CAUSAS DE LAS PERSECUCIONES IMPERIALES
El hecho más relevante en la historia de
la iglesia en los siglos segundo y tercero fue la persecución que los
emperadores romanos desplegaron contra el cristianismo. Aunque esta situación
no fue continua, a menudo duraba varios años y propensa a que en cualquier
momento estallara en formas terribles. En el siglo cuarto se prolongó hasta 313
d.C., cuando el edicto de Constantino, el primer emperador cristiano, puso fin
a todos los intentos de destruir la iglesia de Cristo. Es sorprendente que
durante este período algunos de los mejores y más sabios emperadores eran los
más activos en la persecución del cristianismo. Sin embargo, la oposición de
algunos de los peores emperadores era mínima o ninguna. Antes de narrar la
historia, investiguemos algunos de los motivos que obligaban al gobierno,
general-mente justo y que procuraba el bienestar de sus ciudadanos, a intentar
por espacio de doscientos años a extirpar un cuerpo tan recto, tan obediente a
la ley y tan conveniente como los cristianos. Puede señalarse un buen número de
causas para el antagonismo de los emperadores al cristianismo.
El paganismo acogía las nuevas formas y
objetos de adoración, mientras que el cristianismo las excluía. Donde los
dioses ya se contaban por cientos, aun por miles, un dios más no se destacaba
en nada. Cuando la gente de una ciudad o una provincia deseaban desarrollar el
comercio o la inmigración, construía templos a los dioses que se adoraban en
otros países para que los ciudadanos de esos otros países pudiesen tener un
lugar de adoración. Es por eso que en Pompeya encontramos un templo a Isis, una
diosa egipcia, construido para fomentar el comercio de Pompeya con Egipto. Esto
hacía que los comerciantes egipcios se sintieran como en su propio país. El
cristianismo, en cambio, se oponía a toda adoración excepto a la de su propio
Dios. Un emperador deseó colocar una estatua de Cristo en el Panteón, un templo
de Roma que todavía está en pie, donde se adoraban a todos los dioses
importantes. Sin embargo, los cristianos rechazaron la oferta con desprecio. No
querían que a su Cristo se le reconociese solo como uno entre muchos dioses.
La adoración al emperador se tenía como
una prueba de lealtad. En algún lugar prominente de cada ciudad había una
estatua del emperador reinante. Ante dicha imagen se ofrecía incienso como a un
dios. Tal parece que en una de las primeras epístolas de Pablo hay una
referencia velada a esta forma de idolatría. Los cristianos se negaban a rendir
esta adoración, aun cuando era muy sencillo arrojar un poco de incienso sobre
el altar. Debido a que cantaban himnos de alabanza y adoraban a "otro Rey,
un tal Jesús", las multitudes los tenían por desleales y conspiradores de
una revolución. De alguna manera, se consideraba a la primera generación de
cristianos relacionada con los judíos. A pesar de que estos vivían separados de
las costumbres idólatras y ni siquiera comían en las fiestas de los ídolos, el
gobierno reconocía al judaísmo como una religión permitida. Esta aparente
relación preservó a los cristianos por algún tiempo de la persecución. Sin
embargo, después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., el cristianismo
quedó solo sin leyes que protegiesen a sus seguidores del odio de sus enemigos.
Las reuniones secretas de los cristianos
despertaban sospechas. Se reunían antes de la salida del solo en la noche, a
menudo en cuevas o catacumbas subterráneas. Circulaban falsos rumores de ritos
lascivos o criminales que se llevaban a cabo entre ellos. Además, el gobierno
autocrático del imperio sospechaba de todos los cultos o sociedades secretas,
temiendo propósitos desleales. La celebración de la Cena del Señor, de la cual
se excluían a los extraños, a menudo era una causa de acusación y persecución.
El cristianismo no hacía distinciones entre los hombres. Tampoco lo hacía entre
sus miembros ni en el trabajo que realizaban. Incluso, un esclavo se podía
elegir como obispo en la iglesia. Esto era una ignominia para los nobles, los
filósofos y las clases gobernantes. A los cristianos se les consideraban como
"igualitaristas", anarquistas y trastornadores del orden social. Es
decir, enemigos del estado.
