos de Lulero devolviéndole el conocimiento. "Pero dice D'Aubigne, si la música podía por algunos instantes traerle un poco de serenidad, necesitaba otro remedio más poderoso para curarlo realmente, necesitaba ese don dulce y sutil del Evangelio, que es la voz de Dios mismo".
Lutero desde niño había mostrado gran pasión por la música y el canto, logrando tocar admirablemente el laúd y otros instrumentos. Años más tarde fue compositor de bien inspirados himnos y de trozos musicales clasificados entre los clásicos, como el famoso "Castillo fuerte es nuestro Dios".
En aquellos tiempos la luz de la verdad había penetrado en algunas personas que seguían la vida monacal, quienes a pesar de hallarse dentro del romanismo vivían por encima de su enseñanza y espíritu. Uno de estos era Juan Staupitz, vicario general de la orden. En una de sus visitas al convento de Erfurt conoció a Lutero y simpatizó mucho con él porque lo veía preocupado con problemas espirituales que habían sido también los suyos. Le aconsejó a dejar de depender de sus obras y a confiar enteramente en la obra del Redentor. "Contempla las llagas de Cristo, le dijo, y verás brillar el consejo de Dios a los hombres. No se puede comprender a Dios fuera de Jesucristo. En Cristo, dice Dios, encontrarás lo que yo soy y lo que pido. No lo encontrarás en ninguna otra parte, ni en la tierra ni en el cielo".
Hablando como verdadero profeta Staupitz le dijo cierto día: "No es en vano que Dios te está probando por medio de estas luchas: tú lo verás, él te utilizará para realizar grandes cosas".
El mejor consejo que le dio fue éste: "Que el estudio de las Escrituras sea tu ocupación favorita". Y este consejo fue acompañado con el regalo de una. Biblia que sirvió a Lutero para poder estudiarla en su celda, sin depender de la que estaba encadenada en el convento.
Staupitz no acompañó a su discípulo en la obra de la Reforma y cuando Lutero rompió definitivamente con el papado se retiró a un convento de Salzburgo. Era un hombre pacífico que no se sentía capaz de tornar parte en una batalla tan formidable como la que se estaba librando, y aunque interrumpió su correspondencia con el reformador, en el fondo espiritual ambos seguían líneas paralelas.
El 2 de mayo Lutero fue ordenado sacerdote. Su padre que hasta entonces se había mantenido distanciado asistió al acto y le regaló veinte florines. Ofició el obispo de Brandeburgo y al conferirle el poder de celebrar la misa le puso el cáliz entre las manos diciendo: "Accipe potestatcm saxrificandi pro vivís et mortis". (Recibe el poder de sacrificar por los vives y los muertos). Años después dijo Lutero: "Si la tierra no nos tragó a ambos fue por la gran paciencia y longanimidad del Señor"

LUTERO EN WITTENBERG

El elector Federico de Sajonia había fundado la Universidad de Wittenberg, nombrando a Staupitz decano de la Facultad de Teología que funcionaba en la misma. Este comprendió que había llegado el momento de proporcionar a Lulero la oportunidad de utilizar sus aptitudes en un escenario más amplio que el del Erfurt y lo trajo a Wittenberg para enseñar en el nuevo y floreciente centro de estudios. El joven fraile llegó en 1508 y se instaló en el convento de agustinos porque su nuevo cargo no le desligaba de las relaciones que mantenía con la orden. Su primera tarea fue la de dictar clases de filosofía; pero como su alma suspiraba por cosas menos áridas, se esforzó para alcanzar el grado de bachiller en teología lo que le habilitaba para dictar cursos de materias religiosas. Desde entonces todos los días tenía que hablar sobre la Biblia, y esa hora de estudios llegó a ser la más apreciada por los estudiantes y profesores, porque Lutero en lugar de seguir la rutina que1 consistía en definir sentencias obscuras de los autores religiosos y teólogos medioevales, exponía la Biblia usando una exégesis racional y con todo el fervor que caracteriza a las personas que han pasado por las experiencias espirituales de que la Biblia trata. Estas lecciones empezaron a ser el objeto de los más vivos y variados comentarios y el sabio Mellerstadt dijo al respecto: "Este fraile desalojará a lodos los doctores; introducirá una nueva doctrina y reformará toda la iglesia; porque se funda en la Palabra de Cristo y nadie en el mundo puede vencer y trastornar esta Palabra, aunque fuese atacada con todas las armas de la filosofía, de los sofistas, scotistas, albertistas, tomistas y con todo el Tártaro".
Staupitz llevó a Lutero a predicar en la iglesia de los agustinos y la gente acudía en tropel a escucharle. El recinto resultaba pequeño, de modo que el consejo municipal lo llamó a predicar en la iglesia parroquial. La fama del nuevo predicador se extendió por todas parles, y el mismo Federico el sabio vino una vez hasta Wittenberg para escucharlo.
En 1510 tuvo que interrumpir su brillante obra de profesor y predicador para cumplir con una delicada misión que su orden le confiaba ante el sumo pontífice. Se dirigió a Roma lleno de emoción, y a medida que avanzaba en su peregrinación se agolpaban en su mente los recuerdos históricos relacionados con la ciudad eterna. ¡Pronto vería el coliseo y otros lugares inmortalizados por el martirologio cristiano! Cuando contempló la ciudad cayó de rodillas y exclamó: "¡Te saludo, oh Roma santa!" Pero una gran desilusión le esperaba. Encontró que los frailes llevaban una vida desordenada y viciosa. La frivolidad con que trataban las cosas sagradas le escandalizó en extremo. Oyó cómo los frailes se burlaban de la misa que celebraban. Halló casos en que los curas se jactaban de pronunciar las palabras de la consagración de esta manera: "Pañis es, et panes manebis; vinum es, et vinus manebis". (Pan eres y pan quedarás: vino eres y vino quedarás). Se le partía el corazón cuando veía que los curas decían la misa a toda carrera, y que cuando él la decía llenando escrupulosamente todos los requisitos, alguno se le acercaba para decirle que terminase pronto.
Visitó muy devotamente los monumentos y sitios consagrados por la tradición. Fue a ver la llamada escalera de Pílalo, o escalera santa que la leyenda dice fue transportada de Jerusalén a Roma, y que fue por ella que Jesús subió al Pretorio. Cuando la estaba subiendo de rodillas recordó súbitamente las palabras de Habacuc citadas por San Pablo en las Epístolas a Romanos y Calatas: "El justo vivirá por la fe". Esas palabras le revelaron que Dios no se complace con las obras llamadas meritorias con que los hombres quieren ganar el cielo. Avergonzado por haberse dejado arrastrar por esa superstición y mentira de la escalera, se levantó resueltamente y se retiró de aquel sitio.
Su viaje a Roma lo preparó para romper sin escrúpulos con el papado, al cual hasta entonces había creído de origen divino. Pudo escribir: "En Roma se cometen crímenes increíbles. Es necesario haberlo visto para creerlo. Hay un proverbio que dice: Si existe un infierno debe encontrarse debajo de Roma. Ahí prosperan todos los vicios. Los que queréis vivir en santidad salid de Roma".
Pero todavía se hacía ilusiones sobre el papa y lo creía un cordero en medio de lobos.
De regreso a Wittenberg la doctrina bíblica de la justificación por la fe, que ninguno llegara a encarnar como él, fue haciéndosele cada día más preciosa. Las conversaciones con el piadoso Staupitz, el estudio de las Epístolas de San Pablo, el recuerdo de su experiencia en la escalera de Pilatos y otros factores contribuyeron a hacerle comprender que del conocimiento de esta verdad depende todo el sistema cristiano. Oigámosle hablar a este respecto: "Cuando por el Espíritu de Dios comprendí estas palabras, cuando comprendí cómo la justificación del pecador proviene de la pura misericordia del Señor por medio de la fe entonces me sentí renacer como un nuevo hombre y entré a puertas abiertas en el paraíso de Dios. Desde entonces vi la querida y santa Escritura con ojos completamente nuevos. Recorrí toda la Biblia, reuní un gran número de pasajes que me enseñaron lo que era la obra de Dios. Y como antes había odiado fuertemente la frase "justicia de Dios" empecé entonces a estimarla y amarla como la frase más dulce y consoladora. Esta verdad fue para mí la verdadera puerta del paraíso.
"Yo veo añade que el diablo ataca sin cesar este artículo fundamental por medio de sus doctores, y que no puede darse reposo. Pues bien, yo el doctor Martín Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo confieso este artículo, que la fe sola justifica delante de Dios sin las obras, declaro que el emperador de los romanos, el de los turcos, el de los tártaros, el de los persas, el papa, todos los cardenales, los obispos, los sacerdotes, los frailes, las monjas, los reyes, los príncipes, los señores, todo el mundo y todos los diablos, deben dejarlo en pie y que permanezca para siempre. Si quieren combatir esta verdad traerán sobre sus cabezas el fuego del infierno. Ese es el santo y verdadero evangelio. No hay sino Jesucristo el Hijo de Dios que haya muerto por nuestros pecados. Lo repito, y aunque el diablo y todo el mundo se despedazasen en su furor, no sería esto menos verdadero. Y si es El sólo quien quita el pecado, no podemos ser nosotros con nuestras obras. Pero las buenas obras siguen a la redención como el fruto sigue a la planta. Esa es nuestra doctrina, es la que el Espíritu Santo enseña a toda la cristiandad. En el nombre de Dios la sostendremos. Amén".

LA VENTA DE LAS INDULGENCIAS

Los teólogos escolásticos de la Edad Media sentaron la falsa doctrina de las indulgencias, enseñando que la iglesia posee un tesoro inagotable de obras de supererogación, es decir, obras que los santos hicieron además de las necesarias para salvarse. Este tesoro dispone también de los méritos de Cristo y de la virgen, y el papa puede disponer de él libremente acordando indulgencias a quienes pagan en metálico o cumplen con tales o cuales deberes y preceptos que la iglesia impone. El papa León X, hombre muy dado a las artes y a la mundanalidad, gastador de sumas fabulosas, necesitaba dinero, mucho dinero, pura terminar la basílica de San Pedro y conceder una dote cuantiosa a su hermana Margarita. Mandó entonces efectuar una venta de indulgencias en gran escala y confió el negocio en lo referente a Alemania al arzobispo de Mandeburgo, quien a su vez empleó a un dominicano llamado Tetzel para efectuar la venta al menudeo. Este fraile era un gran descarado, y sin el menor escrúpulo de conciencia abusaba de la ignorancia y buena fe de la gente sencilla y crédula. Recorría pueblos y ciudades levantando en las plazas una cruz colorada de enormes dimensiones y pregonaba la resolución papal, prometiendo a los compradores de indulgencias completa remisión de pecados. "Para sacar un alma del purgatorio clamaba basta medio escudo. No bien el dinero suena en mi caja, el alma libertada vuela al cielo. El papa tiene más poder que los ángeles, los apóstoles y los santos; éstos son inferiores a Jesucristo, mientras que el papa es su igual".
Tetzel decía que él por medio de la venta de las indulgencias había salvado más almas que San Pedro por medio de sus sermones.
Cuando Tetzel llegó a Wittenberg dijo Lutero: "Voy a hacer un agujero en ese tambor". Subió al pulpito y resueltamente se puso a predicar contra el inicuo tráfico que efectuaba el dominicano, anunciando que la salvación es gratuita para quien se arrepiente y confía en Jesucristo y que quien no llena estos requisitos no la puede conseguir ni con dinero ni buenas obras
Tetzel se irrita y predica furiosamente contra Lulero. Para impresionar mejor a su auditorio enciende aparatosamente una hoguera en medio de la plaza y declara que los que se oponen a los decretos del papa son herejes y deben morir consumidos por el fuego.
La víspera de todos los santos la ciudad estaba llena de forasteros que venían para participar de los actos religiosos que se celebran en dicha ocasión. Lutero predicó sobre la conversión de Zaqueo, y al terminar su sermón clavó en las puertas de la iglesia las famosas noventa y cinco tesis, llamadas a producir tan inmensa sensación en el mundo. Era el 31 de octubre de 1517. Lutero no desconoce todavía la autoridad del papa ni sueña en romper con la iglesia romana, pero las tesis están saturadas de doctrina eminentemente evangélica, haciendo depender la salvación únicamente de los méritos de Cristo. Por oso no tardarían en hacerle descubrir que la iglesia romana es apóstata y contraria a los fundamentos de la fe cristiana. He aquí algunas de esas tesis:
1. "Cuando nuestro Maestro y Señor Jesucristo dice: “Arrepentíos” quiere que la vida entera de sus fieles sea un arrepentimiento constante y continuo".
2. "Esta palabra no puede referirse al sacramento de la penitencia como es administrada por el sacerdote".
21. "Los vendedores de indulgencia se engañan cuando dicen que por las indulgencias papales el hombre queda libre de todo castigo y se salva".
27. "Predican locuras humanas los que pretenden que en el momento cuando el dinero cae en el cofre el alma sale del purgatorio".
32. "Los que se imaginan estar seguros de su salvación por las indulgencias, irán con el diablo junto con aquellos que así lo enseñan”.
36. "Todo cristiano que tiene un verdadero arrepentimiento de sus pecados, tiene una completa remisión de la pena y de la falta, sin necesidad de indulgencia".
37. "Todo buen cristiano, muerto o vivo, participa de los bienes de Cristo o de la Iglesia, por el don de Dios, y sin carta de indulgencia".
62. "El verdadero y precioso tesoro de la Iglesia es el santo evangelio de la gloria y gracia de Dios".
92. "Quiera Dios que seamos librados de todos los predicadores que dicen a la Iglesia de Cristo "paz, paz" cuando no hay paz".
94. "Hay que exhortar a los cristianos a seguir a Cristo a través de la cruz, la muerte y el infierno".
95. "Porque es mejor entrar en el reino de cielos por muchas tribulaciones que tener una seguridad carnal por el consuelo de una paz falsa".
Las tesis fueron escritas en latín, pero toda Alemania las leyó en su propia lengua al cabo de dos semanas, y la cristiandad entera al cabo de un mes. Miles de almas saltaron de gozo porque Dios había levantado un profeta varonil que denunciaba los abusos del clero romano y proclamaba la verdad de Cristo. Otros, en cambio, estaban furiosos y clamaban contra Lutero. Él mismo estaba sorprendido de la gran resonancia que había tenido su protesta, pero quedó convencido de que había llegado la hora de levantar la voz y afirmar el rostro, y seguir adelante en una lucha fuerte contra el pecado y el error.
Las crónicas de la época refieren que el elector de Sajonia, Federico el sabio, que se encontraba en Schweinitz, a seis leguas de Wittenberg, cuando Lutero clavó sus tesis en la puerta de la iglesia tuvo un sueño que refirió así: "Soñé que el Dios Todopoderoso me enviaba un fraile que era hijo verdadero del apóstol San Pablo. Por orden de Dios le acompañaban todos los santos para atestiguar ante mí y declarar que no venía a maquinar ningún fraude, sino que todo lo que hacía era según la voluntad de Dios. Me pidieron que le permitiese escribir algo en la puerta del castillo de Wittenberg, lo que permití por medio del canciller. El fraile entonces se dirigió a la puerta y se puso a escribir. Lo hizo con letras tan grandes que yo podía leerlas desde Schweinitz. La pluma que usaba tenía tales dimensiones que la extremidad llegaba a Roma; ella pinchaba las orejas de un león que estaba acostado y hacía tambalear la triple corona que estaba sobre la cabeza del papa. Los cardenales y príncipes corrieron y se esforzaban por sostenerla. El león todavía molestado por la pluma se puso a rugir con todas sus fuerzas a tal punto que toda la ciudad de Roma y todos los Estados del Santo Imperio corrieron a ver lo que pasaba. El papa pidió que se opusiesen a ese fraile y se dirigió sobre todo a mí porque se hallaba en mi país".
"Soñé que todos los príncipes del Imperio, y nosotros con ellos, corrieron a Roma y todos juntos procuraban romper la pluma; pero cuanto más se esforzaban más se enderezaba; crujía como si hubiera sido de hierro: nos cansamos al fin. Fui entonces a preguntar al fraile (porque tan pronto yo estaba en Roma como en Wittenberg) de dónde había sacado esa pluma y por qué era tan fuerte. "La pluma respondió perteneció a un viejo ganso de Bohemia, de cien años de edad. La recibí de uno de mis antiguos maestros de escuela. Su fuerza estriba en que no le pueden sacar el alma o la médula y yo mismo estoy sorprendido". De repente oí un fuerte ruido: de la larga pluma del fraile habían salido muchas otras plumas".
Las tesis despertaron a los secuaces de Roma y Lutero tuvo que contestar á muchos adversarios, después de lo cual dirigió una carta respetuosa al papa en la que las sometía a su consideración. León X que con su acostumbrada frivolidad se había limitado a decir que lo que estaba ocurriendo en Alemania eran simples querellas de frailes, se dio cuenta de que el asunto tenía que ser encarado con más seriedad y terminó por citar a Lutero a comparecer en Roma antes de sesenta días. Pero por influencia del elector, de su amigo Spalatino que vivía en la corte, y de los profesores de la Universidad, pudo arreglarse que en lugar de ir a Roma. Lutero compareciese ante el legado papal, cardenal Cayetano, que se encontraba en Ausburgo. Así se le libró de una muerte segura, pues otra no hubiera sido su suerte si caía en manos del papa.
El legado recibió instrucciones para conseguir de Lutero una completa retractación de sus afirmaciones o de lo contrario prenderlo y excomulgar a todos los príncipes e instituciones que saliesen en su defensa.
Aunque enfermo, Lutero hizo el viaje a pie, mundo de un salvoconducto del emperador y tuvo su primer encuentro con el papado, representado por ese cardenal, de quien dijo el reformador que sabía tanto de las Escrituras como un asno de tocar el arpa. Por su parte el cardenal describió a Lutero como una bestia alemana con ojos profundos y una cabeza llena de sorprendentes especulaciones.
En la primera entrevista el cardenal expuso a Lutero que debía retractarse de sus afirmaciones, prometer no volver a enseñar las mismas cosas., ser moderado y no causar trastornos a la iglesia. En fin, le exigía lo que siempre exige Roma, una sumisión completa e incondicional.
Lutero pidió que se le dijese en qué había errado, declarando que estaba pronto para corregirse si en algo se había apartado de la verdadera fe. Aunque de mala gana el legado le indicó dos cosas que consideraba peligrosas y éstas eran el haber dicho que los méritos de Cristo no constituían un tesoro de indulgencias puesto a disposición del papa y que el sacramento no es válido si el que lo recibe no tiene fe.
Estas dos proposiciones daban un golpe mortal al tráfico de las indulgencias y al sistema sacramental del papismo y de ahí procedía el terrible encono de Roma.
"En cuanto a las indulgencias, si me muestran que estoy equivocado contestó Lutero estoy listo para recibir instrucción. Pero tocante al artículo de la fe, si en algo cediese, sería lo mismo que renegar a Jesucristo. No puedo ni quiero ceder en este punto, y por la gracia de Dios, no cederé jamás".
"Quieras o no quieras contestó el cardenal es necesario que hoy mismo retractes este artículo, o bien por ese solo artículo voy a rechazar y condenar toda tu doctrina.
Lutero quiso exponer sus razones, pero el legado encolerizado respondió: "Yo no he venido aquí para discutir contigo. Retráctate o prepárate a sufrir las penas merecidas".
Lutero comprendió que por ese camino no se llegaría a ningún resultado. No era el hombre dispuesto a claudicar de su conciencia sometiéndose al dogma de la autoridad. No creía en la infalibilidad de los hombres ni de las instituciones y quería razones y no imposiciones. Determinó retirarse, y entonces el legado le tendió una red pero no cayó en ella: "¿Quieres le dijo que te dé un salvo conducto para ir a Roma?"
No obstante, al día siguiente tuvo lugar una segunda audiencia. Experimento inútil porque el libre examen y la autoridad infalible nunca podrán ponerse de acuerdo. El legado quiso impresionar dando a esa audiencia mucha solemnidad, pero Lutero ya estaba por encima de esas vanidades, y en nada fue conmovido de su resolución de ser fiel a lo que creía ser la verdad de Dios. Nuevamente se le pidió una retractación. Staupitz que acompañaba a Lutero consiguió que se le permitiese contestar por escrito al día siguiente.
El escrito que presentó Lutero en esta tercera audiencia era una nueva reafirmación de que la salvación es por la fe en Cristo. Aun los santos se salvaron en virtud d« la misericordia divina y no por obras. Cuando el cardenal Cayetano vio que se hallaban siempre en el mismo punto y que no había esperanza de ver al fraile de rodillas delante de su presencia implorando la bondad del papa, se puso furioso y dijo a Lutero: "Retráctate o sal de mi presencia". Lutero lo saludó y se retiró.
Comprendiendo que corría serio peligro, se ausentó pronto de Ausburgo volviendo a Wittenberg para continuar la batalla que había empezado en el nombre de Dios.
El elector de Sajonia recibió una orden de expulsar al hereje de sus dominios, pero lejos de tomarla en cuenta se dispuso a proteger a Lutero más de lo que hasta entonces lo había hecho, porque él personalmente había llegado a la convicción de que su causa era justa y en defensa del Evangelio al cual profesáis amor verdadero.