Por cierto, a menudo los intereses
económicos generaban o estimulaban el espíritu de persecución. A esto se debió
que en Éfeso Pablo estuviera en peligro de muerte por el motín que provocó
Demetrio el platero. También los gobernantes perseguían a los cristianos bajo
la influencia de individuos cuyos intereses financieros se afectaban con el
progreso de la iglesia. Por ejemplo, entre estos había sacerdotes y sirvientes
laicos de los templos de ídolos, los que hacían imágenes, los escultores,
arquitectos de templos y otros que se ganaban la vida mediante la adoración
pagana. No era difícil elevar el grito de "Los cristianos a los
leones", cuando los hombres veían sus artes o profesiones en peligro, o
cuando funcionarios codiciosos deseaban la propiedad de los cristianos ricos.
ÉPOCAS DE PERSECUCIÓN
Durante los siglos segundo y tercero, y
sobre todo en los primeros años del siglo cuarto, hasta el año 313 d.C., la
religión cristiana estaba prohibida y sus partidarios sufrían proscripción. Sin
embargo, la mayor parte del tiempo la espada de la persecución estaba envainada
y apenas molestaban a los discípulos en sus observancias religiosas. Pero aun
durante estos períodos de aparente calma cabía la posibilidad de un peligro
repentino siempre que un gobernante creía conveniente ejecutar los edictos o
cuando algún cristiano prominente daba su testimonio abiertamente y con valor.
Hubo, sin embargo, varios períodos de corta o larga duración, en los que a
través de todo el imperio la iglesia se exponía a la más fiera persecución. Las
persecuciones en el primer siglo, por Nerón (68) y Domiciano (90-95), fueron
sencillamente explosiones de frenesí y odio, sin ningún motivo excepto la ira
de un tirano. Se producían en forma esporádica y no se prolongaban mucho. Sin
embargo, desde el año 110 al 313 d.C., la iglesia estuvo sujeta a una serie
sistemática e implacable de intentos gubernamentales puestos en práctica a
través de todo el imperio para aplastar la fe siempre creciente.
Desde el reinado de Trajano al de
Antonino Pío (96-161), el cristianismo no se reconoció, aunque tampoco se
persiguió severamente. Bajo los emperadores Nerva, Trajano, Adriano y Antonino
Pío, quienes con Marco Aurelio se les conocieron como los "cinco buenos
emperadores", no se podía arrestar a ningún cristiano sin una querella
definida y comprobada. El espíritu de la época era más bien pasar por alto la
religión cristiana. Con todo, cuando se formulaban cargos y los cristianos
rehusaban retractarse, los gobernantes se veían obligados, aun en contra de su
voluntad a poner en vigor la ley y ordenar su ejecución. Algunos mártires
prominentes de la fe durante estos reinados fueron: Simeón (o Simón; Marcos
6:3), el sucesor de Santiago como cabeza u obispo de la iglesia en Jerusalén.
Este también, como aquel, fue un hermano menor de nuestro Señor. Se dice que
llegó a una edad avanzada. Lo crucificaron en 107 d.C. por orden del gobernador
romano de Palestina, durante el reinado de Trajano. Ignacio, obispo de
Antioquía en Siria, estaba más que dispuesto a ser un mártir. En su camino a
Roma escribió cartas a las iglesias esperando no perder el honor de morir por
su Señor. Lo arrojaron a las fieras en el anfiteatro romano en 108 ó 110 d.C.
Aunque la persecución durante estos
reinados fue menos severa de la que se desató sobre la iglesia poco después,
hubo muchos mártires además de estos dos hombres distinguidos. El mejor de los
emperadores romanos y uno de los más prominentes escritores de ética fue Marco
Aurelio, quien reinó de 161 a 180 d.C. Su estatua ecuestre aún está en pie en el
lugar de la antigua capital de Roma. Sin embargo, este buen hombre y recto
gobernante, fue un encarnizado perseguidor de los cristianos. Procuró restaurar
la antigua sencillez de la vida romana y con ella la religión antigua. Se
oponía pues a los cristianos como innovadores. Muchos miles de creyentes en
Cristo eran decapitados o devorados por las fieras hambrientas en la arena.
Entre la multitud de mártires de estos años, solo mencionaremos dos. Policarpo,
obispo de Esmirna en Asia Menor, murió en 155 d.C. Cuando lo llevaron ante el
gobernador y lo instaron a maldecir el nombre de Jesucristo, contestó:
"Ochenta y seis años le he servido y todo lo que me ha hecho es bien,
¿cómo podría maldecirle? ¡Mi Señor y Salvador!" Lo quemaron vivo en la hoguera.
Justino Mártir fue un filósofo que continuó enseñando después de aceptar el
cristianismo. Se trataba de uno de los hombres más capaces de su época y uno de
los principales defensores de la fe. Sus libros, aún existentes, ofrecen mucha
valiosa información acerca de la iglesia a mediados del segundo siglo. Su
martirio ocurrió en Roma en 166 d.C.
Después de la muerte de Marco Aurelio,
180 d.C., siguió un período de confusión. Los débiles e indignos emperadores se
ocupaban tanto de las guerras civiles o de sus propios placeres, que no
prestaban mucha atención a los cristianos. Sin embargo, Septimio Severo empezó
en 202 d. C. una terrible persecución que duró hasta su muerte en 211 d.C.
Severo tenía una naturaleza morbosa y melancólica. Fue muy riguroso en
administrar disciplina y procuraba en vano restaurar las decadentes religiones
de otros tiempos. En todas partes, la persecución contra la iglesia hacía
estragos, pero era más severa en Egipto y en el norte de África. Leonidas, el
padre del gran teólogo Orígenes, murió decapitado en Alejandría. En 203 d.C.,
las fieras hicieron pedazos a Perpetua, una mujer noble de Cartago, y a
Felícitas su fiel esclava. Tan cruel era el espíritu del emperador Septimio
Severo, que muchos escritores cristianos lo consideraron el anticristo. Bajo
los numerosos emperadores que siguieron en rápida sucesión, la iglesia quedó en
el olvido durante cuarenta años. En todo el imperio, el emperador Caracalla
(211-217) confirmó la ciudadanía a cada persona que no fuera esclava. Por
cierto, un beneficio para los cristianos, pues ya no podían crucificarlos ni
arrojarlos a las fieras, a no ser que fuesen esclavos.
Pero, con el reinado de Decio (249-251),
se volvió a desatar una terrible persecución. Por fortuna, su reinado fue muy
corto y con su fallecimiento cesó por un tiempo el aniquilamiento de
cristianos. Después de la muerte de Decio, siguieron más de cincuenta años de
relativa calma, aunque a veces había breves períodos de persecución. En una de
esas épocas, en 257 d.C. y bajo Valeriano, murió el célebre Cipriano, obispo de
Cartago y uno de los grandes escritores y líderes de la iglesia en ese período,
así como el obispo romano Sexto. La última y más sistemática y terrible de
todas las persecuciones fue durante el reinado de Diocleciano y sus sucesores,
de 303 a 310 d.C. En una serie de edictos se ordenó: quemar cada ejemplar de la
Biblia, derribar las iglesias levantadas por todo el imperio durante el medio
siglo de relativa calma, quitar la ciudadanía a quienes no renunciasen a su
religión cristiana y dejada sin la protección de la ley. En algunos lugares
reunían a los cristianos en sus templos y los incendiaban. Así perecían los
creyentes dentro de sus paredes. Se dice que el emperador Diocleciano erigió un
monumento con la inscripción: "En honor de la exterminación de la
superstición cristiana.". (Esta declaración, aunque hecha por muchos
historiadores, descansa sobre evidencias inciertas y quizá no sea auténtica)
Sin embargo, veinticinco años después el
cristianismo se convirtió en la religión oficial del emperador, de la corte y
del imperio. Los inmensos Baños de Diocleciano en Roma se construyeron mediante
trabajo forzado de esclavos cristianos. Sin embargo, doce siglos después de
Diocleciano, Miguel Ángel transformó una parte del edificio en la Iglesia de
Santa María Degli Angeli, consagrada en 1561 d.C., que todavía se usa para la
adoración católico-romana. Diocleciano abdicó al trono imperial en 305 d.C.,
pero sus subordinados y sucesores, Galerio y Constancio, siguieron la
persecución durante seis años. Constantino, el hijo de Constancio, como co-emperador
y quien para ese tiempo no profesaba ser cristiano, expidió su memorable Edicto
de Tolerancia en 313 d.C. Por esta ley se aprobó el cristianismo, su adoración
se legalizó y toda persecución cesó para no volverse a renovar mientras duró el
Imperio Romano.