ENEMIGOS Y COLABORADORES

Al regresar Lutero a Wittenberg hubo un breve período de paz, que fue interrumpido por el doctor Juan Eck al desafiar al reformador a una discusión pública en la docta ciudad de Leipzig, sobre el derecho divino del pontificado. Eck era un hombre de vasta erudición y habilísimo argumentador que había ganado mucha fama al dictar cursos de filosofía en la Universidad de Ingolstadt. El desafío fue aceptado y la discusión tuvo lugar. Las crónicas de la época describen los carros que trasportaron a los dos combatientes escollados de más de doscientos estudiantes que anhelaban presenciar el importante débale. El encuentro tuvo lugar en un amplio salón del palacio del duque Jorge donde se habían levantado dos estrados con una silla en cada uno para los disputantes. La discusión versó sobre el primado y supremacía del papa y Eck supo llevar a Lutero a un terreno muy peligroso, y aunque aparentemente triunfaba, estaba, sin saberlo ni mucho menos quererlo, contribuyendo a que Lutero descubriese el inmenso abismo que separa al Evangelio del papado y comprendiese que una ruptura radical y completa con el mismo era indispensable para ser fiel a Cristo.
Lutero se había aventurado a negar el derecho bíblico de las pretensiones del papado, sosteniendo que no databan sino de unos cuatrocientos años atrás y que por lo lanío no eran obligatorios para el cristiano quien solo debe responder a las enseñanzas de las Escrituras. Eck hizo surgir entonces el fantasma de la herejía demostrando la semejanza que había entre las afirmaciones de Lutero y las que en siglos anteriores habían hecho Valdo, Wicliffe y Juan Huss. Lutero mismo no se había percatado de tal cosa pero al darse cuenta no se avergonzó de encontrarse en compañía de tan insignes defensores de la verdad y declaró que entre los artículos condenados por el concilio de Constanza, había no pocos que eran genuinamente cristianos. Un escalofrío pasó por el auditorio cuando se oyeron estas palabras y el duque Jorge lanzó una maldición que puso de manifiesto su espíritu poco evangélico. Lutero volvió a hablar y negó la pretendida infalibilidad de los concilios y sostuvo que sólo las Escrituras debían de ser consultadas en materia de fe.
La discusión no dio resultados sensibles y ambos partidos se afirmaron en sus respectivas posiciones.
En Bohemia se celebró la aparición de un Juan Huss sajón y los discípulos de este mártir que desde hacía cien años estaban luchando solos por la pureza de la fe, se dirigieron a Lutero saludándolo y enviándole de regalo un ejemplar del libro de Huss sobre la verdadera iglesia. Su lectura lo convenció de que estaba en perfecto acuerdo con el célebre mártir de Constanza y escribió: "Todos somos husitas sin saberlo y hasta lo son San Pablo y San Agustín".
Muchos hombres intelectuales empezaron en este tiempo a interesarse en la obra y escritos de Lutero, y secundaron valiosamente sus esfuerzos. Entre éstos merece especial mención Felipe Melancthon, profesor de lenguas muertas y de filosofía en la Universidad de Wittenberg. Era un talento precoz y sorprendente, que había sido iniciado en sus estudios por su tío, el sabio hebraísta Reuchlin y no tardó en ser considerado uno de los hombres más eruditos de Alemania. Se unió estrechamente a Lutero con una amistad que nunca terminó; fueron el David y Jonatán de la Reforma. Su aplicación al estudio de las Escrituras lo había preparado para comprender la importancia del movimiento que se estaba llevando a cabo, determinó entrar en él con todo el ardor de su alma y la fe de su corazón. Escribió una exposición de la Epístola a los Romanos en la que se reveló insigne exegeta y pensador independiente, iniciando la serie de comentarios que con espíritu crítico y sin caprichosas interpretaciones alegóricas producirían los escritores protestantes de Alemania y otros países donde el Evangelio era predicado y recibido. Melanthon era de un temperamento pacífico, y si se hubiera encontrad» solo nunca hubiera iniciado la Reforma, pero como compañero del intrépido fraile, su influencia fue muy valiosa. Lutero y Melanthon formaban buena liga; uno tenía sobreabundancia de lo que al otro le faltaba. Un historiador se expresa así sobre las cualidades de estos dos hombres: "Lutero avanzaba siempre atrevidamente, manifestaba su opinión sin rodeos y sin preguntar jamás cuales podían ser las consecuencias de su franqueza. Se lanzaba lleno de furor sobre el enemigo. Melanthon era calmo y mesurado. Hablaba con circunspección y dulzura a todos, aun dirigiéndose a los adversarios. De ahí el proverbio que corría entonces: "Lo que Martín empieza con coraje, Felipe le termina bien". La amistad de estos dos hombres, la manera como se complementaban, nos recuerda el envío do loa apóstoles, que Jesús delegó de dos en dos".
Contribuyó también a dar impulso a la Reforma el apoyo que le prestaron algunos príncipes ya cansados de la tutela de Roma y que sentían la necesidad de mayor independencia religiosa. Sin este apoyo, Lutero y los demás que se interesaban en el Evangelio no hubieran lardado en caer en poder de los adversarios y perecer en la hoguera Entre estos príncipes hubo algunos que eran verdaderamente piadosos y amantes de la verdad. Al nombre célebre de Federico el sabio, elector de Sajonia, hay que añadir el de Franz de Sickingen y el de Ulrich de Hütten quienes ofrecieron a Lutero asilo y protección en sus estados, cuando lo vieron en peligro.
El sabio holandés Erasmo contribuyó mucho al triunfo de la Reforma aun sin pensar en ello. Había nacido en Rotterdam, en 1467, pero pasó la mayor parte de su vida en Basilea. La publicación que hizo del Nuevo Testamento griego puso en manos de muchos el libro que mostraba a las claras que las creencias y prácticas religiosas favoritas del romanismo no eran de origen cristiano, pues eran desconocidas a la iglesia del primer siglo. Su fama de sabio corría por lodo el continente y sus ingeniosas sátiras sobre la conducta de los frailes contribuían a minar la influencia de éstos sobre las masas populares. Su Elogio de la Locura en el que ridiculiza a los clérigos y a la escolástica llegó a traducirse a casi todos los idiomas de Europa. Erasmo había comprendido más de lo que generalmente se cree el pensamiento fundamental del Evangelio como lo demuestra este párrafo: "Poner toda nuestra esperanza en Dios, que sin nuestros méritos, por gracia, nos da todo por Cristo Jesús; saber que somos rescatados por la muerte de su Hijo, es lo que tenemos que hacer comprender al hombre hasta que llegue a ser en él una segunda naturaleza". Se dio cuenta de la importancia del movimiento religioso que sacudía al mundo pero no se atrevió a ser un soldado en esta lid gloriosa. Dijo que no había nacido para ser mártir. Quería estar al abrigo de las tempestades y llevar una vida menos agitada de la que tenían que soportar los que se atrevieron valientemente a desafiar el poder del papa y del emperador. Lutero dijo que Erasmo, como Moisés, había alcanzado a ver desde el monte la tierra prometida pero que no había entrado en ella.

SUS PRIMEROS ESCRITOS

Después de la discusión con el doctor Eck, escribió Lutero en 1520 varios de los libros y tratados que sirvieron para exponer los principios de la Reforma y demostrar que eran los del Evangelio y no una innovación o nueva doctrina. Uno de estos libros se tituló Llamamiento a la nobleza cristiana de la nación alemana. En pocas semanas se vendieron cuatro mil ejemplares y los impresores no podían satisfacer los numerosos pedidos que recibían no sólo del país sino también del extranjero. Lutero hace ver los obstáculos que ponía Roma a la obra de reforma de la cual tanto hablaban sus teólogos desde siglos atrás. Si los príncipes manifestaban que era necesario introducir mejoras que librasen a la iglesia de la miserable condición en que se hallaba, Roma contestaba que esa tarea correspondía al poder espiritual y no al secular. Si con las Escrituras en la mano se ponían de manifiesto los errores y prácticas anticristianas que prevalecían, contestaba que sólo la iglesia tiene el derecho de interpretarlas. Si se apelaba a un concilio respondían que correspondía al papa convocarlo.
En este libro sentó Lutero el gran principio protestante del libre examen, sosteniendo que todo creyente debe escudriñar por sí mismo las Sagradas Escrituras, y que no hay ninguna autoridad que pueda imponer normas de interpretación. Estas Escrituras son claras y comprensibles a todos los que viven en Cristo, que tienen la conciencia iluminada por el Espíritu Santo y que se acercan a ella con humildad. No se trata, como algunos enemigos de la Reforma dicen, de interpretar conforme al antojo y capricho de cada uno, sino de hacer un uso legítimo de los dones y facultades con que el Creador ha dotado a sus criaturas. Por lo demás; ¿cómo podía leerse sin hacer uso del criterio privado?
Denuncia sin miramientos al papado. En Roma, dice, hay un hombre que se titula vicario de Cristo, cuyas costumbres no tienen el más insignificante parecido con la vida de nuestro Señor o la de San Pedro. Se ciñe de una triple corona y se rodea de tanta pompa que necesita mayor renta que un emperador. Le circundan varios hombres que se llaman cardenales quienes se apoderan de las rentas y beneficios de los conventos, y por medio de otros acaparadores Roma arrebataba a Alemania 300.000 florines anuales. Aboga por la abolición completa de la supremacía papal sobre el Estado.
Otro de sus libros de ese año fue La Cautividad Babilónica de la Iglesia en el que empieza declarando que antes había negado el derecho divino del papado, admitiéndolo como de derecho humano, pero que las discusiones con sus adversarios le obligaron a estudiar mejor el asunto con el resultado de que le negaba ahora todo derecho y sostenía que el papado no es otra cosa sino la Babilonia apocalíptica, donde están cautivos muchos de los hijos de Dios, a quienes ahora quiere libertar por la restauración del Evangelio. En este libro, que también alcanzó gran circulación y produjo mucha conmoción en las almas dormidas, hace un examen del sistema sacramental del romanismo, se opone a la transubstanciación, sin negar la presencia real en los elementos de la cena y aboga por la comunión bajo dos especies, diciendo que negar el símbolo de la sangre a los laicos es impío y tiránico, y que ni los ángeles del cielo, y mucho menos los papas, tienen derecho de quitar lo que Cristo estableció.
Un escrito que también fue muy leído es el que trata de la libertad cristiana en el cual sienta la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes, consecuencia lógica de la justificación por la fe. Todo lo que tiene el cristiano está en relación con su fe; si tiene fe lo tiene todo; si carece de fe no tiene nada. Afirma que todos los actos del cristiano deben proceder de su fe, de modo que cuando se carece de ella pierden todo valor los sacramentos y los demás actos y prácticas del culto.
Los escritos de Lutero pronto lograron circulación universal porque en toda Europa abundaban las almas a las cuales Dios estaba despertando para entrar en el gran movimiento religioso que se extendía por todas partes. Desde Francia, Suiza, Países Bajos, Inglaterra y hasta de Italia y España le llegaban voces de aliento. Desde París, Lefevre d'Etaples, le envió felicitaciones muy ardientes, y el cardenal Schinner de Sitien, suizo, se atrevió a decir, con sorpresa de muchos, que cuanto Lutero escribía era la pura verdad, contra la cual nada valía la habilidad retórica y la dialéctica astuta del doctor Eck, que continuaba encabezando el movimiento de resistencia a la Reforma.