FORMACIÓN DEL CANON DEL
NUEVO TESTAMENTO
Mientras que el hecho sobresaliente en
la historia de la iglesia en los siglos segundo y tercero fueron las
persecuciones imperiales, se puede decir por otra parte que se producían
grandes adelantos en la condición, organización y vida de la comunidad
cristiana. Consideraremos ahora algunos de estos.
Ya hemos visto que los escritos del
Nuevo Testamento se terminaron poco después del principio del segundo siglo,
quizás en 110 d.C. Sin embargo, el establecimiento de estos libros, y solo de
estos como el canon o regla de fe con autoridad divina, no fue inmediato. No
todos estos libros se aceptaban en todas partes como Escritura inspirada.
Algunos de ellos, especialmente hebreos, Santiago, Segunda de Pedro y
Apocalipsis, los aceptaron en Oriente, pero por muchos años los rechazaron en
Occidente.
Por otra parte, algunos libros que hoy
no se consideran parte de la Biblia también se aceptaban y leían en el Oriente,
tales como el Pastor de Hermas, la Epístola de Bernabé, la Enseñanza de los
Doce Apóstoles y el Apocalipsis de Pedro. Gradual y lentamente los libros del
Nuevo Testamento, como hoy los tenemos, alcanzaron la prominencia de Escrituras
inspiradas y los demás libros poco a poco perdieron vigencia en las iglesias.
Los concilios que se celebraban de tiempo en tiempo no escogieron los libros
para formar el canon. Más bien los concilios ratificaron la elección ya hecha
por las iglesias. No puede darse ninguna fecha precisa del completo reconocimiento
del Nuevo Testamento tal como lo tenemos en la actualidad, pero no puede
fijarse antes del año 300 d.C. Cualquiera que lea el volumen de "El Nuevo
Testamento Apócrifo", y compare su contenido con nuestro Nuevo Testamento,
verá de inmediato por qué estos libros se rechazaron finalmente del canon.
DESARROLLO DE LAS
ORGANIZACIONES ECLESIÁSTICAS
Mientras vivieron los primeros
apóstoles, el respeto general hacia ellos como elegidos de Cristo, fundadores
de la iglesia y hombres dotados de inspiración divina, los convertían en los
indiscutibles líderes y gobernantes de la iglesia, hasta donde era necesario el
gobierno. Cuando Lucas escribió Hechos y Pablo escribió a los Filipenses y a
TI-moteo, los títulos "obispos" y "ancianos" (presbíteros)
se aplicaron libremente a los mismos funcionarios de la iglesia. Sin embargo,
sesenta años después, alrededor de 125 d.C., encontramos que los obispos
estaban por doquier gobernando la iglesia. Cada uno mandaba en su propia
diócesis con presbíteros y diáconos bajo su autoridad. Como en el año 50 d. C,
el Concilio de Jerusalén estaba compuesto de "apóstoles y ancianos",
y expresaba la voz de toda la iglesia, tanto de ministros (si acaso los había,
lo cual es dudoso) y de laicos. Pero durante el período de persecución, sin
duda después de 150 d.C., solo los obispos eran los que celebraban los
concilios y dictaban las leyes. La forma episcopal de gobierno llegó a ser
dominante y universal. No hay historia de ese tiempo que nos diga los pasos
conducentes a este cambio de organización, pero no es difícil encontrar sus
causas.
La pérdida de la autoridad apostólica
hizo necesario elegir nuevos líderes. Los grandes fundadores de la iglesia,
Pedro, Pablo, Santiago (el hermano del Señor) y Juan, el último de los
apóstoles, habían muerto sin dejar hombres de su talla que les sucedieran.
Después de morir Pedro y Pablo, y durante cincuenta o sesenta años, la historia
de la iglesia está en blanco. No sabemos qué hicieron hombres como Timoteo,
Tito y Apolos. Aunque, una generación después, aparecen nuevos nombres como
obispos con autoridad sobre sus diferentes diócesis.
El crecimiento y el alcance que tuvo la
iglesia hicieron necesarias la organización y la disciplina. Mientras las
iglesias se limitaban a las regiones donde podían recibir visitas ocasionales
de los apóstoles, pocas autoridades hacían falta. Sin embargo, cuando la
iglesia llegó a ser tan vasta, y aun más que el imperio, llegando hasta Partía
y las fronteras de India, abarcando muchos países y razas, se comprendió la
necesidad de un líder para las diferentes secciones. La persecución, un peligro
común, unificó a las iglesias y ejerció su influencia hacia la unión y el
gobierno. Cuando en cualquier tiempo los poderes del estado se alineaban en
contra de la iglesia, se comprendía la necesidad de dirección eficiente.
Surgían los líderes para la ocasión. De modo que la necesidad que duró siete
generaciones hizo que la forma de gobierno fuese permanente. El nacimiento de
sectas y herejías en la iglesia hizo que fuesen absolutamente necesarios
algunos artículos de fe y cierta autoridad para ponerlos en vigor.
Veremos en este capítulo algunas de las
divisiones doctrinales que amenazaron la existencia misma de la iglesia.
También veremos cómo las controversias sobre las mismas despertaron la
imperativa demanda de disciplina para enfrentar a los herejes y asegurar la
unidad de la fe. Al inquirir por qué se adoptó esta forma particular de
gobierno, es decir, un gobierno de mayor jerarquía antes que uno ejercido por
el ministerio en un plano de igualdad, encontramos que la analogía del gobierno
imperial proporcionó un plan que con naturalidad se siguió en el desarrollo de
la iglesia. El cristianismo no se levantó en una república donde los ciudadanos
escogen a los gobernantes, sino en un imperio gobernado por autoridad. De ahí
que, como hacía falta algún gobierno para la iglesia, por dondequiera surgía
una forma algo autocrática. Es decir, el gobierno por obispos, a lo cual la
iglesia se sometía de voluntad, estando acostumbrada al mismo gobierno en el
estado. Sin embargo, es un hecho digno de notarse que, durante todo el período
que estamos considerando, ningún obispo reclamó para sí autoridad de carácter
universal (autoridad sobre los obispos) como más tarde lo hizo el obispo de
Roma.
DESARROLLO DE LA DOCTRINA
Otra característica distintiva de este
período fue el desarrollo de la doctrina. En la época apostólica la fe era del
corazón, una rendición personal de la voluntad a Cristo como Rey y Señor, una
vida de acuerdo con su ejemplo debido a que el Espíritu moraba internamente.
Sin embargo, en el periodo que estudiamos ahora, la fe poco a poco llegó a ser
mental, una fe del intelecto. Una fe que creía en un sistema de doctrina
riguroso e inflexible. Se enfatizaba la sana doctrina, antes que la vida
espiritual. Las normas del carácter cristiano eran aun elevadas y la iglesia
tenía muchos santos enriquecidos por el Espíritu Santo. No obstante, la
doctrina se convertía cada vez más en la prueba del cristianismo. "El
credo de los apóstoles", la más antigua y sencilla declaración de fe cristiana,
se compuso durante este período. Surgieron tres grandes escuelas de teología:
en Alejandría, en Asia Menor y en el norte de África. Estas escuelas se
establecieron para instruir a los que venían de hogares paganos y habían
aceptado la fe cristiana, pero pronto se desarrollaron en centros de
investigación de las doctrinas de la iglesia. Grandes maestros estaban
asociados con estas escuelas.
La escuela en Alejandría se fundó como
en 180 d.C., por Panteno, ex filósofo estoico, pero como cristiano era eminente
por el fervor de su espíritu y la elocuencia en la enseñanza oral. Solo breves
fragmentos de sus escritos sobrevivieron. Le sucedió Clemente de Alejandría
(150 a 215 d.C. aproximadamente). Varios de sus libros, casi todos en defensa
del cristianismo contra el paganismo, aún existen. Aunque el más grande de la
escuela Alejandrina, y el expositor más capaz de todo el período fue Orígenes
(185-254 d.C.), quien enseñó y escribió sobre muchos temas, mostrando gran
saber y poder intelectual. La escuela de Asia Menor no radicaba en un solo
centro, sino que consistía de un grupo de maestros y escritores de teología. Su
gran representante fue Ireneo que "combinó el celo del evangelista con la
habilidad del escritor consumado". Sus últimos años los pasó en Galia,
Francia, fue obispo y murió como mártir alrededor de 200 d.C. La escuela del
norte de África estaba en Cartago que, por medio de una serie de escritores y
teólogos capaces, hizo más que cualquiera de las otras escuelas para darle
forma al pensamiento teológico de Europa. Los dos nombres más grandes de esta
escuela fueron los del brillante y fervoroso Tertuliano (160-220 d.C.) y el de
Cipriano, el más conservador pero hábil obispo que murió como mártir en la
persecución bajo Decio (258 d.C.).