LA BULA DE LEÓN X

Ahora ya era tarea muy fácil para el doctor Eck conseguir la condenación de su adversario, de modo que se fue a Roma y no tardó en regresar trayendo consigo la bula papal con la que esperaba dar un golpe mortal al movimiento. Es la bula conocida con el nombre de Exsurge Domine, en la que se condenaban cuarenta y una proposiciones extraídas de las obras del reformador y se ordenaba que sus libros fuesen quemados públicamente. Lutero y todos los que le prestaban apoyo debían ser excomulgados si no se arrepentían, y todos los cristianos quedaban bajo la obligación de perseguirlo y entregarlo a las autoridades para que fuese castigado. Pero la bula no tuvo el efecto que los papistas esperaban. Es verdad que hubo lugares donde fueron quemados los libros de Lutero, como ser en Maguncia, Colonia y Lovaina, pero no obedeció la Universidad de Wittenberg ni el elector de Sajonia. Lutero se sentía ahora más satisfecho que nunca porque la guerra con Roma quedaba declarada, y no tenía para con ella ninguna obligación.
Entre las proposiciones que el papa condenó se hallaban éstas: "Una vida nueva es la mejor y más sublime penitencia." "Quemar a los herejes es contra la voluntad del Espíritu Santo."
El 3 de octubre de 1520 tuvo conocimiento de la bula, y al enterarse de sus términos escribió la respuesta: "Por fin, decía, llegó la bula romana. La desprecio y la ataco como impía, embustera y en todo sentido digna de Eck. En ella se condena a Cristo mismo. No se da ninguna razón y se me cita no para oírme sino para que cante la palinodia. Siento ahora más libertad en mi corazón; porque al fin he llegado a saber que el papa es el Anticristo y que su sede es la de Satán."
El 10 de diciembre apareció un anuncio fijado en las paredes de la Universidad, invitando a profesores y alumnos a un encuentro a las nueve de la mañana en la puerta oriental, cerca de un paraje denominado la santa cruz. Acudió a la cita un gran número de los invitados, y Lutero, poniéndose a la cabeza de todos, condujo el cortejo al sitio señalado. Ahí estaba preparada una pequeña hoguera que fue encendida por uno de los maestros más antiguos. Lutero se acercó a ella teniendo en su mano un volumen de derecho canónigo, las Decretales, varios escritos más y la bula del papa, y arrojó todos esos papeles al fuego. Era un acto simbólico que demostraba que los amigos de la Reforma, y con especialidad Lutero, rompían definitivamente todo vínculo con el papado cuya pretendida autoridad ya no reconocerían más. Una vez quemada la bula regresaron todos a la Universidad y Lutero reanudó sus meditaciones y comentarios sobra los Salmos. Al final de su exposición se refirió a la bula papal llamando la atención a la guerra que empezaba para todos los que querían ser fieles a la verdad. "Los que la rechacen, dijo, deben esperar toda clase de peligro y aun perder la vida. Pero es mejor exponerse a todos los peligros del mundo antes que callar. Mientras yo viva denunciaré a mis hermanos la plaga y peste de Babilonia, por temor de que algunos que están con nosotros no vuelvan a caer con los otros en el abismo del infierno."
Había llegado la hora crítica, porque los príncipes tenían que entregar a Lutero o romper con el papa, lo que significaba también romper con el emperador. Federico el sabio quiso conocer la opinión de Erasmo y lo invitó a su palacio. El eminente holandés que pusilánime había querido mantenerse neutral, se halló en un gran compromiso y quiso salir del apuro con una de sus oportunas ocurrencias. A las preguntas de Federico contestó: "Lutero ha cometido dos faltas graves, porque ha atacado la corona del papa y el vientre de los frailes." El príncipe sonrió, pero le dio a entender que deseaba conocer su opinión seriamente. Habló de nuevo Erasmo y dijo: "El origen de toda esta disputa es el odio que los frailes tienen a las letras y el temor de que termine su tiranía Cuanto más virtuoso es un hombre y más adicto al Evangelio menos se opone a la doctrina de Lutero. El mundo tiene sed de la verdad evangélica. Guardémonos de oponerle una resistencia culpable."

LA DIETA DE WORMS

La bula papal no había dado el resultado apetecido, de modo que había que buscar otros medios para someter o quemar al atrevido fraile. El emperador Carlos V hubiera querido poner fin a la contienda mandándolo ejecutar sin ningún miramiento, ya que las órdenes del papa estaban dadas, pero no quería disgustar a Federico el sabio a quien le debía la corona.
La dieta imperial estaba reunida en la ciudad de Worms y el legado papal buscaba que el emperador se pronunciase de una vez contra Lutero, y fue con gran disgusto que supo que había tomado la resolución de hacerlo comparecer ante la dieta. Se trataba de un fraile contra quien ya se había pronunciado el papa, de modo que no veía por qué los príncipes laicos tenían que examinar una causa ya fallada por la primera autoridad de la iglesia. Mayor fue el disgusto del legado cuando supo que en la citación dirigida a Lutero se le llamaba honorable, querido y piadoso y que se le remitía un salvo conducto para que pudiera dirigirse a Worms y regresar a Wittenberg con toda seguridad.
Cuando llegó a Lutero la citación, todos sus amigos quedaron consternados, porque fuera de los dominios de los príncipes amigos nada bueno podía esperarse. Lutero no dejaba de darse cuenta de la gravedad de la situación y decía: "Dos papistas no buscan mi ida a Worms sino mi condenación y muerte."
Lutero resolvió comparecer costase lo que costase. Al llegar el día de la partida se despidió de los amigos que le rodeaban, y a su amigo Melanthon que estaba presente le dirigió estas palabras que revelan la intensidad del amor que le profesaba y de la confianza que le tenía: "Si no vuelvo y mis enemigos consiguen mi muerte, oh hermano, no ceses de enseñar, y permanece fiel a la verdad. Trabaja en mi lugar ya que yo no podré hacerlo. Si tú vives, poco importa que yo perezca." El municipio le había proporcionado un coche con capota para hacer el viaje junto con algunos amigos que le acompañarían a su destino. Un oficial seguido de su asistente iba delante revestido de los ornamentos de su rango y ostentando el águila imperial. Los amigos del Evangelio al verle partir lloraban y dirigían a Dios sus oraciones. La creencia de muchos era que no volverían a verlo, porque Roma no dejaría escapar la presa.
En el trayecto las poblaciones enteras salían a su encuentro, y él notaba que los presentimientos de la gente eran siniestros. En Nuremberg el cura salió a recibirlo, mostrándole un retrato de Savonarola y le dijo: "Permanece firme en la verdad que has conocido y tu Dios estará a tu lado."
En Erfurt las calles que había recorrido mendigando para el convento, estaban llenas de personas que deseaban verle. A pesar de la excomunión que pesaba sobre él, consiguió predicar en la iglesia de los agustinos, y olvidándose de sí mismo nada halló sobre su caso sino que ocupó la atención del auditorio sobre la verdad favorita de su corazón; la salvación por gracia. "Cristo venció la muerte dijo y he aquí la gran noticia; somos salvos por su obra y no por las nuestras. Creamos al Evangelio, creamos a San Pablo y no a las cartas y decretales de los papas." Terminó hablando de las buenas oirás como resultado de la fe, frutos de la conversión y no medio de ganar el cielo. Partió de Erfurt y al llegar a Gotha lo rodeó un gran gentío. Algunos le dijeron: "Hay muchos cardenales y obispos en Worms. Te Quemarán y te reducirán a cenizas como hicieron con Juan Huss. Pero el valiente hombre de Dios en lugar de atemorizarse les respondió: "Aunque encendieseis una fogata desde Worms a Wittenberg, que se levantase hasta el cielo, la atravesaría en el nombre del Señor".
En Francfort una anciana piadosa fue a verlo y le dijo: "Mi padre y mi madre me anunciaron que Dios levantaría un hombre que se opondría a las vanidades papales y salvaría la Palabra de Dios. Espero que tú seas ese hombre y deseo que en tu obra tengas la gracia y el Espíritu de Dios."
Su amigo Spalatino, que se encontraba en Worms, al ver la actitud insolente de los enemigos de la Reforma, que con el mayor descaro decían que el salvo conducto no sería respetado, envió un mensajero a su encuentro aconsejándole que no entrase en Worms. Pero Lutero resueltamente contestó: "Ve y di a quien te envió, que aunque hubiese en Worms tantos diablos como tejas en los techos, yo iría."
El 16 de abril Lutero vio los muros de la vieja ciudad. Como un centenar de personas salieron a su encuentro, montadas a caballo y lo escoltaron a su entrada. Era medio día, pero toda la gente se levantó de la mesa cuando se supo que había llegado, porque querían verle. La entrada del emperador no había despertado tanta curiosidad.
"Lutero ha llegado, dijo Carlos V. ¿Qué tenemos que hacer ahora?" Monseñor Modo le respondió: "Que su majestad se deshaga pronto de este hombre. ¿Segismundo no hizo quemar a Juan Huss? No hay por qué dar ni por qué respetar el salvo-conducto a un hereje." "No, contestó Carlos, lo que uno promete debe cumplirlo."
Lutero fue citado a comparecer ante la dieta al día siguiente, 17 de abril, a las cuatro de la tarde.
Ulric de Hutten no podía entrar en Worms porque el papa había pedido al emperador que lo remitiese a Roma atado de pies y manos, pero desde su castillo quiso alentar a su amigo y le escribió estas líneas: "¡Óigate Jehová en el día de la angustia! ¡Que el nombre del Dios de Jacob te ampare! ¡Envíate ayuda desde su santuario y desde Sión te sustente! ¡Date conforme a tu corazón y cumpla todo tu consejo! (Salmo 20). ¡Oh amado Lutero, respetable padre. No temas y sé fuerte! El consejo de los impíos te ha rodeado, y contra ti han abierto la boca como leones rugientes. Pero el Señor se levantará contra los impíos y los dispersará. Combate valientemente por Cristo. Por mi parte yo también combatiré con coraje. ¡Cuánto quisiera ver cómo fruncen el ceño! Pero el Señor limpiará su viña que los jabalíes del bosque destruyen. ¡Cristo te Salve!".
A la hora señalada, Lutero, abriéndose paso entre la multitud, consiguió llegar al palacio donde la augusta asamblea estaba reunida. En la puerta estaba el viejo general Jorge de Freundsberg, quien palmeando a Lutero en el hombro le dijo: "Frailecito, frailecito, tienes una lucha por delante, que ni yo ni muchos capitanes hemos visto jamás en los más sangrientos combates. Pero si es tan cierto de que tu causa es justa, avanza en el nombre de Dios, y no tengas temor. Dios no le abandonará."
La dieta era imponente. Estaban presentes, además del emperador, su hermano el archiduque Fernando, seis electores del Imperio, veinticuatro duques, y entre ellos el más tarde feroz de Alba, y sus dos hijos; ocho margraves, treinta arzobispos y obispos, siete embajadores, entre los que sobresalían los de Francia e Inglaterra; los diputados de diez ciudades libres, un considerable número de príncipes, condes, barones, y los nuncios papales. Entre todos doscientos cuatro miembros.
Oigamos al historiador Merle D'Aubigné: "Esta comparición era en sí una brillante victoria contra el papado. El papa había condenado a este hombre y este hombre se hallaba delante de un Tribunal que se ponía por encima del papa. El papa lo había puesto en entredicho, separado de toda sociedad humana, y era citado en términos honorables y recibido ante la más augusta asamblea del universo. El papa había ordenado que su boca fuese cerrada e iba a abrirla delante de miles de oyentes venidos de las regiones más remotas de la cristiandad. Una gran revolución se había cumplido por medio de Lutero. Roma bajaba de su trono y era la palabra de un fraile que la hacía bajar."
Lutero tomó su sitio frente al trono, y el canciller del arzobispo de Treves se levantó y hablando primeramente en latín y después en alemán dijo: "¡Martín Lutero! Su santa e invencible Majestad Imperial te ha citado ante su trono, de acuerdo con el consejo de los Estados del santo Imperio Romano para que respondas a estas dos preguntas: Primero: ¿Reconoces que estos libros han sido compuestos por ti? Segundo: ¿Quieres retractarle de su contenido o persistes en las cosas que en ellos has dicho?".
Lutero estaba a punto de contestar, cuando se oyó una voz que pedía que se leyesen los títulos. Eran como veinte entre libios y folletos, entre los que había algunos de pura devoción que nada tenían que ver con la controversia.
Lutero contestó reconociéndose autor de los libros, y respecto a la segunda pregunta pidió que, en vista de la gravedad del asunto, se le diese tiempo para reflexionar.
Como Lutero había hablado en tono respetuoso y con voz un tanto apagada, muchos creyeron que estaba atemorizado y a punto de claudicar.
El emperador se retiró con sus consejeros a deliberar, y al regresar a la dieta se notificó a Lutero que se le daba un plazo de veinticuatro horas. Carlos V se formó una idea tan pobre de Lutero que dijo: "Ciertamente que este hombre no me convertirá en hereje."
Lulero pasó esa noche en angustia, clamando a Dios, luchando en oración como Jacob cuando iba al encuentro de Esaú. Fue su Getsemaní. Los amigos que se alojaron en las habitaciones inmediatas a la suya le oían orar con frases entrecortadas, pidiendo el socorro del Altísimo. Su oración fue escuchada en los cielos y todos los temores que le habían sobresaltado dieron lugar a una dulce calma y plena confianza.
A las cuatro de la tarde del 18 de abril de 1521 fue de nuevo conducido ante la dieta y cuando le preguntaron si quería retractarse, sin violencia, pero con firmeza cristiana, contestó: "Se me preguntó ayer dos cosas de parte de su Majestad Imperial: la primera, si yo era el autor de los libros cuyos títulos fueron leídos; la segunda, si yo quería revocar o defender la doctrina que en ellos enseñaba. Contesté al primer artículo y persevero en esta respuesta. Tocante al segundo, yo he compuesto libros sobre diferentes materias. Hay algunos en los que traté de la fe y las buenas obras de una manera tan pura, tan simple y cristiana, que mis propios adversarios en lugar de encontrar en ellos cosas condenables, reconocen que esos escritos son útiles y dignos de ser leídos por las almas piadosas. La bula del papa, a pesar de su violencia, así lo reconoce. ¿Cómo podría yo revocarlos? ¡Desdichado de mí si abandonase verdades que mis amigos y enemigos unánimemente aprueban y me opusiese a lo que el mundo entero se gloría en confesar!"
"He compuesto, en segundo lugar, libros contra el papismo, en los que he atacado a los que por su falsa doctrina, su mala vida y ejemplos escandalosos, desuelan al mundo cristiano, y pierden los cuerpos y las almas. ¿Las quejas de todos los que temen a Dios no lo demuestran? ¿No es evidente que las leyes y doctrinas humanas de los pupas, atan, martirizan y atormentan las conciencias de los fieles a la vez que las extorsiones dolorosas y perpetuas de Roma tragan los bienes y riquezas de la cristiandad, y particularmente de esta nación ilustre?
"Si yo revocase lo que he escrito sobre eso; ¿qué haría yo sino fortificar esa tiranía y abrir a tantas y tan grandes impiedades una puerta más ancha todavía? Desbordando entonces con más ímpetu que nunca, se vería a esos hombres orgullosos, engrandecerse, sobrepasarse y trastornar siempre más. Y no solamente el yugo que pesa sobre el pueblo cristiano se haría más pesado con una retractación, sino que vendría a ser, por así decirlo, más legítimo, porque recibiría por esta retractación la confirmación de Vuestra Serenísima Majestad y de todos los Estados del santo Imperio. ¡Oh Dios mío! Yo vendría a convertirme en un manto infame, destinado a cubrir toda suerte de malicias y tiranías!
"En tercer lugar, yo he escrito libros contra personas que defendían la tiranía romana y destruían la fe. Confieso con franqueza que las he atacado con más violencia que la que cuadraba a mi profesión eclesiástica. No me creo un santo, pero tampoco puedo retractarme de esos libros, porque, al hacerlo, autorizaría las impiedades de mis adversarios y ellos tomarían ocasión para aplastar aún con más crueldad al pueblo de Dios."
"Sin embargo yo soy un simple hombre y no Dios; yo me defenderé, pues, como lo hizo Jesucristo. Si he hablado mal, hacedme conocer lo que he dicho de mal (San Juan 18:23), dijo él. Cuanto más yo que no soy sino polvo y ceniza, y que puedo fácilmente errar, debo desear que cada uno exponga lo que puede contra mi doctrina."
"Por esto os conjuro, por la misericordia de Dios, Serenísimo Emperador, y a vosotros muy ilustres príncipes, y todos los demás, de alto o bajo rango, a que me probéis por los escritos de los profetas y los apóstoles que yo me he equivocado. Una vez que yo haya sido convencido, retractaré todos mis errores y seré el primero en tomar mis escritos y arrojarlos a las llamas".
"Lo que acabo de decir muestra claramente, pienso, que he considerado bien los peligros a los que me expongo; pero lejos de estar amedrentado, es para mí motivo de gran gozo ver que el Evangelio es hoy como antes causa de conmoción y discordia. Ese es el carácter y destino de la Palabra de Dios. Dijo Jesucristo: "No he venido a traer paz en la tierra sino espada." Mat. 10:34. Dios es admirable y terrible en sus consejos; temamos que al pretender evitar las discordias no estemos persiguiendo la santa Palabra de Dios y no hagamos descender sobre nosotros un espantoso diluvio de males irreparables, desastres presentes y desolaciones eternas Temamos que el reino de este noble y joven príncipe, el emperador Carlos, en quien después de Dios fundarnos tan altas esperanzas, no sólo empiece sino que continúe y termine bajo los más funestos auspicios. Podría presentar ejemplos sacados de los oráculos de Dios, podría hablaros de los Faraones, de los reyes de Babilonia, de los de Israel, quienes nunca trabajaron mejor para su propia ruina, que cuando por consejos aparentemente muy sabios pensaban afirmar su poder. Dios arranca los montes con su furor y no conocen quién los trastornó. (Job. 9:5).
"Si digo esto no es porque piense que tan grandes príncipes tengan necesidad de mis pobres consejos, sino que yo quiero dar a Alemania lo que ella tiene derecho a esperar de pus hijos. Así, recomendándome a Vuestra Augusta Majestad y a Vuestras Altezas Serenísimas, suplico con humildad que no permitan que la ira de mis enemigos haga caer sobre mí una indignación que yo no he merecido."
Lutero había pronunciado su discurso en alemán, y al terminar le ordenaron que lo repitiese en latín en beneficio de los que no lo habían entendido. Así lo hizo y cuando terminó, el orador de la dieta le dijo con indignación:
"Usted no ha contestado a la pregunta que le ha sido hecha. Usted no está aquí para poner en duda lo que ha sido resuelto por los concilios. Se le pide una respuesta clara y precisa. ¿Quiere o no quiere retractarse?"
Lutero contestó entonces resueltamente:
"Puesto que exigen de mí una respuesta clara y precisa, la daré, y es ésta: No puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es claro, como la luz del día, que a menudo han caído en el error, y en grandes contradicciones con ellos mismos. Si no se me convence por el testimonio de las Escrituras, o por razones evidentes, si no se me persuade por los mismos pasajes que he citado, y si no cautivan mi conciencia con la Palabra de Dios, no puedo ni quiero retractarme de nada porque el cristiano no debe hablar contra su conciencia." Luego dirigiendo una fuerte mirada a la asamblea añadió estas impresionantes palabras: "Aquí estoy. No puedo obrar de otro modo. ¡Que Dios me asista! ¡Amén!".
El auditorio quedó estupefacto. Nadie ponía en duda la sinceridad y grandeza de esta alma. Todos comprendieron que la hora era grave. El elector Federico estaba orgulloso de haber sido el protector de un hombre tal y se dispuso a no abandonarlo aunque le costase el poder y la vida.
El dogma católico de la autoridad absoluta y el principio protestante del libre examen habían librado un formidable combate. El primero estaba representado por el orador de la dieta que pedía sumisión y retractación, sin dar razones. El segundo, por el fraile rebelde, que había roto las cadenas de la esclavitud espiritual y que no reconocía más autoridad religiosa que la de Dios y pedía ser convencido antes de verse obligado a creer.
Al día siguiente el emperador hizo leer el mensaje en que pronunciaba la sentencia contra Lutero. Respetando el salvo-conducto se le permitía regresar a Wittemberg, pero después se procedería contra él y contra todos sus adherentes como contra los herejes manifiestos, quienes serían castigados con la excomunión, el entredicho y todos los medios posibles para destruirlos.
El 26 por la mañana, bendiciendo a todos los amigos que le rodeaban, Lutero emprendió el regreso sobre el coche que le había traído, rodeado de veinte hombres a caballos encargados de protegerlo.