Los escritos de estos eruditos
cristianos, junto a otros muchos aso-ciados e inspirados por ellos, han sido de
un valor inestimable. Se consideran como nuestra fuente de información original
sobre la iglesia, su vida, sus doctrinas y su relación al mundo pagano que le
rodeó durante los siglos de persecución.
DESARROLLO DE SECTAS O
HEREJÍAS
A la par del desarrollo de la doctrina
teológica estuvo el nacimiento r\.de las sectas o herejías, como se las
llamaban, en la iglesia cristiana. Mientras que la iglesia era judía por sus miembros,
y aun después a medida que la regían hombres del tipo judío tales como San
Pedro y San Pablo, había solo una leve tendencia hacia el pensamiento abstracto
y especulativo. No obstante, cuando la iglesia estuvo compuesta en su mayoría
por griegos, y en especial los griegos místicos y tendenciosos de Asia Menor,
surgieron toda clase de opiniones y teorías que se desarrollaron con fuerza en
la iglesia. Los cristianos de los siglos segundo y tercero no solo lucharon en
contra de un mundo pagano y adverso, sino también en contra de herejías y
doctrinas corruptas dentro de su propio redil. Consideremos ahora algunas de
las sectas más importantes de ese período. Los gnósticos (del griego, gnosis:
"sabiduría") no son fáciles de definir por ser tan variados en sus
doctrinas en los diferentes períodos y localidades. Surgieron en el Asia Menor,
ese foco de ideas fantásticas, y eran un injerto del cristianismo sobre el
paganismo. Creían que del Dios supremo emanaba un gran número de deidades
inferiores, algunas benéficas, otras malignas. Por medio de estas el mundo se
creó con su mezcla de bien y mal. Consideraban que en Cristo, como una de estas
"emanaciones", moró por un tiempo la naturaleza divina. También
interpretaban las Escrituras de una manera alegórica, haciendo que cada
declaración significara lo que parecía más adecuado al intérprete. Florecieron
a través de todo el siglo segundo y desaparecieron con él.
Los ebionitas (de una palabra hebrea que
significa "pobre") eran cristianos judíos que insistían que las leyes
y costumbres judaicas debían ser observadas. Rechazaban los escritos de San
Pablo porque estos reconocían a los gentiles como cristianos. Los judíos los
despreciaban como apóstatas y no gozaban de la simpatía de los cristianos
gentiles, quienes, después de 70 d.C. constituían mayoría en la iglesia. De
manera gradual, los ebionitas comenzaron a disminuir en el siglo segundo.
A los maniqueos, de origen persa, se les
llamó así debido a su fundador, Maní, a quien el gobierno persa mató en 276
d.C. Enseñaban que el universo se compone de dos reinos, uno de luz y otro de
tinieblas, y que cada uno lucha por el dominio en la naturaleza y en el hombre.
Rechazaban a Jesús, pero creían en un "Cristo celestial". Eran
severos en el ascetismo y renunciaban al matrimonio. Los persiguieron tanto los
emperadores paganos, como los cristianos. Agustín, el más grande teólogo de la
iglesia, fue maniqueo antes de su conversión. Los montanistas, así llamados a
causa de su fundador, Montano, casi no pueden clasificarse entre las sectas
herejes, aunque la iglesia condenó sus enseñanzas. Eran puritanos que
reclamaban volver a la sencillez de los cristianos primitivos. Creían en el
sacerdocio de todos los verdaderos creyentes y no en las órdenes del
ministerio. Observaban una disciplina estricta en la iglesia. Consideraban los
dones de profecía como el privilegio de los discípulos y tenían muchos profetas
y profetisas entre sus miembros. Tertuliano, uno de los principales entre los
padres primitivos, abrazó sus ideas y escribió en defensa de ellos. En los
tiempos modernos, Juan Wesley aprobó a Montano y a la mayoría de sus
enseñanzas. Asimismo Harnack, un eminente erudito moderno, también las aprobó.