WARTBURGO

Cuando Lutero se alejaba de Worms fue arrestado por dos caballeros enmascarados que lo condujeron al castillo de Wartburgo, cerca de Eisenach. Era su protector Federico que así había arreglado para; que tuviese un asilo seguro en esos días de tanto peligro, y hasta que se viese qué rumbo tomarían los acontecimientos. Durante este cautiverio, que fue para él lo que el destierro de Patmos para el último apóstol, vivió alejado del bullicio pero no en la ociosidad, pues aunque estaba ajeno a todo lo que pasaba en el mundo, empleaba el tiempo en preparar las armas con las que continuaría peleando la buena pelea de la fe. Vestido de caballero y con la barba larga era el personaje misterioso de aquel castillo.
Su desaparición produjo consternación, pues corrió el rumor de que había sido asesinado en el camino. Esta creencia llegó a ser aún la de muchos de sus amigos íntimos que no lograban saber nada de su paradero. El célebre pintor Alberto Durero que labia abrazado el Evangelio escribió en su diario estas palabras: "¡Oh Dios!, si Lutero ha muerto, ¿quién nos explicará con tanta claridad el santo Evangelio?
Si hubiera vivido diez o veinte años más ¡cuántos libros hubiera escrito! Cristianos, ayudadme a llorar como conviene a este hombre divino, y a pedir a Dios que le dé un sucesor alumbrado de lo alto como él era."
MELANTHON, que estaba alarmado sobre la suerte que podía haber tenido su amigo íntimo, saltó de alegría cuando recibió una carta escrita con su propia mano.
Pero Alemania no tardó en saber que vivía, porque desde su ignorado retiro hizo publicar nuevos escritos contra el papismo y sus erróneas doctrinas.
Fue entonces cuando se puso a trabajar con desvelo en la traducción de la Biblia, terminando el Nuevo Testamento antes de salir del castillo. Las versiones que hasta entonces poseía Alemania, como las de otras naciones de Europa, eran obscuras y defectuosas y del todo fuera del alcance del pueblo por su alto precio. Lutero dio a su nación una versión admirablemente fiel y en tan buen alemán que no parecía proceder de otras lenguas. Al verla publicada veía realizado uno de los grandes sueños de su vida y lleno de entusiasmo escribía: "¡Que este libro esté en todas las lenguas, en todas las manos, bajo todos los ojos, en todos los oídos y en todos los corazones." "La Escritura sin ningún comentario es el sol del cual todos los sabios reciben la luz". Cuando en 1534 terminó la traducción de toda la Biblia, las otras porciones ya publicadas habían tenido tan buena acogida que se contaban más de ciento cincuenta ediciones.
La soledad en la cual vivía, los trabajos y fatigas de los últimos años, los peligros a que se había expuesto, y las tareas que se imponía en su destierro llegaron a debilitar su salud. En medio de estas preocupaciones se sentía muchas veces atacado por el diablo; y actualmente el guardián del castillo muestra a los viajeros una mancha de tinta en la pared, que se hizo cuando Lutero arrojó el tintero sobre la cabeza de Satanás que apareció en la sala y se reía sardónicamente de la traducción de la Biblia que estaba efectuando.
Durante su ausencia la Reforma seguía progresando. En Wittenberg se oyó la voz del fraile bohemio Gabriel Zwilling que protestaba contra la adoración de la hostia, calificando este acto de idolatría. En el convento las discusiones eran cada vez más acaloradas y frecuentes y muchos de los frailes que se habían entregado a escudriñar las Escrituras, querían suprimir de la iglesia las prácticas que no tenían apoyo bíblico. Trece de ellos rompieron los votos monásticos y salieron del convento. En la Universidad los doctores se mostraban más-resueltos que antes a prestar su apoyo a la obra de la reforma, pues les resultaba evidente que el romanismo había apostatado de la fe primitiva. Este progreso demostraba que la obra no era de Lutero sino de Dios, y que ni papas ni emperadores podían detenerla en su marcha gloriosa. Un archi-diácono llamado Carlstadt, a quien Lutero había iniciado en el estudio de la Biblia, se mostraba impaciente y quería que se procediese con más rapidez. Era un hombre inquieto y turbulento que no conocía lo que era la prudencia humana y quería ver las cosas llevadas a su término. "Todo lo que los papas han instituido decía es impío. No nos hagamos cómplices dejándolo subsistir. Lo que está condenado en la Palabra de Dios debe ser abolido de la cristiandad. Si los Jefes del Estado y de la Iglesia no quieren cumplir con su deber, no dejemos de hacer el nuestro. Basta de negociaciones, de conferencias, de tesis, de debates, y apliquemos el verdadero remedio a los males. Se necesita un segundo Elías para destruir los altares de Baal", Y como este Elías no aparecía se aventuró a serlo él mismo. "Se arrodillan delante de estas ídolos clamó les encienden velas, les presentan ofrendas. Levantémonos y arranquémoslos de sus altares". Estas palabras encontraron eco en el pueblo, y entrando en las iglesias, sacaron fuera las imágenes y les dieron fuego. Algunos se alarmaron de tanta osadía, pero otros aprobaban la acción persuadidos de que había llegado la hora de resoluciones enérgicas.
El movimiento anabaptista con su gran caudal de méritos y defectos se extendía por todas parles donde la Reforma se iniciaba. Quería la abolición del multitudinismo para dar lugar a iglesias compuestas de personas regeneradas y bautizadas en profesión de fe. Pero entre estos anabaptistas había muchos exaltados, visionarios, iluminados, que creaban muchas dificultades a los reformadores. Hicieron su aparición en Wittenberg, estimulando las medidas radicales de Carlstadt, y aumentó la efervescencia a tal punió que todos pedían que se tomasen medidas para aclarar la situación. Los papistas estaban contentos al ver a la Reforma sufriendo las consecuencias deletéreas de su sistema de libertad. Todos reclamaban la presencia de Lutero porque querían conocer su parecer, y tenían esperanza de que su autoridad moral bastaría para normalizar la situación.
Cuando Lutero supo lo que estaba pasando en Wittenberg, escribió al elector que se ponía bajo la protección de Dios y no de la suya, y secretamente abandonó el castillo y se dirigió a su convento. Todo el mundo quería verlo. Durante ocho días predicó a grandes auditorios y consiguió calmar los ánimos e imprimir a la Reforma su marcha normal.

REBELIÓN DE LOS ALDEANOS

Más difícil fue la situación de Lutero frente a la rebelión de los aldeanos que por aquel tiempo estalló en Alemania y países vecinos. Ya antes de la Reforma hubo estallidos de campesinos cansados de soportar las pesadas cargas que ponían sobre ellos los señores y nobles usurpadores de la tierra pública. Como justamente ha hecho notar A. Reville, ha sido un error de muchos historiadores asegurar que este levantamiento fue engendrado por las luchas religiosas del momento, pues el descontento se había hecho sentir mucho antes. Pero no cabe duda de que los escritos controversiales del reformador que rompían el dogma de la autoridad papal, proclamaban la libertad cristiana y el sacerdocio universal de los creyentes, dieron empuje al levantamiento, el que adquirió un carácter religioso y fue acompañado de manifestaciones de fanatismo, de predicciones astrológicas y visiones apocalípticas, lo que no es motivo para que echen en el olvido las proposiciones serias, justas y positivas que contenían los doce artículos del programa de los labriegos. En ellos se pedía la supresión de la servidumbre "atendido que Cristo nos ha redimido con su preciosa sangre, tanto al pastor de ovejas como al hombre más encumbrado, sin exceptuar a ninguno; por consiguiente, resulta de la Escritura Santa que somos libres y queremos serlo", sin que deba entenderse que se rechace toda autoridad", pues queremos la instituida por Dios y la queremos acatar en todo lo que sea racional y cristiana". Los aldeanos pedían el libre uso del agua y de los bosques o sea el derecho de cazar y pescar, que se reservaban los nobles para sus entretenimientos. Pedían la reglamentación de las prestaciones personales e impuestos gravosos, muchos de los cuales debían suprimirse en absoluta. En lodos estos artículos se apelaba al Evangelio, a la fraternidad cristiana y a la igualdad humana.
En todas partes surgían profetas que predicaban fogosamente a millares de oyentes. Hubo entre ellos muchos hombres serenos y reposados pero prevalecieron los exaltados que anunciaban la llegada del reino de Dios y el consiguiente castigo de los clérigos y señores causantes de la tiranía y miseria que soportaba el pueblo. Tomás Munzer fue uno de los más célebres. Era cura de una aldea llamada Altstadt cuando se incorporó al movimiento ultra radical de los profetas de Zwickau. Acusaba a los reformadores de dar demasiada importancia a la letra y muy poca al espíritu, y de estar poniendo los cimientos de un nuevo papismo. Pronto abolió de su iglesia todas las ceremonias. Puesto al frente de sus parroquianos hizo derribar una iglesia que era centro de peregrinaciones, lo que le obligó a huir y a andar errante por Alemania. En sus viajes predicaba incesantemente y contagiaba a las poblaciones con su doctrina y entusiasmo. Se estableció después en Mulhouse donde presidió el consejo de la ciudad. Según el testimonio imparcial de Schlosser era un hombre grave y altamente moral. Se cubría con un manto de profeta y usaba barba larga, lo que le daba una presencia imponente.
El formidable movimiento, por estar mal organizado, no pudo hacer frente a los ejércitos disciplinados que mandaban los nobles y caballeros de los diferentes Estados, de modo que fue ahogado en un diluvio de sangre que inundó a toda la nación.
En medio del caos todos buscaban a Lutero, quien se vio frente a un problema que nunca había pensado tener que afrontar. ¿Qué actitud asumiría? ¿Se pondría ¿el lado de los aldeanos o de la nobleza? Cuando levantó su voz no estuvo a la altura de sus antecedentes, y no comprendió los alcances de aquel movimiento ni se dio cuenta de que él mismo había sido en parte el causante del levantamiento de las masas. El error más grande de su vida fue el de constituirse en defensor de la reacción, alentando la crueldad y ferocidad de los opresores del pueblo. Pero digamos en su honra que no le faltó tampoco el valor necesario para censurar a los señores. "Sois vosotros les dice los culpables de esta revuelta; son vuestras declamaciones contra el Evangelio, es la opresión culpable que ejercéis contra los pequeños de la iglesia, la que ha llevado al pueblo a la desesperación. No son los aldeanos, queridos señores, los que se sublevan contra vosotros; es Dios mismo que quiere oponerse a vuestro furor. Los aldeanos son los instrumentos que Dios emplea para humillaros Entre los doce artículos los hay que son justos y razonables".
Tocante a Melanthon se puede decir que fue más reaccionario que Lutero, pues en la refutación que escribió a los doce artículos, sostuvo el derecho ilimitado de los señores territoriales y el deber de sumisión incondicional de los aldeanos.

LUTERO ÍNTIMO

La Reforma seguía prosperando en todas partes y los vínculos con Roma se rompían. Lutero abandonó el convento, que ya había quedado vacío, se quito el hábito de fraile y se casó con una ex monja llamada Catalina de Bora. "Si este fraile se casa, había dicho el jurisconsulto Schurff, hará que el mundo y el diablo se mueran de risa, y destruirá la obra que ha empezado". Pero Lutero hacía tiempo que desafiaba a ese mundo y a ese diablo, obedeciendo a la voz de la conciencia sin cuidarse de las opiniones de los hombres. "Quiero dar testimonio del Evangelio no sólo con mis palabras sino también con mis obras. Quiero en presencia de mis enemigos, que ya se consideran triunfantes, que se oiga su algazara, quiero casarme con una monja para que sepan que no me han vencido". El 11 de junio de 1525 contrajo enlace. Habían pasado ocho años desde que clavó las tesis en las puertas de la iglesia, de modo que los que suponen que se separó del papismo para casarse, están equivocados. Sobre la vida íntima de Lutero dice César Cantó: "Amó a la mujer que tomó por esposa, vivió bien con ella y trabajó con sus propias manos para proporcionarle el sustento". "Es grato seguir a Lutero en su vida privada y en sus opiniones particulares, pues tiene muchos pensamientos hermosos sobre la naturaleza, la Biblia, las escuelas, la educación, la fe y la ley Era buen marido y padre cariñoso. En el seno de su familia reposaba de sus luchas exteriores, reía, bromeaba, amaba, y cuando su esposa se estremecía ante los peligros que le amenazaban, le inspiraba confianza en Dios y para dar distinto giro a sus pensamientos la colmaba de palabras dulces, y la muerte de su hija le arrancó acerbas lágrimas". Hist. Univ. Tomo V.
A su vez Catalina fue una esposa ideal y ayuda idónea para su esposo, quien encontró siempre en ella un corazón lleno de amor y de valentía para alentarle en la lucha contra el mal. Ella había conocido las calamidades de la vida conventual y daba gracias a Dios porque había sido librada de un sistema tan anticristiano como contrario a las leyes naturales. ¡Qué contraste entre un claustro triste y un hogar alegre!
El cariño de Lutero para con los suyos se puede ver en una carta que dirigió a su hijo Hans, de cinco años de edad, desde el castillo de Coburgo, donde se alojaba durante la dieta de Ausburgo. En ella le decía:
"Gracias y paz en Cristo. Mi querido hijo, me alegro de oír que aprendes bien y oras diligentemente. Continúa haciendo así y cuando vuelva a casa te llevaré un lindo juguete. Yo conozco un hermoso y alegre jardín donde muchos niños juegan. Se visten con blusas doradas y juntan ricas manzanas de los árboles, peras, cerezas y ciruelas; ellos cantan y saltan por todas partes y están siempre alegres; también tienen lindos caballos con riendas 'de oro y monturas de plata. Pregunté al hombre que cuidaba el jardín quiénes eran esos niños y me contestó: Estos son los niños que oran y estudian, y que son piadosos. Entonces yo le dije: Buen hombre yo tengo un hijito que se llama Hans Lutero, ¿no me permite que lo traiga a este lugar para comer estas ricas manzanas y peras y andar en estos lindos caballitos y jugar con los otros niños? Y el hombre me dijo: Si a él le gusta orar y estudiar, y es piadoso, vendrá a este lugar con Lipo y Justo; y cuando estén juntos tendrán flautas, címbalos, arpas y otros instrumentos musicales; y bailarán y arrojarán flechas con un arco. Me mostró entonces un lindo prado en el jardín, preparado para la fiesta; había muchas flautas de oro, címbalos y arcos. Pero era muy temprano y los niños no habían comido todavía. Entonces yo no quise esperar que la fiesta empezase y dije al hombre: Mi buen señor, yo voy a escribir pronto todo esto a mi querido hijito Hans, para que no se olvide de orar, para que aprenda mucho y sea piadoso, y así sea admitido en este jardín; pero tiene una tía que se llama Lena a quien querrá traer consigo. El hombre me contestó: Muy bien, escríbale.
Así que, mi querido Hans, debes aprender mucho y orar bien; y cuenta esto a Lipo y Justo, para que también ellos estudien y oren; y todos se reunirán en este lindo jardín. Yo te encomiendo a Dios Todopoderoso. Saluda a tía Lena y dale un beso de mi parte. Tu padre que te ama,
Martín Lutero.
Y así Lutero formando un hogar cristiano en el cual reinaba el amor de familia, la simplicidad y la alegría, mostraba la superioridad moral del Evangelio sobre las costumbres deplorables de los claustros y condenaba con un ejemplo digno de imitación el celibato clerical.

LA DIETA DE SPIRA

En 1526 volvió a reunirse la dieta imperial en la ciudad de Spira y tenía que resolver la cuestión luterana. La sentencia de condenación pronunciada contra Lutero tanto por el papa como por la dieta de Worms, estaba en pie, pero los príncipes lejos de resolverse a darle cumplimiento se inclinaban más y más hacia la Reforma. Poblaciones enteras abrazaban la fe, transformaban las iglesias adaptándolas a las necesidades del nuevo culto, la misa se abolía por idolátrica y la lectura de la Biblia iluminaba a las masas apartándolas del romanismo.
La dieta, como de costumbre, tenía que iniciarse con pomposos oficios religiosos, y esta vez los príncipes partidarios de la Reforma se negaron terminantemente a concurrir a ellos, pero en cambio se reunían con frecuencia en los vestíbulos de los palacios para adorar a Dios en espíritu y en verdad y escuchar la predicación del Evangelio. Estas reuniones atraían más público que las ceremonias que se celebraban en la catedral católica a pesar de la presencia del príncipe Fernando, hermano de Carlos V, que había venido para presidir la dieta. Los evangélicos llevaban bordadas en la manga derecha las iníciales V.D.M.I.E. correspondientes al texto bíblico que en latín dice: "Verbum Domini manet in eternum". (La palabra del Señor permanece para siempre).
La firmeza de los evangélicos era tal que Fernando no se atrevía a comunicar a la dieta las rigurosas instrucciones que traía para suprimir la herejía, y las substituyó por proposiciones de tregua que esperaba pudiesen satisfacer a ambos partidos, lo cual no daba el resultado apetecido.
Cuando bajo la constante presión de los prelados las instrucciones fueron dadas a conocer y las cosas habían llegado a un punto peligroso, nuevos acontecimientos políticos vinieron a impedir que se les diese cumplimiento, pues el emperador había roto sus relaciones con el papa y sus ejércitos se aprestaban a invadir los Estados Pontificios. Bajo esas circunstancias la dieta se disolvió, resolviendo dejar a los Estados en libertad hasta la reunión de un concilio general.
Terminada la guerra la dieta volvió a reunirse en Spira en 1529 y la mayoría votó contra todo cambio religioso donde se había mantenido la fe católica, y en los estados adictos al luteranismo no se permitirían controversias, quedaría permitida la celebración de la misa y nadie podría abrazar la fe evangélica. Lo que se buscaba era sofocar la Reforma prohibiendo el proselitismo y la controversia.
A los católicos les pareció el colmo de la generosidad permitir a los príncipes luteranos seguir practicando su culto, pero éstos demostraron no estar dominados por egoísmo, y no se conformaron con un decreto que impedía que el conocimiento de la verdad fuese llevado libremente a todas partes, y conscientes del peligro de aquella hora y de la guerra que se desencadenaba contra ellos, tuvieron la valentía de no doblegarse ante una doble mayoría y refirmar los derechos sagrados de la conciencia, que no pueden ser sometidos a la decisión de ninguna dieta, concilio o autoridad humana de cualquier índole que sea.
El 15 de abril de 1529 los príncipes luteranos leyeron ante la dieta la famosa protesta que daría el nombre de protestante al gran movimiento religioso que sacudía los cimientos del mundo. En ese inmortal documento daban las razones porque no estaban dispuestos a aceptar lo resuelto por la dieta: "No podemos decían porque se trata aquí de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, porque en estas cosas debemos mirar, ante todo, los mandamientos de Dios que es Rey de reyes y Señor de señores; teniendo cada uno de nosotros que dar cuenta por sí mismo sin preocuparse para nada de la mayoría o minoría. Aceptar vuestra resolución sería obrar contra nuestra conciencia sería renegar de nuestro Señor Jesucristo, rechazar su santa Palabra sería declarar que si Dios llama a un hombre a su conocimiento, este hombre no está libre de recibir el conocimiento de Dios. Estamos resueltos por la gracia de Dios a mantener la predicación pura y exclusiva de sólo la Palabra tal como está contenida en los libros bíblicos del antiguo y nuevo Testamento, sin añadirle nada que le sea contrario. Esta Palabra es la única verdad; es la norma segura de toda doctrina y de toda vida, y no puede faltar ni engañar. Quien edifica sobre este fundamento subsistirá contra todas las potencias del infierno; mientras que todas las vanidades humanas que se le oponen, caerán delante de la faz de Dios". "Si vosotros no escucháis nuestra demanda PROTESTAMOS por la presente, delante de Dios, nuestro único creador, conservador, redentor y salvador, quien será nuestro juez, así como delante de todos los hombres y de todas las criaturas, que no consentimos ni adherimos en ninguna manera, por nosotros ni por los nuestros, al decreto propuesto, en todas las cosas que son contrarias a Dios, a su santa» Palabra, a nuestra buena conciencia, a la salvación de las almas y al último decreto de Spira".
Algunos días después los protestantes se retiraron de la ciudad satisfechos del testimonio que habían dado ante la dieta y ante el mundo, pero conscientes de que había que esperar acontecimientos graves y lúgubres. ¿Qué ocurrirá ahora?, se preguntaban todos. Melanthón estaba agobiado viendo ya a los partidos en el campo de batalla. ¿El imperio tolerará la osadía de ese puñado de germanos? Y yendo a la lucha, ¿qué pueden hacer ellos contra todos los reyes y príncipes de Europa conjurados para sofocar a la Reforma y presentarla humillada a los pies del papa?