CONDICIÓN DE LA IGLESIA
Acerca de estas sectas, y por lo general
denominadas herejías, la dificultad de comprenderlas surge que (excepto los
montanistas y aun en este caso en gran medida) sus propios escritos ya no
existen. Para formar nuestros conceptos acerca de ellos dependemos de los que
escribieron en su contra que sin duda estaban prejuiciados. Su-pongamos, por
ejemplo, que los metodistas como denominación y con toda su literatura dejasen
de existir y que mil años después los estudiantes procurasen investigar sus
enseñanzas de los libros y folletos escritos en el siglo dieciocho en contra de
Juan Wesley. A qué conclusiones tan erróneas llegarían y qué cuadro tan falso
del metodismo se presentaría. Procuremos ahora descubrir la condición de la
iglesia durante los siglos de persecución, sobre todo en sus finales
aproximadamente en 313 d.C.
Uno de los efectos que produjeron las
pruebas que pasaron los cristianos de ese período fue una iglesia purificada.
Las persecuciones mantenían alejados a todos los que no eran sinceros en su
profesión. Nadie se unía a la iglesia por ganancia mundana ni popularidad. Los
débiles y de corazón apocado abandonaban la iglesia. Solo los que estaban
dispuestos a ser fieles hasta la muerte eran los que se hacían abiertamente
seguidores de Cristo. La persecución sacudió a la iglesia separando la cizaña del
trigo. En sentido general, era una iglesia de enseñanza unificada. Era un
cuerpo de muchos millones de personas que se extendía por un sinnúmero de
países y que incluía a muchas razas que hablaban muchos idiomas. Sin embargo,
tenía una misma fe. Las diferentes sectas se levantaron, florecieron y
gradualmente perecieron. Las controversias destacaron la verdad y aun muchas de
las herejías dejaron tras sí algunas verdades que enriquecieron el depósito de
la iglesia. A pesar de las sectas y cismas, el cristianismo del imperio y de
las tierras circunvecinas era uno en su doctrina, su sistema y su espíritu. Era
una iglesia completamente organizada. Hemos visto cómo se desarrolló el sistema
de organización de los elementos coordinados en la época apostólica. Ya en el
siglo tercero la iglesia estaba en todas partes dividida en diócesis, con
obispos que con manos firmes llevaban las riendas del gobierno. La iglesia era
un ejército disciplinado, unido bajo dirección capaz. Dentro del Imperio
Romano, bien organizado por fuera pero por dentro en decadencia, había otro
imperio de abundante vida y poder progresivo: la iglesia cristiana.
Era una iglesia creciente. A pesar de
las persecuciones, tal vez hasta cierto punto por causa de estas, la iglesia
crecía con una rapidez asombrosa. Al final del período de persecución la
iglesia era lo bastante numerosa como para componer la institución más poderosa
del imperio. Gibbon, el historiador de este período, calculaba que los
cristianos al final de las persecuciones formaban cuando menos la décima parte
de la población. A partir de entonces, muchos escritores han aceptado sus
declaraciones. Sin embargo, recientemente todo el tema se ha investigado con
cuidado y la conclusión de los eruditos actuales es que los miembros de la iglesia
y sus simpatizantes componían la mitad de los ciento veinte millones bajo el
dominio de Roma. Una admirable muestra de evidencia se ha encontrado en las
catacumbas de Roma, canteras subterráneas de gran extensión, que durante dos
siglos fueron los lugares de escondite, de reunión y sepultura de los
cristianos. Por las tumbas de los cristianos, como demuestran las inscripciones
y símbolos sobre las mismas, algunos calculan que ascendían a siete millones y
ningún explorador calcula menos de dos millones. Cuatro millones en siete
generaciones quizás sería una buena conclusión. Agréguense a estos cuatro
millones otros muchos que no recibieron sepultura en las catacumbas y luego
considérese lo grande que debe haber sido el número de cristianos en todo el
Imperio Romano.