LA CONFESIÓN DE AUSBURGO

La cuestión religiosa quedaba todavía por resolverse, y el emperador Carlos V convocó a la dieta imperial para reunirse a principios de mayo de 1530 en la ciudad de Ausburgo.
El elector de Sajonia encargó a Lulero, Melanthon y otros teólogos que preparasen un documento que pudiera ser presentado a dicha asamblea, en el que se expusiese cuáles eran las creencias que sostenían los protestantes. Antes de emprender viaje pidió que se predicase sobre el texto de Mateo X: 32 y 33: "Cualquiera que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos. Y cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos". Este pedido demuestra que estaban animados del sano propósito de permanecer fieles al Señor y a su verdad costase lo que costase.
En los primeros días de mayo empezaron a llegar a Ausburgo príncipes y teólogos seguidos de numeroso séquito, de modo que la ciudad era el teatro de una animación nunca vista.
El emperador hizo llamar a su presencia a los miembros del consejo de la ciudad y a los príncipes evangélicos, y les comunicó que estaba prohibido a los evangélicos ocupar los pulpitos durante su permanencia en la ciudad, y que esperaba que todos fuesen a la procesión de corpus que tenía que celebrarse al día siguiente. Grande fue la sorpresa de Carlos V, cuando todos unánimemente declararon que no estaban dispuestos a obedecer, pronunciando el margrave Jorge de Brandemburgo estas palabras: "Antes preferiría yo doblar mis rodillas ante Su Majestad Imperial y hacerme decapitar que renegar de mi Dios y de su santo Evangelio".
Ninguno de ellos asistió a la procesión, la cual fue un fracaso para los romanistas porque los habitantes de la ciudad tampoco asistieron. Los pastores predicaron, no en las iglesias, pero sí en los campamentos de sus respectivos soberanos a grandes auditorios. A la misa con que se inauguró la dieta asistieron los príncipes por respeto al soberano, pero no participaron de la ceremonia, permaneciendo en pie cuando fue elevada la hostia.
Lutero que estaba colocado fuera de la ley, no podía asistir a la dieta; pero como los príncipes querían que estuviese cerca a fin de recabar su parecer cuando hiciese falta, le prepararon alojamiento en el castillo de Coburgo, donde pasaba el tiempo leyendo la Biblia y las Fábulas de Esopo y escribiendo cartas muy interesantes a su familia y a sus amigos. Fue en este sitio que compuso su famoso himno "Castillo fuerte es nuestro Dios", que no tardó en ser cantado en Ausburgo y en toda Alemania.
Melanthon escribió la inmortal confesión que fue leída ante la asamblea; documento del cual dice el historiador Schaff: "La Confesión de Ausburgo siempre será apreciada como uno de los monumentos más nobles de la fe del período pentecostal del protestantismo". Lutero la aprobó diciendo: Me agrada. No veo que haya cosas que cambiar; yo no hubiera podido hablar tan suavemente". La respuesta católica fue tan débil que desagradó a los católicos que hubieran querido una réplica capaz de producir una impresión favorable a su partido. Hubo una nueva lectura de Melanthon, pero los miembros de la asamblea habían venido no para tomar en consideración las razones que se expusiesen sino lo que agradase al papa y al emperador.
La Confesión de Ausburgo es una afirmación de la fe evangélica. Con excepción de lo que dice de los sacramentos, sosteniendo el punto de vista luterano, las demás creencias expuestas tienen el asentimiento de todos los grupos evangélicos. Respecto a la gracia dice: "Los hombres no pueden ser justificados en la presencia de Dios por sus propias fuerzas, méritos u obras, sino que son justificados gratuitamente por causa de Cristo por la fe, si creen que son recibidos en gracia y que sus pecados son perdonados por Cristo, quien con su muerte satisfizo por nuestros pecados. Dios imputa esta fe por su justicia en su presencia. Romanos 3 y 4.
Todos temían que hubiera llegado el momento en el cual la guerra sería inevitable, de modo que las entrevistas de los representantes de ambos partidos eran continuas buscando una reconciliación. Hubo momentos en que algunos de los protestantes se mostraban inclinados a ceder por amor a la paz, sacrificando algunas doctrinas. Melanthon era uno de ellos. Cuando estas noticias llegaron a oídos de Lutero se alarmó y escribió: "Oigo que habéis empezado una obra maravillosa, es a saber, poner de acuerdo a Lulero con el papa; pero el papa no quiere y Lulero se excusa. Y si a pesar de ellos lo conseguís, entonces siguiendo vuestro ejemplo, yo pondré de acuerdo a Cristo con Belial".
Felipe de Hesse vio que el protestantismo corría peligro, y desde su retiro escribió: "Cuando se empieza a ceder, se cede cada vez más. Declarad a mis aliados que yo rechazo esas conciliaciones pérfidas. Si somos cristianos, no busquemos nuestra propia ventaja sino la consolación de tantas conciencias fatigadas, afligidas para las cuales no habrá más salvación si se les quita la Palabra de Dios".
La dieta finalmente intimó a los Estados protestantes a volver al catolicismo y a extirpar la herejía. Los príncipes protestantes declararon que 89 negaban a acatar la orden y formaron la Liga de Smalkalde para defenderse contra la imposición armada que les amenazaba. Carlos V no se atrevió a proceder y se iniciaron nuevas negociaciones que dieron por resultado el pacto de paz religiosa hecho en Nuremberg en 1532, en el cual protestantes y católicos se comprometieron a vivir en paz hasta que se reuniese un concilio general, del cual, equivocadamente, muchos esperaban lo que nunca podía producir.

LA ÚLTIMA ETAPA

En la última parte de su vida, Lutero vivió consagrado a las tareas pastorales buscando edificar y enseñar el buen camino a las almas que estaban a su alrededor. Ninguno como él vio la importancia que tenía la instrucción pública, y trabajó ardientemente para que en todas parles se formasen escuelas que estuviesen al alcance de todos los habitantes. Una parte importante de la piedad protestante consistía en la lectura de "la Biblia, de modo que era menester destruir el analfabetismo y a él, como a ningún otro, debe Alemania la cultura adquirida.
El hombre que se había ganado el pan cantando por las calles cuando era estudiante, fue durante toda su vida un apasionado por la música. F. Marcillac en su "Historia de la Música Moderna" dice: "Dos que durante tantos siglos desesperaron del alma humana, dice Michellet, la dejaron incurable, inconsolable hasta que sonó el primer canto de Lutero. Fue él que principió y entonces toda la tierra cantó, todos, protestantes y católicos. No fue el canto triste de la Edad Media, que un rebaño humano, bajo la batuta de un director oficial repetía al unísono; fue un canto verdadero, libre, puro, un canto salido de lo profundo del corazón, el canto de los que lloran y encuentran consuelo, el gozo divino entre las lágrimas de la tierra, una muestra del cielo".
Las obras del reformador están llenas de máximas serias y profundas sobre este tema favorito:
"La música dice es el más sublime de los, dones de Dios. Siempre he amado la música y lo poco que de ella sé no lo cambiaría por mucho. Satán la odia; por medio de ella se ahuyentan muchas tentaciones".
"No me encuentro a gusto con aquellos que no aman la música, como lo hacen las personas frívolas. La música es una disciplina, hace a los hombres más dulces, más virtuosos y sabios. El canto es la mejor de las artes y el mejor de los ejercicios. El que lo posee es de buena especie y apto para todo. Yo creo y declaro sin miedo que después de la ciencia de conocer a Dios, no hay cosa mejor que la música".
A su amigo Spalatino le escribía: "Yo quisiera que siguiéndose el ejemplo de los profetas y padres de la iglesia, se compusiesen himnos alemanes que cantados sirviesen para anunciar la Palabra de Dios entre el pueblo. Ayudadme en esta obra".
Lutero escribió y coleccionó muchos himnos religiosos que los siglos no han envejecido. Fue también aventajado compositor, y la música de "Castillo fuerte es nuestro Dios" figura entre los trozos de música clásica.
Oigamos de nuevo a Marcillac: "La Alemania de Lutero se reconoció en estos cantos graves y austeros en los que habían hallado expresión todos los sentimientos que la animaban entonces. El niño los aprendía en la escuela, el padre de familia los repetía a los suyos en el santuario del hogar; los cantaban a una voz en las circunstancias solemnes y en los campos de batalla, y el entusiasmo que despertaron fue tal que un escritor católico dijo que Lutero había hecho más daño al catolicismo con sus cantos que con sus doctrinas".
El hombre de guerra, el gran batallador, era un hombre de paz, un hijo de consolación, y la última acción de su vida fue reconciliar a los condes de Mansfield para lo que tuvo que hacer un viaje a Eisleben. Cuando partió estaba enfermo y su esposa se despidió de él con tristes presentimientos. Antes de llegar a su destino le escribió dándole ánimo y diciéndole que Dios podía levantar a diez Luteros para que continuasen la obra.
Cuando se sintió enfermo comprendió que ya había terminado su carrera, y al ser conducido a la pieza donde se reclinó sobre un sofá dijo: "En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh Señor, Dios de verdad".
En medio de sus sufrimientos se le oía orar; y uno de los testigos de aquella escena recogió estas palabras: "¡Oh padre celestial, Dios y Padre Nuestro Señor Jesucristo; Dios de toda consolación, te doy gracias porque me hiciste conocer a tu querido Hijo, Cristo Jesús, en quien yo confío, a quien he amado, predicado y confesado y a quien el pernicioso papa y los malos hombres deshonran, persiguen y blasfeman; te ruego mi Señor Jesucristo, que recibas mi alma en tu seno. ¡Oh padre celestial!, tengo que dejar este cuerpo y esta vida, pero estoy seguro de que iré a estar contigo para siempre jamás, y que nadie puede arrebatarme de tu mano". Después de orar dijo: "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito para que todo aquel que en él creyere no se pierda más y tenga vida eterna".
El doctor Justo Jonás estaba presente y le preguntó si moría afirmando lo que había enseñado, y todos los que lo rodeaban oyeron con claridad: "Sí, sí". Un momento después estaba con el Señor. Era el 18 de febrero de 1546. Tenía 63 años de edad.

Quiso la providencia que muriese en el pueblo donde había nacido.